Pandemónium

Pandemónium


Capítulo 4

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Mikhail se fue la noche que dijo que lo haría.

Luego de la conversación que tuvimos en mi habitación, se marchó. No hubo ninguna clase de despedida; mucho menos alguna promesa de volver. No hubo nada más que una partida silenciosa y sin ceremonias que, inevitablemente, me dejó con un nudo de incertidumbre en el pecho.

Han pasado varios días desde entonces y, a pesar de eso, solo el pensar en ello me provoca un extraño malestar. Un dolor en el pecho imposible de hacer a un lado.

Así pues, he pasado todo este tiempo tratando de distraerme leyendo y releyendo los Grimorios de las brujas; tratando de averiguar lo más posible respecto a las líneas energéticas que circundan la tierra y los puntos más poderosos de estas.

He aprendido muchas cosas respecto al tema. Por ejemplo, que se les han conocido por muchos nombres, pero que el más popular, es el de Líneas Ley. Según lo que he leído, es una red inmensa de energía que circunda la tierra en toda clase de direcciones. Leí, también, que, en los cruces más importantes de dichas Líneas, hay monumentos antiguos y megalitos donde se cree que las antiguas civilizaciones realizaban rituales espirituales. Es un hecho que estos puntos están cargados de energía, y por eso se considera que las edificaciones en esos lugares son sagradas o poderosas a nivel energético; ese es el motivo por el que la idea no suena descabellada en lo absoluto. Puedo visualizar a un grupo de Druidas haciéndolo.

—Encontré algo que quizás puede servirnos. —La voz de Niara me hace alzar la vista del Grimorio que tengo frente a mí, justo a tiempo para verla abrirse paso hasta donde me encuentro.

—Aquí —dice, mientras señala un párrafo en específico, que se encuentra en un idioma que no entiendo.

No he tenido problema para leer la mayoría de los libros antiguos que las brujas guardan; pero hay unos —los más viejos— que son imposibles de descifrar para mí, ya que están escritos en lenguas muertas de las que no tengo conocimiento alguno.

—No sé leer latín —mascullo y Niara me mira avergonzada.

—Lo siento —dice, antes de aclararse la garganta y explicar—: Básicamente, dice que existen, o existieron, todavía no me queda claro, una especie de sacerdotes o brujos celtas a los que se les denominaba Druidas. Los Druidas, según este texto, eran capaces de detectar las Líneas Ley y los cruces energéticos de las mismas. Dice, también, que eran capaces de utilizar la energía de las Líneas, es decir: el poder de la tierra misma, a su favor.

—Pero Mikhail dice que ni siquiera ellos, los ángeles, pueden acercarse a las grietas abiertas, ¿cómo es que ellos sí podían hacerlo?

Niara sacude la cabeza en una negativa.

—No lo sé —admite—. Pero aquí dice que la magia que utilizaban los Druidas, es magia prohibida. Magia manchada de sangre inocente.

—¿A qué te refieres con magia prohibida?

—Los Druidas hacían sacrificios humanos en los cruces de las Líneas Ley, para así tener el permiso de la tierra para utilizar su poder.

La carne se me pone de gallina tan pronto como termina de hablar, pero me las arreglo para empujar el malestar lo más lejos posible.

—¿Y de verdad les funcionaban? —pregunto, sin poder evitarlo—. Los rituales, quiero decir.

Ella se encoge de hombros.

—Supongo que sí —dice—. Si está en un Grimorio, es porque es real.

—Es que no tiene sentido —digo, al tiempo que frunzo el ceño en un gesto contrariado—. ¿Cómo es que un ángel o un demonio no pueden acercarse a las Líneas, pero una persona con habilidades extrasensoriales sí?

—Eso es porque el equilibrio no estaba roto cuando los Druidas experimentaban con las Líneas Ley. —La voz de Dinorah nos hace posar la atención en la puerta de la recámara.

Lleva entre las manos una bandeja con emparedados y jugos embotellados.

—¿A qué te refieres con que el equilibrio no estaba roto? —Niara pregunta, mientras se acerca para ayudarle con lo que carga, y se sienta al filo de la cama para ofrecerme un sándwich y un jugo.

—A que los Druidas nunca se enfrentaron a Líneas rotas o puntos de unión destrozados —Dinorah explica—. Ellos realizaban sus rituales en cruces en perfecto estado. Es por eso que podían hacer uso de la energía que corre por ellas. Ahora, sin embargo, dudo mucho que sean capaces de utilizarlas.

—¿Y crees que un Druida es capaz de intentar hacer algo para reparar los cruces rotos? —inquiero, sintiéndome ligeramente esperanzada con la posibilidad.

Una sonrisa triste se dibuja en los labios de Dinorah.

—Bess, los Druidas ya no existen —dice, con aire amargo y triste—. Y si existe alguno en alguna parte del mundo, dudo mucho que se atreva a proclamarse como tal. Los Druidas le hicieron mucho daño al equilibrio energético. Crearon aberraciones y trajeron al mundo criaturas que nunca debieron abandonar el Inframundo. Es por eso que han sido satanizados por todos aquellos que tenemos la habilidad de experimentar con energía espiritual. Los Druidas son la escoria de nuestra clase y, luego de que los Guardianes nacieron, su existencia se redujo a intentar huir de ellos.

—¿Los Guardianes? —Frunzo el ceño, ligeramente confundida.

—Los Guardianes nacieron de una relación entre un ser humano común y corriente y un Druida. Estos mestizos nacieron con la habilidad de detectar las Líneas Ley. Al nacer, estas personas fueron enseñadas por los Druidas a seguir sus pasos; pero al darse cuenta de la oscuridad de la magia que utilizaban, algunos decidieron oponerse. A ir en contra de las enseñanzas Druidas. —Dinorah hace una pequeña pausa—. Estos mestizos empezaron a intentar impedir que los sacrificios continuaran y lograron encontrar la forma de comunicarse con la energía de las Líneas; quienes les permitieron utilizar su poder para detener a los Druidas, siempre y cuando los mestizos les juraran protección. A partir de entonces, a esos mestizos se les conoce como Guardianes; porque salvaguardan las Líneas Ley y cuidan el equilibrio de estas. Eso implica, por supuesto, acabar con todo Druida que aparezca en la tierra, ya que amenazan el equilibrio que los Guardianes han impuesto.

—Quiere decir que, si hay Druidas en el mundo, están escondidos porque su existencia está siendo amenazada por los Guardianes —dice Niara.

Dinorah asiente.

—¿Y qué hay de los Guardianes? ¿Ellos no podrían ayudarnos a intentar cerrar las grietas? —pregunto, sintiéndome ansiosa.

—Los Guardianes solo pueden utilizar la energía de las Líneas cuando estas se los permiten; pero como está la situación, dudo mucho que ningún Guardián pueda entablar contacto con la energía ancestral que corre por la tierra a través de ellas.

Un suspiro cargado de frustración se me escapa.

—Eso quiere decir que de nada sirve tratar de buscar a uno —suelto, medio irritada y medio derrotada.

Dinorah se limita a mirarme con aprensión.

—¿Cómo es que sabes tanto respecto a los Druidas y los Guardianes? —Niara pregunta, completamente fuera del tema, y la curiosidad nace en mí también.

Dinorah sonríe un poco.

—Conocí a un Guardián hace muchos años —dice, con simpleza; pero algo en la expresión cálida que esboza me dice que hay algo más que eso. Algo que, parece, no quiere contarnos.

—No puedo creer que estemos parados donde mismo, luego de tanto investigar —digo, para darle algo de tregua a la bruja. Ella parece notarlo, ya que me dedica una mirada agradecida antes de tomar otro Grimorio de la alta pila que nos falta por revisar.

—Algo habremos de encontrar —dice ella, con paciencia—. Pongámonos manos a la obra, que no estamos de vacaciones.

Luego, sin ceremonia alguna, abre el grueso libro y se pone a leer.

Yo, sintiéndome un poco desmoralizada por la falta de progreso, la imito y me pongo a trabajar.

Estoy rodeada de caos. El mundo a mi alrededor es un borrón inconexo, extraño y sin sentido. Una maraña de imágenes que pasan frente a mis ojos a toda velocidad y, al mismo tiempo, se siente como si pasaran en cámara lenta.

Sé que algo horrible está ocurriendo. Me lo dice el agujero que tengo en el estómago. Me lo dice la sensación de adrenalina y ansiedad que se me ha instalado en los huesos y se ha arraigado en ellos con violencia.

A pesar de eso, me siento extrañamente… tranquila.

Alguien grita mi nombre en la lejanía, pero ni siquiera me molesto en buscar a quien sea que me llama. La voz familiar repite su grito una y otra vez, pero no hago nada más que sentir cómo el viento me azota la cara. Como una mano diminuta se envuelve en la mía y me la estruja hasta que duele.

Me acuclillo y poso la atención en la figura diminuta que quiere romperme los dedos. Acto seguido, unos preciosos ojos castaños me miran con aire aterrado. No soy capaz de ver nada más que esos ojos, la piel morena que los rodea y el cabello. Cabello oscuro que azota la cara de la pequeña persona que está junto a mí.

«Está bien…», susurra una vocecilla familiar en mi cabeza; y yo lo repito en voz alta:

—Está bien.

«Todo va a estar bien».

—Todo va a estar bien —pronuncio, y la paz que traen esas palabras a mi sistema, solo incrementa el terror que sé que siente mi acompañante.

Me pongo de pie una vez más y poso la atención en algún punto delante de mí. Ese del que una luz cegadora proviene.

Gritos ansiosos y desesperados me piden que me detenga. Que no me mueva de donde me encuentro, pero sé que esto es lo que tengo que hacer. Sé que no hay otra manera.

Mi vista viaja al lado contrario de la persona de ojos castaños, y me encuentro con dos personas más. A estas no les puedo ver la cara, pero sé que son dos chicos, y que son mucho más pequeños que yo. No les puedo calcular más de trece años.

Mi vista se posa al frente una vez más y cierro los ojos.

—Solo quiero que ellos estén bien —digo, en un susurro, para alguien que no necesita que grite o que hable en voz alta.

«Lo estarán», me aseguran y, entonces, avanzo hacia la luz…

Mis ojos se abren de golpe en el instante en el que el nudo de ansiedad que me atenazaba el estómago estalla. El corazón me golpea con violencia contra las costillas y la respiración se me atasca en la garganta cuando, desorientada, miro hacia todos lados para encontrarle algo de sentido a lo que acaba de suceder.

«Fue un sueño», pienso, pero la ansiedad no se disipa ni un poco.

Cierro los ojos con fuerza y tomo un par de inspiraciones profundas para relajar el latir desbocado de mi pulso, pero no es hasta que me siento un poco más en control de mí misma, que me apresuro a acomodarme en una posición sentada sobre la cama en la que me encuentro.

La penumbra aún invade la habitación y eso hace que busque a tientas el reloj despertador para mirar la hora.

Son las cinco de la mañana.

Aprieto los párpados una vez más y dejo escapar el aire con lentitud para aminorar el andar de mi corazón acelerado, pero la inquietud no se va del todo. Al contrario, se afianza en mis huesos con toda su fuerza.

—Fue solo un sueño, Bess —digo, en voz baja, pero algo dentro de mí no puede dejar de sentirse intranquilo e incierto.

«¿Qué si acabas de tener otro sueño premonitorio, justo como el que tuviste antes de que Mikhail regresara del Inframundo?», la insidiosa vocecilla en mi cabeza me taladra el cerebro y quiero estrellar la cara contra la pared para hacerla callar. Para hacer que se detenga.

Lo cierto es que, desde que eso ocurrió, los sueños me aterrorizan. No del modo en el que lo hacen las pesadillas, pero lo hacen de cualquier forma.

Dejo escapar un largo suspiro y, con cuidado, me pongo de pie para encaminarme hacia la ventana de la habitación que da a la calle. Esa que me da una vista parcial de las montañas lejanas que decoran la vista de Bailey.

La noche se siente particularmente inestable. Como si pudiese percibir mi inquietud. Como si también se sintiera temerosa del sueño que acabo de tener.

A pesar de eso, no dejo de recordarme que no todos mis sueños han sido premonitorios. Que, si bien debo estar atenta a ellos y no pasarlos por alto, el hecho de soñar con algo no garantiza que va a ocurrir.

Además, los últimos días han pasado sin novedad alguna. Eso debería ser una buena señal, ¿no es así?…

Luego de una semana de exhaustiva investigación sin obtener los resultados deseados, nuestros ánimos mermaron al grado de que, ahora, solo de vez en cuando nos sentamos a hojear los Grimorios antiguos que guardan las brujas del aquelarre.

Nadie quiere decirlo en voz alta, pero la falta de respuestas ha hecho que nuestro empuje inicial se diluya con el paso de los días. Yo misma me siento desilusionada por la manera en la que se han dado las cosas. Aunque no quiera admitirlo, todo se ha sentido inútil. Todas las horas de investigación exhaustiva se sienten como una pérdida de tiempo ahora que nos hemos dado cuenta de que no hay nada de utilidad en los textos que elegimos.

Así pues, he pasado la última semana y media de mi vida paseándome por toda la casa, con la cara enterrada en un Grimorio que sé que no me va a dar las respuestas que necesito —pero que igual me hace sentir menos inútil—, y el corazón hecho un nudo de impotencia y frustración.

Mi estado de salud ha mejorado considerablemente, al grado de que ya puedo deambular por la casa a mi antojo. Las heridas que tengo en la espalda y muñecas aún no cierran del todo, pero ya no duelen con cada uno de mis movimientos. Eso, para mí, ya es ventaja. Ahora no paso el día encerrada en mi habitación; desvenándome los sesos pensando en Mikhail, la guerra y todo lo que ocurre en el mundo exterior.

La figura de uno de los ángeles que custodia la casa aparece en mi campo de visión cuando espabilo un poco y regreso al aquí y al ahora. Está caminando alrededor del perímetro, vestido como si fuese un adolescente cualquiera, y la imagen me parece extraña por sobre todas las cosas.

Sé que Rael les ordenó que lo hicieran de esa manera; que vigilaran los alrededores vestidos como si fuesen seres humanos comunes y corrientes. A pesar de que los vecinos de una manzana a la redonda se han marchado de Bailey y estamos completamente solos en al menos ocho calles, no quiere arriesgarse a causar pánico en la pequeña ciudad en la que vivimos. No quiere tener a un puñado de humanos aterrorizados tratando de darles caza solo porque no son capaces de entender lo que ocurre.

Un suspiro largo y cansado se me escapa, pero me alejo de la ventana y me encamino hacia la salida de la habitación.

No sé exactamente hacia dónde me dirijo, pero no me detengo. Cualquier lugar es mejor que esta habitación. Hacer cualquier cosa es mejor que dar vueltas en la cama para tratar de dormir.

Al llegar a la planta baja, me echo a andar en dirección a la cocina y, a pesar de que no tengo sed, me sirvo un vaso con agua y me lo bebo recargada en la encimera.

Cuando termino, dejo el vaso sobre el lavatrastos y me giro sobre los talones. En el instante en el que lo hago, un grito se construye en mi garganta.

Un sonido ahogado y horrorizado me abandona, pero no logra convertirse en un grito, ya que una mano cálida se apresura a cubrirme la boca. Entonces, el rostro de Niara aparece frente a mí.

El alivio me golpea en oleadas grandes y quiero gritar. Quiero echarme a reír. Quiero tomarla por los hombros y sacudirla por haberme sacado la mierda de un susto.

Ella retira su mano de mi boca y yo dejo escapar el aliento antes de, en voz baja, susurrar:

—¡Casi me matas del susto!

—Lo siento —ella susurra de vuelta. Apenas puedo verle la cara en la penumbra de la cocina, pero casi puedo jurar que hay un destello ansioso en su expresión—. Fui a buscarte a tu habitación, pero no estabas.

—¿Fuiste a buscarme? ¿A las cinco de la mañana? ¿Has dormido algo siquiera?

Niega.

—He pasado la noche entera hablando con Axel respecto a las grietas. Le he preguntado cómo es que los demonios pueden salir a través de ellas y por qué los ángeles no pueden acercarse. —Habla con rapidez, como si alguien estuviese apresurándole para que suelte toda la información.

—¿Y? ¿Qué te ha dicho?

—Dice que pueden salir, pero que no pueden entrar por ellas. Si quieren volver al Inframundo, un Príncipe o un demonio mayor tiene que abrir un portal para que puedan regresar.

—¿Y qué tiene eso de importante? —digo, sin entender el motivo de su mirada emocionada.

—¿Cómo que qué tiene de importante? —ella sisea, aún en un susurro—. Bess, quiere decir que, del otro lado de las grietas, existe la posibilidad de acercarse a ellas. Existe la posibilidad de intentar cerrarlas.

El entendimiento cae sobre mí como balde de agua helada y, durante unos instantes, me siento aturdida.

—Oh, mierda…

Ella asiente, entusiasmada.

—Tenemos que entrar al Inframundo. Tenemos que abrir un portal que nos permita entrar y ver si podemos manipular las Líneas desde allí.

Es mi turno de negar con la cabeza.

—¿Cómo vamos a hacer para entrar al Inframundo? —Sueno horrorizada y entusiasmada en partes iguales.

—Esa es la parte que aún no resuelvo —hace una mueca disgustada—, pero algo se nos ha de ocurrir.

—Absolutamente no —Rael suelta, tajante, cuando termino de hablar.

Han pasado apenas unas horas desde la conversación que tuvimos Niara y yo en la cocina, pero se siente como si hubiese pasado una eternidad desde entonces.

—¡¿Por qué no?! —chillo, medio indignada.

—¡Porque no! —El ángel alza la voz y no me pasa desapercibido el tinte horrorizado que lo invade—. Mikhail me dejó en este lugar para cuidarte. ¿Qué te hace pensar que voy a permitir que vayas a explorar el bosque en busca de una grieta energética? ¿Qué te hace pensar que voy a permitir que vayas a intentar abrir un portal para entrar al jodido Inframundo? No sabes qué vas a encontrarte del otro lado. Ni siquiera sabes si un ser de tu naturaleza es capaz de visitar el Averno.

—¡Pero…!

—¡Pero nada, Bess! ¡Por el amor de Dios! ¿Es que no estás escuchándote? —me interrumpe—. Sé que quieres ayudar, pero esta no es la manera. Arriesgando tu vida no es la forma.

—Rael, esta podría ser la única oportunidad que tendremos —digo, en un susurro suplicante.

—Y de todos modos no voy a permitir que lo hagas. —Niega con la cabeza—. Tengo órdenes expresas de Mikhail de mantenerte aquí. A salvo. ¿Qué voy a decirle si algo llega a ocurrirte? ¿Qué crees que va a decir si se entera de que, por intentar pescar la luna con las manos, te lastimaste?

—¿Y qué se supone que haga, entonces? —espeto—. ¿Quedarme de brazos cruzados mientras el mundo se va al demonio?

—Bess, no es tu obligación jugar a ser la heroína.

—No estoy jugando a ser nada —protesto, pero Rael ni siquiera se inmuta. No hace nada más que sacudir la cabeza—. Lo único que quiero es ayudar.

—Lo sé —dice, con suavidad—. Todos lo sabemos, pero no podemos permitir que intentes formar parte de una guerra que no te corresponde.

—Rael, por favor.

El ángel niega una vez más.

—Lo lamento, Bess, pero no puedo permitírtelo —dice—. No, sin la autorización de Mikhail.

—Mikhail no está aquí —escupo, con más amargura de la que espero.

—Entonces tendrás que esperar a que lo esté para que se lo digas directamente —dice, con determinación y una punzada de enojo me recorre entera.

Quiero gritar. Quiero espetarle que no necesito de la autorización de nadie para hacer nada, pero no lo hago. Me quedo callada. Me muerdo la punta de la lengua para no decir ni una sola palabra y, sin más, me echo a andar hacia la planta alta.

Niara está al pie de las escaleras esperando por mí, y sé, por su expresión, que lo ha escuchado todo.

—¿Vas a intentar convencer a Mikhail? —dice, cuando la paso de largo para dirigirme a mi habitación.

—No.

Alcanza mi paso y mira hacia atrás para cerciorarse de que nadie nos sigue.

—¿Entonces?

—Vamos a ir —digo, en un susurro bajo—. Esta noche.

—¿Qué?

Clavo los ojos en ella.

—No voy a esperar a que Mikhail se digne a venir para intentar hacer algo —digo, determinada—. ¿Vienes o no?

El gesto horrorizado de la bruja me llena de pánico, pero me las arreglo para no expresárselo. Para no hacerle saber que estoy aterrorizada.

Ella asiente.

—Iré a buscar a Axel. Él puede llevarnos hasta la grieta más cercana —dice, antes de echarse a andar por el pasillo hasta llegar a la escalera que da al ático.

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