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Capítulo 7

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Capítulo 7

Por supuesto, Karen me estaba esperando cuando volví y me echó la bronca habitual. Para intentar que se tranquilizara un poco, volví al colegio. Pero una semana después, todo estalló y a lo grande. Lo cierto es que la mayoría de los chicos que me habían estado atormentando antes, ahora me dejaban en paz. Alguien me había visto en la fiesta y el pensar que tenía algo que ver con Baz hacía que mantuvieran la boca cerrada. Nada como tener amigos en las altas esferas. Todavía se oían algunos comentarios sobre Spider y yo y las compañías con las que íbamos, pero eran en plan broma, no con la mala intención de antes, e incluso se notaba un poco de respeto.

—Dejad en paz a Jem. ¡Ahora es de una banda de gánsteres! ¡Es la chica de un gánster!

Empezaba a entender por qué Spider quería apuntar más alto. Se sentía uno bien cuando no estaba en lo más bajo de todo.

Pero Jordan y sus colegas se mantuvieron al margen de ese cambio. Al volver al colegio el lunes siguiente a la fiesta de Baz, noté que se mantenía a distancia, aunque yo sabía que me estaba observando. Estaba esperando su momento. Se sentaba tres filas por detrás de mí en la clase y sólo pensar que sus ojos estaban siempre posados en la parte de atrás de mi cráneo hacía que me picara la cabeza constantemente.

Al fin dejó ver sus cartas un día durante el recreo. Estaba dando un paseo junto al edificio de ciencias cuando me di cuenta de que había un grupo de gente que se me acercaba. Me volví y vi que dos de los colegas de Jordan me estaban siguiendo. «Que les jodan, no pienso echar a correr», pensé, y seguí caminando. Al girar la esquina me topé con Jordan. Levantó la mano y me empujó el pecho.

—¿Adónde vas, gánster?

—Y a ti qué te importa. Déjame pasar.

—No. Quiero hablar contigo.

—Yo no tengo nada que decirte. —Me estaba haciendo la dura, pero me sentía atrapada y el corazón me latía como loco. Me habían acorralado en un rincón solitario y ellos eran cinco. No tenía ninguna oportunidad a no ser que tirara de mi amigo secreto. Mi mano se crispó alrededor del mango del cuchillo que tenía en el bolsillo.

—No me gustas, Jem, y no me gusta tu novio.

—No es mi…

—¡Cállate! Estoy hablando. —Le gustaba sentirse poderoso. Y a mí me irritaba que un mierda como él necesitara a todos sus amigos para intimidarme. Sé que debería haber mantenido la vista baja, no decir nada y tal vez haber encajado un par de puñetazos para que todo se calmara. Pero ese tío me tenía harta y yo no estaba pensando con claridad.

Saqué el cuchillo y lo blandí delante de mí.

—No, te vas a callar tú. No quiero oír nada de lo que tengas que decir. Sólo quiero que me dejes pasar y que me olvides.

Se quedaron de piedra. Todos miraban el cuchillo. Aprovechando la ventaja, empujé a Jordan para pasar por su lado y no opuso resistencia. Sentí un segundo de alivio justo antes de toparme de lleno con McNulty. Me cogió la muñeca instantáneamente y me la apretó con tanta fuerza que el cuchillo cayó al suelo. Sin soltarme, sacó un pañuelo del bolsillo, se agachó y cogió el cuchillo con él como si fuera un poli de los de la tele recogiendo pruebas. Tenía un inconfundible aire de triunfo. Me había pillado. Y tenía las pruebas. Cabrón.

—Se acabó. Está a punto de sonar el timbre. Vuelvan a sus clases —rugió—. Usted viene conmigo —dijo dirigiéndose a mí con una macabra satisfacción.

Con mi muñeca aún aferrada en su mano, me llevó al despacho del director. No esperamos fuera como solíamos hacer. Sin soltarme ni un segundo, McNulty cruzó la oficina de la secretaria del colegio, pasó por delante de ella, llamó a la puerta del director y entró directamente, sintiéndose muy importante.

—Director, hay un asunto peliagudo que tenemos que tratar. He descubierto a Jem Marsh en el patio del colegio amenazando a otro alumno con un cuchillo —sentenció, y colocó el arma sobre la mesa del director.

El hombre, que había estado firmando papeles hasta ese momento, se echó visiblemente hacia a atrás, como si McNulty hubiera plantado delante de él una bomba de relojería.

—Ya veo —dijo alternando la mirada rápidamente entre yo, McNútil y de nuevo yo. Después descolgó el teléfono—. Señorita Lester, llame a la policía y dígale que venga, por favor. Tenemos una alumna con un cuchillo. Sí. Gracias. Y llame también a casa de la señorita Marsh. Será mejor que venga alguien cuanto antes.

Y entonces empezó todo: las preguntas, las charlas, las acusaciones, la decepción. Y no sólo del director y la policía, también de Karen y de mi asistente social, Sue. El despacho estaba a rebosar cuando llegaron.

—No creo que seas consciente del lío en el que te has metido: tenencia de arma blanca y amenazas, aparte de la alteración del orden de la clase, la conducta temeraria, la intimidación…

Y siguió y siguió… Yo no le estaba prestando atención; sólo me quedé allí sentada mientras me hablaba. Quería creer que si simplemente me quedaba callada, al final se le pasaría el mal humor y todo se quedaría en nada. Pero ni yo misma podía creerme eso esta vez. El cuchillo estaba en la mesa delante de mí, como un testigo silencioso. Un gran error haberlo traído al colegio, eso era lo único que pensaba, un gran error. Ahora se trataba de algo grave. Había metido la pata hasta el fondo y estaba de mierda hasta el cuello.

Al fin acordaron que la policía seguiría interrogándome en la comisaría. Se podía sentir la oleada de entusiasmo que recorrió todo el colegio cuando me metieron en el coche de policía. Había gente en las ventanas y otros arremolinados en las puertas. Mientras me sacaban, pensaba: «Probablemente ésta sea la última vez que pise este sitio». Pero ni el colegio ni la gente que había en él me importaba lo más mínimo. Únicamente al pensar en Spider sentí una fuerte punzada en el estómago. Si me encerraban, ¿podría volver a verle?

Lo hicieron todo muy oficial: me ficharon, me registraron y me tomaron las huellas. Creo que lo hicieron para asustarme, pero a mí me daba igual. Yo era ajena a todo aquello: sólo miraba lo que pasaba, no sentía nada.

Pasé por todo, no causé ningún problema, pero tampoco les dije nada. Intentaron ser amables:

—Tienes que entender que es muy peligroso llevar un cuchillo. Puede que se dé incluso el caso de que alguien llegue a usarlo contra ti. Vamos a tomarnos una taza de té y a hablar de ello, ¿quieres?

Después intentaron amenazarme:

—Si esto llega al juzgado, te enfrentas a la cárcel. Y allí se comen a las enanas como tú.

Pero no consiguieron nada.

Karen y Sue se turnaban para sentarse conmigo. Ellas también intentaron hablar conmigo. Karen estaba desesperada por sacarme algo; su oportunidad de ser la que me reformara se le estaba escapando. Y ella no estaba acostumbrada a fracasar.

—Jem, es importante que nos digas todo lo que puedas. No creo que tú seas una persona violenta. No has demostrado ser así en casa. Te pasó algo, ¿verdad? Si nos los dices, eso nos ayudará a entenderlo todo.

Sus palabras comenzaron a penetrar el muro que me rodeaba y se abrieron paso en mi cabeza. Estaba llegando hasta mí, haciéndome pensar que me iban a escuchar… Pero ¿por dónde iba a empezar? ¿Por Jordan, McNulty, Spider y la fiesta? ¿Por mamá y la seguridad de que nunca se está seguro en ninguna parte, de que todo va a terminar en algún momento: hoy, mañana, pasado mañana? No podía hacerlo; sería como quitarle el caparazón a un caracol y dejar sólo la carne blandita. Si lo contaba todo, no tendría nada para protegerme. Fijé la mirada en el suelo e intenté bloquear su voz, mantenerme fuerte.

Cinco largas horas después, me soltaron y me dejaron bajo la custodia de Karen con una cita para volver a la comisaría tres días después para saber si me iban a llevar a juicio o no. Además me expulsaron un mes del colegio. Tenía que quedarme con Karen hasta que Servicios Sociales decidiera qué hacer conmigo. Lo único que podía hacer era sentarme y esperar, sabiendo que tenía por delante otra mudanza, otro «nuevo comienzo» en algún lugar que estuviera lejos del barrio y de Spider, el único amigo que había tenido.

Me quedé sentada en mi habitación, con la sangre hirviendo por la injusticia. ¿Por qué no habían cogido a Jordan por intimidación? ¿Por qué a mí, si sólo me estaba defendiendo? ¿Por qué pensaban que las cosas me iban a ir mejor en alguna otra parte? Cambiarte de casa no soluciona los problemas: sólo hace que se pasen el muerto de unos a otros.

Golpeé la cama con el puño. No hizo apenas ruido, sólo rebotó: un gesto muy patético. Me levanté y barrí la parte superior de la cómoda con el brazo. Mi cepillo del pelo, unos pendientes y un par de libros volaron por la habitación. No fue suficiente. Hice pedazos una camiseta. Eso me sentó mejor. Destrocé todo lo que pude, y lo que no, lo lancé por la habitación. El reproductor de CD tenía a los Red Hot Chili Peppers a toda pastilla. Lo cogí y lo arranqué de la pared. El enchufe se soltó y yo tiré el aparato con todas mis fuerzas contra el espejo. El cristal se hizo añicos, pero el reproductor seguía entero. Lo recogí y lo lancé contra la pared. Varios trozos de plástico salieron volando, pero la parte principal seguía siendo reconocible. Abrí la ventana y lo arrojé lo más lejos que pude. Como si hubiera tirado una botella de leche, se rompió en mil pedazos al impactar contra el camino de entrada.

Karen entró como una exhalación por la puerta. Cuando vio el estado de la habitación, en vez de un arrebato de rabia, lo que vi en ella fue una ira fría.

—Has sido una estúpida —dijo—. ¿Qué te queda ahora? —Y salió. Oí sus pasos bajando la escalera mientras me dejaba caer resbalando por la pared y me abrazaba las rodillas. Nunca había tenido muchas cosas pero, después del destrozo, me quedaba poco más que la ropa que llevaba puesta. Eso era todo. No valía mucho.

Estaba cansada de ser yo, de toda la mierda que había cargado todos esos años, alejada de la gente, sola. Y ahora que las cosas empezaban a ir algo mejor, todo se había fastidiado de nuevo. Me quedé allí acurrucada, hecha una bola de negrura. Y entonces, un extraño pensamiento tranquilizador recorrió mi cerebro: no tenía nada, así que ahora podía hacer cualquier cosa. Lo que quisiera. Ya no tenía nada que perder.

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