Numbers

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Capítulo 37

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Capítulo 37

—Estás bien, ¿verdad? —Le miré a los ojos buscando algún rastro de enfermedad. Nada, sólo el número: siempre presente, inalterable.

—Sí, sólo un poco cansado. No he podido dormir en esas celdas. —Se pasó sus grandes manos por la cara—. No dejaba de pensar en ti y de preguntarme dónde estarías. No tenía ni idea de que estabas encerrada en una iglesia.

—Es una locura, ¿verdad? Yo tampoco hacía otra cosa que pensar en ti. Me estaba volviendo chiflada al imaginarte metido en una celda. Pero ya está, te han soltado. ¿Van a traer aquí el coche?

Frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué coche?

—Era una de mis condiciones: tenían que traerte a ti, un coche y algo de dinero. Sólo hablaría si traían todo eso. Así podremos seguir con el plan: ir a Weston. Está a menos de cincuenta kilómetros de aquí.

—No, has debido de entenderlo mal. No han acabado conmigo. Todavía no han decidido cuáles serán los cargos. Sólo me han traído aquí unas horas, ése debe de ser el trato que teníais. Pero luego me van a llevar de vuelta. Supongo que te querrán llevar a ti también.

—¡Pero estuvieron de acuerdo! ¡Firmaron un acuerdo! ¡Todo es legal!

—¿Y qué vas a hacer? ¿Llevarlos a juicio? —Meneó la cabeza—. No te puedes fiar de nadie, Jem, deberías saberlo. Excepto de mí, claro.

—¡Pero me han mentido! ¡Cabrones! ¿Y qué vamos a hacer ahora? ¿Cómo vamos a salir de aquí?

Suspiró.

—No creo que podamos, Jem. Esto es lo que tenemos: unas horas, y tendremos que aprovecharlas al máximo, como has dicho cuando estabas ahí arriba.

—Pero eso no está bien, Spider. No podremos hacerlo; no podremos ir a Weston. Quería caminar por el muelle contigo, comer pescado con patatas como tú dijiste… —Tuve que parar porque no me salían las palabras. Me rodeó con su largo brazo.

—No te pongas triste. No tiene por qué ser hoy. Podemos ir en otro momento. Vale, me van a encerrar por un tiempo y probablemente a ti también, pero yo puedo esperar. Te esperaré si tú…

—Claro que te esperaré. He esperado quince años para encontrarte. Puedo esperar otros quince si hace falta, pero… —¿Cómo podía decírselo? «Es que se nos acaba el tiempo. No va a haber más después de hoy».

—¿Pero qué?

—Es que… es que… no sé. No creo que vaya a funcionar.

—Claro que sí. A veces las cosas son muy fáciles. Tú me quieres y yo te quiero a ti. Eso es todo lo que necesitamos. Pase lo que pase, podremos superarlo.

¿Y por qué las cosas no podían ser así? Él me quería y yo le quería a él, pero el número de mi cabeza me decía que él iba a morir hoy. Y los números nunca se equivocaban. Allí, apoyada contra él, oliendo su aroma, de repente me sentí fatal. No le pasaba nada a Spider. No le iban a dar una paliza en el interior de una celda de una comisaría. No estaba enfermo. El de la cara tatuada había muerto y no había nadie persiguiéndonos con una pistola o un cuchillo.

La única amenaza para Spider era yo. Yo haría que pasara. Yo había obligado a la policía a que me lo trajera el día quince de diciembre de 2009: 15122009. Vi el número y supe que su mensaje se iba a hacer realidad. Mientras yo existiera, existiría el número. Yo era el número y el número era yo. No sabía si alguien más en el mundo los veía o si los números que veían ellos serían los mismos que veía yo, pero una vez que he visto uno, ya está. No cambian, no desaparecen. Anne tenía razón: yo era un testigo, pero tal vez no de forma general. Era un testigo del fin de una persona en particular en un día concreto.

Yo era la única que podía tratar con esos números. Y la única forma de cancelar ese número era quitar de en medio a la persona que lo veía.

Me levanté lentamente y miré a mi alrededor. No podía esperar que las llaves siguieran estando en el cajón de la sacristía, pero sabía que Simon siempre llevaba un llavero consigo. Estaba hablando con Anne en uno de los pasillos laterales y el gran manojo de llaves brillaba junto a su cintura. Corrí hacia él y busqué las llaves. Las había soltado de su cintura antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Lo aparté a un lado y corrí hacia la puerta de la torre. Había tantas llaves que no pude encontrar la que era hasta el segundo intento. No miré atrás ni una vez. Sólo abrí un poco la puerta y la cerré con llave detrás de mí, dejando al otro lado todas las voces que se elevaban, incluso la que estaba deseando oír. Sobre todo ésa. Pero seguía en mi cabeza mientras subía la escalera de caracol.

—Jem, ¿qué coño…? ¡Jem!

Cuando salí al tejado, una lluvia racheada empezó a caer sobre mí. Cerré con llave la puerta de lo más alto de las escaleras y me puse a cruzar el tejado hacia la torre. En sólo esos pocos segundos, mi ropa se empapó y los pantalones empezaron a ondear húmedos y a golpearme las piernas. Una vez en la torre, supe lo que tenía que hacer. Ignoré el resto de las puertas y fui directa a la de las cuerdas de las campanas, después crucé la pasarela y subí la escalera que llevaba a lo más alto. No me molesté en asegurar la última puerta; las otras tres o cuatro ya les habrían frenado suficiente. Sería mucho más que tarde cuando me alcanzaran. Respiraba rápido y con dificultad, y el pecho me dolía por el esfuerzo. Las piernas me temblaban por la subida y el viento me golpeaba con fuerza y estuvo a punto de tirarme al suelo. Apoyé ambas manos en la piedra para mantener el equilibrio.

Oí un grito que venía de muy abajo. No me iba a permitir mirar hacia allí. Mantuve la vista fija en los tejados y en las colinas que había más allá.

Esperé hasta que recuperé un poco el aliento, pero no lo suficiente para que la adrenalina dejara de correr por mis venas. Con los ojos aún en el horizonte, di un pequeño salto y, utilizando toda la fuerza que me quedaba en los brazos, me encaramé el parapeto de piedra. Estuve allí agarrada unos segundos recuperando el equilibrio y después, lentamente y con los brazos estirados, me puse de pie.

La piscina que había en la azotea frente a mí tenía dentro un puñado de nadadores que estaban desafiando la tormenta que caía sobre ellos. Ahora ya estaba segura de que yo nunca iba a ser como ellos. Yo no iba a llegar a ser otra cosa que lo que era ahora: una niña que, con sólo quince años, había traído la muerte y la destrucción a todos los que la rodeaban. Una niña que había sido lo suficientemente estúpida para empezar a creer en el amor y que ahora sabía que sólo había una forma de salvar al chico que amaba.

Tal vez, al fin y al cabo, lo que había visto era mi propio número que se había reflejado en los ojos de Spider todo ese tiempo.

15122009.

El día que le iba a decir adiós a todo.

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