Perfect

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Capítulo 17

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CAPÍTULO 17

Cuando tenía diez años, deseaba ser adulta. No veía el momento de poder tomar mis propias decisiones, de ir a donde quisiera, vivir donde quisiera, vestirme como quisiera y comer lo que quisiera, cuando quisiera. Soñaba con poder desayunar, comer y cenar pastel y helado cada día si me apetecía.

Hay que tener cuidado con lo que deseamos.

Convertirse en un adulto significa que las situaciones y las personas cambian; los problemas son más graves y las cosas que nos hieren duelen más.

Además, es imposible comer pastel y helado a todas horas durante muchos días. La grasa te pone en riesgo de contraer diabetes, por no hablar del peligro de sufrir un ataque al corazón. Y, lo peor de todo: se te pone el culo enorme. Sí, ser adulto es una mierda.

El instituto llegó a su fin y me gradué con honores. No fui la primera de mi promoción, como Emily, sino la sexta. Como siempre, me quedé a las puertas de estar entre los mejores, pero no me extrañó. Vincent fue el primero; se lo merecía.

El último curso había sido una mezcla de altibajos extremos. Aprendí dos cosas importantes. Una, que Brad era un vil follapitufos, pero que cumplía su palabra. Noah nunca se enteró de lo que había pasado. Y dos, que se me daba muy bien compartimentar. El episodio Brad me afectó unos cuantos días. Durante ese tiempo, estuve a solas tanto como pude. Pero luego metí lo que había sucedido en un compartimento oscuro, lo dejé ahí y seguí adelante.

Para celebrar las graduaciones del barrio, mis padres montaron una fiesta en el parque de al lado de casa. Los hermanos pequeños corrían y jugaban; los padres y las madres se felicitaban por los logros de sus hijos.

Sentados en nuestro refugio secreto, mirando hacia el estanque, pensaba en todos los recuerdos que me traía ese lugar, tanto buenos como malos.

Recordé a mi padre, empujándonos en los columpios a Emily y a mí, y esperándome al pie del tobogán porque sabía que me daba miedo caerme. Pero, por supuesto, casi todos los recuerdos tenían que ver con Noah. Recordé cómo nos divertíamos jugando o dando de comer a los patos cuando mi madre nos llevaba allí de pequeños. Recuerdo lo adulta que me sentí la primera vez que nos dejaron ir al parque solos. Fue la primera vez que Noah y yo nos dimos la mano. Nuestra primera cita y el primer beso también sucedieron allí. Y allí se me rompió el corazón por primera vez y se me curó también. Con el paso de los años, se convirtió en el lugar donde nos reuníamos para estar a solas, compartir sueños, hablar de nuestros problemas, escuchar al otro y, más de una vez, comer pastel.

—Tierra llamando a Piolín. —Noah me agitó una mano delante de la cara, trayéndome de vuelta al presente.

—Perdona.

Se acercó un poco más a mí y ambos permanecimos mirando el estanque en silencio hasta que me preguntó:

—¿Qué es lo que tienes dando vueltas en esa preciosa cabeza?

—No gran cosa. Solo recordaba los ratos que hemos compartido aquí.

—No te estarás poniendo blandita y sentimental, ¿no?

—A lo mejor; solo un poco. —Le sonreí.

—Va a ser muy duro no tenerte cerca —dijo sin poder disimular la tristeza.

—Lo que va a ser duro es no tenerte a ti cerca. ¿Vendrás a visitarme? La USC no está muy lejos, solo a una hora y media.

Solo había una universidad en Carolina del Sur donde se podía estudiar Periodismo: la USC. Desde que recibí la carta informándome de que me habían aceptado, no había día que no le pidiera a Noah que fuera a visitarme.

—Nada podrá interponerse en mi camino para ir a visitar a mi chica. Estaré allí tan a menudo que te hartarás de verme.

—Imposible.

Me tomó la mano y me plantó un beso en el dorso. Seguimos así, disfrutando en silencio de nuestro escondite hasta que un grito rasgó el aire:

—¡Noah!

Él me soltó la mano y se levantó mientras Brooke se acercaba. Aún no había acabado de decidir si me caía bien o mal. Conmigo siempre se había mostrado educada, de un modo bastante falso. Quería que Noah siguiera adelante con su vida y que encontrara a alguien, pero eso no significaba que tuviera que gustarme esa persona. Francamente, Brooke podría haber sido Papá Noel, el ratoncito Pérez y el conejo de Pascua a la vez, y aun así no me habría gustado que saliera con mi Noah. Trataba de no mostrar mi lado mezquino cuando ella estaba cerca, porque al parecer a Noah le gustaba y, si él era feliz, yo también.

—Hola, cariño. Te he estado buscando —saludó, rodeando el cuello de Noah con sus escuálidos brazos y besándolo en los labios.

El beso fue exageradamente largo o a mí me lo pareció. Al fin y al cabo, estábamos en un lugar público con niños impresionables a nuestro alrededor. Carraspeé para recordarles que seguía allí.

Brooke soltó el cuello de Noah y no perdí detalle de sus brazos, que bajaron hasta rodearle la cintura.

—Lo siento, Amanda. Me encanta besar a mi chico. No pararía nunca. —Aparté la mirada para que no me viera poner los ojos en blanco—. Enhorabuena por la graduación.

Brooke también se graduaba ese año. Noah y ella se quedaban en la ciudad, ya que se habían matriculado en la Universidad de Charleston. Noah pensaba hacer el doctorado en Medicina Deportiva en la Medical School of South Carolina. No sabía qué pensaba estudiar Brooke, y lo cierto es que me importaba una mierda.

—Gracias, igualmente.

Cuando estaba con ella solía hablar con monosílabos, ya que en realidad lo único que tenía en la cabeza era: «¡Aparta las manos de mi Noah!», y no creía que le apeteciera oírlo, así que me lo callaba.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Noah a Brooke.

Ella lo miró con veneración y meneó las cejas.

—Siempre tengo hambre cuando estoy contigo, No-No.

—¡Oh, Dios mío! ¡No-No es tu mote! —Se me escapó sin poder evitarlo, y me eché a reír con tantas ganas que di un saltito hacia atrás—. Esta sí que es buena. —No podía parar. Todo lo que salía de mi boca estaba cargado de sarcasmo.

Ella me miró entornando los ojos y apretando los labios.

—Pues yo creo que es un nombre muy mono, y a Noah le encanta que se lo diga, sobre todo si va seguido de un gemido.

Noah se aclaró la garganta con fuerza, como si acabara de tragarse un bicho. Se frotó la nuca y me dirigió una sonrisilla. Brooke se echó a reír y se colgó de su brazo.

—¿He dado la impresión de que no me parecía mono? Vaya, lo siento. Sí, creo que es tan mono como un bebé follapitufos…, perdón, quería decir un bebé pitufo.

«Este sería un momento perfecto para CALLARTE, Amanda».

Un silencio incómodo se alargó entre nosotros. Alguien tenía que irse de allí. Noah me miró y abrazó a Brooke por los hombros.

—Bueno, pues vamos a buscarte algo de comer. Hasta luego, Piolín.

Mientras se alejaban, Brooke se volvió.

—Hasta luego, Piolín —me dijo con sarcasmo. Menuda bruja.

A varios metros de distancia, se detuvieron. Noah le susurró algo al oído a Brooke y volvió hacia mí a la carrera. No habría sabido decir si estaba enfadado o si se estaba riendo de mí. Cuando llegó a mi lado, se inclinó en mi dirección y me dijo:

—Esta noche voy a tener que castigarte severamente.

La endiabladamente adorable sonrisa que me dirigió me provocó escalofríos. Dio unos cuantos pasos de espaldas antes de volver corriendo hasta Brooke. Ella me dirigió una mirada engreída que quería decir: «¡Es mío!».

Vi cómo cada uno de ellos metía la mano dentro del bolsillo trasero de los vaqueros del otro y abrí mucho los ojos. No me lo podía creer. Estaban prácticamente fornicando delante de todo el mundo. Noté un fuego que me quemaba el pecho y el estómago. Volví a contemplar el estanque para quitarme de la mente esa última imagen. Bajé la vista y comencé a dar patadas a la grava con el talón. Entonces noté que alguien se me acercaba por la espalda. Era Emily, que traía dos platos llenos de comida. Me di la vuelta en el banco. Ella se sentó frente a mí y me puso un plato delante.

—Gracias.

—¿Qué haces aquí escondida? —me preguntó.

—No estoy escondida.

Jugueteé con una patata frita antes de metérmela en la boca.

—Brooke parece maja.

—Sí, lo parece.

—¿No te gusta?

—Ni me gusta ni me disgusta; me despierta indiferencia —proclamé.

—Hummm…

—¿Qué?

—Nada, es que es muy raro que algo relacionado con Noah te despierte esta indiferencia. Normalmente todo es blanco o negro. No hay zonas grises en lo que se refiere a él.

—Brooke es gris oscuro. ¿Contenta?

—Extática. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro.

—¿Por qué esa no eres tú? —Emily señaló a Noah y a Brooke con la barbilla.

Los miramos mientras se sentaban a comer juntos varias mesas más allá. Brooke se reía y besaba a Noah entre bocado y bocado.

—Porque nosotros somos amigos. —Respondí de manera automática mientras seguía sin quitarles el ojo de encima.

Emily se rio por la nariz.

—¿A qué ha venido eso?

—No sé lo que hay entre Noah y tú, pero es algo más que amistad.

—Emily, por favor, no…

—¿Acaso no es obvio?

—¿De qué estás hablando?

—Amanda, cualquier persona con ojos en la cara se daría cuenta de lo mucho que os queréis.

—Por supuesto que nos queremos. Los amigos se quieren, por si no lo sabías.

—¿Por qué no quieres salir con Noah?

—¿Por qué me preguntas todo esto?

—Porque he visto cómo lo mirabas cuando estabais charlando hace un rato. Y he visto cómo mirabas a Brooke cuando se acercaba a vosotros.

—¿Sabes una cosa? Es un poco raro que me observes tanto.

Emily negó con la cabeza.

—Típico de Amanda.

—¿Qué quiere decir eso? —Estaba empezando a tocarme las narices.

—Cada vez que algo te hace sentir incómoda, cambias de tema haciendo una broma.

—Bueno, la risa nunca sobra en el mundo.

Cada vez estaba más enfadada. Notaba todo el cuerpo en tensión.

—¿Por qué Noah y tú no sois pareja, Amanda?

—Pues, obviamente, porque no soy su tipo. Además, si saliéramos juntos, metería la pata a la primera de cambio, y no quiero arriesgarme a perderlo. Ya está, ya lo sabes. Siempre me he sentido una mierda, una fracasada, desde que tengo uso de razón.

Me la quedé mirando. Cuando acabé de pronunciar la última palabra ya había empezado a arrepentirme. Las muestras de afecto en público de Noah y Brooke me habían puesto de muy mal humor, y Emily no paraba de empujarme. Al final, acabé diciendo más de lo que quería.

Ella inspiró hondo.

—Sé que no ha sido fácil para ti crecer siendo mi hermana. Siempre te han comparado conmigo y eso debe de joder mucho. Amanda, eres preciosa, inteligente, amable, una chica con mucho talento. Eres perfecta tal y como eres. —Mirando hacia Noah, añadió—: Y eres más que perfecta para Noah; ojalá te lo creyeras.

—Sí, a mí también me gustaría, pero es que no sé ser de otra manera. Noah está con Brooke y es feliz, eso es lo único importante. Lo que pasa es que hoy estaba especialmente melancólica porque este sitio me trae un montón de recuerdos. Siento haberte hablado así.

Emily me cubrió la mano con la suya.

—Estoy aquí para escucharte, Manda. Puedes hablar conmigo siempre que me necesites.

—Lo sé; gracias.

Sabía que Emily trataba de ayudarme, pero tanto Noah como yo habíamos seguido adelante con nuestras vidas. Ahora él estaba con Brooke y yo empezaría a estudiar en la universidad dentro de un par de meses. Ambos teníamos clara nuestra relación. No era perfecta, pero es que no existe nada que lo sea.

Pasé el resto de la noche charlando con amigos y parientes, tratando de ignorar a Noah y a Brooke, lo que no era fácil por culpa de los continuos gritos y las carcajadas de ella, que me taladraban los oídos. De vez en cuando la curiosidad era más fuerte que yo y echaba un vistazo. O bien se estaban besando o abrazando. Brooke siempre estaba sentada en su regazo. Siempre. Como si Noah fuera Papá Noel, joder. No podía más. Estaba harta de la fiesta, de los recuerdos y de ver el espectáculo en vivo de Romeo y Julieta. Me despedí de los amigos, pero antes de poder escapar tuve que soportar otro grito de Brooke, de esos que hielan la sangre. Esta vez estaba junto a la barbacoa. La gente se había colocado alrededor del fuego para asar nubes de malvavisco. Noah estaba detrás de ella. Le había rodeado la cintura con los brazos y le estaba besando el cuello. Sí, definitivamente había llegado el momento de largarme de allí.

Llevaba un par de horas en casa, tumbada en el sofá, cambiando de canal. No podía pensar en nada que no fuera Noah y Brooke juntos. Ni siquiera había podido estar con él el tiempo suficiente para darle su regalo.

Tras una maratón de capítulos de Salvados por la campana, apagué la tele y subí a mi habitación. Cuando estaba a punto de llegar, una alarma me avisó de que acababa de recibir un mensaje. Cogí el móvil para ver de quién era y no pude evitar sonreír al ver que era una foto mía y de Noah. Estábamos en un fotomatón, haciendo caras. En esa en concreto estábamos poniendo cara de pez.

En nuestro refugio secreto. Ahora. Ven sola. Te quiero solo para mí. ;)

Me encantaba, pero al mismo tiempo odiaba que me enviara mensajes juguetones como ese. Me recordaban todo lo que no podía tener con él. Rápidamente, tecleé:

No eres mi jefe. Iré cuando quiera. Hasta dentro de un segundo. ;)

Sonriendo, le di a «Enviar». Estaba nerviosa; tenía muchas ganas de ver a Noah a solas y de darle su regalo.

Fui corriendo hasta el parque pero, cuando estaba a punto de llegar, aflojé el ritmo. Ya sabía que era una patética desesperada que se pasaba la noche sola viendo capítulos de series antiguas, pero no hacía falta ir pregonándolo. Me acerqué a nuestra mesa; Noah estaba contemplando el estanque. Me detuve un instante recordando la noche en que fui a ayudarlo a practicar su primer beso. Recordar la cena para dos que había preparado me hizo sonreír. ¡Menuda boba sentimental estaba hecha!

Sin volverse hacia mí, me preguntó:

—¿Vas a sentarte a mi lado de una vez o vas a pasarte la noche observándome la espalda?

La verdad es que no me habría importado pasarme la noche mirándole la espalda; tenía una espalda preciosa.

—Deja de protestar. —Rodeé la mesa y me senté a su lado.

Puse el regalo encima de la mesa, alejado de él para que no lo viera. Noah entrelazó nuestros dedos. Me acerqué un poco más a él y le apoyé la cabeza en el hombro.

—¿Adónde has ido antes? ¿Por qué te has escapado?

—No me he escapado. La fiesta ya iba de bajada; estaba cansada y me he ido a casa.

—Te has ido sin despedirte de mí; pensaba que te habías enfadado conmigo.

—¿Por qué iba a enfadarme contigo? —pregunté, curiosa por oír la respuesta.

—No lo sé; solo sé que, cuando he visto que no estabas, me he quedado muy triste. —Me apretó la mano.

—Bueno, me ha parecido que estabas ocupado. —No tuve que volverme hacia él para saber que estaba sonriendo—. Por cierto, os habéis pasado un poco, ¿no? ¡Madre mía, llévatela a un hotel!

—Ya lo he hecho.

No me podía creer que me hubiera dicho eso. Levanté la cabeza de su hombro, aparté la mano y me separé un poco.

—No me gastes esas bromas. —Me mordí el labio inferior y me lo quedé mirando.

—¿Estás celosa? —me provocó.

Ya había tenido mi momento de confidencias con Emily y no pensaba repetirlo con Noah.

—El mote que te ha puesto Brooke es muy tonto. —Sonreí.

Él me devolvió la sonrisa.

—Lo sé, y tú estás monísima cuando te pones celosa.

—Es ridículo. Primero sentí vergüenza ajena, luego me diste pena y luego me fui a vomitar un rato. —Insistí sin dejar de mirarlo a los ojos.

Él se llevó una mano al corazón.

—Oh, nena, acabas de pasar de ser monísima a tremendamente sexi.

—Cabrón.

—Me encanta que me digas guarradas. Insúltame más.

—Gilipollas.

Él gimió.

—Oh, sí, así, dame más.

—Eres ridículo.

—Y tú eres preciosa.

Aparté la mirada y negué con la cabeza sonriendo.

—Y ahora que ya hemos aclarado las cosas, ha llegado la hora de los regalos. —Dio una palmada y se frotó las manos—. Yo primero.

Me ofreció una cajita de terciopelo azul marino en forma de corazón atada con un lazo blanco. Lo miré atónita. Me parecía un regalo precioso, y eso solo era el envoltorio. Pensé que se había equivocado. Parecía el clásico regalo que se le hace a una novia.

—Eh…, creo que te has confundido y me has traído el regalo de Brooke.

—He traído el regalo adecuado para la chica adecuada. Acéptalo. —Lo hice y volví a mirarlo a los ojos—. Ábrelo, Piolín, no muerde —me animó con una sonrisa muy dulce.

Deshice el lazo y levanté la tapa de la cajita con bisagras muy lentamente. Al ver lo que contenía, se me llenaron los ojos de lágrimas. Era una pluma de oro, el colgante más bonito y delicado que había visto nunca. Volví a mirarlo mientras las lágrimas empezaban a recorrerme las mejillas. Me había quedado sin palabras.

—Si no te gusta, puedo devolverlo —me dijo sonriendo.

—Es la cosa más bonita que he visto en mi vida. No te atrevas a tocarlo, a menos que sea para ponérmelo.

Me incliné hacia delante y me eché el pelo a un lado.

Mientras me abrochaba la cadena, Noah me susurró al oído:

—Para mí, siempre serás la primera. Enhorabuena, Piolín.

Cerré los ojos. Estaba tan abrumada por la emoción que tardé unos segundos en poder volverme hacia él. Finalmente logré decir con un hilo de voz:

—Gracias, Noah. No me lo quitaré nunca.

Me lo quedé mirando un poco más antes de darle su regalo. Él rompió el papel como si fuera un niño pequeño.

—Espero que te guste —dije ansiosa.

Mi regalo también era un colgante con una cadena. Tenía forma de placa identificativa de perro, pero estaba hecho con la madera de uno de los asientos originales del estadio de Fenway Park.

Su cara se iluminó cuando se dio cuenta de lo que era.

—Es de Fenway, ¿a que sí? —me preguntó maravillado.

Cuando asentí, su sonrisa se hizo aún más grande.

—Lo pone en la parte de atrás. —Respondí, radiante de felicidad.

Noah le dio la vuelta para leer las palabras. Estaba encantado. Se puso la cadena al cuello, me abrazó y apoyó mi cabeza en su pecho.

—Me encanta. Gracias, Piolín. No me puedo creer que te acordaras de que Fenway era mi estadio favorito. —Me abrazó más fuerte—. Es el mejor regalo que me han hecho nunca —añadió, besándome la coronilla.

Permanecimos allí un buen rato, abrazándonos en silencio, y por primera vez en mucho tiempo, todo fue perfecto.

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