Numbers

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Capítulo 6

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Capítulo 6

La música latía con fuerza a través del hueco de la escalera. Tuve que abrirme paso entre piernas y cuerpos. La gente apenas se daba cuenta de mi presencia y de mi esfuerzo para conseguir pasar: se estaban emborrachando, bailando al ritmo de la música, charlando unos con otros.

Yo buscaba a Spider.

—Baz va a dar una fiesta el sábado por la noche —me había dicho el día después de que viéramos morir al vagabundo. Estábamos de nuevo junto al canal, tirándole piedras a una lata—. Me ha invitado, claro. Vente tú también, a partir de las diez. Tercera planta, Nightingale House.

No supe qué decir. Me lo soltó como quien no quiere la cosa, pero una fiesta un sábado por la noche sonaba sospechosamente a cita, y yo no tenía ni la más mínima intención de meterme en ese rollo chico-chica. Acababa de hacerme a la idea de tener un amigo con el que salir por ahí, y pensar en algo más era dar un gran paso. De todas formas, no es que lo hubiera dicho nunca, pero yo quería a alguien decente. Cuando pensaba en eso, cosa que ocurría pocas veces, me imaginaba a alguien guapo; no un diez, pero tal vez sí un ocho. Nunca alguien como Spider: alto, desgarbado, espasmódico y con un gran problema de higiene personal. Y con sólo un par de semanas más de vida.

Necesitaba saber qué es lo que estaba tramando, enterarme de si esos imbéciles del colegio tenían razón después de todo. Pero quería hacerlo con cuidado para que la situación no nos hiciera parecer estúpidos a los dos. No soy tan mala.

—¿Spider? —dije con tono de pregunta en mi voz.

—¿Qué?

—¿Sabes eso que pasó en el colegio? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te metiste a defenderme así?

Spider frunció el ceño.

—Fue irrespetuoso, Jem. Lo que dijiste… Estaba claro que era real. Que era lo que tú sentías de verdad. Él no tenía derecho a burlarse.

—Sí, lo sé, es un gilipollas, pero eso no tiene nada que ver contigo. Te pusiste en evidencia. Y me pusiste a mí también.

—No quería que se saliera con la suya.

—Vale, pero yo no necesito un caballero de la brillante armadura. Puedo cuidarme sola. —Sonreía un poco ahora. Hice una pausa—. No tiene gracia, tío. Sólo has conseguido empeorar las cosas —le dije—. Ahora tengo que aguantar comentarios todo el tiempo. De ti y de mí. Comentarios con muy mala leche.

Él apartó la vista y se estudió las manos. Los nudillos de su mano derecha ya casi se habían curado.

La boca se me había quedado seca, pero tenía que aclarar las cosas.

—Sabes que no hay «tú y yo», ¿verdad, Spider?

Levantó la vista para mirarme.

—¿Qué?

—Que nosotros no… no estamos juntos. Sólo somos amigos.

—Ya, claro. Sólo amigos. Eso está bien. —Había algo en el malhumor que puso al decirlo que me hizo pensar que él sentía exactamente lo contrario. Me hervía la sangre y empecé a maldecir aquel día debajo del puente. La gente es tan asquerosamente complicada… ¿Por qué me metería yo en esto?

Se levantó y se acercó a mí con un brazo tendido. Pensé: «Mierda, ahora me va a abrazar. ¿Es que no ha oído nada de lo que he dicho?». Pero su mano al fin formó un puño y me pegó un golpecito en el brazo.

—Escucha, tía, ya sé cómo eres. Ya te dije que no volvería a decirte nada agradable nunca más. Y ahora que me has echado la bronca, no volveré a hacer nada bueno por ti tampoco, ¿vale? Si alguien te falta al respeto, no haré nada. Si te están dando una paliza en la calle, pasaré de largo. Y si veo que estás ardiendo, no te mearé encima para apagarte, ¿qué te parece?

Sonreí y me relajé un poco. Eso estaba mejor; un poco de humor y algo de distancia. Tenía razón, empezaba a conocerme. Nadie más había podido bromear conmigo así, hacerme sonreír. Después de todo lo que le había dicho, de haber intentado alejarle, ahora casi me sentía con ganas de extender los brazos y rodearle con ellos. Casi. Pero, por supuesto, no lo hice. En vez de eso chocamos los puños, con los nudillos.

—Guay, tía.

—Sí, Spider. Guay.

—¿Entonces, vienes el sábado? No es una cita, idiota, sólo una noche por ahí. De colegas.

—No sé. Ya veré.

Lo pensé mucho tiempo. Más o menos cada minuto desde que me lo preguntó hasta que subí las escaleras de la casa un par de días después. Decidí no ir cientos de veces. Era una mala idea por muchas razones: primero, a mí no me gusta la gente y a la gente no le gusto yo; segundo, Baz era un psicópata y un tío peligroso con el que relacionarse y, por último, Karen no me dejaría salir tan tarde. Por otro lado, nunca me habían invitado a una fiesta y una parte de mí quería estar allí, ser normal. Me dije que sólo iría un rato, para ver cómo era. Si no me gustaba, no tenía que quedarme. Y en cuanto a Karen, ojos que no ven, corazón que no siente.

Me escabullí por la puerta de la cocina mientras ella veía la televisión en el salón, con los zapatos en la mano para no hacer ruido por las escaleras. Caminé rápido protegida por la capucha. En el fondo del bolsillo, mi mano notaba la suavidad del mango de plástico de un cuchillo. Lo había cogido en la cocina al salir. Sólo era algo para aumentar mi confianza; no me atrevería a usarlo, no soy nada agresiva, pero si los problemas venían en mi busca, sólo con la amenaza que suponía la hoja ya conseguiría que quien fuera se alejara lo suficiente para que yo pudiera salir corriendo. De todas formas, sólo saber que lo tenía ahí ya me dio la suficiente confianza para cruzar la puerta y salir a la oscuridad. Otro pequeño secreto que me ayudaba a continuar.

No fue difícil encontrar la casa de Baz: la música sonaba cada vez más fuerte mientras subía las escaleras y cruzaba el vestíbulo y la concentración de gente colocada se iba haciendo más densa. Esperaba ver a Spider desde el rellano, pero no tuve suerte. Tenía que entrar. Aunque, dada la cantidad de gente que había por allí, no iba a poder simplemente entrar, sino que no me quedaba más remedio que abrirme camino a empujones. Como no conocía a nadie y contando que no me gusta estar físicamente cerca de la gente, eso era mucho pedirme; pero ya que había llegado hasta allí, estaba decidida a seguir adelante. Como era pequeña para mi edad, fue bastante fácil serpentear para abrirme paso. A la gente parecía no importarle.

Dentro las cosas estaban mucho peor de lo que imaginaba: hacía más calor que en el infierno, la música estaba tan alta que no me dejaba pensar, la gente estaba embutida, los sobacos rancios rozaban mi cara y la mezcla de los olores del tabaco, la maría y el sudor era insoportable. Y, durante todo el tiempo, los números de las personas justo delante de mis ojos, muy cerca, sin dejarme escapatoria.

Dicen que la esperanza de vida ha aumentado, ¿verdad? Pues eso no se puede aplicar a los jóvenes de mi barrio. La mayoría de ellos sólo iban a llegar a los cuarenta o cincuenta, como mucho, y una gran parte iban a palmarla bastante antes. Supongo que bajas provocadas por el estilo de vida moderno: los coches, el alcohol, las drogas, la desesperación. Yo preferiría no saberlo, pero los números no son algo que yo pueda encender y apagar a mi antojo.

Había avanzado unos tres metros cuando empezó a entrarme el pánico porque me vi aplastada entre un tipo con una camiseta completamente empapada de su propio sudor y su novia, todo laca y perfume. No veía la forma de seguir avanzando y el hueco que había creado tras de mí se había cerrado ya. No me llegaba el aire y el ruido era tan ensordecedor que parecía que estaba dentro de mi cabeza, intentando salir por los oídos, los ojos y la nariz. Me sentía algo mareada y, cuando la fuerza abandonó mis piernas, me di cuenta de que no las necesitaba; los que estaban a mi alrededor sostenían mi cuerpo.

A través de un hueco minúsculo pude ver un logo que me era familiar, en la parte de atrás de una camiseta amarilla que saltaba arriba y abajo a la vez que su ocupante se movía al ritmo de la música. ¡Spider! Inspiré hondo y me tiré al suelo, agachándome para poder pasar entre el mar de piernas. Volví a la superficie junto a Spider y le di un golpecito en el hombro.

Se volvió a medias, me sonrió y pasó su largo brazo por mi espalda para agarrarme de la cintura. A pesar de lo que habíamos hablado días antes, no me quejé. A su lado, su olor corporal, que ya me era tan familiar, me resultaba casi acogedor y su brazo me sujetaba, dándome la oportunidad de relajarme y volver a respirar.

Me estaba diciendo algo, pero yo no podía oír nada. Se agachó y me gritó:

—¡Hay buen ambiente aquí, tía! Toma… —Con su otra mano me pasó un porro muy grande. Maltrecha y aturdida por el esfuerzo que me había costado llegar hasta allí, lo cogí sin pensar—. Vamos —me gritó junto a la oreja—. Es buen material.

Miré el canuto y lo sostuve entre los dedos. Un humo azul salía formando espirales de su extremo. Sólo era maría, nada fuerte. Entonces pensé en mi madre, el ángulo extraño en el que estaba tumbada cuando la encontré. ¿Habría empezado así? ¿Con una calada inofensiva? Yo no iba a ir por ese camino. Se lo devolví a Spider.

—¿Qué te pasa? —me preguntó.

—Nada. Hace mucho calor aquí. Creo que necesito beber algo.

—Tienes que quitarte la sudadera, Jem, o te vas a derretir.

Tenía razón. Podía sentir el sudor cayéndome por el torso. Me retorcí dentro de la ropa, intentando no darle ningún codazo a nadie mientras me la quitaba por la cabeza. Pero se me olvidó el cuchillo. Al quitarme la sudadera se cayó al suelo. Contuve la respiración preguntándome cuál sería la reacción de los demás. Lo notaron bastantes personas, pero sólo se rieron.

—Oye, eso no te va a hacer falta aquí. Honor entre ladrones, ¿eh? —Alguien se agachó, lo recogió del suelo y me lo devolvió.

—Spider, ¿quién es esta tía que está contigo? Es dura… —El guiño que vi en sus ojos me dejó claro que se estaban riendo de mí. Sólo tenía quince años y medía uno cincuenta y poco. No era una amenaza para ellos.

Spider sonrió.

—Sí… Ésta es Jem. Será mejor que no os metáis con ella. Es pequeña pero matona.

Normalmente no me gusta que la gente hable de mí, pero allí apretujada parecía que estuvieran hablando de otra persona. No me importó.

Un rato después, un tío muy grande se acercó a nosotros e intercambió unas palabras con Spider. Estaba cubierto de tatuajes. Y con cubierto quiero decir del todo: brazos, cuello, cara… todo él. Los que tenía en la cara son los que me asustaron. Nunca antes había visto nada tan extremo. Spider se agachó hasta donde yo estaba y me gritó:

—Tengo que ir a arreglar unos asuntos. Vuelvo enseguida.

Lo vi desaparecer con el tío de los tatuajes en una habitación de la parte de atrás durante unos minutos. Mientras, mi mente intentaba encontrarle sentido a algo que había visto. El tío de los tatuajes me había mirado de arriba abajo cuando vino a buscar a Spider. Ahora su número estaba flotando en mi mente y yo intentaba aclararme las ideas; no le había dado ni una calada al porro de Spider, pero estaba respirando su humo de todas formas. Mi mente no funcionaba todo lo bien que solía. No había dejado de pensar del todo, pero me costaba un poco más de lo normal. 11122009. ¿Qué demonios significaba eso? De repente todo volvió a la normalidad y comprendí. El 11 de diciembre de este año. Ese día era cuando iba a morir el de la cara tatuada. Cuatro días antes que Spider. Pero, ¿qué estaba pasando allí?

Sin Spider a mi lado y con todos esos números bailando en mi cabeza, empezaba a sentirme muy nerviosa. Estaba por allí con los nuevos colegas de Spider, pero no los conocía y ellos no me conocían a mí. Cerré los ojos y fingí que me estaba dejando llevar por la música, preguntándome cuánto tiempo iba a aguantar allí o si a Spider le molestaría (o incluso si le importaría siquiera) que no estuviera allí cuando él regresara.

Algo me hizo volver a abrir los ojos: algún ruido o alguien que me empujó, no lo sé. Al otro lado de la habitación las cosas se estaban calentando. Un grupo de tíos, que incluía al de los tatuajes, estaba dándole empujones a alguien con manos, hombros, codos y de todo. En medio de todo ese barullo, sacándole una cabeza a los demás, estaba Spider. Pero, por muy grande que fuera, estaba claro lo que estaba pasando. Le estaban acosando, intimidando. Tenía las manos levantadas, como si les estuviera diciendo «tranquis, tíos», mientras ellos le rodeaban como hienas. Cierto que Spider es alto, pero no tiene ni un gramo de carne en los huesos, y el estómago me dio un vuelco al verlo en esa situación, tan vulnerable.

Pasados un par de minutos, alguien salió de la habitación del fondo. Llevaba una gorra de béisbol y gafas de sol. No tenía nada de especial, pero había algo en él, en su forma de ir por ahí. No necesitaba presentación: ése era Baz y era el que dominaba el cotarro. Dijo algo y los demás dejaron a Spider. Éste se lo agradeció, y se veía claramente que se estaba mostrando sumiso, con la cabeza gacha como un perrito. Después volvió donde yo estaba.

—Vamos, Jem, es hora de irse.

Me agarró del brazo y yo, en vez de ignorarlo, dejé que me guiara hasta la puerta, contenta de salir al fin de allí y arrepentida de haber decidido venir.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí, claro. Todo va de puta madre. Todo. Salgamos de aquí. —Seguía asintiendo y murmurando cosas para sí mientras se abría paso entre la multitud. Esta vez no hacía falta ir empujando a la gente; nos estaban haciendo un pasillo. La bronca en la esquina de la estancia no le había pasado desapercibida a nadie y Spider estaba afectado por ello.

El aire de la noche me resultó sorprendentemente frío después de la sauna que era el piso de Baz. Bajamos las escaleras en silencio. Él no hizo ninguna señal de que fuera a contarme lo que estaba ocurriendo, así que al fin tuve que preguntarle directamente.

—¿Qué coño pasa, tío?

—Nada.

—No soy idiota, Spider. De repente, así, de la nada, tienes un equipo de música nuevo, dinero para gastar y te invitan a la fiesta de Baz, un tío que hace tres semanas ni siquiera se habría dignado escupirte si con eso pudiera salvarte la vida. ¿En qué te has metido? ¿Tienes algún problema?

—No, Jem, ningún problema. Nada que no pueda manejar. Ellos… sólo querían asegurarse de que no lo voy a joder todo. Y no lo voy a hacer. Todo va a ir de puta madre. No tengo más que llevar un paquete a un sitio y luego traer otro de vuelta.

—¿Un paquete? —El alma se me cayó a los pies—. Mierda, Spider ¿qué te han obligado a hacer?

—Nada. Sólo estoy ayudando. —Estábamos atajando por High Road. Miró furtivamente detrás de mí y luego se metió en el soportal de una tienda y me hizo señas para que lo siguiera. Parecía tan sospechoso que daba hasta risa. Si me hubieran pedido que escogiera a una sola persona en toda la calle de la que estuviera segura que no iba a hacer nada bueno, lo habría elegido a él sin dudar.

Me metí allí a su lado. Se abrió la chaqueta y su olor familiar llenó el aire de la noche.

—¿Qué haces?

Sonrió. Era la sonrisa de un hombre que tiene un secreto que está deseando contar. Metió la mano en el bolsillo y sacó un sobre. Entonces se inclinó y dijo casi en un susurro:

—Tengo dos mil libras aquí.

Miré fuera del soportal; no había nadie lo suficientemente cerca para oírle.

—No digas tonterías —le dije.

Spider rio.

—No, de verdad. Dos mil. Han confiado en mí, Jem. Me las han confiado a mí.

—¿Y si te atracan o algo llevando toda esa pasta?

Pude ver su sonrisa incluso en la oscuridad.

—No va a pasar nada. Te tengo a ti y a tu cuchillo de cocina para protegerme. Puedes ser mi guardaespaldas.

—Vete a tomar por el culo —respondí. Ahora me sentía estúpida por haber cogido el cuchillo—. Lo cogí porque tenía que ir por ahí de noche. Por si acaso.

—No te estaba diciendo nada, tía. Está bien. Yo también tengo uno.

—Guarda ese puto sobre antes de que alguien te lo vea, y salgamos de aquí.

Lo guardó de nuevo en el bolsillo y volvimos a la calle. Ahora iba pavoneándose de haberse llevado el gato al agua. No quería fastidiarle la diversión, pero tenía que hacerle pensar en todo eso antes de que se metiera hasta el fondo.

—Spider, te está utilizando. Si no fuera peligroso, lo haría él mismo (sea lo que sea lo que estás haciendo). Si cogen a alguien, será a ti. ¿Te apetece pasar una temporada en el trullo?

—No, no va a pasar nada. Tendré cuidado. Sólo voy a hacerlo durante unos meses, un par de años máximo, y luego me quitaré de en medio. Se puede llegar, lejos, muy lejos, si tienes dinero en el bolsillo.

«Tú no vas a llegar a ninguna parte. Sólo te quedan un par de semanas en este mundo de mierda y se acabó», pensé con un escalofrío. Y eso me hizo sentir triste, muy triste. El tema es que, entre Spider y yo, estaba pasando algo. Por primera vez en mi vida no me limitaba a observar; me estaba involucrando. Estaba empezando a desear que su número no fuera el correcto y a pensar que todo estaba en mi cabeza y que no era real. Pero sabía que sí que lo era. De una forma u otra, él iba a dejar este mundo en dos semanas y, que Dios me ayudara, yo quería protegerlo. Más que eso: quería salvarlo.

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