Pandora

Pandora


CAPÍTULO 9

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CAPÍTULO 9

DIOR terminó de abrocharse la camisa, cogió la americana de encima del mueble del pequeño salón y se detuvo ante el reflejo que le devolvía el cristal de la vitrina al otro lado de la habitación. Suspirando se puso la chaqueta, se arregló los puños de la camisa, comprobó que tenía la cartera en el bolsillo del pantalón y se volvió dispuesto a atravesar el pequeño salón hacia la puerta de la calle.

—¿Nunca te han dicho que es de muy mala educación abandonar la cama de tu amante sin despedirse siquiera?

La voz suave y femenina le hizo cerrar los ojos durante un momento, respiró profundamente y ladeó la cabeza lo suficiente para ver a Pandora en el umbral del corredor que daba a la habitación. Todo lo que llevaba encima cubriendo su lujurioso cuerpo era una camisa de hombre, la misma que había vestido Will horas antes.

—Dicen que hay momentos en los que vale más una retirada a tiempo... —le aseguró con voz suave, tranquila.

Pandora se llevó las manos a las caderas y chasqueó la lengua.

—Al diablo con lo que dice la gente —respondió mientras caminaba hacia él—. No quiero que te vayas...

Dior alzó una mano para acariciarle el rostro.

—Ya has hecho tu elección, tesoro.

Pandora asintió, pero no tardó en añadir.

—No quiero que te marches así, sin despedirte siquiera —negó alzando la mirada hacia él—. Yo... nunca imaginé... sabía que pasaba algo entre nosotros, pero no imaginé que tú... ¿Por qué me ocultaste tu identidad?

Dior dejó escapar una pequeña sonrisa.

—En ningún momento te he ocultado mi identidad, tesoro —aseguró recorriendo su precioso rostro con la mirada—. Soy D.J. Aquí y ahora, mi nombre es Dior James, vivo y trabajo con ese nombre, no hay nada más.

Pandora resopló.

—No juegues conmigo, Dior —le pidió, su voz una muda súplica bordeada de cansancio—. Con todo lo que ha sucedido hasta ahora, he tenido más que suficiente.

Él alzó las manos en alto a modo de rendición.

—No más juegos.

Ella volvió a insistir.

—De todos mis custodios, eres el que parece saberlo todo y no lo digo porque tu don sea la precognición —añadió antes de que él pudiese escudarse en ello—. Sabías quien era yo desde el principio, sabías quien era Elpida, quien eres en realidad...

Dior suspiró, tal parecía que la mujer no iba a dejarle hasta haber obtenido las respuestas que deseaba de él.

—Pandora...

Ella se adelantó aún más, su mano tomando la suya en una petición de atención.

—Necesito saberlo, Dior —le suplicó.

Él miró su mano, posada sobre la de él.

—No merece la pena, Pandora.

Ella no estaba de acuerdo.

—¿Por qué? ¿Por qué existe la posibilidad de que te hubiese conocido a ti antes que a Will? —disparó ella con mortal certeza—. No me he perdido lo que quiera que ha pasado entre vosotros dos ahí dentro, esas miradas, esa aceptación silenciosa... Ayúdame a entender, por favor.

Dior alzó la mirada de nuevo a los ojos femeninos.

—Durante toda mi vida he sabido que había algo más en mí —confesó entonces—. Nunca fui paciente, lo que deseaba saber, me esforzaba por descubrirlo, al instante. Así fue como pasé parte de mi infancia y adolescencia con la nariz metida en los libros, empapándome de todo lo que tuviese que ver con vidas pasadas, reencarnaciones... En la facultad solía frecuentar las compañías más raras, digamos que en aquel entonces no estaba tan centrado como ahora.

Pandora arqueó una ceja ante su última frase.

—Discúlpame, Dior, ¿pero acaso has estado centrado alguna vez? —sugirió con escepticismo haciéndolo sonreír.

—Aunque no lo creas, vivo bastante centrado, dentro de lo posible —aseguró y sacudiendo la cabeza continuó con lo que estaba narrándole—. Después de la facultad, empecé a tener problemas de insomnio, sueños extraños... pasé por toda clase de estudios, y cuando los médicos y sus pruebas no encontraron nada, me sometí a una sesión de hipnosis.

Dior hizo una pausa, pasándose la mano por el pelo.

—El resultado no fue el esperado, me dio lo que los médicos consideraron un ataque epiléptico y fui trasladado al hospital, donde pasé nueve días en coma.

Dior hizo una mueca, apenas imperceptible, pero Pandora había llegado a conocerle bien, pudiendo leer cada una de las expresiones de su rostro.

—Esos nueve días los pasé muy lejos de la cama de hospital en realidad, no sabría explicar dónde estuve o cómo fue que llegué allí, pero de repente empecé a ser consciente de cada una de mis vidas, de la necesidad acuciante que me había perseguido desde que tenía uso de razón, de mi papel y la promesa que había hecho, de mis recuerdos de una vida junto a ti... —Dior retiró su mano, necesitando distanciarse de ella—. La necesidad que me recorría obedecía al juramento que hice de volver a encontrarte, pero tu decisión de padecer vida tras vida sin él sólo me permitía estar un instante a tu lado, de rozarte sólo para perderte la pista de nuevo.

Dior suspiró y alzó la mirada encontrándose con la de Pandora.

—La promesa del perdón que la Guardiana de la Caja otorgaría a cada uno de sus custodios, vinculándose a ellos para liberar cada una de las cadenas que retenían a Elpida sólo se daría cuando todas nuestras almas renaciesen en una misma época —musitó Dior—. Por algún motivo, supe que ésta era esa época, ¿por qué si no iba a recuperar todo ese conocimiento? Tenía que buscarte, buscarlos a ellos y a Elpida.

Dejando escapar un cansado suspiro se mordió el labio inferior, entonces bufó.

—He pasado por las manos de varios psicólogos, me he sometido a más de unos pocos escáneres cerebrales para descubrir que no existía ningún tumor que pudiese causar tales alucinaciones o tal psicosis —aceptó con una irónica sonrisa—. Hace algunos años, me crucé casualmente con Will, la conexión fue instantánea, lo reconocí y él despertó.

Dior miró entonces a Pandora para hacerle comprender algo muy sencillo, aquello que él siempre había sabido que ocurriría.

—Mi papel, en cada una de las reencarnaciones, ha sido abrir el sendero para los custodios, encontrar a Elpida y buscarte... sólo para perderte al entregarte lo que tu alma ha buscado desde el momento en que la Caja se hizo pedazos en tus manos.

Pandora no sabía cómo responder a aquello, su mente todavía intentaba procesar la información que él estaba vertiendo sobre ella.

—Durante toda mi vida, aún sin saberlo, te he estado buscando, he deseado poder encontrarte, llegar a ti —aseguró con suavidad—, y ese deseo ya lo he cumplido, más allá de cualquier expectativa.

A Pandora se le humedecieron los ojos, su semblante se volvió triste, pero Dior no le permitió derramar ni una sola lágrima. Le acarició la nariz para luego ahuecar un mechón de pelo tras su oreja.

—No pongas esa carita —la regañó con una perezosa sonrisa—, has tomado tu decisión, has roto las cadenas restantes que retenían el perdón y a Elpida.

—Dior...

Él interrumpió cualquier palabra posando los dedos sobre los blandos labios de Pandora.

—Tus ojos son mucho más sinceros que tus labios, amorcito —le aseguró con cierta diversión—, al igual que tu cuerpo.

Pandora se mordió el labio inferior, ¿qué podía decir? Todo aquello había sido demasiado repentino, ni siquiera había podido hacerse a la idea de todo lo que había ocurrido en las últimas horas.

—Dior yo... lo siento...

Dior se agachó hasta quedar a la altura de sus ojos y arqueó una ceja.

—¿Por qué? Estas últimas horas han sido la mejor despedida de todas las que me han dado —aseguró con diversión.

Pandora abrió la boca y volvió a cerrarla para finalmente entrecerrar los ojos y soltarle:

—Eres un maldito hijo de puta, ¿lo sabías?

Él se echó a reír.

—Es lo que mejor se me da, Pandora —aseguró con una amplia sonrisa—. Eso... y sacar de quicio al bollito de tu amiga.

Pandora no podía negar tal declaración. Desde el momento en que habían puesto los pies en la Gran Manzana un mes atrás, Dior había hecho una nueva carrera universitaria, el sacar de quicio a Emily. Ella seguía sin entender de dónde había surgido tal animosidad entre ellos. Cuando había comunicado a su amiga su intención de visitarla y que iría acompañada, Emily había estado encantada, ella los había recibido con los brazos abiertos y en menos de una semana, de la noche a la mañana, las dulces y coquetas miradas de Emily se convirtieron en dardos envenenados dirigidos a Dior, y el guapo y carismático hombre que ahora estaba frente a ella, había perdido su encanto volviéndose un ser irónico, cuyas pullas iban siempre dirigidas a la muchacha.

Aquel inmediato cambio seguía siendo un misterio para ella.

A pesar de todo, Pandora quería a Dior y no se engañaría a sí misma pensando que era sólo algo fraternal, o la intimidad compartida con un amante. Su corazón, su alma podían pertenecerle a Will, pero Dior se había instalado profundamente en su interior y eso la confundía.

—No deseo hacerte daño, Dior —aseguró dejando escapar un profundo suspiro—. Sé que quiero a Will, pero tú te has convertido en algo muy importante para mí... no... no quiero perderte.

Dior le acarició una vez más la mejilla, ahuecándosela con la palma de la mano.

—Soy uno de tus custodios, ¿recuerdas? —le aseguró frotándole la piel con el pulgar—. Tengo un vínculo muy estrecho contigo, nunca podré estar demasiado lejos de ti... Además, me aburriría muchísimo si no puedo atormentar a Will de vez en cuando. He pasado por un infierno para que finalmente aceptase pasar por este pequeño... interludio.

Pandora se sonrojó, era incapaz de no hacerlo sabiendo que los dos hombres que más quería se habían unido para darle lo que necesitaba, lo que deseaba... una manera de terminar con la misión que había dado comienzo seis meses atrás.

—¿Puedo preguntar qué fue lo que le dijiste?

Dior se encogió de hombros, su sonrisa se ensanchó.

—Le recordé lo bien que se me da follarte y que si no movía su oxidado culo pronto, seguiría follándote, todos y cada uno de los días y te alejaría de él —aseguró con un ligero encogimiento de hombros—. El hecho de que él además sienta tu placer, sólo es un añadido malicioso...

Pandora lo miró realmente sorprendida.

—Tienes una vena muy retorcida, Dior.

Él sonrió ampliamente.

—Gracias, me esfuerzo en ello.

Pandora no pudo evitar sonreír ante la forma en la que se expresó.

Dior le dedicó un guiño, entonces alzó la mirada más allá de ella, al umbral por el que ella había aparecido.

—Regresa con él —le pidió volviendo a mirarla a los ojos—. Te necesita tanto como tú lo has necesitado estos últimos meses, borra todas sus dudas de un plumazo. Ambos necesitáis estar solos.

Pandora se giró hacia el lugar por el que había venido y finalmente se volvió hacia Dior.

—Lo que has comentado ahí dentro... y ahora... sobre que él siente mi... placer... —preguntó Pandora, la cual no podía dejar pasar ya por alto aquello que la preocupaba—, sucede... ¿sólo cuando estoy contigo?

Dior esbozó una irónica sonrisa.

—Si ese hubiese sido el caso, habría estado algo más relajado —murmuró Dior, entonces sacudió la cabeza—. No, Pandora, no se limita a mí. Elpida está vinculado a cada uno de los custodios a través de la Caja, tal y como lo está a ti. Sólo puedo imaginarme el infierno que ha debido ser para él sentir tu placer, revivirlo en su propia carne, sabiendo que otros hombres estaban follándose a la mujer que ama sin poder hacer otra cosa que padecer en silencio para que tú alcanzases tu meta.

Los ojos de Pandora se abrieron desmesuradamente, cuando los había oído hablar sobre ello en el dormitorio, ella había dado por supuesto que se trataba únicamente de Dior por ser quien era, pero... Él había estado con ella en cada una de las ocasiones en las que se había unido a sus custodios, había escuchado su voz...

—Dios mío —jadeó Pandora, las palabras muriendo en su boca ante las dimensiones de tal revelación.

Dior no pudo evitar que le doliera al ver la ansiedad y el dolor en la mirada de Pandora. Aunque su corazón siguiese confuso por las emociones encontradas de las que estaba siendo presa, el amor que brillaba más allá del dolor y arrepentimiento en los ojos de la mujer, le pertenecía a un solo hombre.

Sin permitirse pensar, Dior rodeó a Pandora y la atrajo contra su pecho, abrazándola estrechamente.

—Jamás va a condenarte por ello, Pandora, él sabía a lo que se enfrentaba, sabía perfectamente que éste era el camino para alcanzarte —le susurró al oído, borrando las dudas que sabía crecerían en la mujer—. Se condenó a sí mismo a ello cuando aceptó esperarte, ahora eres tú la que debe demostrarle que ha merecido la pena la espera.

Dior la separó de ella, le acarició el pelo y la besó suavemente en los labios.

—Ve a él, nena —la empujó—. Y hazme un último favor... haz que suplique.

Pandora lo vio dedicarle un último guiño antes de dar media vuelta y recorrer la distancia que había hasta la puerta principal la cual oyó como se abría para finalmente cerrarse dejándola a solas con el hombre que se había ganado, el que lo había sacrificado todo por ella.

—Pandora.

Ella se volvió al escuchar su nombre. De pie en el umbral, vestido con tan sólo unos vaqueros desabrochados, Will le sonrió con calidez. Él abrió entonces los brazos en una muda invitación que Pandora aceptó recorriendo la distancia rápidamente.

—Él estará bien Pandora —le susurró abrazándola, besándole la cabeza—. A partir de ahora, todos nosotros estaremos bien.

Pandora deseaba creer con todas sus fuerzas que aquello fuese verdad.

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