Onyx

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Capítulo 34

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CAPÍTULO 34

Cuando volví en mí, la cabeza me martilleaba a lo bestia y tenía la boca seca. Ya me había sentido así antes, cuando una amiga y yo nos bebimos una botella entera de vino barato en una fiesta de pijamas. La diferencia era que entonces tuve calor y sudé, y ahora estaba congelándome.

Levanté la cabeza de la áspera manta donde tenía apoyada la mejilla y abrí los ojos con esfuerzo. Solo pude ver formas borrosas e indistinguibles durante varios minutos. Me incorporé apoyándome en las manos y me mareé.

Tenía los brazos y los pies desnudos. Alguien me había quitado el jersey, los zapatos y los calcetines, dejándome con la camiseta sin mangas y los vaqueros. Tenía la piel de gallina debido a que en aquel sitio estábamos casi bajo cero. Sabía que me encontraba en el interior de algún edificio. Pude deducirlo por el zumbido constante de las luces y las voces lejanas.

Al final, la vista se me aclaró, aunque casi hubiera preferido que siguiera borrosa.

Estaba en una jaula parecida a las que usan para los perros. Los barrotes de metal negro estaban separados lo suficiente para, tal vez, poder meter la mano. Levanté la mirada y me di cuenta de que no podría ponerme de pie ni tampoco tumbarme completamente recta sin tocar el metal. Había grilletes y cadenas colgando de la parte superior. Dos de ellos me aprisionaban los tobillos entumecidos y helados.

El pánico se apoderó de mí, haciéndome jadear, mientras miraba a mi alrededor frenéticamente. Estaba rodeada de jaulas. Una brillante sustancia de un tono negro rojizo cubría el interior de los barrotes situados más cerca de mí y la parte superior de los grilletes que me rodeaban los tobillos.

Me repetí a mí misma una y otra vez que debía mantener la calma, pero no estaba funcionando. Me deslicé sentada, enderezando la espalda todo lo que pude, y me llevé las manos a los tobillos para quitarme aquellas cosas. En cuanto toqué la parte superior del metal con los dedos, un dolor abrasador me subió por los brazos directo a la cabeza. Solté un chillido mientras apartaba las manos.

El terror me invadió, tragándome como una marea creciente. Intenté tocar los barrotes y me recorrió el mismo dolor punzante, tirándome de espaldas. Un grito escapó de mi garganta mientras me estremecía, con las manos pegadas al pecho. Ahora reconocía ese dolor. Era el mismo que había sentido cuando el fumador me colocó aquel objeto contra la mejilla.

Intenté invocar el poder que habitaba en mí. Podría volar esas jaulas en pedazos sin tocarlas. Pero no había nada en mi interior. Era como si estuviera vacía o desvinculada de la Fuente. Estaba indefensa, atrapada.

Un bulto de tela se movió en la jaula situada más cerca y se incorporó. Pero no era un bulto, sino una persona… una chica. El corazón me martilleó contra las costillas mientras la chica se sentaba y se apartaba unos grasientos mechones de largo pelo rubio de su pálida cara.

Se volvió hacia mí. Era de mi edad, más o menos. Un espantoso moratón azul rojizo le salía del nacimiento del pelo y le recorría la mejilla izquierda. Habría sido guapa si no estuviera tan flaca y desaliñada.

La chica suspiró, bajando la cara.

—Antes era muy guapa.

¿Me habría leído el pensamiento?

—Yo…

—Sí, puedo leerte el pensamiento. —Tenía la voz ronca y pastosa. Apartó la mirada, examinó las jaulas vacías y luego se concentró en las puertas dobles—. Supongo que eres como yo… propiedad de los Dédalos. ¿Conoces a algún extraterrestre? —Entonces se rio y apoyó la barbilla puntiaguda en las rodillas dobladas—. No tienes ni idea de por qué estás aquí.

¿Dédalos? ¿Qué diablos era eso?

—No. Ni siquiera sé dónde estoy.

La chica empezó a mecerse un poco.

—Estás en un almacén. Es una especie de zona de transporte. Pero no sé en qué Estado. Estaba desmayada cuando me trajeron. —Hizo un gesto con los dedos señalando el moratón—. No estaba integrándome.

Tragué saliva.

—Eres humana, ¿no?

Oí otra risa ahogada y triste.

—Ya no estoy segura del todo.

—¿El Departamento de Defensa está involucrado en esto? —le pregunté. «Sigue hablando». No perdería la chaveta del todo si podía seguir hablando.

Mi compañera asintió con la cabeza.

—Sí y no. Los Dédalos sí; son parte del Departamento de Defensa. Y yo estoy aquí por ellos, pero tú… —Entrecerró los ojos. Eran castaño oscuro, casi negros—. Solo pude captar fragmentos de pensamientos de los tipos que te trajeron. Tú estás aquí por una razón diferente.

Qué tranquilizador.

—¿Cómo te llamas?

—Mo —contestó con voz ronca mientras se tocaba los labios secos—. Todo el mundo me llama Mo… o solían hacerlo. ¿Y tú?

—Katy. —Me arrastré para acercarme un poco más, con cuidado de no tocar la jaula—. ¿En qué no estabas integrándote?

—No estaba cooperando. —Mo bajó la cabeza, escondiendo la cara detrás de las greñas—. Creo que ni siquiera piensan que lo que hacen está mal. Para ellos, es como una gran zona gris. —Levantó la barbilla—. Tenían a otro aquí. Un chico. Pero no es como nosotros. Se lo llevaron justo después de traerte.

—¿Qué aspecto tenía? —pregunté, pensando en Dawson.

Antes de que pudiera responderme, una puerta se cerró en algún lugar fuera de aquella sala grande y fría. Mo se echó para atrás y se rodeó las rodillas dobladas con los delgados brazos.

—Hazte la dormida cuando vengan. El que te trajo no es tan malo como el resto. No te conviene provocarlos.

Pensé en el fumador y su compañero y se me revolvió el estómago.

—¿Qu…?

—Calla —susurró—. Ya vienen. ¡Hazte la dormida!

No sabía qué otra cosa hacer, así que me fui a la parte posterior de la jaula y me tumbé con un brazo sobre la cara para poder echar un vistazo por debajo sin que me vieran.

La puerta se abrió y vi entrar en la habitación dos pares de piernas cubiertas con pantalones negros. No dijeron nada mientras se acercaban a nuestras jaulas. El corazón se me había acelerado de nuevo, empeorando el dolor de cabeza. Se detuvieron delante de la jaula de Mo.

—¿Hoy vas a comportarte? —preguntó uno de los hombres. Noté la risa en su voz—. ¿O vamos a tener que hacerlo por las malas?

—¿Tú qué crees? —soltó Mo.

El hombre se rio y se agachó. Le colgaban unas esposas negras de las manos.

—No queremos estropearte el otro lado de la cara, encanto.

—Habla por ti —refunfuñó el segundo hombre—. Esta zorra casi se carga cualquier posibilidad de que tenga hijos.

—Si vuelves a tocarme —dijo Mo—, lo haré.

El hombre abrió la jaula y Mo se les echó encima de inmediato. Pero no era rival para ellos. La agarraron por las piernas y la sacaron de la jaula hasta que quedó tendida en el frío suelo de cemento. El que la había insultado le dio la vuelta de manera violenta, pegándole la cara al suelo. Mo gruñó cuando la sujetó con una rodilla y la obligó a colocar los brazos a la espalda. Dejó escapar otro grito leve cuando le tiró de los brazos.

No podía quedarme quieta viendo aquello. Me incorporé, haciendo caso omiso de las náuseas.

—¡Basta! ¡Le estáis haciendo daño!

El que la sujetaba por la espalda frunció el ceño al verme.

—Fíjate, Ramírez. Ya está despierta.

—A esa hay que dejarla en paz —respondió Ramírez—. Ya nos pagan suficiente para fingir que no está aquí, Williams. Ponle esa cosa y larguémonos.

Williams se levantó de encima de Mo, se acercó a mi jaula y se puso de rodillas para quedar a mi altura. No era muy mayor, tendría unos veintitantos años. La expresión de sus disolutos ojos azules me asustó más que las jaulas. ¿Ponerme el qué?

—Es guapa.

Me aparté, deseando cubrirme con las manos la fina tela de la camiseta.

—¿Por qué estoy aquí? —La voz me tembló a pesar de que lo miré a los ojos.

Williams se echó a reír mientras miraba por encima del hombro.

—Escúchala, haciendo preguntas.

—Déjala en paz. —Ramírez puso en pie a la otra chica, que permanecía en silencio. Mo tenía la cabeza agachada y el pelo le cubría la cara—. Tenemos que llevar a esta de vuelta al centro. Vamos.

—Podríamos borrarle el cerebro y divertirnos un rato.

Me eché hacia atrás ante aquella sugerencia. ¿Podían hacer algo así? ¿Borrarme los recuerdos? Lo único que tenía eran mis recuerdos. Mi mirada iba veloz de uno a otro hombre.

Ramírez soltó una palabrota entre dientes.

—Hazlo de una vez, Williams.

Cuando Williams empezó a ponerse de pie, retrocedí a gatas.

—Espera. ¡Espera! ¿Por qué estoy aquí?

Williams abrió la puerta de la jaula con una llave pequeña y agarró las cadenas. Les dio un tirón y caí de espaldas.

—No tengo ni idea de lo que quiere de ti, y la verdad es que me da igual. —Volvió a tirar de la cadena—. Ahora pórtate bien.

Para demostrarle lo que opinaba de esa sugerencia, le solté una patada. Si pudiera escapar de él… Le di con el pie debajo del mentón, echándole la cabeza hacia atrás. Williams respondió propinándome un puñetazo en el estómago que me dobló en dos. Jadeé mientras me agarraba por las muñecas a la vez que cogía las esposas de la parte superior de la jaula y tiraba para que la cadena unida a ellas llegara al suelo.

—¡No! —gritó Mo—. ¡No!

El miedo que oí en su voz aumentó el mío y volví a forcejear. No sirvió de nada. Williams me colocó las esposas alrededor de las muñecas y el mundo estalló en dolor. Empecé a gritar.

Y no paré.

Mis gritos solo se apagaron cuando ya no pude emitir nada más fuerte que un susurro áspero. Sentía como si tuviera la garganta en carne viva. Ahora solo escapaban de mis labios gemidos y quejidos incontrolables.

Habían pasado horas desde que los hombres se fueron con Mo. Horas sin nada más que un dolor hirviente y abrasador que me subía por los brazos y me rebotaba en el cráneo. Era como si me arrancaran continuamente la piel, desgarrándomela para llegar a algo que había debajo.

Perdí el conocimiento de manera intermitente. Aquellos momentos de nada eran pura dicha, un corto respiro que terminaba demasiado pronto. Al despertar, me encontraba atrapada en un mundo donde el dolor amenazaba con acabar con mi cordura. Muchas veces, pensé que terminaría matándome. Aquello tenía que acabar en algún momento, pero las olas de dolor continuaban llegando, cubriéndome, asfixiándome.

También me había quedado sin lágrimas cuando se detuvieron mis gritos. Intentaba no moverme ni sacudirme cuando el dolor aumentaba de pronto. Eso solo lo empeoraba. Ya no tenía frío. Tal vez porque ahora lo único que podía sentir era el tormento que me infligía lo que fuera que recubriera las esposas.

Sin embargo, a lo largo de todo ese martirio, nunca deseé morir. Quería sobrevivir.

En algún momento, las puertas se abrieron. Demasiado agotada para levantar la cabeza, mantuve la vista clavada en las vigas de metal (sin verlas realmente) a través de los barrotes. ¿Me quitarían las esposas? No iba a hacerme demasiadas ilusiones.

—Katy…

Bajé la vista y capté el pelo entrecano, el rostro atractivo y la sonrisa que le había permitido meterse en mi vida y en la cama de mi madre. El novio de mamá… el primer hombre en el que se había fijado desde la muerte de mi padre. Creo que estaba enamorada de él. Aquello era lo que hacía que todo fuera mucho peor. No me importaba lo que significara para mí. Ya tenía mis sospechas, y también estaba la renuencia a que ocupara el lugar de papá, pero mamá… Eso la mataría.

—¿Cómo lo llevas? —me preguntó, como si de verdad le importara—. Tengo entendido que ese revestimiento es doloroso para los que son como tú y los Luxen. Es prácticamente lo único que puede incapacitar por completo tanto a los Luxen como a los mutados. El ónice mezclado con otras cuantas piedras, como los rubíes, provoca esa reacción tan extraña. Es como si dos fotones rebotaran uno contra otro, buscando una salida. Eso es lo que les está haciendo a tus células mutadas.

Se ajustó la corbata, aflojándosela alrededor del cuello.

—Yo soy lo que el Departamento de Defensa llama un infiltrado, aunque estoy seguro de que a estas alturas ya te lo habías imaginado. Eres una chica lista, pero probablemente estarás preguntándote cómo lo supe. La noche que te llevaron a emergencias después de que te atacaran, te recuperaste demasiado rápido. Y el Departamento de Defensa ya te tenía vigilada por tu proximidad con los Black.

Y, como era médico… caramba, sabría de inmediato si alguien sanaba anormalmente rápido. La indignación se apoderó de mí como si fuera una enfermedad. Tuve que intentarlo varias veces antes de conseguir pronunciar unas palabras roncas:

—¿Empezaste a… salir con mi madre… solo para poder… vigilarme? —Cuando me guiñó un ojo, quise vomitar—. Hijo de… puta.

—Bueno, salir con tu madre tuvo sus ventajas. No me malinterpretes. Le tengo cariño. Es una mujer encantadora, pero…

Deseé hacerle mucho, mucho daño.

—¿Les… contaste lo de… Dawson y Bethany?

Me sonrió, mostrando sus dientes blancos y perfectos.

—El Departamento de Defensa ya los tenía vigilados. Lo hacen cada vez que un Luxen entabla relación con un humano, con la esperanza de que el Luxen mute al humano. Yo me alojaba en casa de sus padres cuando regresó de la excursión. Tuve mis sospechas, y acerté.

—Estabas… estabas enfermo.

Algo oscuro se reflejó en sus ojos.

—Vaya, veo que has estado investigando. —Cuando no dije nada, sonrió con suficiencia—. Y nunca volveré a enfermar.

Parpadeé. Había vendido a su única familia.

—Primero los atraje… y bueno, ya sabemos lo que ocurrió después. —Se arrodilló e inclinó la cabeza hacia un lado—. Pero tú eres diferente. La fiebre fue más alta, respondiste al suero de manera milagrosa, y eres más fuerte que Bethany.

—¿Suero?

—Sí. Se llama Dédalo, por la división del Departamento de Defensa que supervisa a los humanos mutados. Llevan años trabajando en él. Es una mezcla de ADN humano y extraterrestre. Te lo inyecté cuando te pusiste enferma. —Soltó una carcajada—. Vamos, ¿pensabas que sobrevivirías a una mutación de esa magnitud sin ayuda?

Dios mío…

—No todos los humanos mutados sobreviven al cambio o a la vacuna de refuerzo desarrollada para aumentar sus habilidades. Eso es lo que intentan averiguar los Dédalos. Por qué solo algunos (como tú, Bethany y Blake) reaccionan favorablemente a la mutación y otros no. Y, en cuanto a ti, tengo entendido que eres asombrosa en ese aspecto.

¿Me había inyectado algo? Me sentía violada a un nivel completamente nuevo. La rabia continuó aumentando en mi interior, eclipsando el dolor.

—¿Por qué? —pregunté con voz ronca.

Will parecía satisfecho, entusiasmado.

—Es bastante simple. Daemon tiene algo que yo quiero y tú te asegurarás de que se comporte el tiempo suficiente para que esta reunión termine de manera beneficiosa para ambas partes. Y tengo algo, además de a ti, por lo que él haría cualquier cosa.

—Te… matará —logré decir, haciendo una mueca de dolor.

—Lo dudo. No deberías hablar —comentó tranquilamente—. Creo que te has dañado de manera permanente las cuerdas vocales. Llevo un rato abajo, esperando a que dejaras de gritar.

¿Abajo? Entonces comprendí que probablemente estuviéramos en el almacén que Daemon pretendía investigar la noche que nos encontramos con los agentes. Me moví inquieta y gemí cuando Will hizo que las esposas entraran más en contacto con mi piel. Debí de perder el conocimiento unos segundos, porque cuando abrí los ojos Will se había inclinado hacia mí.

—¿Sabías que el poder curativo de los Luxen es más fuerte cuando una persona está herida y que los efectos se debilitan cuanto más tiempo pase entre el daño y la curación? Así que creo que no va a poder solucionar lo de tu voz.

Realicé una inspiración dolorosa y entrecortada que me abrasó la garganta.

—Que te… jodan.

Will se rio.

—No te enfades, Katy. No voy a hacerle daño. Ni a ti. Solo te necesito dócil mientras Daemon y yo negociamos. Y, si coopera, ambos saldréis vivos de este edificio.

Una inesperada descarga de dolor me recorrió y el cuerpo se me puso rígido mientras dejaba escapar un grito ahogado. Era como si mis células rebotaran de verdad unas contra otras, intentando escapar.

Will se puso en pie, apretando los puños a los costados.

—Este fin de semana casi pensé que lo había perdido todo. Puedes imaginarte lo mucho que me cabreé cuando me enteré de que Vaughn había muerto. Se suponía que iba a traerte hasta mí ese día. Ese pobre chico no tenía ni idea de que su propio tío estaba saboteando lo que Nancy le había ordenado hacer.

Se rio mientras pasaba los dedos por los barrotes.

—Pensándolo bien, era una situación bastante complicada. Vaughn sabía que Nancy se enfadaría y seguramente se vengaría con el amiguito extraterrestre de Blake. Aunque yo no soy quién para decir nada, puesto que entregué a Bethany y Dawson. Debería haberlo intentado con ellos, pero no lo pensé. Dawson se parece mucho a su hermano. Habría hecho cualquier cosa por Bethany.

La rabia se abrió paso a través del dolor, ardiendo con la misma intensidad.

—Eres…

Will se detuvo en la parte delantera de la jaula.

—Que yo sepa, todavía no ha funcionado.

No tenía ni la más remota idea de lo que estaba hablando, pero las piezas empezaron a encajar. Will había traicionado a su propia sobrina. Los recibos de transferencias bancarias tenían sentido. Había estado pagándole a Vaughn, pero ¿para qué? No lo sabía. Fuera lo que fuese, era suficiente para que Vaughn fuera en contra del Departamento de Defensa y también explicaba por qué había impedido que Blake le contara a Nancy mis progresos.

—No te preocupes. Daemon es listo. —Will le dio la vuelta a mi viejo móvil, sonriendo—. Ha contestado. Y digamos que mi respuesta lo conducirá hasta nosotros.

Me concentré a través del dolor, prestando atención a lo que me decía.

—¿Qué… quieres de él?

Will tiró el teléfono a un lado y agarró los barrotes de tortura. Me miró a los ojos y vi ese entusiasmo de nuevo, el asombro infantil.

—Quiero que me mute.

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