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Capítulo 5

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Capítulo 5

La clase de McNulty aún bullía por el tema. Y tuve que enfrentarme a ellos sola, porque Spider había sido expulsado tres semanas. De hecho, nunca volvió al colegio. Supongo que, si lo hubiera sabido, habría hecho algo más que ponerle a Jordan un ojo morado y partirle el labio. Se oían por todas partes rumores sobre él, de que le había interrogado la policía, y se hablaba de lo que Jordan le iba a hacer cuando ambos volvieran a estar cara a cara. Pero, por el momento, Jordan estaba disfrutando pinchándome a mí.

—¿Qué vas a hacer ahora que tu novio no está aquí? No hay nadie para defender tu honor.

—Jem y Spider, sentaditos en un árbol, B-E-S-Á-N-D-O-S-E… —canturreaban.

Obviamente les dije a donde podían irse con sus cancioncitas, pero eso no provocó ninguna reacción. Eran como una jauría de perros con un hueso.

Después de un par de días, ya no podía aguantarlo más. Salía para ir al colegio como siempre, pero cogía un atajo rodeando las tiendas y me iba al parque o bajaba al canal para andar por allí sola.

No lo sentía por mí, ya estaba acostumbrada. Había pasado lo mismo en todos los lugares donde había vivido, en todos los colegios a los que había ido. Todo el mundo puede soportar hasta un límite, pero llega un punto en el que no puedes seguir aguantando y necesitas mantenerte alejada de todo eso. Hay muchos adolescentes que se sienten así, pero yo especialmente. El colegio te obliga a convivir codo con codo con mucha gente, como si fuéramos gallinas ponedoras en sus jaulas, y, como ya ha quedado claro, a mí no me suele gustar el resto de la gente. Todo es más fácil si no me relaciono con los demás.

Esos días también me mantuve lejos de Spider. Lo vi un par de veces, pero me aseguré de que él no me viera. Eso que había pasado en clase me había hecho pasar mucha vergüenza. ¿Pero qué se creía que estaba haciendo saltando así, poniéndonos en evidencia a los dos? Cuando lo pensaba me ponía triste. Durante unas semanas había tenido un amigo, o algo parecido. Pero, como todo lo demás, con el tiempo se había vuelto muy complicado y había que interrumpirlo. Si el incidente de Jordan había valido para algo era para dejarme claro lo que ya sabía: Spider traía problemas, el tipo de problemas que yo no necesitaba. Aunque se podría decir que le echaba de menos.

Pero, ¿quién me lo iba a decir? No pude mantenerlo fuera de mi vida. Como si fuera un mal olor que te persigue o un chicle que tienes pegado en el zapato, Spider reapareció muy pronto. Se podría decir que no podía deshacerme de él. O que estábamos destinados a estar juntos.

Lo que sea, pero el caso es que ese miércoles me despisté un momento. Estaba observando a un tío, un viejo vagabundo. Se había chocado conmigo diez minutos antes, me había pedido dinero y después yo me había puesto a seguirlo por High Street. En ese momento estaba rebuscando en un cubo al otro lado de la calle y yo estaba apoyada en una pared mirándolo, cuando un olor fuerte y familiar invadió mi nariz y alguien me dijo al oído:

—¿Qué haces?

Tenía toda la atención puesta en el mendigo y no aparté la vista.

—Spider, ¿qué día es hoy? —le dije como si acabáramos de vernos cinco minutos antes.

—No sé… ¿Veinticinco?

El viejo acababa de sacar algo del cubo: media hamburguesa en su envoltorio. Miró a su alrededor furtivamente para ver si alguien quería arrebatársela y nuestras miradas se encontraron un segundo. Ahí estaba de nuevo su número: 25112009.

Se metió la hamburguesa bajo el brazo antes de escabullirse rápidamente bajando la calle. Yo salí detrás de él.

—¿Adónde vas? —me dijo Spider, desconcertado.

—Me apetece ir por ahí.

Me alcanzó.

—¿Para qué?

Me paré sin dejar de mirar al vagabundo que se abría paso entre la multitud.

—Quiero seguir a ese tío —le dije en voz baja—. El viejo de la sudadera.

—¿Para qué? No necesitas robar a nadie, Jem. Tengo dinero —explicó tocándose el bolsillo—. Si quieres algo, pídelo.

—No, no quiero robarle, sólo seguirle. Como si fuéramos espías —le dije, intentando hacer parecer que era un juego.

Su cara decía: «Tía, te faltan un par de tornillos», pero se encogió de hombros.

—Vale —aceptó, y ambos seguimos caminando, acelerando el paso cuando el viejo giró una esquina ante nuestros ojos. Había bajado por una callejuela lateral en la que ya no había tanta gente. Estábamos a unos diez metros de él cuando se volvió y se nos quedó mirando. Sabía que le había visto coger esa hamburguesa del cubo de la basura. Entre perplejo y furtivo, se volvió de nuevo y siguió su camino medio corriendo.

—Nos ha descubierto, tía —dijo Spider—. ¿Qué hacemos ahora?

Tenía ganas de saber qué le iba a pasar, pero no quería asustar al pobre viejo, y menos en su último día.

—Hagamos un poco de tiempo. Va hacia el parque, ¿no? Dejemos que entre él primero y luego vamos nosotros. ¿Un cigarro?

Encendimos los cigarrillos y comenzamos a caminar lentamente hacia el parque. En el extremo de la calle el viejo iba ya casi corriendo. Llegó al final, donde la calle corta con la principal; el parque estaba al otro lado. Se miró bajo el brazo para comprobar que la hamburguesa aún estaba allí y luego escudriñó por encima del hombro. Aunque estábamos bastante más atrás, me di cuenta de que nos había visto y de que ya se estaba poniendo nervioso. Estaba a punto de decirle a Spider que lo dejáramos cuando el viejo, todavía mirando hacia atrás, puso un pie en la carretera.

Un coche lo arrolló de lleno y se oyó un golpe seco horrible. Rebotó en medio del capó y después salió volando por los aires. Parecía uno de esos anuncios de seguridad vial de la tele, pero en ésos usan muñecos para las simulaciones, ¿no? Esto era real. Un cuerpo real, con las extremidades moviéndose como muertas, la cabeza sacudiéndose hacia delante y después hacia atrás y finalmente cayendo al suelo.

Nos quedamos inmóviles durante unos segundos, asumiendo lo que acabábamos de ver. La gente chillaba y comenzaba a arremolinarse alrededor. Spider comenzó a correr hacia ellos.

—Venga, vamos a ver si está bien.

Yo me quedé atrás. No quería ver más. Si aún no estaba muerto, lo estaría pronto, antes de medianoche seguro. Ese día era su día. No había nada que pudiéramos hacer.

Spider ya había llegado al final de la calle y miraba por encima de la multitud. Me acerqué hasta quedar detrás de él. Una chica que estaba muy cerca no dejaba de chillar con una voz muy aguda, una y otra vez. Una amiga se la llevó de allí. Yo podía ver por los huecos que había entre la gente. Un montoncito de ropas viejas desiguales con algo en su interior. Ya no era alguien, ya no. Fuera quien fuera, se había ido. A donde fuera que iba la gente, donde estaba mi madre. ¿Al cielo? Mi madre probablemente al infierno, diría yo. O a ninguna parte. Solamente se habían ido.

Le toqué el brazo a Spider.

—Vámonos. —Él se apartó de la muchedumbre y se encaminó hacia su casa.

Spider estaba bastante apagado y no dejaba de menear la cabeza.

—Tía, lo asustamos. Estaba muerto de miedo.

—Lo sé —dije en voz baja. Él había expresado el pensamiento que me atormentaba a mí: «lo hemos provocado nosotros».

Yo lo había perseguido hasta que acabó en esa calle. Si no hubiera sido por mí, él estaría ahora mismo sentado en el parque, comiéndose la insignificante hamburguesa que acababa de sacar de la basura. Tal vez habría sido eso lo que acabara con él: se podía haber ahogado con un trozo de pan con carne. O quizá esa comida le habría provocado un ataque al corazón. Aunque había una idea que intentaba apartar, pero que seguía apareciendo sin descanso: tal vez hoy no fuera su último día; quizá el encontrarse conmigo había hecho que hoy se convirtiera en su último día.

Antes de darme cuenta estábamos en casa de Spider. Me quedé parada en la puerta.

—Creo que será mejor que vuelva a casa de Karen —dije. Necesitaba un poco de espacio para que mi cabeza lo digiriera todo.

—No, tía. Entra un rato. No deberías estar sola después de ver algo como eso.

Tenía otra razón para no querer entrar: esos ojos color avellana que podían ver mis secretos.

Como esperaba, Val estaba sentada en el taburete de la cocina. Spider se acercó a darle un beso.

—Habéis salido pronto, ¿no? —preguntó mirando el reloj de la cocina.

—¿Qué? —Era la una y media—. Abuela, ya sabes que estoy expulsado. ¿Qué te pasa? ¿Se te cruzan los cables? Y Jem… tiene que preparar un trabajo —dijo con una sonrisa que Val le devolvió. Ya sabía de qué iba la historia.

—¿Entonces, os vais a aplicar y a leer los libros para preparar ese trabajo? —Dirigió la mirada directa a mí, viéndolo todo, no dejándome ningún lugar para esconderme.

—La verdad es que necesitamos distraernos un poco. Acabamos de ver cómo atropellaban a un tipo.

Ella dejó el cigarrillo.

—¿Y está bien?

—No, está muerto. Murió justo allí, en la calle que hay junto al parque. Nosotros lo vimos todo. —Le temblaba un poco la voz. No era un chico tan duro después de todo.

Val se bajó del taburete y se acercó a la cocina para poner agua a hervir.

—¿De verdad? Vamos, sentaos. Voy a haceros un té. Un buen té dulce y caliente es lo que necesitáis. Maldito tráfico. Ya no se puede ni cruzar la calle.

Fuimos al salón a tirarnos en el sofá mientras ella se entretenía en la cocina haciendo el té. Después vino a reunirse con nosotros con tres tazas de té y un paquete de galletas sobre una bandeja. Puso la bandeja sobre un puf que había en medio y se acomodó en un sillón, resoplando.

—Estos sillones no son buenos para mi espalda. Vamos, bebéoslo.

Fui tomándome a sorbitos el té caliente mientras Spider y su abuela remojaban las galletas y luego se comían el resultado reblandecido y empapado.

—Así que pasabais por allí y lo visteis todo, ¿no es así?

Yo miré a Spider, pero no tenía de qué preocuparme, porque ninguno de nosotros quería que ella supiera que ese pobre hombre había pasado los últimos minutos de su vida aterrorizado, pensando que íbamos a por él.

—Sí, así es.

—Qué horror. Nunca se sabe lo que nos espera al girar la siguiente esquina…

Spider se levantó para ir al baño y me dejó allí atrapada con ella.

—¿Estás bien, Jem? Ese tipo de cosas siempre dejan a uno muy impresionado, ¿verdad?

—Sí —asentí.

—¿Habías visto a algún muerto antes? ¿O ha sido el primero? —Vaya, no se andaba con rodeos…

Debería haberle dicho que no quería hablar de eso, pero, como ya he contado, había algo en ella… Resistirse era inútil.

—Mi madre —dije, sin más. Su boca formó una gran O y asintió como si con eso se lo hubiera dicho todo. Me gustó que no se sintiera avergonzada ni se pusiera a tartamudear y a decir lo terrible que era eso. Simplemente asintió. Yo continué—. Yo la encontré. Murió en la cama. Sobredosis. No quería hacerlo. O eso creo yo. Sólo tuvo mala suerte.

Ella volvió a asentir.

—Mala suerte… Como mi Cyril. Cayó muerto con cuarenta y un años. Un ataque al corazón. Que Dios le tenga en su gloria. Nadie sabía que tuviera nada malo. Tampoco hubo ningún aviso. Nada. Mira, está allí, en la repisa de la chimenea.

Miré al otro lado de la habitación, a una balda de madera que había sobre el hogar. Justo ahí, entre los perros de porcelana y los candelabros de latón, había una foto en un marco, una de esas pijas que se hacen en los estudios de fotografía. En blanco y negro, sólo se veían los hombros y la cabeza: un hombre guapo con un cierto brillo en los ojos. No era más que un trozo de papel en un marco, pero tenía el poder de llegarte; hacía que quisieras devolverle la sonrisa.

—Cógelo, querida. —Reticente y algo cohibida me acerqué a la chimenea—. Vamos, ve y cógelo. —Extendí la mano hacia el marco—. No, la foto no, Jem —me indicó, algo impaciente—. Las cenizas. Están en la caja.

¿Pero qué demonios…?

La foto estaba apoyada sobre una recia caja de madera. Dudé.

—Vamos. No te va a morder.

Aparté a un lado un par de figuras y cogí la caja. Pesaba bastante, sorprendentemente. Era de una madera recia y suave y tenía una plaquita metálica en la parte superior que decía: «Cyril Dawson, fallecido el 12 de enero de 1992 a la edad de cuarenta y un años». La llevé hasta donde estaba ella con mucho cuidado y la apoyé en el puf, al lado de la bandeja. Val se inclinó sobre ella y pasó la mano por la tapa.

—Todo el mundo dice que es terrible morirse joven, pero él tuvo una vida fantástica, la vida de un hombre joven. Se libró de todo esto —dijo poniéndose la mano en la espalda—: los dolores y los achaques, que todo se te vaya cayendo y que cada vez te cueste más hacer las cosas. No, él vivió al máximo, como un león, y se fue como un relámpago. Así —y chasqueó los dedos—. Eso no es malo. —Volvió a poner la mano sobre la caja y acarició la placa metálica con el pulgar—. Lo único que pasa es que se les echa mucho de menos. A los que se van. Los que nos quedamos los echamos de menos.

Spider cruzó el umbral de la puerta donde había estado apoyado y envolvió a su abuela con los brazos.

—¿Ésa es tu forma de animar a Jem? Vieja bruja insensible…

—Oye, tú, ese lenguaje… —Levantó la mano con una rapidez increíble para darle una bofetada, pero él se la agarró antes de que llegara a tocarle y le dio un beso en la mejilla. Cuando le soltó la mano, ella la dejó descansar en su cara cariñosamente durante un segundo.

—No es mal chico, Jem. No es mal chico. Anda, pon a tu abuelo en su sitio de nuevo.

—Val —dije, hablando sin pensar realmente lo que decía—, ¿qué tipo de aura tenía él, Cyril?

Su cara manifestó sorpresa y después sonrió mostrando un conjunto de dientes torcidos y anaranjados.

—Me gustaría mucho saberlo, Jem, pero empecé a ver las auras después de que él muriera. El dolor y la pérdida, supongo, abrieron mi lado espiritual. Antes no las había visto nunca.

De pronto, rápida como un rayo, su voz se volvió baja y con tono íntimo.

—¿Qué es lo que ves tú, Jem? —Yo me enrosqué en el sofá—. Sé que ves algo. ¿Qué ves? Somos iguales, Jem. Sabemos lo que es perder a alguien.

Me había pillado con la guardia baja. Tenía tantas ganas de decírselo… Necesitaba cogerle las manos huesudas entre las mías y sentir su poder. Sabía que me creería. Podía compartirlo, quitarme de encima un poco de la soledad que eso me había provocado. Estaba andando por el filo de la navaja. Y ella estaba tirando de mí hacia sí. Se lo iba a contar…

—Abuela, si vas a hacer eso con toda la gente que traiga a casa, no traeré nunca más a mis amigos. Por Dios, déjala en paz. —La voz de Spider cortó las líneas de energía que había entre nosotras como una espada. Liberada, me levanté de un salto—. Quiero enseñarte mi equipo de música nuevo, tía. Ven, vas a flipar —dijo, y me guio hasta su habitación.

Miré por encima del hombro mientras salía del salón hacia el pasillo. Val seguía mirándome, con los ojos muy fijos en mí mientras rebuscaba en el paquete y después encendía otro cigarrillo.

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