Perfect

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Capítulo 16

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CAPÍTULO 16

Siempre hay que hacer caso de lo que te dice el instinto. Tal vez no sepas por qué algo o alguien te despierta determinados sentimientos, pero esa sensación en el estómago que te hace dudar está ahí por algo.

Por desgracia, tendemos a guiarnos por la cabeza o por el corazón; ignoramos lo que nos dicen las tripas. Pues sigue así y atente a las consecuencias.

Habían pasado varios meses desde que Noah y yo acordamos no cruzar la raya y seguir siendo solo amigos. Habíamos conseguido salvaguardar nuestra amistad, al menos en parte. Pasábamos tiempo juntos cuando podíamos, lo que no era muy a menudo, ya que estábamos muy ocupados. El último año de instituto llegaba a su fin y nos estábamos preparando para entrar en la universidad.

Noah había empezado a salir con una chica llamada Brooke; llevaban juntos dos meses. Era muy alta, guapa, delgada, tenía el pelo rubio y los ojos azules. También era una chica lista y, al parecer, entendía la relación entre Noah y yo. No parecía sentirse amenazada ni se mostraba celosa cuando yo estaba delante. Y la verdad es que eso me tocaba bastante las narices, porque lo interpreté como su manera de decirme a mí y de decirle al mundo que no era lo bastante buena para Noah. No es que me cayera mal, pero me provocaba una sensación extraña que no sabía definir. Tenía la sospecha de que Brooke no era tan reluciente por dentro como parecía serlo por fuera.

Por suerte, no estábamos en contacto muy a menudo, ya que ella no iba a nuestro instituto. Era la prima de uno de los compañeros de equipo de Noah. Se conocieron al final de un partido y se fijó en él desde el primer momento. Después de nuestra charla, él sentía la necesidad de seguir adelante con su vida, así que decidió hacerlo junto a Brooke. Me mataba verlos juntos. Al parecer, Brooke sufría algún tipo de trastorno que le impedía mantener el equilibrio sola cuando Noah estaba cerca. Cada vez que los veía juntos, estaba colgando de él. Noah nunca me pasaba su relación con Brooke por la cara; apenas me hablaba de ella.

Brad y yo seguimos quedando. Técnicamente no salíamos juntos, pero me había encariñado de él. No puedes pasar tanto rato como pasábamos juntos, haciendo las cosas que hacíamos juntos, sin encariñarte de la otra persona. Sin embargo, para mí no era más que una distracción; una distracción que estaba como un queso, pero una distracción. Era divertido y me ayudaba a olvidarme de Noah y de Brooke. Aunque me gustaba, sabía que nunca sentiría por él lo que sentía por Noah. No creo que nunca vuelva a sentir algo así por nadie.

Brad y yo estábamos en su casa una tarde, estudiando. Él nunca sacaba el tema de su familia, y yo tenía la sensación de que pasaba mucho tiempo solo. Vivía con su madre en una casa enorme. Sus padres se habían divorciado cuando él tenía diez años, y su hermano mayor, Peyton, estaba en la universidad estudiando Derecho.

Los padres de Brad eran abogados. Las pocas veces que había ido a su casa, nunca había visto a su madre por allí. Siempre tenía un caso muy importante que ocupaba su tiempo. Y más de una vez Brad me había llamado para salir el fin de semana porque los planes con su padre se habían cancelado en el último minuto.

Traté de sacar a la conversación temas serios varias veces, pero él siempre hacía una broma y cambiaba de tema. Nuestra relación era alegre y despreocupada, nada serio.

Llevábamos estudiando una hora más o menos cuando Brad se inclinó hacia mí y comenzó a acariciarme el cuello, dejando un reguero de besos a su paso que me hizo estremecer.

Con la boca pegada a mi cuello, dijo:

—Ya he ejercitado bastante la mente por hoy; ahora quiero ejercitar el resto de mi cuerpo.

Cogió el libro que yo tenía en el regazo y lo lanzó sobre la mesilla. Cerré los ojos y ladeé la cabeza. Aunque no habíamos llegado muy lejos, mi cuerpo siempre respondía a sus caricias.

Conteniendo el aliento, le dije:

—Deberíamos seguir estudiando. Hemos de prepararnos para el gran examen.

Él me agarró por la cintura y me sentó sobre su regazo.

—Será mejor que te prepares para otra cosa grande que tengo aquí para ti.

Me eché a reír mientras él me llenaba el cuello de mordisquitos y me abrazaba por la cintura.

—Tienes que ser la alumna de último curso más modosa del instituto. —Apartó sus labios de mi cuello y me dirigió una sonrisa irónica. Se inclinó hacia mí y me mordisqueó el labio inferior entre frase y frase—. Admítelo: lo deseas, estás ansiosa, cachonda perdida, tienes una sed de mí que no puedes saciar.

—Vale, vale, te encuentro encantador, pero solo un poquito —dije muerta de risa hasta que una sensación de calor me impidió seguir hablando.

Los ojos azules de Brad brillaban de un modo distinto, más intenso. Me miró los labios antes de volver a mirarme a los ojos. La habitación se cargó de electricidad. De repente, hacía mucho calor.

Sujetándome con una mano por el cuello, me acercó a él. Nuestros labios se rozaron y empezaron a moverse. Me metió la lengua en la boca para acariciar la mía. Me perdí en sus movimientos y en las sensaciones que me despertaba.

De repente, la puerta de la calle se abrió y la madre de Brad entró en la casa a toda prisa.

La señora Johnson era una mujer impresionante, con el mismo tono de pelo rubio ceniza y los mismos ojos color zafiro que Brad. Había coincidido con ella pocas veces, pero era de ese tipo de mujer que atraía todas las miradas cuando entraba en una habitación.

Bajé rápidamente del regazo de Brad, me peiné con los dedos y me recoloqué la ropa antes de que su madre sospechara lo que habíamos estado haciendo.

Él parecía molesto. Pasándose una mano por el pelo, le preguntó:

—Mamá, ¿qué estás haciendo aquí?

Sin levantar la vista, su madre siguió revisando el correo mientras hablaba a toda velocidad.

—En la oficina me estaban bombardeando a llamadas. Estoy preparando un caso muy importante y no podía hacer nada con tantas interrupciones. Vosotros seguid a lo vuestro; voy a encerrarme en el despacho.

Dejó la correspondencia en la mesita del recibidor y se alejó, hablando por encima del hombro.

—Bradley, recuerda que no quiero que se me moleste bajo ningún concepto. Como si no estuviera aquí —añadió desapareciendo del todo.

—Eso será fácil de imaginar —murmuró él.

Luego se levantó y me ofreció la mano.

—Ven.

—¿Adónde vamos?

—A mi habitación —respondió, deslumbrándome con su sonrisa—, quiero estar a solas contigo.

Yo no estaba muy convencida porque las cosas entre nosotros acababan de ponerse un poco demasiado intensas para mi gusto. No es que no confiara en Brad, es que no me fiaba de mí misma. Mentiría si dijera que no había fantaseado con la idea de acostarme con él. Además, ese chico tenía la virtud de empujarme a hacer cosas que normalmente no haría. Había llegado más lejos con él que con cualquier otro. Me hacía sonreír y reír a carcajadas. Siempre era muy cariñoso conmigo y me encantaba magrearme con él, pero no me sentía cómoda estando su madre en casa.

Brad me dio la mano y me arrastró hacia su dormitorio, en el piso de arriba. Al llegar, abrió la puerta y se apartó, dejándome pasar primero. Era una habitación típica de un alumno de instituto aficionado al béisbol. Había un montón de trofeos en las estanterías y medallas colgando de las paredes. El ordenador portátil estaba en la mesa. También tenía un gran televisor, un armario y una cama.

Se acercó a mí por detrás, me abrazó por la cintura y me dio un beso en la mejilla.

—¿Sabes qué? —me preguntó juguetón.

—¿Qué?

—Hay una chica en mi habitación.

—No creo que sea algo tan raro.

—Nunca había entrado ninguna chica en mi habitación, a no ser que cuentes a mi madre o a la señorita Sally, y te aseguro que las dos dejaron de ser chicas hace mucho tiempo.

—¿Quién es la señorita Sally?

—La asistenta. Viene varios días a la semana, pero hoy tiene fiesta. —Me guiñó el ojo.

Entorné los ojos y le pregunté con desconfianza:

—¿Quieres que me crea que soy la primera chica que ha entrado aquí?

—La primera y la única.

—Y ¿a qué se debe el honor?

—A que eres especial para mí —respondió con una sonrisa muy dulce.

Su mirada era franca y cálida. Se notaba que sus palabras eran sinceras. En ese momento no había en él ni rastro del casanova de instituto que todos pensaban que era. Era un chico muy majo que me hacía feliz y que pensaba que yo era especial.

—Ponte cómoda. Voy a revisar el correo un segundo.

Me quité los zapatos, me senté en la cama y me apoyé en el cabecero. Recorrí la habitación con la mirada antes de detenerme en Brad. Incluso mientras revisaba el correo electrónico estaba bueno. Cuando acabó, se volvió en la silla giratoria y se quedó mirándome.

—Bueno, y ¿qué quieres hacer ahora?

Él se dejó caer de la silla resbalando hasta el suelo y avanzó a gatas hasta llegar a la cama.

—Oh, hay unas cuantas cosas que quiero hacer ahora. —Meneó las cejas. El casanova había regresado.

Me eché a reír.

—Vale, vale, me lo he buscado. Te lo he puesto en bandeja.

—Oh, preciosa. Te estoy imaginando servida en una bandeja, solo para mí. Me estás matando. —Le di una palmada en el brazo y me eché a reír—. Escuchemos música —propuso, dándome un beso en la punta de la nariz antes de bajar de un salto de la cama y dirigirse a su impresionante equipo de sonido.

Me sorprendió oír la voz de Tracy Chapman saliendo de los altavoces. Me había imaginado que a Brad le gustaría más el pop. Al menos, era lo que escuchaba siempre en el coche. Su elección musical me sorprendió gratamente.

—Me encanta este CD.

—Sí, es increíble.

Sacudí la cabeza y lo miré.

—Me has impresionado.

Él se echó a reír y se sentó a su escritorio.

—¿Por qué?, ¿porque escucho música con alma y significado? No soy solo una cara bonita y un cuerpo increíble, preciosa.

—Ya lo sé —repliqué sonriendo.

Escuchamos música en silencio durante un rato. Traté de sacar algún tema serio. No sabía si era porque quería conocerlo más profundamente o por evitar que las cosas se calentaran tanto como en el salón.

—¿Qué quieres ser de mayor? —le pregunté.

Brad echó la silla hacia atrás y miró hacia arriba, como si estuviera reflexionando sobre el tema.

—Bombero y payaso. No, espera, no quiero ser payaso. Dan mucho miedo. Tal vez…

—Te lo he preguntado en serio. ¿Por qué siempre haces eso?

—¿El qué? —repuso haciendo girar la silla de lado a lado.

—Siempre que trato de hablar de algo serio haces una broma y cambiamos de tema.

—Ya maduraré cuando sea adulto. ¿Por qué empezar antes de tiempo?

Nos quedamos mirando en silencio. No habría sabido explicarlo, pero ese día me notaba distinta. Necesitaba una conexión que fuera más allá de lo físico. Supongo que eso era lo que solían llamar «avanzar en una relación».

De pronto, el ambiente de la habitación cambió, igual que había cambiado hacía un rato en la planta baja. Mi corazón se desbocó al ver cómo Brad recorría mi cuerpo lentamente con la mirada. Sus ojos hicieron que despertaran las mariposas de mi estómago. Cuando se pasó la lengua por el labio inferior, contuve el aliento. Me aclaré la garganta antes de proseguir con el interrogatorio:

—Responde a mi pregunta.

—Supongo que seré abogado —dijo sin entusiasmo.

—No parece que te haga mucha ilusión.

—Mis padres son abogados. Mi abuelo por parte de padre era abogado. Mi hermano será abogado. Llevo toda la vida oyendo que yo también seré abogado. —La desesperanza teñía sus palabras y su tono de voz. Parecía que nadie tuviera en cuenta sus deseos de cara al futuro.

Cortó la conversación en seco, volviéndose hacia el portátil.

Yo cerré los ojos y me apoyé en el cabecero, concentrándome en la música. Noté que me estaba mirando. Abrí los ojos cuando oí que se levantaba de la silla. Se dirigió a la cómoda y empezó a vaciarse los bolsillos del pantalón.

Me sentí mal por haberle hecho esas preguntas. Cuando vi que se ponía triste, debería haberle preguntado si quería hablar de ello. Y, en vez de eso, lo había dejado estar; no me había comportado como una buena amiga. Lo observé aprovechando que estaba de espaldas a mí.

—No parece que te haga ilusión ser abogado. ¿Qué te gustaría ser? —dije, preocupada por él.

Brad se volvió, levantó los brazos y, con las palmas de las manos mirando hacia fuera, respondió:

—¡Bailarín! —En un instante, el Brad divertido había vuelto.

Me eché a reír a carcajadas.

—¡Estás loco!

—Cómo lo sabes, preciosa, loco por el baile. —Se acercó a mí haciendo rotar las caderas—. ¡Tengo la música en el cuerpo y necesito sacarla!

Se levantó la camiseta muy lentamente, como si estuviera haciendo un striptease profesional, y la lanzó a un lado. Guau, tenía un cuerpo de infarto. El torso estaba tonificado y sin vello. No tenía los abdominales y la uve tan marcados como los de Noah, pero ahí estaban, y resultaban muy agradables a la vista.

No podía parar, me estaba riendo tanto que me dolía el costado. No podía pensar con claridad. Él siguió bailando y avanzando en mi dirección hasta plantarse a los pies de la cama. Se inclinó y, agarrándome por los tobillos, tiró de mí y me tumbó sobre el colchón. Gateó sobre mi cuerpo y se detuvo cuando estuvimos a la misma altura. Se sostenía apoyándose en las manos, que tenía a un lado y a otro de mi cabeza. Descendió un poco, como si estuviera haciendo flexiones, y me preguntó muy serio:

—¿Por qué te estás riendo de mi sueño?

—No me estoy riendo de tu sueño; es un sueño muy bonito, pero nunca te había imaginado en plan Lord of the Dance. —Respondí, tratando de contener la risa. Su intensa mirada azul hizo que me subiera la temperatura.

—Oh, sí. Las lentejuelas, las manos muy abiertas, las mallas…, son las cosas que dan sentido a mi vida.

—Siento haberme burlado de tu sueño —repliqué con una sonrisa irónica.

—Estoy muy dolido y ofendido, pero se me ocurren veinticinco maneras de que puedas compensármelo. —Hizo una mueca, como si acabara de pensar en algo más—. Veinticinco y media. —Me guiñó el ojo.

Levanté la vista al techo y seguí sonriendo. Era muy divertido, además de muy mono y sexi… y estaba medio desnudo.

Brad descendió un poco más y me acarició la nariz con la suya. Acercó los labios a los míos sin tocarlos, provocándome. Quería que fuera yo la que recorriera el último trozo que nos separaba. Alcé la cabeza y capturé sus labios con los míos. Rompimos el contacto durante un segundo cuando él cambió de postura, tumbándose a mi lado y apoyándose en un codo.

Mientras nuestros labios volvían a encontrarse, le acaricié el musculoso abdomen y seguí subiendo por el torso hasta enredar los dedos en su pelo. Él gimió varias veces. Sujetándolo por la nuca, lo atraje más hacia mí mientras nuestras lenguas se turnaban, entrando y saliendo. Era como si estuviéramos desesperados por probar al otro y nos faltara tiempo para hacerlo. Por eso no me parecía muy buena idea estar a solas con él en su dormitorio. Cada vez que Brad me tocaba, mi cerebro dejaba de funcionar, y eso me asustaba porque las sensaciones me abrumaban y perdía el control de mis actos.

La música dejó de sonar y fue sustituida por jadeos y gemidos.

—Me gustas mucho, Amanda —me dijo entre beso y beso.

—A mí también me gustas mucho —repliqué yo entre gemidos.

Ambos jadeábamos entre beso y beso, tratando de conseguir todo el oxígeno que nos permitía nuestra respiración alterada. Brad me acarició la mejilla y rompió el contacto, mordiéndome el labio inferior mientras se apartaba.

Me contempló desde arriba.

—Eres especial para mí —susurró con los ojos desbordantes de sinceridad.

El calor se extendía por todo mi cuerpo. Le devolví la mirada y le acaricié la fuerte mandíbula.

—Eres mucho menos superficial de lo que finges ser —susurré a mi vez.

Él se inclinó hacia mí y me rozó los labios con un beso suave, quemándome con el fuego de su mirada.

—Dios, cómo te deseo —murmuró con la boca pegada a la mía.

—Me tienes, para mí eres un amigo muy cercano.

Él se echó a reír.

—Joder, eres adorable. —Me miró en silencio unos instantes antes de decir—: Quiero estar todavía más cerca de ti.

Empezó a recorrerme la mandíbula, plantando besos a su paso, mientras me decía:

—Amanda, eres preciosa, y tan dulce… —Se desplazó hacia mi cuello y siguió besándome—. Eres tan sexi. —Me besó bajo la oreja—. Voy a explotar si no puedo entrar en ti pronto.

Me mordisqueó la oreja y regresó a mis labios, impidiéndome decir nada. Daba igual; no podía hablar, ni siquiera pensar. Lo único que podía hacer en esos momentos era sentir y reaccionar. Mi cuerpo palpitaba de arriba abajo.

Bajó la mano hasta mi pecho. Mientras lo masajeaba, acarició el pezón con el pulgar. Tenía los pezones muy duros. Brad volvió a mordisquearme la mandíbula. Tenía que decir algo para que se detuviera; eso se estaba descontrolando demasiado, pero de mi boca ya no salían palabras, solo gemidos; no quería que se detuviera.

Con voz muy grave, pidió:

—Quítate la blusa y el sujetador. Necesito probar esas tetas gloriosas.

Era como si mi cuerpo hubiera sido abducido por extraterrestres. Yo no parecía tener ningún tipo de control sobre mis actos. Aunque la cabeza y el instinto trataban de avisarme, mi cuerpo los ignoraba mientras sucumbía a las sensaciones. Todo era increíble; Brad era increíble. Mientras me desabrochaba la blusa, me observaba con avidez.

Cuando mi pecho quedó al descubierto, me acarició pasando una mano por el centro. Arqueé la espalda, y él acabó de quitarme la blusa y la tiró al suelo. Luego me acarició los pechos, los hombros y la espalda y me desabrochó el sujetador. Nunca había estado desnuda ante un chico hasta ese momento. Incluso durante las sesiones de magreo que habíamos compartido, siempre había logrado mantenerme vestida.

Brad bajó los tirantes y se libró también del sujetador. Me miraba desde arriba como si quisiera devorar cada centímetro de mí. El pecho le subía y le bajaba a toda prisa; tenía la respiración muy alterada.

—¡Joder, qué preciosa eres! —dijo justo antes de abalanzarse sobre uno de mis pezones.

Lo agarré del pelo mientras él lo rodeaba con los labios, succionándolo con fuerza al mismo tiempo que estimulaba la punta con la lengua. Una corriente eléctrica me recorrió de arriba abajo. Arqueé la espalda de nuevo y le presioné la nuca para acercarlo más a mí. A esas alturas, estaba tan húmeda que debía de estar empapando los vaqueros.

Sentí que la mano de Brad se deslizaba por mi vientre y se detenía al llegar al botón de los pantalones. Deseaba que me los quitara y siguiera con lo que estaba haciendo. Me gustaba mucho y me sentía muy atraída por él. Me desabrochó el botón y bajó la cremallera lentamente. Involuntariamente, le cubrí la mano con la mía. Él se detuvo y me dirigió una mirada abrasadora. Sonriendo, aparté la mano.

Brad siguió mordisqueándome, succionándome y lamiéndome el cuerpo entero. Cerré los ojos para absorber mejor las sensaciones que me provocaban sus manos y su boca. Cuando estaba a punto de perderme por completo en su tacto y en su sabor, el recuerdo de que su madre estaba en el despacho me pasó por la mente.

—Deberíamos parar. Es que… es que no estamos solos —dije con la voz ronca.

—No pasa nada. Nadie nos molestará.

Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, dándole la autorización que necesitaba.

No me podía creer lo que estaba pasando. Mi mente me repetía que tenía que pedirle que parara, pero las palabras no me salían de la boca. Al cerrar los ojos noté que me estaban cayendo lágrimas en dirección a las sienes. Noah me había invadido la mente. No hacía más que pensar en lo mucho que me gustaría que fuera él quien estuviera conmigo. Debería ser él quien estuviera conmigo. Pero no lo era, y nunca lo sería. Sentí aire fresco sobre la piel cuando Brad me quitó los vaqueros. Ya solo me quedaban las braguitas puestas.

Él estaba sentado sobre los talones, entre mis piernas. Me deslizó dos dedos bajo la tela de las braguitas y me las bajó. Luego me lamió en un movimiento continuo de abajo arriba hasta llegar a mis pezones. Se metió uno de ellos en la boca mientras me pellizcaba el otro. Se apartó ligeramente antes de abalanzarse sobre mí, devorándome los labios mientras frotaba su sexo contra el mío. Estaba durísimo. Mis manos buscaron el botón de sus vaqueros y trataron de desabrocharlo, pero no pude. Brad se levantó y se quitó los vaqueros y el bóxer de un solo movimiento, mientras yo me incorporaba un poco para no perderme detalle. Era la primera vez que veía a un chico completamente desnudo. Era fascinante. Me dirigió una amplia sonrisa al darse cuenta de cómo se me habían abierto los ojos ante la visión que tenía delante. Trasteó en el cajón de la mesilla de noche y se hizo con un condón antes de volver a tumbarse sobre mí. Todo pasó muy deprisa.

Escondió la cara en el hueco de mi cuello y lentamente empujó para entrar en mi interior. Al principio me resultó raro, pero me acostumbré enseguida. Sin embargo, luego me embistió con fuerza y un dolor agudo me recorrió el cuerpo, haciéndome gritar. Tenía las mejillas cubiertas de lágrimas. Brad no hizo caso de mis muestras de dolor, y comenzó a moverse cada vez más deprisa. El dolor empezó a desaparecer y el placer ocupó su lugar.

Le rodeé el cuello con las manos mientras él me hacía rebotar en la cama. El vientre se me empezó a calentar; el cuerpo se me tensó y noté una presión cada vez más fuerte dentro de mí.

Tenía el cuerpo cada vez más y más tenso; la presión era cada vez más grande, igual que el calor. Entonces, una contracción gigante se apoderó de mi cuerpo. Apreté los dedos de los pies, los pezones se me endurecieron aún más. Por dentro, mi vientre latía y me convulsionaba. Estaba empapada. Sus embestidas eran cada vez más rápidas y cada vez penetraba más adentro de mí. Las piernas me temblaban, y una oleada tras otra de contracciones me sacudía mientras gritaba el nombre de Brad. Oí un gruñido ahogado y luego su cuerpo se tensó antes de desmoronarse sobre mí. Permanecimos así durante varios minutos, tratando de recobrar la respiración. Luego Brad levantó la cabeza y me miró, pero no dijo nada. Me sonrió antes de salir de encima de mí. Hice una mueca al notar que se retiraba. Lo observé mientras se quitaba el preservativo y lo tiraba a la papelera.

Me sobresalté al oír un ruido en el recibidor. Miré a Brad y le pregunté en voz baja:

—Has cerrado la puerta, ¿verdad?

—Sí, sí, tranquila.

Se puso los vaqueros y la camiseta antes de dirigirse hacia la puerta. Apoyó la mano en el pomo y lo movió para asegurarse de que estaba cerrada. Yo estaba inclinada hacia el suelo tratando de localizar mi ropa cuando la puerta se abrió de golpe.

Levanté la cabeza bruscamente y me pareció que la sangre me abandonaba todos los órganos vitales. Ante mí estaban los dos amigos de Brad, Jeremy y Spencer. Cogí la colcha y me tapé.

Jeremy dio un paso hacia mí y le dijo a Brad:

—Joder, tío. No me lo puedo creer, ya has vuelto a ganar.

Brad y Spencer se echaron a reír.

Estaba tan sorprendida que no entendía lo que estaba sucediendo. Vi cómo Spencer se metía la mano en el bolsillo del pantalón, sacaba un fajo de billetes y se los daba a Brad.

Miré a Brad.

—¿Qué pasa? —le pregunté, con la voz tan débil y temblorosa que me costó reconocerla.

Él avanzó hacia mí, aguantándose la risa.

—Nada, es solo una apuesta sin importancia entre unos cuantos del equipo.

—Y es la tercera vez seguida que este capullo gana —añadió Jeremy.

Brad se encogió de hombros.

—¿Qué puedo decir? Soy un crack.

—Ya, pues te ha ido de poco, porque casi no llegamos a tiempo de verlo con nuestros propios ojos. Tu madre había cerrado la puerta. Menos mal que sabíamos dónde estaba la llave de emergencia.

Empecé a temblar descontroladamente mientras las lágrimas me caían por las mejillas. Estaban hablando tan tranquilos, como si yo no estuviera allí; como si fuera un objeto, no una persona.

—Lo siento; no esperaba que volviera tan pronto —se disculpó Brad.

—¿Y bien?, en la escala de desvirgamientos…, ¿cuántos puntos le das a la dulce Amanda? —preguntó Spencer.

Los tres amigos eran testigos de mi disgusto, pero no parecían afectados en lo más mínimo.

El rostro de Brad se iluminó con una sonrisa radiante.

—La dulce Amanda ha sido sextástica. Le doy un 9,75.

—¡Bravo! —exclamaron Jeremy y Spencer al unísono, y los tres empezaron a aplaudir a la vez.

La expresión en el rostro de Brad me pareció asquerosa. Me miraba como si acabara de hacerme un favor, como si yo debiera estarle agradecida por la alta puntuación que me había dado en su repulsiva escala.

—Te dejamos sola para que puedas vestirte y marcharte —me dijo.

Jeremy y Spencer salieron, seguidos de Brad. Ya en la puerta, se volvió a mirarme. Yo estaba temblando y tenía la cara llena de lágrimas, pero no sollozaba. Me sentía como si estuviera viviendo una especie de viaje astral. Mi cuerpo sabía lo que le estaba pasando, pero mi mente no estaba lista para asimilarlo.

—¿Por qué? —le pregunté—. Me gustabas; pensaba que éramos amigos. —Mi voz era muy débil; casi inaudible.

—Solo es sexo, Amanda. No tiene importancia —respondió sin emoción.

—Para mí la tenía. —Insistí con más aplomo—. No lo entiendo. ¿Dónde ha quedado el chico cariñoso con el que he pasado tanto tiempo?

Me pareció ver un destello de arrepentimiento en sus ojos, pero enseguida desapareció.

—Los chicos y yo queremos ir a comer algo, así que, si pudieras darte prisa, te lo agradecería —dijo, y cerró la puerta ignorando mi pregunta.

Lo único que sentía en ese momento era el estómago revuelto. Aparté la colcha para bajar de la cama. Al mirar hacia abajo, vi que tenía los muslos cubiertos de sangre y me mareé. No pensé en limpiarme; solo pensaba en salir de allí cuanto antes. Me vestí y me calcé. Era una idiota, ¿cómo había permitido que pasara? Debería haber sabido que Brad ocultaba algo. Noah me había advertido. Y, mientras subía la escalera, tenía una sensación rara, la misma sensación de alerta que cuando me senté en la cama, pero lo achaqué a nervios porque su madre estaba en casa y no hice caso.

«Dios, su madre sigue en la casa».

Nunca me habría imaginado que alguien pudiera hacer algo tan cruel. Todo el tiempo que habíamos pasado juntos no era más que la preparación de esa broma macabra.

Al pensar en lo mucho que necesitaba a Noah en ese momento, me eché a llorar. Necesitaba que me abrazara y me protegiera.

Me volví bruscamente hacia la puerta y el estómago me dio un vuelco. Cogí la papelera y me quedé muy quieta. Tal vez podría aguantar hasta llegar a casa. El estómago se me asentó un poco, pero al dejar la papelera en el suelo, vi el condón usado en el fondo y lo cubrí con el contenido de mi estómago.

Bajé la escalera lo más discretamente que pude. Los chicos estaban en la cocina, charlando y riendo. Sentía como si mi cuerpo fuera a desmoronarse en cualquier momento. Recogí mis cosas, y estaba a punto de marcharme cuando oí la voz de Brad, pero no me volví a mirarlo.

—No soy de los que van presumiendo por ahí, así que no te preocupes, Stewart no se enterará.

Abracé con más fuerza la mochila, salí de la casa y entré en el coche.

No sé cuánto tiempo pasé dando vueltas en coche, aturdida. No quería volver a casa; no quería ver a nadie. Mi primera vez se había convertido en una macabra apuesta, de la que Brad y sus amigos debían de estar riéndose en ese momento. ¿Cómo podía haberla malgastado de esa manera? Debería haber estado con alguien que me quisiera. Y ¿por qué no les había dicho nada a esos tres cabrones? ¿Por qué me había ido de allí sin decir ni una palabra? ¿Por qué no había hecho caso a mi instinto? Debería haberlo parado todo antes de que se me escapara de las manos. Ni siquiera quería a Brad. Si Noah se enteraba de lo que había pasado, no podría volver a mirarlo a la cara. Se sentiría disgustado y decepcionado. Era incapaz de pensar en nada; me sentía hueca por dentro, solo quería desaparecer.

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