Numbers
Capítulo 9
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Capítulo 9
Todo el mundo lo ha visto en la tele miles de veces, así que es fácil hacerse una idea de lo que nosotros contemplamos ese día: una explosión repentina, cascotes volando por todas partes, una columna de humo que subía, una cabina completamente destruida y otras dañadas o deformadas por la explosión. Toda la gente que nos rodeaba se paró en seco y se volvió para mirar hacia la noria. Se podían oír gritos que llegaban por encima del agua.
—¡Dios mío! —dijimos Spider y yo al mismo tiempo, y esa frase la repitieron todas las bocas que había en el puente; para algunos tal vez era una plegaria y para otros sólo una expresión que se dice cuando estás muy impresionado. Todos nos quedamos uno o dos minutos mirando mientras el polvo se asentaba y comenzaban a sonar las sirenas. Yo estaba petrificada. Había empezado a dudar de los números, deseando que no fueran reales, que sólo se tratara de una estúpida ilusión en mi cabeza. Pero ahora sabía que no era un juego: los números eran reales. Yo era la chica que conocía el futuro de la gente y siempre lo sería. Me estremecí.
—Vámonos de aquí, Spider —le dije—. Vayamos a casa. —Fuera lo que fuera lo que me esperaba en casa de Karen, seguro que era mejor que ver cómo Londres recogía sus cadáveres. Me volví para avanzar por el puente, pero Spider no me siguió—. Vamos —le animé.
Aún apoyado en la balaustrada del puente se volvió para mirarme con el ceño fruncido. Veía confusión, pero también acusación. Sabía lo que venía después. No podía evitarlo. Sin dejar de mirarme a los ojos me escupió las siguientes palabras:
—Lo sabías. Sabías que iba a pasar eso. —Nos separaban unos cinco metros. Dijo las palabras lo suficientemente alto para que me llegaran a mí y a varias personas que había alrededor. Un par de ellas se dieron la vuelta inmediatamente para mirarnos.
—Cállate, Spider —siseé.
Meneó la cabeza.
—No, no me voy a callar. Lo sabías. ¿Qué narices está pasando, Jem? —Se irguió y comenzó a caminar hacia mí.
—Nada. ¡Cállate ya!
Estaba muy cerca ya e intentó agarrarme. Me aparté y eché a correr. Había mucha gente en el puente y tenía que ir esquivándolos para pasar. Spider era mucho más rápido que yo, pero era grande y torpe; podía oír a la gente protestando mientras se abría camino entre la multitud detrás de mí. Llegué al otro extremo y corrí a ciegas por las calles. A Spider no le costó mucho alcanzarme. Me cogió del brazo y me dio la vuelta bruscamente para que lo mirara a la cara.
—¿Cómo supiste que iba a pasar eso, Jem? —Ambos respirábamos con dificultad.
—No lo sabía. No sabía nada.
—No, Jem, sí que lo sabías. Lo sabías. ¿Qué está pasando? —Intenté liberarme, pero me agarraba con mucha fuerza. Con su altura, su fuerza y su olor, parecía estar rodeándome por todas partes, no podía escapar. Intenté golpearle, pero ya me sujetaba con ambas manos. Proyecté la cabeza hacia delante, pero él me vio venir y simplemente se alejó un poco sin dejar de agarrarme con la misma fuerza. No podía soportarlo. Solté una patada y mi pie impactó contra su pierna. Hizo un gesto de dolor, pero no me soltó.
—No, tía. Vas a decirme qué es lo que está pasando.
La gente nos miraba. Dejé de resistirme y me dejé caer en sus brazos, sin fuerza. «No quiero seguir con eso sola. No puedo hacerlo sola», pensé.
—Vale, te lo diré —me rendí—, pero aquí no. ¿Podemos atajar para ir al canal?
Recorrimos Edgware Road y pronto encontramos un camino que iba por la parte de atrás de las tiendas hasta el canal. Al menos ya estábamos lejos de la gente. Toda la fuerza me había abandonado y las piernas empezaban a fallarme.
—Necesito sentarme —dije débilmente, y me dejé caer en un banco roto. Faltaba uno de los listones de madera y me sentí como si me fuera a colar por el hueco. Spider se sentó a mi lado.
—Te estás poniendo de un color muy raro, tía. Pon la cabeza entre las rodillas o algo.
Me incliné hacia delante mientras un rugido llenaba mis oídos. El espacio que había en el interior de mi cabeza se volvió rojo y luego negro.
—Oye, cuidado. —Oía la voz de Spider como si me llegara desde muy lejos, desde el otro extremo de un túnel. Cuando abrí los ojos me di cuenta de que todo estaba del revés. Me llevó un rato darme cuenta de que estaba tumbada. El banco se me clavaba en la espalda y estaba a punto de caerme por el hueco, aunque mi cabeza estaba sobre una almohada que no olía muy bien pero era cómoda: la sudadera de Spider. Él estaba caminando arriba y abajo, moviendo la cabeza, moviendo los dedos, murmurando algo entre dientes.
—Oye —dije, aunque apenas emití ningún sonido. Dejó de caminar y se agachó junto a mí.
—¿Estás bien, tía? —preguntó.
—Me parece que sí.
Me ayudó a sentarme con cuidado y se sentó a mi lado. Estaba temblando. Cogió la sudadera y me la tendió.
—Toma. Ponte esto.
—No, estoy bien.
No quería que esa cosa maloliente tocara mi ropa, mi piel. Me estremecí de nuevo y él extendió la mano por detrás de mí. No sabía qué hacía y estuve a punto de decirle adónde podía irse, cuando me di cuenta de que me estaba poniendo la sudadera sobre los hombros. Como para arroparme. Me recordó a mi madre cuando estábamos en el sofá y ponía la manta alrededor de ambas porque hacía frío en el piso y las dos nos acurrucábamos debajo de ella; era en alguno de sus días buenos. Algo me pinchaba en los ojos: agudo, punzante, caliente. Pestañeé y corrió por mi mejilla derecha. Mierda, estaba llorando. Yo no lloro. Simplemente no hago esas cosas. Sorbí fuerte por la nariz y me limpié la cara con el dorso de la mano.
—¿Me lo vas a contar? —Miré intensamente el suelo que tenía delante de mí. Spider era lo que más se parecía a un amigo que yo había tenido. ¿Podía confiar en él? Inspiré hondo.
—Sí —le respondí. Y se lo conté.