Numbers

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Capítulo 33

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Capítulo 33

—No pasa nada, Jem. Somos nosotros: Simon y yo.

Nadé hacia la superficie de nuevo a través de las aguas verdes del sueño y hacia la luz. Una voz de mujer me hablaba desde muy lejos y mi memoria empezaba a poner las piezas en su sitio de nuevo. Me senté frotándome los ojos para apartar el sueño y tragando con dificultad el sabor amargo que tenía en la boca. Anne estaba junto a la mesa y Karen ya se había levantado.

—He traído un poco de zumo —dijo Anne—. ¿Qué tal si pongo la tetera también? Karen y tú podéis tomar una taza de té. Simon, ¿quieres tú una también?

Le temblaba un poco la voz y yo no acababa de entender por qué. Intentaba sonar normal, decir cosas normales, pero el temblor en la voz hacía que pareciera asustada. ¿De qué tenía miedo?

Me dio vergüenza que esa gente me viera en la cama, en posición de desventaja. Saqué las piernas, las apoyé en el suelo y me puse en pie, pero sólo un segundo porque vi rojo y después negro en el interior de mis ojos y tuve que agarrarme al borde la mesa para no caer.

—¿Te has levantado demasiado rápido? —Anne me rodeó con el brazo, aguantándome aunque un poco separada de mi cuerpo. Tuve la sensación de que si hubiera podido usar unas pinzas, lo habría hecho—. Siéntate aquí, eso es. No parece que hayas estado comiendo bien. Toma una tostada —dijo, desenvolviendo el papel de aluminio de un paquete.

Dentro había un montoncito de tostadas cortadas en triángulos. No podía hacerlo, no podía comer nada. Sólo verlas hizo que se me revolviera el estómago. Me acababa de levantar… Doblé los extremos del aluminio para ocultar su contenido.

—No tengo hambre todavía. Mejor dentro de un rato.

—Tómate el té, entonces. Toma. —Puso las tazas en la mesa y se sentó con Karen y conmigo.

Simon siguió de pie. Estaba más pálido que nunca y se le veía muy serio. No dejaba de humedecerse los labios y de fruncir el ceño. Al fin lo soltó.

—Te vieron anoche, Jem. En la torre.

—¿Que qué? —exclamó Karen.

—Jem estaba en el tejado, en lo más alto de la torre. Seguramente cogió las llaves. Fue algo muy peligroso subir allí tú sola. Nos han hecho preguntas. Stephen vendrá dentro de un momento.

—¿Cuándo fue eso? —me preguntó Karen.

Suspiré.

—Cuando te dormiste. No conseguía ponerme cómoda y tenía demasiadas cosas en la cabeza, así que me fui a echar un vistazo por ahí. —Entonces dije dirigiéndome a Simon—. ¿No has andado por aquí nunca cuando estabas solo?

—Sí, claro —dijo—, pero eso es diferente. Tú eres una niña y yo un adulto. Soy… responsable. —Allí de pie, cambiando el peso de un pie a otro y retorciéndose las manos incansablemente, era difícil imaginarse a nadie de su edad que pareciera más inocente o vulnerable.

Me caía bien, de verdad, pero había algo en esa palabra… «responsable»… que hizo que me echara a reír.

Sus claros ojos azules se abrieron de par en par por el asombro al sentir que me estaba riendo de él y después se llenaron de lágrimas. Pero ¿qué estaba haciendo? Él era la persona que me rescató, el que me dio refugio sólo un momento después de conocerme.

—Lo siento —me apresuré a decir—. No quería reírme. Y no debería haber cogido las llaves. No quería crear más problemas. —Me observaba con cautela, pestañeando sin cesar para espantar el dolor que le había causado—. Simon, has sido muy amable conmigo. Estaría muy mal si no fuera por ti. —Él hizo una mueca pero siguió mirándome—. Pero no pude evitar ponerme a explorar anoche. Éste es un lugar extraordinario.

Su expresión se suavizó.

—Sí —reconoció—, lo es. —Cogió las llaves que estaban sobre la mesa—. Voy a echar un vistazo y comprobar que todo está bien cerrado y a ponerme a preparar las cosas. —Se alejó mientras Anne servía más té.

—La policía volverá pronto —me dijo—. Será mejor que comas algo…

Me quedé callada doblando el papel de aluminio para cerrar el paquetito. Quería decirle que me dejara en paz, que comería cuando tuviera ganas, pero una vocecilla en mi cabeza me dijo que me callara, que sólo intentaba ser amable. Así que no dije nada, lo que tratándose de mí ya era mucho. Supongo que Anne pensó que era una maleducada. La miré: estaba allí de pie y parecía dolida, como si la hubiera rechazado o algo. Por Dios, sólo era un trozo de pan…

Pero había algo más… Era la primera vez que nuestras miradas se cruzaban y, aunque intenté ignorarlo, ahí estaba, claro como el día: su número. 862010. Le quedaba menos de un año. Y de repente su nerviosismo comenzó a tener sentido. A cierto nivel, lo entendiera o no, estaba asustada de lo que yo sabía. Me miró como un conejo deslumbrado por los faros de un coche; después tragó saliva con dificultad y apartó la vista.

Efectivamente, la policía volvió con la asistente social, Imogen. Había más gente, unos hombres con trajes oscuros que se sentaron en el extremo de la habitación, escuchando. Karen se sentó conmigo durante el interrogatorio mientras la policía insistía una y otra vez sobre las mismas cosas que el día anterior. Los entretuve un rato mientras intentaba averiguar qué era lo que querían saber de verdad. Sí, me hacían preguntas sobre el día de lo de la London Eye y sobre Spider, pero también preguntaban otras cosas. Alguien les había hablado de los números. En ese momento, el policía dio un paso atrás y los hombres de los trajes se acercaron y se sentaron a la mesa.

—Hemos oído cosas sobre ti, Jem. Cosas interesantes. Como, por ejemplo, la razón por la que huiste del sitio del atentado. Dicen que puedes predecir el futuro, que puedes decir cuándo va a morir la gente, ¿es eso cierto?

Bajé la vista y no dije nada. Uno de ellos sacó un taco de fotografías de un maletín.

—Mira estas fotos y dime lo que ves. ¿Cuánto le queda a éste? ¿Y a éste? ¿Me lo puedes decir?

Siguieron preguntando hasta que empecé a notar tensión y frustración en sus voces.

Entonces hablé.

—Sí se lo puedo decir. Puedo decirles todo lo que quieren saber.

Se irguieron en sus asientos y se miraron el uno al otro (miradas triunfales); después volvieron a mirarme a mí.

—Sí, estuve allí junto a la London Eye y estoy bastante segura de que vi al tío que llevaba la bomba. Incluso hablé con él. Puedo darles una descripción. También puedo contarles cosas del tío de los tatuajes y de por qué nos estaba siguiendo. Incluso puedo hablarles de esas fotos. —Ambos estaban entusiasmados, casi babeando—. Podría decírselo y lo haré si traen aquí a mi amigo Spider. Haré una declaración completa, pero después queremos un coche y algo de dinero, mil libras bastarán, y que nos permitan salir de aquí y nos dejen en paz.

El tipo del traje se inclinó hacia delante.

—No creo que te des cuenta del lío en el que estáis metidos tu amigo y tú. Os enfrentáis a cargos graves. No estás en posición de negociar.

Ni me inmuté. Ya había pensado en eso: necesitaban que hablara con ellos.

—Lo cierto es que creo que sí que estoy en posición de negociar. Sé que quieren resolver el asunto de la bomba, ¿verdad? Y les encantaría saber si el primer ministro tiene futuro o no, si va a estar en este mundo los próximos diez años o si se lo va a llevar por delante la bala de un francotirador un día de estos. Les interesa, ¿verdad?

—Tendremos que hablar de todo eso. —Arrastró la silla por el suelo y salió con los demás. Karen se quedó conmigo.

—¿Pero qué haces? —me preguntó—. ¿Qué estás diciendo?

—Te lo dije ayer, pero no me creíste.

—Jem, esto tiene que terminar. Estos cuentos chinos… ¿No crees que ya ha ido demasiado lejos? Deja de decir esas cosas. Déjame llevarte a casa y cuidarte.

—¡No! Nada de eso. Necesito que traigan a Spider, y no voy a dar mi brazo a torcer hasta que lo hagan.

Suspiró y vi que estaba a punto de soltarme otro sermón cansino cuando la puerta se abrió. Los hombres de los trajes estaban de vuelta.

—Está bien —dijo uno de ellos—. Tenemos un trato.

El estómago me dio un vuelco. No me lo podía creer… ¡había ganado!

—¿Traerán a Spider?

Asintió.

—Después de que hayas hecho una declaración completa.

—¿Y nos darán el coche y el dinero como les he pedido?

Volvió a asentir, pero hubo algo en la forma en que se miraron los policías que tenían detrás que me hizo sospechar.

—Lo quiero por escrito —añadí rápidamente—. Y quiero que lo firmen. Un acuerdo legal.

Y eso obtuve, allí, delante de mí, en negro sobre blanco. Le diría a la policía lo que querían saber y ellos me traerían a Spider antes del quince de diciembre y nos dejarían salir tranquilamente de la abadía. Como no soy muy buena en eso de leer, tuve que tomarme mi tiempo, pero todo parecía estar bien. Le pedí a Karen que lo comprobara, pero se negó.

—Esto es una estupidez, Jem. No quiero tener nada que ver con ello. —Me miró mientras firmaba el papel y después anunció—. Voy a ir con los niños. Me necesitan. Volveré mañana.

Me dio un abrazo antes de irse.

—Imogen y Anne se quedarán aquí contigo. Y me puedes llamar si necesitas algo.

—Vale.

Para ser sincera, sentí una pequeña punzada cuando se fue. No estábamos de acuerdo (probablemente nunca lo estaríamos), pero ella tenía buena intención, ahora lo tenía claro. Pero debía mantenerme centrada ahora que todo iba según el plan. Todo lo que tenía que hacer era decirles lo que querían saber y ellos estarían obligados a mantener su parte del trato.

Me traerían a Spider.

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