Numbers

Numbers


Capítulo 38

Página 40 de 43

Capítulo 38

Tenía los dedos de los pies encogidos dentro de las zapatillas, como si eso me fuera a ayudar a agarrarme mejor a la piedra húmeda. Intenté erguirme todo lo alta que era para enfrentarme al fin con dignidad, pero el viento y la lluvia se estaban burlando de mí. Sabían que, siendo las cosas como eran, yo era minúscula, no era nada, y al soplar sobre mí o calarme hasta los huesos no estaban haciendo otra cosa que ponerme en mi lugar. Necesité una cantidad de fuerza increíble sólo para mantenerme allí de pie. Los elementos se lanzaban contra mí justo desde delante, intentando volver a mandarme al tejado plano que había detrás. Me apoyé para no caer, pero todo cambió de repente; el viento perdió fuerza y me vi agitando los brazos en el aire, justo en el borde del parapeto y con los dedos de los pies encogidos al máximo para agarrarme con todas mis fuerzas.

Supongo que mi error fue ponerme a pensar. No me erguí simplemente y me lancé al vacío, que sería la manera correcta de hacerlo. No, yo no. Tuve que quedarme allí de pie un momento con la mente llena de cosas: si saltaba, ¿me empujaría el viento hacia atrás? ¿Cuánto tiempo duraría la caída? ¿Sentiría algo cuando entrara en contacto con el suelo? ¿Llegaría realmente al suelo o golpearía contra algún tejado? ¿Tenía realmente que pasar eso? ¿Ésa había sido toda mi vida, quince años nada más? ¿Tenía un futuro ahí fuera, esperándome en algún lugar y yo estaba a punto de engañar a la vida y negármelo?

Intenté concentrarme, volver a dirigir todos esos pensamientos aleatorios hacia lo importante: si terminaba con todo ahora, si encontraba el coraje, podría detener la miseria de mucha gente. Y lo fundamental: era la oportunidad de salvar a Spider. Si ya nadie veía su número, tal vez ese número dejara de existir.

Necesitaba hacer eso, y la forma de hacerlo era tirarme en picado, como si me tirara de cabeza a una piscina. Me puse de puntillas y estiré los brazos. Empecé la cuenta atrás; los números me acompañarían hasta el final: tres… dos…

—¡Jem!

Miré por encima del hombro. Dios, él estaba allí y salía corriendo de la puerta de la escalera, una maraña de brazos y piernas.

—¡Jem! ¡Por favor, no, por favor! —Su voz estaba llena de terror.

—No te acerques, Spider. No te acerques a mí. Tengo que hacer esto.

—¿Por qué? No lo entiendo… No, por favor. Dios mío, por favor, no. —Se acercaba a mí poco a poco.

—¡No te acerques! —Mis palabras salieron en un chillido muy agudo que se llevó el viento. Se detuvo y levantó las manos.

—No será tan malo, Jem. La cárcel, quiero decir. Podremos soportarlo. Y podemos hacer borrón y cuenta nueva después. Empezar otra vez. Jem, por favor, podemos hacerlo.

—No es eso. No te lo puedo explicar. Lo siento, lo siento mucho. Tengo que hacerlo. —Me estaba tambaleando en el borde.

—No lo entiendo, Jem. No entiendo por qué quieres dejarme. ¿Por qué quieres hacer eso? —Volvía a acercarse otra vez. Incluso con el viento y la lluvia pude oler su sudor, y ese olor me recorrió, devolviéndome al día que nos encontramos debajo del puente y a nuestra noche en el establo—. ¿Por qué quieres dejarme, Jem? No lo entiendo.

Le debía eso al menos, ¿no? Al menos una explicación…

—Tengo que detener los números, Spider. Soy la única que los ve. Están dentro de mí y no me puedo librar de ellos. —Bajé la voz y hablé más para mí misma que para él—. Tengo que hacer esto. Es la única manera.

Pero no lo comprendió. Seguía pensando en corazoncitos y flores.

—No tiene que terminar así, Jem. Ahora podemos estar juntos.

Sus palabras eran tan tentadoras… Él era la única persona en el mundo que sabía qué decirme, lo que yo realmente quería oír.

Empecé a llorar.

—Tú también quieres eso, ¿a que sí, Jem? Sé que lo quieres. No me puedes decir que todo esto no ha significado nada para ti, ¿verdad? Por favor, no me digas que… —Él también estaba llorando ahora.

No puedo soportar a los hombres que lloran. No está bien, ¿a que no? Sus caras no están hechas para eso; se arrugan de una manera extraña y duele mirarlas.

Estaba muy cerca, demasiado cerca de mí. Si estiraba uno de sus largos brazos podría agarrarme. Y yo no quería eso. Tenía que seguir con aquello. Era lo más importante que iba a hacer en mi vida.

Tres… dos… Pero… pero sentirle de nuevo, sentir cómo me rodeaba con los brazos una última vez… Ese dulce pensamiento hizo que me detuviera.

—Espera, por favor. Espera un momento.

—Tengo que hacerlo, Spider. No lo entiendes. —La lluvia se mezclaba con las lágrimas en mi cara y con los mocos que caían de mi nariz.

—No lo entiendo. De verdad que no lo entiendo, tía. Tenemos algo. Todavía podemos tener algo. Tú y yo, Jem.

—No, eso no va a pasar. No habrá «y fueron felices y comieron perdices». Eso es mentira, Spider. Eso no le pasa a la gente como nosotros.

Se dejó caer al suelo haciéndose una bola y tirándose del pelo mullido. Sollozaba y decía cosas para sí al mismo tiempo. No podía oírle bien. Debería haber saltado entonces, mientras él no miraba, ése era el momento de hacerlo, pero necesitaba saber qué estaba diciendo. No quería cabos sueltos.

—¿Qué pasa, Spider? ¿Qué te ocurre?

Levantó la vista para mirarme.

—No puedo seguir sin ti, tía. No me quedará nada entonces. —Se puso de pie y me tendió la mano—. Dame la mano, Jem. Ayúdame a subir.

«Es un truco, quiere engañarme», pensé. No dije ni hice nada.

—¿Por qué no me ayudas? —me dijo—. Voy contigo.

En un movimiento fluido se subió al parapeto, justo a mi lado. Intentó mantenerse de pie luchando contra el viento.

—Guau… Esto es increíble. —Su gran sonrisa había vuelto a aparecer, no podía evitarlo—. Mira esto, tía. Se pueden ver varios kilómetros a la redonda. ¡Holaaaa! —Su exclamación fue arrastrada por el viento.

—Estás mal de la cabeza, siempre lo he sabido —le dije.

Me agarró la mano.

—Eso es, tía, exacto. Si de verdad quieres hacer esto, lo haré contigo. Lo haremos juntos. Te quiero, Jem. No quiero a nadie ni nada más.

¿Alguien se puede imaginar lo que es oír esas palabras? ¿Oír que la persona que amas te diga que te ama también? Si hay alguien que no lo sepa, espero que lo experimente algún día.

—Lo he pasado genial contigo, Jem. Estas últimas semanas han sido las mejores de mi vida. No te vayas sin mí. Te quiero. —Estaba preparado para irse. Podíamos tirarnos los dos juntos.

Su número sería correcto después de todo y el mío se uniría al suyo.

Y entonces pensé de repente: «Que le den a los números. Que le den a todo». ¿Cuánta gente llega a conocer a la persona con la que está destinada a estar? Si nos manteníamos dentro, lejos de cualquier cosa que pudiera hacernos daño, tal vez consiguiéramos burlar los números. Si Karen tenía razón y todo estaba en mi cabeza, quizá los números no significaran nada en absoluto. Si los ignoraba, al final desaparecerían. Spider y yo podríamos tener un «y fueron felices y comieron perdices».

—Yo también te quiero, Spider. No puedo imaginarme la vida sin ti. Vamos dentro, que me estoy helando.

Me sonrió, me soltó la mano y convirtió la suya en un puño. Chocamos los nudillos.

—Guay —dijo.

—Eso, guay.

Doblé las rodillas, apoyé las manos en la piedra y bajé de allí con cuidado. Cuando levanté la vista, Spider estaba bailando sobre el parapeto como si nada, disfrutando del subidón igual que cuando bailaba sobre las traviesas junto al canal el primer día que hablamos.

—Baja de ahí, capullo estúpido, o te vas a romper el cuello.

Se volvió para mirarme con esa enorme sonrisa tonta en la cara, listo para bajar. Nuestros ojos se encontraron y nos sostuvimos la mirada; el cariño y el amor que sentía por él se reflejaban en su mirada y volvían a mí. Todo iba a salir bien.

Y entonces su pie resbaló en la piedra mojada y perdió el equilibrio.

Se tambaleó en el borde un segundo sin separar sus ojos de los míos, agitó los brazos como un loco… y desapareció, cayendo hacia atrás, con una expresión de sorpresa en la cara.

Fue tan rápido y tan irreal… No llegué a gritar, aunque sí lo hizo alguien desde abajo. Yo sólo me quedé mirándolo mientras daba vueltas sobre sí mismo en el aire una y otra vez, sacudiendo los brazos para intentar agarrarse desesperadamente a algo con las manos.

No llegó a golpear el suelo: un tejado frenó su caída. Lo detuvo y le rompió la espalda. Y allí se quedó, con los brazos y las piernas extendidos, sin vida y mirando hacia arriba. Le miré a los ojos por última vez. Los tenía aún abiertos, sorprendido, pero no me devolvía la mirada. Ya no había nadie allí.

Su número había desaparecido.

Ir a la siguiente página

Report Page