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Capítulo 4

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Cagarla de esa manera debería estar castigado con la pena de muerte. Hanne Wilhelmsen solo había dedicado un cuarto de hora al primero de los casos sin resolver que Henrik Holme le había llevado aquella mañana cuando un error cósmico se le apareció.

Era más de medianoche. Normalmente se habría acostado hacía rato. Había intentado irse a la cama a las diez y media. Resultó imposible dormirse. Cada vez que cerraba los ojos veía el rostro de Billy T. Desde aquella tarde. La manera en que la miró cuando la llevó a casa. La había ayudado a trasladarse a la silla de ruedas, pero ella no dejó que la acompañara al interior.

Su mirada.

La misma que le había dedicado hacía media vida. Habían pasado la noche juntos, no deberían haberlo hecho. Se habían despertado el uno al lado del otro, nunca tendría que haber sucedido. Para ella se había tratado de buscar consuelo donde en realidad sabía que no lo hallaría. Cecilie había muerto, y Hanne estaba a punto de caer fulminada por el dolor. Para Billy T. se había tratado de reventar una presa en la que había albergado tantas esperanzas que casi le mató al pedirle ella que se marchara. Que lo olvidara. Que borrara las últimas horas de su vida y la dejara en paz.

Su relación nunca volvió a ser la misma. La confianza, el amor casi fraternal, se habían roto. El hermoso equilibrio entre ellos, la comprensión intuitiva, la comunicación casi telepática, ya no existían.

Billy T. había parecido un perro apaleado durante semanas.

Exactamente igual que cuando la había bajado del coche aquella tarde.

La alteraba más de lo que le gustaba reconocer.

Como le era imposible dormir se había levantado, se había servido una copa de vino y se había puesto a revisar los documentos que le había traído el extraño y joven agente. Cuando se dio cuenta del error cometido dieciocho años antes, supo que sería inútil intentar dormir.

Echó un vistazo al reloj.

Pasaban diez minutos de la medianoche.

Era un poco tarde para llamar, claro, pero le habían asignado al tipo como ayudante. Si estaba dormido, un hombre de su edad no tendría problemas para volver a conciliar el sueño. Por la mañana le había dicho que había echado un vistazo a los casos antes de traérselos. Y no parecía tonto. Raro, con la nuez más protuberante que hubiera visto nunca. La cabeza algo grande para su figura desgarbada. Era sorprendente que hubiera superado las pruebas físicas para acceder a la Academia Superior de Policía.

Dudó unos instantes. Bebió un sorbo de vino.

Decidió que merecía la pena intentarlo. Había anotado su número en la cubierta del caso. Cogió el móvil y marcó.

Al oír el tono de llamada le vino a la cabeza que Henrik Holme tal vez fuera la persona menos amenazadora que hubiera conocido en muchos años.

Pero puede que fuera listo a pesar de eso.

Era dudoso que fuera buena idea reunirse después de la medianoche cuando llevaban cuarenta horas sin apenas dormir. Pero la comisaria Sørensen opinaba que era necesario. Era un poco extraño invitar a los responsables del servicio de inteligencia y la Dirección General de la Policía para una reunión a tres bandas. Se saltaba el protocolo. El servicio de inteligencia, el PST, aún dependía directamente del Ministerio de Justicia, pero la policía noruega dependía de la Dirección General de la Policía, la POD, desde el año 2001. Silje Sørensen tenía una agobiante sensación de que los otros dos veían su falta de experiencia como un inconveniente cada vez mayor en la enorme labor de coordinación en la que estaban inmersos. Los otros dos habían estudiado juntos, eran viejos amigos que llevaban muchos años en sus respectivos trabajos. Silje no solo era nueva en el puesto, también era bastante más joven que ellos.

Se había escabullido a casa hacia las once para darse una ducha y ponerse ropa limpia. Había dejado el uniforme en casa. Estaba en su despacho vestida con un amplio jersey de lana virgen, vaqueros Levi’s y zapatillas de deporte. Afortunadamente, la directora de la policía, Caroline Bae, se había tomado aún más libertades y apareció con el pelo mojado y algo que parecía un chándal muy ceñido. El director del servicio de inteligencia Harald Jensen les dedicó una mirada de leve desaprobación y tomó asiento ante la amplia mesa de juntas mientras se aflojaba un poco el nudo de la corbata.

—Servíos, por favor —dijo Silje Sørensen señalando la comida antes de sentarse—. Espero que os guste el sushi.

—¿Dónde habéis conseguido sushi a estas horas de la noche? —preguntó Caroline Bae poniendo seis piezas en su plato.

—Tenemos nuestras fuentes. ¿Empiezo yo?

Los otros dos asintieron. El director del servicio de inteligencia cogió con cuidado una pieza de

nigiri con los dedos y se la llevó a la boca con gesto titubeante.

—Bien —dijo Silje—. Empezaré por la bomba. La conclusión provisional es que se trata de un trabajo muy profesional. Han utilizado un explosivo plástico. Lo habían colocado en los elementos de carga del edificio, de ahí su poder destructor.

—¿Explosivo plástico? ¿C4? ¿De uso militar?

El jefe del PST dejó el

nigiri intacto y cogió una manzana de un colorido frutero.

Silje asintió.

—Sí, los principales usuarios del C4 son los militares. Un explosivo plástico cuyo principal ingrediente es la ciclo​trimetilen​trinitra​mina. Por lo visto en Noruega antes se utilizaba también el NM91, basado en otra nitramina, el octógeno. Pero aquí estamos hablando de trinitramina, nuestros expertos llegaron a esa conclusión muy pronto. Así que lo más probable es que hayan empleado C4. El explosivo más utilizado por la OTAN hoy en día. Las nitraminas tienen la ventaja indiscutible de que proporcionan una gran capacidad explosiva por kilo. Dentro de unos días dispondremos de información más detallada.

Pasó las páginas que tenía delante.

—Eran en total cinco cargas, conectadas entre sí y colocadas con gran precisión. Esta vez no estamos hablando de una furgoneta con una bomba casera fabricada con abono artificial.

—¿Se sabe algo de cuándo la colocaron? —preguntó Caroline Bae con la boca llena de vieira cruda.

Silje negó con la cabeza.

—No. El ISAN tenía instaladas cámaras de vigilancia bastante modernas y discretas. Solo en el exterior, nada dentro.

Abrió una carpeta colocada junto a su plato y sacó una hoja, que desplegó y situó encima de la mesa frente a los otros dos.

—Estos son los planos de las oficinas del ISAN tal y como eran antes de la explosión. Las cámaras estaban situadas aquí, aquí y aquí.

Utilizó un palillo chino para señalar, y a continuación sacó tres fotos de la carpeta y las puso delante de los otros dos.

—Como podéis ver está todo destrozado. Estamos intentando obtener información de los ordenadores pulverizados, pero tenemos muy pocas esperanzas de éxito. Es decir que ahí tampoco tenemos nada en lo que apoyarnos. Nuestros técnicos están trabajando a tope desde unos pocos minutos después de las explosiones. Pero, a pesar de eso, nos vemos obligados a utilizar los métodos de la vieja escuela para aclarar cuándo fueron colocadas las cargas. Y también quién lo hizo, por supuesto, pero de momento esa es una pregunta más difícil de contestar.

Un ángel pasó por la sala.

Harald Jensen observó su manzana antes de pegarle un gran mordisco.

Las dos mujeres comían. Silje masticaba despacio mientras paseaba la vista por los planos de las oficinas del ISAN tal y como habían sido. Caroline Bae pasó otras cuatro piezas de maki a su plato y rompió el incómodo silencio con una pregunta.

—¿Teníais siquiera noticia de la Verdadera Umma del Profeta, Harald?

El jefe del PST tragó, dejó la manzana a medio comer sobre el plato y se secó la boca apretando tres veces la servilleta contra los labios.

—No, no habíamos oído hablar de ellos. Eso ya es lamentable. Peor aún es que todavía sepamos muy poco de ellos.

—¿Qué quieres decir?

Silje ya no tenía más apetito y dejó la última pieza sin tocar.

—Para ser sincero debo reconocer —dijo Harald Jensen apoyando un codo sobre la mesa— que en un primer momento creí que se trataba de una parodia. Una farsa.

—¿La grabación? ¿La cinta que llegó ayer en la que la Verdadera Umma del Profeta asume la autoría del ataque terrorista?

—Sí. Claro que llevamos tiempo pendientes de la Umma del Profeta. Les hemos seguido muy de cerca. Pero hasta ahora no habíamos tenido noticia de la Verdadera Umma del Profeta. No hace muchas semanas que hicimos público el Análisis Anual del Nivel de Alerta.

Se inclinó y dos suaves chasquidos revelaron que había abierto el maletín que tenía junto a la silla.

—Aquí está —dijo poniendo un documento sobre la mesa—. Ya lo conocéis, por supuesto. Está basado tanto en el análisis de potenciales riesgos de este año como en la comunicación permanente que mantenemos entre instituciones, y sabéis que prestamos especial atención al extremismo islamista. Dábamos nuestro nivel de alerta por incrementado desde mucho antes de la explosión de ayer, y nuestro recién emitido informe demuestra…

Puso una mano gruesa y chata sobre los papeles que acababa de dejar sobre la mesa

—… de forma trágica que teníamos razón. En un periodo de tiempo muy breve el número de islamistas noruegos que salen del país para recibir adiestramiento con grupos extremistas en Oriente Medio ha aumentado de manera significativa. Algunos de estos hombres han participado en batallas. No hace falta decir que los que regresan a Noruega representan una potencial amenaza para nuestros intereses.

Miró el frutero y cogió un plátano.

—He observado que la prensa ha empezado a emplear un término nuevo: guerreros extranjeros. Es una manera bastante acertada de llamarlos. No son mercenarios, porque ni cobran y ni están dispuestos a pelear para cualquiera. Actúan en base a sus convicciones. Pero tampoco son soldados convencionales, puesto que no luchan por su país y su gente. Al menos no de la misma manera que utilizamos nosotros para definir esos conceptos.

—Y esos grupos se concentran en la zona este del país —añadió Silje empujando su plato hacia el centro de la mesa—. Son en su mayoría hombres jóvenes nacidos aquí, casi todos de origen musulmán.

Harald Jensen asintió.

—Algunos, muy pocos, son noruegos conversos. Por ejemplo, seguimos de cerca a un noruego de origen chileno, converso. Bastian Vasquex. Además tiene una serie de relaciones más… —por fin empezó a pelar el plátano— islamistas. Todo apunta a que fue reclutado hace varios años por el círculo de Mohyeldín Mohamed, de la zona de Larvik. Ahora unos cuantos de esos hombres se encuentran en Oriente Medio, se han unido al ISIS y participan en…

—Todo esto es bien sabido —interrumpió Caroline Bae—. Cualquiera que lea la prensa está informado. Y hace años que conocemos la Umma del Profeta. Lo que queremos es información sobre la Verdadera Umma del Profeta. ¿Tenéis algo, lo que sea, sobre ellos?

Harald le dio un mordisco al plátano. Masticó. Mucho. Por fin tragó y carraspeó tapándose la boca con el puño.

—Bueno. No mucho.

Volvieron a quedarse en silencio.

—Pues suelta lo que tengas, vamos.

Harald se tomó su tiempo para comerse otro trozo, el resto del plátano, y, por fin, dejar la cáscara.

—Puede que los nombres que tenemos anotados hasta el momento nos digan algo. Para empezar está Abdalá Hasán. Antes Jørgen Fjellstad. Es él quien habla en los dos vídeos y el que ha aparecido muerto y… descuartizado esta mañana. Él es la única base que tenemos para pensar que un grupo llamado la Verdadera Umma del Profeta exista siquiera.

Fue contando con los dedos.

—Mohamed Awad, un chico joven de origen sudanés, ciudadano noruego, apareció en el lugar de la explosión. Muerto. Se había mezclado con los extremistas una temporada, pero estaba en la periferia del ambiente. No había manifestado tendencias violentas con anterioridad. Sin antecedentes. Amigo de…

Se sujetó un dedo más.

—… Shazad Behesdi, que murió tras ser atropellado por la policía en el bulevar Bygdøy. Son de la misma edad y pasaron su infancia en el mismo barrio. Nos fijamos por primera vez en Behesdi hace más o menos medio año, en un grupo cerrado de Facebook. Después participó en una reunión en Skien en la que estuvieron presentes varios de los más conocidos yihadistas noruegos, pero se volvió a Oslo a las pocas horas. No sabemos si fue por su propia voluntad, si se vio obligado o si los otros le echaron. ¿Sería posible tomar un poco de café?

—Por supuesto. Perdona.

Silje Sørensen se levantó y fue hacia una impresionante máquina de café colocada junto a la puerta.

¿Espresso? ¿Latte? ¿Qué prefieres?

—Solo y noruego, gracias.

—¿Caroline?

—Me encantaría un

espresso. Triple, si es posible.

Silje apretó un par de botones y la máquina emitió un profundo rugido.

—Estos son los tres hombres que podemos afirmar que han tenido algo que ver con la explosión —prosiguió Harald Jensen—. Uno por sus propias declaraciones en los vídeos, los otros dos porque estaban cerca o en el mismo lugar de la explosión cuando se produjo la detonación. Y lo que sabemos con seguridad es que los tres se conocían. Por descontado que en las últimas horas hemos puesto todos los recursos disponibles a trabajar para detectar mejor su círculo de amigos y conocidos. No hemos encontrado gran cosa. Hasta hace pocos años los tres pertenecían a entornos corrientes. Cuando Mohamed y Shazad empezaron a coquetear con las ideas extremistas, entraron en contacto con Abdalá, o Jørgen Fjellstad. Hace seis meses apareció otro elemento, con lo que el trébol pasó a tener cuatro hojas.

Silje puso una taza frente a él y volvió para coger el

espresso de Caroline Bae.

—Gracias —murmuró Jensen.

—¿Quién es esa cuarta persona? —preguntó Silje de espaldas.

—Su nombre es tan original como Arfan Olsen.

—¿Y?

La directora de la policía dio un sorbito al café ardiendo y le miró por encima de las gafas.

—Hace muy poco que tenemos noticia de él. Ha sido muy prudente. Poco activo en todos esos foros de la red que vigilamos y siempre con seudónimo. Además hace medio año de eso. Ahora hemos revisado sus movimientos y parece que dejó la red en cuanto hubo establecido contacto con los otros tres. El hombre tiene veintitrés años y él también se convirtió hace poco, más o menos cuando se dio a conocer en la red. Por alguna razón conservó uno de sus apellidos. Su nombre era Andreas Kielland Olsen.

—Yo habría preferido quedarme con Kielland antes que con Olsen —dijo Silje secamente y dejó caer dos sacarinas en su café antes de volver a tomar asiento—. Así que en este… trébol de cuatro hojas, como tú lo has llamado, ¿hay dos de origen extranjero que nacieron musulmanes y dos conversos?

Harald asintió.

—Arfan Olsen tiene un perfil más de líder que los otros dos. De hecho, Mohamed Awad era un buen estudiante y procedía de una familia a la que le ha ido excepcionalmente bien en Noruega, para ser de origen sudanés. Un chico listo, pero en los últimos años solo perdió el tiempo. Tuvo trabajos eventuales y cobró del INE. Tampoco era muy activo en la red. Sin antecedentes, salvo que consideres un crimen malgastar tu talento y optar por vivir de los servicios sociales.

Sonrió con tristeza y levantó la mano sin energía para quitarle importancia a su pequeño exabrupto.

—En cuanto a Shazad Behesdi, puede decirse que era un poco… simplote. Fracaso escolar. Fue dando tumbos de aquí para allá. En la adolescencia pasó por un par de hogares de acogida, pero es probable que la protección de menores llegara tarde. Tenía antecedentes por algunos delitos menores, pero nada en los últimos dos años. Tampoco trabajaba. Y eso nos lleva de vuelta a Arfan Olsen.

Tamborileó con suavidad sobre la mesa con los índices.

—Estudiante de derecho —dijo Harald—. Como seguramente ya sepáis.

Silje asintió y lo confirmó.

—Se ha abierto una investigación independiente por homicidio, por supuesto.

—Fue al Colegio de la Catedral de Oslo —continuó la directora de la Dirección General de la Policía—. Acabó sus estudios con notas excelentes. Hemos empezado a investigarle con más detalle esta tarde. Su padre es abogado, su madre ingeniera. Tres hermanos. Sus padres se divorciaron cuando tenía diecisiete años. El chico tuvo una reacción poco habitual. Se marchó de casa a modo de protesta. Así, sin más. Ni siquiera había terminado el bachillerato.

—¿A los diecisiete?

Harald asintió y siguió hablando:

—Sus padres no solo le dejaron, sino que le dieron ayuda económica. Supongo que con la ley en la mano era su obligación hasta que cumpliera la mayoría de edad. En todo caso…

Levantó la taza de café.

—Buen café —murmuró, y bebió un poco más—. El caso es que todo este tiempo ha seguido a los partidos más conservadores de Noruega. Sin ser extremista. Fue miembro de las Juventudes del Partido del Progreso en secundaria, algo poco frecuente entre los alumnos del colegio catedralicio, supongo.

Esbozó una sonrisa.

—A pesar de todo, en tercero le eligieron para dirigir el comité de las celebraciones de la graduación y se pasó a las Juventudes Conservadoras. Una evolución hacia la moderación, como puede verse, y todo este tiempo le ha ido muy bien, desde el punto de vista académico.

—Pero ¿qué pasó? Por cierto, ¿queréis algo más?

Los otros dos indicaron que no y Silje empezó a recoger los platos y la fuente antes de acercarse a la puerta y abrirla.

—Bertil, ¿podrías hacernos el favor de llevarte la comida?

El secretario se había cambiado de ropa en algún momento de la noche. Ahora llevaba un traje de color más claro, un poco más informal, pero el nudo de la corbata seguía siendo perfecto y la camisa de un blanco inmaculado. Silje notó un suave aroma a loción para después del afeitado cuando despejó la mesa con toda naturalidad sin que ninguno de los presentes dijera una palabra.

Cerró la puerta sin hacer ruido.

—Continúa —le animó la directora de la policía—. ¿Qué pasó?

—No lo sabemos —dijo él tajante—. Pero estamos sobre el caso. Arfan Olsen está vivo, a diferencia de sus colegas. Ya es algo.

—Pero ¿por qué iba un joven como él a convertirse al islam? ¿Y además al islam más extremo? ¿Lo sabéis con seguridad o se trata de una teoría?

Caroline miraba con escepticismo creciente a su antiguo compañero de estudios.

—Ahora mismo no me atrevería a afirmar que sepamos nada de nada —dijo abriendo los brazos—. Pero tenemos indicios y trabajamos con ellos día y noche.

—No es que quiera meterme en modo alguno en lo que hace o deja de hacer el servicio de inteligencia —dijo Caroline Bae—. Solo faltaría. Pero… ¿os habéis planteado en algún momento la posibilidad de detenerle?

Silje se inclinó bruscamente sobre la mesa y tomó la delantera a Harald Jensen.

—Sería una tontería —dijo—. Por muchas razones. Si Arfan Olsen no sabe que el servicio de inteligencia está sobre su pista, supongo que puede resultar mucho más útil vigilarle.

Su voz subió de tono hacia el final de la frase, como si estuviera formulando una pregunta. Jensen asintió.

—Además está la prensa —dijo, y suspiró con desesperación—. Zumban como abejas alrededor de la miel. Una detención pondría el cielo y la tierra en movimiento. Fijaos si no en la que se ha montado cuando habéis traído a un antiguo policía hoy mismo, y que yo sepa solo ha sido para charlar con él.

—Algo más que eso —dijo Silje, y se apresuró a añadir—: Pero por lo que me estás contando, Harald, solo hay una base para afirmar que exista siquiera una organización llamada la Verdadera Umma del Profeta, y son los vídeos. No tenéis informes, ni documentos, ni rastros en la red…

Tomó aire y titubeó unos instantes.

—¡No tenéis nada de nada! Nada que pueda confirmar que de verdad se trate de un nuevo grupo.

Harald Jensen negó con la cabeza y se terminó el resto del café de un trago.

—Es una observación correcta. Y para ser sincero no puedo comprender cómo una panda como esa ha sido capaz de volar por los aires media manzana. Vale, uno de ellos…

Cogió el maletín, lo puso sobre la mesa y sacó otro archivador antes de dejarlo en el suelo. De la funda roja sacó cuatro fotos de los cuatro jóvenes y las puso en fila.

—Arfan Olsen es un joven con talento. ¿El resto?

Harold negó con la cabeza y cambió las fotos de sitio con aire pensativo.

—¿Has dicho C4?

—Muy probable —asintió Silje Sørensen.

—¿De dónde demonios iba a sacar esta gente algo así? Vale que es una sustancia muy explosiva, pero aun así les haría falta una cantidad considerable. Y detonadores. Y conocimientos. Muchos conocimientos. Durante mucho tiempo hemos temido que estos…

Se llevó la mano al pecho y reprimió un eructo.

—Perdón —murmuró—. Que estos guerreros extranjeros… Les seguimos de cerca por muchas razones. Por supuesto que una de ellas es que tememos que importen armas y explosivos. Traer algo como esto… —echó una mirada de soslayo a los planos— por toda Europa hasta Noruega, hubiera sido una misión complicadísima. No descartamos que la gente del entorno de Arfan Bhatti, Mohyeldín Mohamed o, incluso, el mulá Krekar pudieran lograrlo si se dieran las circunstancias adecuadas, por supuesto. Al contrario, supongo que lo que tememos es precisamente algo así. Pero ¿esta panda?

Volvieron a quedarse en silencio en torno a la mesa.

—¿Adónde quieres llegar? —preguntó por fin Silje con prudencia.

Harald Jensen se puso de pie. Se quitó la chaqueta del traje, la colgó del respaldo de la silla. Se aflojó la corbata y se la quitó. Volvió a sentarse y se remangó la camisa.

—Un principio bastante elemental en la investigación es no creer en lo evidente. Uno de mis colegas británicos se describió a sí mismo en una ocasión como un… —sonrió y tomó aire— arqueólogo de la verdad en el terreno sedimentario de la mentira. Por ejemplo, cuando alguien se atribuye la responsabilidad de un atentado terrorista, no podemos creerle sin más. Debe haber otros indicios muy claros que sustenten esa afirmación. Los hemos buscado.

—Y si te estoy entendiendo bien, no los habéis encontrado —dijo Silje.

—La situación es peor que eso. Empezamos a creer que alguien ha utilizado a esos chicos. Que hay fuerzas bastante más sofisticadas detrás. Verdaderos yihadistas, no unos chavales. Va a ser otra noche muy larga, señoras. Pero ya puedo adelantarles lo siguiente: empezamos a dudar de que existan.

—¿Los jóvenes? —dejó escapar Caroline Bae sorprendida.

—No. La Verdadera Umma del Profeta. Después de coordinar intensamente todos nuestros servicios de inteligencia durante día y medio cada vez parece más claro que sencillamente… no existen.

El problema residía, precisamente, en lo que no habían encontrado.

Henrik Holme estaba muy alterado, sentado junto a la pequeña mesa de cocina leyendo los documentos del caso Karina Knoph por cuarta vez. Había organizado los papeles meticulosamente, según un nuevo criterio. Había subrayado frases en amarillo, trazado líneas con una regla. Utilizó clips rojos para las tomas de declaración, amarillos para los informes de los agentes. Todos los documentos estaban perfectamente alineados. La foto de Karina estaba sujeta a la ventana, con mucho cuidado para no romper el papel cuando tuviera que quitarla.

Ya eran las tres de la mañana, pero estaba completamente despierto.

Cuando Hanne Wilhelmsen le llamó iba por la mitad de una generosa copa de whisky. Cuando su conversación terminó tiró lo que quedaba por el fregadero y puso en marcha la tetera.

Era increíble que le hubiera llamado.

Henrik Holme no estaba acostumbrado a que le tomaran tan en serio. Cuando resolvió el caso del niño muerto en Grefsen la gente le había mirado con cierta curiosidad por un tiempo, no con respeto. Y se les pasó enseguida. Le consideraban raro.

Era raro.

Siempre lo fue.

De vez en cuando, alguna rara vez, se encontraba con gente que veía más allá de su maldita nuez y todos los tics que se esforzaba por controlar. Solía tratarse de gente que reconocía los síntomas y estaba acostumbrada a ellos por alguien cercano. Solían ser muy amables. Buenos, en realidad, como si fuera un niño.

Hanne Wilhelmsen había actuado de manera completamente diferente. Cuando fue a verla por la mañana había sido bastante directa y, de hecho, un poco difícil. Daba la sensación de que su presencia le molestaba, pero no porque él fuera peculiar. Lo pensó cuando por fin le abrió la puerta y lo primero que hizo fue regañarle por los galones de los hombros: seguramente era así con todo el mundo.

Cuando llamó ni siquiera se disculpó porque fuera más de medianoche. A Henrik le gustó. Fue directa al grano, como si fueran viejos colegas. En cierta manera, iguales.

La comisaria de la policía le había advertido de que era un poco especial.

A Henrik le parecía perfecta.

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