Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 3

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Para cuando Niara y Dinorah me ayudan a subir a la habitación una vez más, Axel ya está consciente y no le corre sangre por el rostro. Aún luce pálido y débil, pero por lo menos ya no tiene ese aspecto alarmante de hace un rato y, en el instante en el que pongo un pie dentro de la estancia, se levanta de la cama y se encamina hacia mí para envolverme en un abrazo fuerte y cálido.

No me pasa desapercibida la manera en la que evita tocarme la piel. Cuando me abraza, se asegura de que no tengamos contacto directo de ninguna manera.

El alivio que me provoca su gesto —y su presencia en este lugar, luego de haber desparecido durante el mismo tiempo que Mikhail— me reconforta. Me hace sentir tranquila de una u otra manera.

—¿Dónde demonios estabas? —susurro, contra su oído, y él me levanta del suelo unos segundos antes de apartarse para mirarme. Es como si tratase de asegurarse de que me encuentro bien.

—Tenía que irme —dice, al tiempo que sacude la cabeza y frunce el ceño con preocupación—. El Supremo estaba llamándonos a todos por medio de la energía que nos ata al Inframundo. Tenía que ir o iban a venir a buscarme. —Hace una pausa para dar un paso hacia atrás y echarme otro vistazo—. Creí que estarías muerta. Luego de todo lo que dijo Ashrail, de verdad pensé que morirías.

—Yo también. —Asiento, en acuerdo con él, y cierro los ojos solo porque la seguridad de tenerlo aquí me embriaga.

—Tienes más vidas que un gato, eso te lo puedo asegurar —dice, y una pequeña risa se me escapa.

En estos momentos, ni siquiera me importa que la habitación esté llena de gente. No me importa que haya dos brujas, dos ángeles y una criatura a medio camino entre la luz y la oscuridad observando nuestra interacción.

—¿Por qué no volviste antes? —pregunto. Sueno como una madre preocupada.

—Porque no quería atraer a ningún demonio a este lugar. Todo el mundo en el Reino del Supremo sabe de mi amistad con Mikhail. Han estado vigilándome. Sabía que estabas bien. Lo intuía porque, de haber muerto, el mundo humano se habría ido a la mierda; pero no podía intentar volver y arriesgarte de esa manera. ¿Sabes lo que te harían si te encontraran? ¿Sabes lo peligroso que sería que lo hicieran?

Mi ceño se frunce en un gesto preocupado.

—¿Cómo hiciste para venir sin que te siguieran entonces? —inquiero, y la ansiedad se dispara en mi interior.

—Perdí a los soldados que me seguían en una intersección de líneas energéticas. Pude escabullirme y ocultarme entre el desastre que Amon provocó hasta que estuve seguro de que no estaban siguiéndome. —Niega con la cabeza—. Bess, necesitas irte de aquí. Necesitas alejarte de este lugar. Es peligroso. Hay una grieta enorme aquí cerca. Si alguno de los Príncipes se da cuenta, van a venir a invadir esta parte del mundo también.

El miedo —ese que había estado manteniendo a raya durante todo este tiempo— se hace presente y me escuece las entrañas.

—Aquí la mantendremos a salvo. —Rael interviene en la conversación y la vista del íncubo se posa en el ángel—. Agradecemos tu preocupación, pero lo tenemos todo controlado.

—¿Tienes una idea de cuántos demonios conforman solo las legiones que dejó Amon? —Axel espeta con brusquedad en dirección a Rael—. Miles. ¿Sabes cuántas criaturas oscuras están decididas a encontrar un hueco en el equilibro para escapar del Averno? Cientos de miles. Están planeando el Pandemónium, ¿sabías eso? Están planeando la aniquilación de la humanidad como la conocemos. Han encontrado la forma de derrotar a los de tu clase, y no van a detenerse hasta conseguir su objetivo. Hasta sumir la tierra en tinieblas y provocar el Apocalipsis y el Pandemónium, y acabar con todas las criaturas vivas en este planeta.

—Si lo que tratas de hacer es amedrentarnos, no vas a conseguirlo. —El ángel que subió a Axel por las escaleras interviene y toma todo de mí no gritarle que no se meta donde no le llaman.

—¿Qué es el Pandemónium? —pregunto, para tratar de redirigir la conversación al punto inicial.

—Una reunión de demonios. —Mikhail interviene por primera vez. Lleva los brazos cruzados sobre el pecho y la expresión ensombrecida por un sentimiento que no me es familiar. No del todo—. El caos. La devastación materializada en un ejército demoníaco. La reunión de todas aquellas criaturas que habitan el Averno.

Axel asiente con severidad y un escalofrío de puro terror me recorre la espina.

—¡Esto es ridículo! —El ángel intruso insiste—. No están creyendo lo que esta escoria dice, ¿no es así? —Niega con la cabeza—. ¡Es imposible que se logre el Pandemónium sin que nosotros podamos hacer algo al respecto! Los demonios son criaturas débiles que solo pueden alimentarse del poder de su insignificante reino. Jamás lograrán su cometido.

—Eso si no consiguen adueñarse de la tierra. Dominarla. —Mikhail suena sereno, pero su gesto es una máscara de contención. Piedra tallada sobre su rostro para no dejar pasar ni una sola de sus emociones reales.

—¿Y cómo se supone que harán eso? —El ángel bufa, y clavo la vista en Mikhail de inmediato porque sé a qué se refiere. Porque sé que los demonios realmente pueden adueñarse del mundo como lo conocemos. Ya están haciéndolo. Ya están derrotando a los ángeles al poseer los cuerpos humanos que han empezado a habitar.

—Tenemos que cerrar esas grietas —digo, en dirección al demonio de los ojos grises y este me mira como si hubiese perdido la cabeza.

—Lo sé —dice, pese a que sé que no le gusta para nada que me incluya dentro del grupo de personas que tiene que hacer algo para solucionar todo esto—. Estamos buscando la forma de cerrarlas. Eso te lo aseguro.

—Quizás podamos encontrar algo de información al respecto en alguno de los Grimorios de la abuela de Daialee o…

—Bess —Mikhail me interrumpe—, sé que quieres ayudar. Lo sé… pero no puedo dejar que te involucres más en todo esto. No es una lucha que te corresponda.

Niego, sintiéndome más frustrada que nunca.

—Por supuesto que me corresponde. Nos corresponde a todos. A cada maldito ser existente que pueda hacer algo al respecto —refuto—. La vida de todo el mundo está en juego. La de Niara, la de Dinorah, la de cada ser humano, la tuya, la mía… Esta no es una batalla que ustedes, los ángeles, deban lidiar solos. No, si podemos hacer algo. No, si hay algo, por mínimo que sea, que nosotras podamos hacer para ayudarles.

—Bess, tienes que entender que ya no eres la criatura que eras hace unas semanas. —La voz del semi demonio suena ronca y profunda—. Sin mi parte angelical, puedes hacerte daño. Puedes terminar lastimándote o lastimando a otros. Lo entiendes, ¿no es así?

Desvío la mirada porque sé que tiene razón. Que no puedo pretender que soy la misma chica que era capaz de utilizar el poder destructivo de los Estigmas sin resentir todo el daño que estos hacen en mi cuerpo; pero de todos modos, me siento como una completa inútil cuando me lo recuerda.

—Sé que quieres ayudar y lo agradezco. Todos aquí lo hacemos —dice, con una paciencia que me parece insultante—. Pero no puedo permitir que te arriesgues de esa manera. Que arriesgues a todo el mundo de esa forma. Porque, lo sabes, ¿verdad? Sabes que si algo te ocurre… si mueres… todo esto se complicará de manera exponencial.

Cierro los ojos y tomo una inspiración profunda.

No quiero sentirme como un objeto, como una cosa utilizable y desechable, pero así lo hago. Así me hace sentir Mikhail con lo que está diciendo. Al final del día, él no se preocupa por mí. No le interesa mi bienestar. Le interesan las consecuencias que mi muerte podría traer y eso me hiere. Abre un poco más la llaga que nació en aquella azotea de Los Ángeles.

—¿Entonces, se supone que debemos quedarnos de brazos cruzados? —Es Niara quien interviene ahora—. ¿Cuánto pasará antes de que los demonios lleguen aquí, Mikhail? ¿Para que nos ataquen o encuentren a Bess y la asesinen? —La bruja niega con la cabeza—. No puedes mantenernos al margen de todo. Es imposible y lo sabes.

—La bruja aquí tiene un punto —Axel interviene.

—¿Y cómo se supone que van a ayudarnos? —Mikhail refuta, con el ceño fruncido—. ¿Qué se supone que van a hacer para mejorar la situación? ¿Qué les hace pensar que van a poder pelear una batalla como esta, si ni siquiera han sido preparadas para ella? El propósito de nuestra existencia, como soldados que siempre hemos sido, es enfrentarnos a esto. Y, no quiero ser desalentador, pero ninguna de ustedes, por muy poderosa que sea, será capaz de enfrentarse a un ejército de demonios cuando se llegue el momento de hacerlo.

—Si nos encuentran estamos muertas, ¿no es así? —Dinorah habla—. ¿Por qué no hacer que valga? Si vamos a quedarnos aquí, esperando un milagro divino, vamos a morir haciéndolo. Y, quizás tienes razón, Miguel. —El lazo que me une a Mikhail se tensa en el instante en el que Dinorah pronuncia su verdadero nombre y, de pronto, me siento abrumada por las emociones que experimento a través de él—. Quizás no seremos capaces de pelear en una guerra como la que se ha desatado, pero sí podemos ayudar con las grietas. Investigar sobre ellas. Encontrar el modo de, si bien no cerrarlas, contener todo lo que se encuentre del otro lado justo allá: en el otro lado.

Mi mirada viaja hacia la bruja y el agradecimiento me llena el cuerpo cuando me dedica una mirada apacible y tranquilizadora. Está haciendo esto por mí. Está haciendo esto porque sabe que no voy a poder vivir conmigo misma si no intentamos hacer algo.

Mikhail, por su parte, niega con la cabeza, pero es el turno de Rael de intervenir:

—Quizás no sea una mala idea, Mikhail —dice, con tacto y el demonio —arcángel— posa su atención en el ángel.

—¿Perdiste la cabeza? —escupe, con incredulidad.

—Piénsalo —Rael insiste—. No hay manera alguna de poder ocuparse de todo al mismo tiempo. Tú tienes que estar allá, en el frente de batalla y, ciertamente, Gabrielle no va a poder sola con la carga de intentar entablar comunicación con el Reino y hacerse cargo de las grietas. Un poco de ayuda no nos vendría mal.

—¿Y si no consiguen nada? —El ángel que subió a Axel hasta la habitación inquiere.

Rael se encoge de hombros.

—Entonces nada se habrá perdido.

Mikhail no luce muy convencido, pero no externa su sentir. Lo único que hace, es dejar escapar un largo suspiro antes de encaminarse a la salida de la estancia sin decir ni una sola palabra más.

—Supongo que esa es una autorización para ponernos a trabajar —dice Niara, cuando desaparece por el umbral de manera abrupta.

—¿Qué demonios le sucede? —masculla Axel, con el ceño fruncido—. Él no era así.

—Está preocupado —Rael justifica—. Está tratando de hacerse cargo de todo, pero la realidad es que la situación lo sobrepasa. Nos sobrepasa a todos.

—Quizás habría sido mejor retirarme con el resto cuando tuve la oportunidad —masculla el ángel que subió a Axel y la vista de Rael se posa en él.

—Si quieres marcharte, Sariel, estás muy a tiempo de hacerlo —escupe y el subordinado quejumbroso se encoge ligeramente—. No necesitamos a gente que no está dispuesta a hacer su trabajo. Si tanto te molesta estar aquí, eres libre de irte a la hora que te plazca.

El ángel no protesta. Se limita a fruncir el ceño en un gesto indignado.

Cuando Rael se da cuenta de que las quejas de Sariel han terminado, deja escapar un suspiro cansino.

—Será mejor que yo también me vaya —dice—. Tengo un semi demonio al que convencer de que dejarlas ayudar es lo mejor que podemos hacer en estos momentos.

—Gracias —musito, mientras lo veo encaminarse hacia la puerta y la única respuesta que tengo de su parte es un guiño.

Sariel lo sigue de cerca y, cuando desaparecen por la puerta, mi vista se posa en Niara y Dinorah, quienes lucen horrorizadas y entusiasmadas. Ambas cosas a la vez.

—Será mejor que vaya por los Grimorios al ático —dice Niara, con la voz temblorosa de la ansiedad.

—Yo iré a informarle a Zianya sobre lo que haremos —Dinorah dice y ambas se ponen manos a la obra.

Poso la atención en Axel, quien mira hacia la salida con aprensión.

—¿Qué pasa? —pregunto cuando me percato del gesto triste que lleva grabado en el rostro.

—Luce tan diferente. Tan distante… —murmura y sé que habla de Mikhail.

Yo asiento en respuesta.

—Lo sé. —Sueno más ronca que de costumbre.

—Ahora menos que nunca puedo entender esa obsesión que tenía con volver a ser el arcángel que era —dice, en un susurro pesaroso—. Luce tan miserable… —Suspira—. Como sea… Lo mejor es no pensar en eso y ponernos manos a la obra.

Luego, me envuelve un brazo alrededor de la cintura y me empuja hasta que empiezo a avanzar en dirección a la cama.

Pasamos el resto del día investigando sobre Líneas Ley, energía telúrica y cruces energéticos y, para cuando cae la noche, he aprendido cosas que, si bien no resuelven el problema de las grietas, podrían o no ser de mucha ayuda más delante.

Según lo que he podido leer en algunos de los Grimorios que Niara trajo, la energía que corre por debajo de la tierra no es necesariamente positiva. Tampoco es negativa. Simplemente es eso: energía. El poder del planeta. La fuerza que la mueve y circunda todo el globo terráqueo. No hay cosa alguna como un cruce de energía oscura. Es, simplemente, energía que fue utilizada para algún plan con fines oscuros y que fue corrompida por ellos.

No hay nada acerca de estas líneas rompiéndose por algún motivo, aunque sí hay información acerca de líneas dormidas. Líneas por las cuales no transita tanto poder como en otras y que pueden ser activadas con los rituales correctos.

Así pues, Niara, Dinorah, Zianya, Axel y yo no hemos dejado de indagar en los textos antiguos que poseen las brujas; sin obtener el éxito deseado, pero llenándonos de información potencialmente útil.

Para el momento en el que la puerta es llamada una vez más muy entrada la noche, estoy agotada y mi cabeza palpita con incomodidad. Me siento agobiada de tanta información y, al mismo tiempo, con ganas de no parar hasta encontrar algo que pueda ser de ayuda.

—Adelante —digo, mientras aparto la vista del Grimorio que descansa en mi regazo.

El material de la entrada cruje cuando se abre por las bisagras y, de pronto, frente a mí, aparece la imponente figura de Mikhail. Su extraña energía llena cada rincón de la estancia cuando pone un pie dentro, y otra clase de agobio se me asienta en las venas.

Aún viste la armadura y todavía lleva la espada en la espalda. De hecho, ahora que lo pienso, no creo haberle visto sin ninguna de las dos cosas en todo el día. Es como si estuviese preparado para luchar en cualquier momento. Como si no estuviese permitiéndose bajar la guardia, ni siquiera aquí, en este lugar que alguna vez lo vio vulnerable, moribundo y algo más.

El calor de los momentos que compartimos aquí, en la cama en la que me encuentro, hace que todo mi ser se turbe y se estremezca con una sensación poderosa, y le ruego al cielo que no sea capaz de sentirla a través del lazo que nos une.

Su vista barre por todo el lugar y se detiene un momento en las pilas de libros antiguos que adornan el suelo de la recamara. Una emoción indescifrable se filtra en su mirada, pero desaparece tan pronto como llega.

—Estamos a punto de marcharnos —anuncia, cuando sus ojos se clavan en mí, y un hueco de desazón se me asienta en el estómago.

—¿Todos ustedes? —Niara pregunta, y suena nerviosa y preocupada.

Mikhail niega.

—Solo Jasiel y yo —dice—. Rael y el resto de los ángeles encargados de custodiar este lugar se quedan.

El alivio que inunda el rostro de la chica es tan grande, que casi sonrío. A pesar de que sabe que si los demonios nos encuentran estamos algo así como muertas, sigue sintiéndose segura con la presencia de estos seres a nuestro alrededor. Aunque me cueste admitirlo, yo también lo hago. También me siento segura con todos esos ángeles malhumorados rondando la finca en la que vivimos.

—Eso tiene más sentido —masculla Niara, antes de cerrar el Grimorio que sostiene entre los dedos—. Supongo que quieres hablar a solas con Bess, ¿no es así?

Para ese punto, Dinorah y Zianya ya se han puesto de pie del escritorio en el que se encontraban. Axel, sin embargo, no parece tener plan alguno de marcharse.

Mikhail asiente, dubitativo.

—Me gustaría hacerlo, si no es inconveniente para ustedes —dice, al tiempo que me mira de soslayo. Yo desvío la mirada solo para que no sea capaz de notar cómo, inevitablemente, un rubor se me extiende por el cuello y me calienta las mejillas.

Niara se pone de pie y se encamina hacia la salida junto con Zianya y Dinorah. Axel sigue tirado sobre la cama con la vista clavada en un libro que parece que va a desbaratarse de tan viejo que está.

—Axel —Niara le llama con las cejas alzadas en un gesto inquisitivo y acusador—, ¿nos vamos?

—En realidad, prefiero quedarme —dice el demonio, y Mikhail dispara una mirada irritada y divertida en su dirección.

—Por favor… —Mikhail pronuncia, al tiempo que reprime una sonrisa y Axel rueda los ojos al cielo.

—¡Está bien! ¡Está bien! —exclama, alzando las manos en señal de rendición—. ¡Lo admito! ¡Perdí contra la humana!

En seguida, se pone de pie y se echa a andar hacia la salida, donde Niara lo espera para cerrar la puerta detrás de ellos cuando se marchan.

Muy a mi pesar, una sonrisa me tira de las comisuras de los labios.

—Bess, respecto a lo que me preguntaste más temprano… —dice Mikhail, al cabo de unos instantes, sin ceremonia alguna—. Sobre los Sellos, quiero decir… —Poso la atención en él y todo vestigio de humor se disuelve de inmediato—. Están en lugares seguros.

—¿Están en lugares seguros o están prisioneros en algún lado? —inquiero. No quiero sonar acusadora y dura, pero de todos modos lo hago.

Mikhail sacude la cabeza, en una negativa incrédula y herida.

—¿Qué clase de monstruo crees que soy? —Su voz es un reproche ronco y bajo, y me arrepiento de haber dicho todo lo anterior. De haber insinuado que era capaz de tenerlos como prisioneros, porque ni siquiera siendo un demonio completo lo hizo conmigo. Porque ni siquiera cuando me mantuvo en aquella cabaña en las montañas fue capaz de tratarme como si fuese del todo una prisionera.

Desvío la mirada.

—Bess, no soy tu enemigo —dice, al cabo de otro silencio—. Yo sé que no confías en mí. No te culpo por no hacerlo. Si yo estuviera en tu lugar, tampoco creería una sola palabra de lo que digo; pero de todos modos, quiero que te metas en la cabeza que no soy el monstruo que crees que soy.

Aprieto los párpados con fuerza.

—¿Dónde están? ¿Por qué no los traes aquí, donde es seguro? —pregunto, con un hilo de voz.

—Porque tenerlos a todos en un mismo lugar sería como entregarlos en bandeja de plata. Sería como poner un maldito foco iluminado sobre sus cabezas. La energía de los ángeles que rodea esta casa y el caos energético que rodea Bailey apenas son capaces de camuflar el poder que emanan tus Estigmas y tu posición como Sello. Imagina lo que pasaría si traigo a los tres restantes. —Hace una pequeña pausa—. Es muy peligroso tenerlos a todos juntos.

—¿Quién está protegiéndolos a ellos?

Lo miro fijo.

—Gabrielle y otro grupo de ángeles —responde.

—¿Están los tres juntos? ¿Por qué ellos sí pueden estar unidos? ¿Por qué soy la única que es excluida? —La voz me sigue sonando a reproche, aunque ahora no tengo la intención de reprochar nada.

—Bess, ellos no quieren estar separados. Pasaron mucho tiempo encerrados en un calabozo gracias a Rafael —dice y un destello de enojo se filtra en su tono, como si realmente le indignara estar contándome esto—. El mismo tiempo, o incluso más, que yo pasé en las fosas y que tú pasaste aquí, escondida con las brujas luego de todo lo que pasó con Rafael, lo pasaron ellos encerrados en un calabozo custodiado por ángeles. No conocen otra cosa más que su propia compañía. Es por eso que no quieren ser separados.

La ira que me embarga cuando termina de pronunciar aquello, hace que me crujan los huesos. No deja de hacerme ruido en la parte posterior de la cabeza.

—¿Qué? —suelto, casi sin aliento, y Mikhail asiente.

—Yo tampoco podía creerlo cuando me enteré —dice, y suena como si estuviese tratando de controlar la ira en su tono—. Ahora que he ordenado que los liberen, están en un lugar seguro; pero los niños no pueden estar separados ni un segundo. Enloquecen si intentamos alejarlos un poco. No hacen nada los unos sin los otros y…

—¿Niños? —lo interrumpo y Mikhail enmudece por completo. El arrepentimiento tiñe sus facciones, como si apenas se hubiese percatado de lo que me ha dicho. Como si su intención nunca hubiera sido revelarme que el resto de los Sellos son, en realidad, niños.

No dice nada. Se queda callado, mirándome a los ojos.

—¿Son niños? —La voz me tiembla ligeramente, horrorizada ante la nueva información.

Mikhail me regala un asentimiento duro.

—¿Cuántos años tienen?

—La más pequeña tiene seis.

Incredulidad, horror y coraje se mezclan en mi interior y, de pronto, no puedo pensar con claridad. No puedo hacer otra cosa más que atragantarme con la serie de maldiciones que han empezado a construirse en mi garganta.

Las manos me tiemblan de manera incontrolable, así que debo cerrar los puños para aminorar un poco las sacudidas involuntarias.

Niego, sintiéndome asqueada y aterrada.

—Mikhail, son niños. ¡Por el amor de Dios, son niños! —digo, sin poder detener el tono indignado y enfurecido que me tiñe la voz—. ¿Cómo diablos es que los tenían como prisioneros? ¿Cómo demonios los dejas ahí, a merced de unas criaturas que, si bien no están en su contra, tampoco son capaces de sentir un ápice de empatía por los de nuestra especie?

—Están siendo alimentados y cuidados las veinticuatro horas del día, Bess, puedo asegurarte que…

—Ser alimentado y tener un techo sobre tu cabeza no borra el hecho de que están a merced de las criaturas que los encerraron en un maldito calabozo durante más de cuatro años —lo interrumpo y, cada palabra que sale de mi boca suena más enojada que la anterior—.

¡Cuatro años, Mikhail! ¿Cómo demonios Gabrielle no hizo nada antes? ¿Por qué diablos no los dejaron ir cuando Rafael fue arrastrado contigo al Inframundo? ¿Dónde están las familias de esos niños? ¿Cómo se supone que los arrancaron de sus padres? —Para ese momento, estoy temblando debido a la ira que trato de mantener a raya—. Si lo que dices es cierto y la más pequeña tiene seis años, eso quiere decir que ella tenía dos años, o quizás menos, cuando la encerraron en un maldito calabozo. ¿Qué clase de monstruo hace eso? ¿Qué clase de monstruos son todos ustedes?

—Bess…

—Tienes que traerlos aquí —suelto, tajante y determinada.

—No puedo hacer eso. Ya te lo expliqué.

—¿Sabes qué es lo que no puedes hacer, Mikhail? —La quemazón en el pecho provocada por la decepción y el enojo es tan intensa, que podría gritar en cualquier instante—. No puedes tener a tres niños encerrados con un montón de ángeles. Sus pesadillas deben estar hechas de esas criaturas, y tú los tienes ahí, rodeados de ellos. Deben estar aterrorizados. Traumatizados con lo que tu gente les hizo. Tienes qué dejarlos ir. Tienes que traerlos con personas como ellos, para que así dejen de temer. Para que así dejen de sentirse torturados por ustedes.

—Bess, si los traigo a este lugar, es muy probable que el Supremo y los Príncipes vengan a buscarlos. Tanto a ti, como a ellos. —Mikhail suena frustrado e irritado—. No puedo exponerlos de esa manera.

—Tampoco puedes mantenerlos del modo en el que lo haces —digo, con la voz enronquecida por las emociones—, por muy bien que los estén cuidando.

Mikhail cierra los ojos y toma una inspiración profunda.

—No hagas esto más difícil de lo que ya es, Bess. Por favor —dice, en voz baja y torturada—. Sé que no puedo pedirte que confíes en mí y en mi buen juicio, pero sí puedo asegurarte que todo lo que hago es pensando en tu bienestar. En el bienestar de esos niños.

Se hace el silencio.

No puedo creer lo que está pasando. No puedo creer que no sea capaz de ver que lo que está haciendo no está bien. Que la vida de esas criaturas no se resume a lo que representan en la guerra que está llevándose a cabo. Al final del día, no dejan de ser niños. Seres humanos que piensan y sienten, y que, ciertamente, no merecen nada lo que les está ocurriendo.

Sé que él tampoco tiene la culpa. Que él, así como yo, no se enteró de nada hasta que tomó el mando de la Legión; sin embargo, no puedo dejar de pensar que él tendría que ser mejor que esto. Que tendría que saber que tener a tres niños lejos de sus padres, es un acto horrible.

A pesar de eso, me obligo a no sentirme furibunda con él. A no recalar mi frustración con lo que Mikhail está haciendo; es por eso que, luego de tomar un par de inspiraciones largas y profundas, trato de relajarme. Trato de poner todos mis pensamientos en orden, para así no desquitar mi coraje con el ser que tengo frente a mí y que, por ahora, lo único que ha hecho desde que recuperó su parte angelical, es mantenerme a salvo.

—Mikhail —digo, al cabo de unos instantes, con voz suave y acompasada; a pesar de lo mucho que me cuesta estar tranquila en estos momentos—. Si realmente piensas en el bienestar de esos niños, por favor, tráelos aquí.

Mi petición pone un gesto doloroso en su rostro; como si tratase de luchar contra el impulso de darme todo lo que le pido. Como si una parte de él estuviese susurrándole que me diera absolutamente todo lo que quiero.

Desecho el pensamiento tan pronto como llega porque es absurdo. Porque es tonto de mi parte pensar que él está dispuesto a hacer algo por mí, solo porque yo se lo pido. En su lugar, lo remplazo con todo aquello que pasó hace unas semanas. Lo remplazo con el engaño y la traición, porque lo prefiero a guardar ilusiones. A seguir lastimándome a mí misma con todo esto.

—Lo siento, Bess —dice y la tortura en su expresión hace que me duela el pecho—, pero no puedo hacerlo.

El escozor que me inunda es tan intenso que no puedo concentrarme en nada más. Que no puedo hacer otra cosa más que apretar los dientes para aminorar el desasosiego que no me deja tranquila.

—Está bien —digo, con la voz entrecortada por las emociones y la expresión de Mikhail me rompe un poco más.

—Lo siento mucho, Cielo —el absurdo apodo con el que me llamó durante tanto tiempo hace que los ojos se me llenen de lágrimas, pero lucho para lanzarlas lejos. Lucho para no derramar ni una sola de ellas—. De verdad, no tienes idea de cuánto lo lamento.

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