Numbers

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Capítulo 10

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Capítulo 10

Hubo un silencio entre nosotros, pero no fue algo vacío, sino un espacio lleno de pensamientos, sentimientos, palabras no pronunciadas y emociones. Nos quedamos sentados allí mientras los sonidos de un Londres sumido en el caos resonaban a un kilómetro de allí: sirenas aullando, el claxon de los coches, helicópteros por el cielo. Estaba alucinada, conmocionada por lo que había pasado y asombrada de que al fin se lo hubiera contado a alguien. El cuerpo y la cabeza me daban vueltas. No había mirado a Spider ni una sola vez, porque no había separado los ojos del suelo mientras las palabras iban saliendo. Me parecía tan irreal como si estuviera hablando otra persona.

Él había estado sentado e inclinado hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas, escuchando. Probablemente era la vez que más quieto le había visto desde que le conocía. Al fin suspiró y una larga exhalación salió de sus labios apretados.

—No puede ser, tía. No es posible. —Sonaba confundido, casi asustado.

—Es cierto, Spider, todo es cierto. Sabía que iba a pasar algo porque todos tenían el mismo número. Y pasó.

—Jo, tía, pero eso es muy raro. Me estás asustando.

—Lo sé. He tenido que vivir con ello durante quince años. —Notaba que esas lágrimas estúpidas no estaban muy lejos otra vez.

De repente se golpeó la frente.

—Ese viejo, el que atropellaron… Habías visto su número, ¿verdad? Por eso quisiste seguirle.

Asentí. Se produjo otro silencio durante un rato.

—Mi abuela lo sabe, ¿verdad? Tú y ella, sois iguales, ¿no? —Meneó la cabeza—. Todo este tiempo he pensado que sólo estaba diciendo gilipolleces, como si fuera divertido. Pero ella sabía que tú tenías algo diferente. ¡Las dos sois un par de brujas! ¡Mierda!

Me erguí en mi asiento e intenté respirar con normalidad. Había unos patos nadando por el canal, dos bichos pardos ajenos a todo. Los miré mientras avanzaban en la corriente. Qué fácil ser un pájaro o cualquier otro animal, vivir día a día sin ser consciente de que estás vivo, sin saber que un día vas a morir.

Spider se había levantado y caminaba arriba y abajo de nuevo, subiendo y bajando de las piedras planas que había al borde del canal. Murmuraba entre dientes (yo no podía distinguir las palabras), intentando asimilar lo que le acababa de contar, supongo. Cogió un puñado de piedrecitas y se puso a tirárselas a los patos. Debió de darle a alguno, porque de repente alzaron el vuelo con las pequeñas alas marrones yendo como locas.

Se volvió hacia mí bruscamente.

—¿Ves los números de todo el mundo?

Volví a mirar al suelo. Ya sabía lo que venía después.

—Sí, cuando les miro a los ojos.

—Entonces sabes el mío —dijo con calma. Y no dije nada—. Sabes el mío —repitió insistente.

—Sí.

—Mierda, tía. No sé si quiero saberlo o no. —Se agachó en el suelo sujetándose la cabeza.

«No me lo preguntes. Nunca me preguntes eso, Spider», pensé.

—No te lo voy a decir —respondí con rapidez—. No podría. No está bien. No podría decírselo a nadie.

—¿Qué quieres decir? —Me estaba mirando. Cuando nuestros ojos se encontraron, ahí estaba de nuevo el maldito número: 15122009. Quería arrancármelo de la cabeza, hacerlo desaparecer como si nunca lo hubiera visto.

—Te volverías loco si te lo dijera, te daría miedo. No está bien.

—¿Y si a alguien no le quedara mucho tiempo? Si lo supiera, tendría la oportunidad de hacer lo que siempre quiso.

Tragué con dificultad.

—Sí, pero sería como vivir en el corredor de la muerte, ¿no? Cada día un paso más cerca. No, tío. Nadie debería vivir con eso. —Aunque, por supuesto, todos lo hacemos. En cuanto nos levantamos por la mañana, todos sabemos que cada día estamos un día más cerca del fin. Sólo nos engañamos a nosotros mismos pensando que eso no es así.

Spider se puso de pie, se rascó la cabeza y le dio una patada a unas piedras que cayeron al agua.

—Tengo que pensar. Me has puesto la cabeza patas arriba con todo esto. —Una sirena comenzó a sonar en una calle cercana—. Vámonos de aquí.

Le devolví la sudadera y los dos nos pusimos a andar por el camino junto al canal. La grava crujía bajo nuestros pies mientras pasábamos por delante de las paredes cubiertas de grafitis. Muchos de los edificios estaban abandonados y en ruinas, pero aquí y allá se veían algunos que habían sido renovados y convertidos en oficinas pijas, restaurantes o bares, islas brillantes en un mar de mugre. Las sirenas dejaron de oírse según nos íbamos alejando y de repente una extraña quietud llenó el lugar, como si todo se hubiera detenido por completo.

Cuando llegamos cerca del barrio, atajamos hasta la calle principal. Un par de personas se habían instalado frente al escaparate de la tienda de televisores y nosotros nos unimos a ellos. Había una docena de pantallas, todas iguales. La London Eye ya no giraba. Faltaba un trozo, como si alguien le hubiera dado un gran mordisco. Una cabina ya no estaba y las que quedaban cerca se veían rotas y retorcidas. Había basura por todas partes. Pero no era basura, sino trozos de personas y de las cosas de esas personas. La cámara pasó sobre la tela azul desgarrada que quedaba del anorak de alguien y se vio cómo algo más se agitaba en la brisa: un trozo de un bolso de paja que se había hecho pedazos en la explosión. Las palabras se iban deslizando por la parte inferior de la pantalla:

ATAQUE TERRORISTA EN LA LONDON EYE… NO SE CONOCE AÚN EL NÚMERO DE MUERTOS Y HERIDOS… LA POLICÍA ADVIERTE A LA POBLACIÓN QUE TOME PRECAUCIONES ANTE LA POSIBILIDAD DE NUEVOS ATAQUES…

Estuvimos mucho rato mirando. A mi lado Spider no dejaba de decir:

—Joder, tía. Dios mío.

La noticia se iba repitiendo y las mismas imágenes aparecían una y otra vez. Mientras estaba allí de pie, empecé a sentir que se me revolvía el estómago. Intenté contenerlo, pero al final tuve que correr en busca de una calle lateral y dejarlo salir: el amargo contenido de mi estómago salió de mí y acabó en el suelo.

Spider se acercó a ver cómo estaba.

—¿Estás bien, tía?

Tosí y escupí tratando de limpiarme la boca.

—Sí —respondí. Saqué un pañuelo de papel del bolsillo y me limpié la boca—. ¿Spider?

—¿Qué?

—Podría haber hecho algo. Sabía que algo iba a pasar. Podría haberles avisado, hacer que cerraran el lugar o algo. No sé…

—Sí, pero ¿y si lo hubieran cerrado y toda esa gente se hubiera ido al metro y hubiera ocurrido allí? —Tenía razón, suponía. De una forma u otra, ése era su día: la pareja japonesa, la mujer mayor, el chico de la mochila. Pero había algo que me estaba ahogando: la sensación de que yo podría haber hecho que fuera diferente.

—¿Quieres venir a mi casa? —preguntó Spider.

—No sé. Supongo que sí. —Quería ir a algún lugar seguro. Me hubiera gustado decir que prefería ir a mi casa, pero no había ningún lugar que yo sintiera como mi casa.

De repente recordé a Sue y a la policía. No sabía si estarían esperándome en casa de Karen. Sí, la casa de Spider era sin duda la mejor opción.

Nos encaminamos a Carlton Villas y entramos. Val no estaba encaramada en su taburete habitual; estaba en la habitación principal con la tele grande encendida. Intentó levantarse cuando nos vio entrar.

—Terry, ¿eres tú? ¡Ah! —exclamó, y se dejó caer de nuevo en el sofá—. He estado toda la tarde preocupada desde que lo han dicho en las noticias. ¿Estáis bien?

Spider se inclinó para darle el habitual beso en la mejilla, pero después la rodeó con los brazos y dobló las piernas, de forma que quedó de rodillas en el suelo delante de su sillón, abrazándola. Estuvo un rato apretándola con fuerza.

—Estabais allí, ¿verdad? —dijo—. Lo sabía. Lo sabía. —Tenía una mano apoyada en su espalda y la otra apretando la cabeza de Spider contra ella, con los dedos manchados de nicotina enterrados en su pelo mullido—. No pasa nada. Ahora estás a salvo, cariño.

Me quedé en el umbral, sintiendo que no debería estar viendo eso, que era algo entre ellos dos. Pasado un minuto aproximadamente, Val se volvió para mirarme.

—Ven aquí y siéntate, querida. Pareces agotada. —Me senté a su lado y ella me cogió la mano—. Estoy muy contenta de veros a los dos.

Spider se separó de ella y se sentó en cuclillas. Se pasó el brazo por la cara, pero yo ya había visto las lágrimas que brillaban en ella.

—Estábamos allí justo antes, abuela. Yo estaba quejándome porque no me quedaba suficiente dinero para poder subir, pero Jem… Ella… —Dudó y me miró rápidamente—. Ella dijo que nos fuéramos, que no importaba. Estábamos en el puente Hungerford cuando explotó. Lo vimos, abuela, lo vimos todo.

—Así que tú lo has salvado. Has salvado a mi niño. —Me cogió ambas manos entre las suyas y me miró profundamente a los ojos—. Gracias. Gracias por volvérmelo a traer sano y salvo. Es un chico travieso, pero es lo único que tengo. Gracias.

No supe qué decir.

—Tuvimos suerte —murmuré, pero Spider no lo dejó correr.

—No, no fue suerte. Ella me salvó, abuela, como tú has dicho. —Le lancé una mirada de advertencia, pero la impresión de lo que había pasado y el alivio de estar de nuevo en casa le habían soltado la lengua—. Es como tú, abuela. Sabía que algo malo iba a pasar.

Intenté levantarme, pero Val me sujetó las manos con fuerza.

—¿Sentiste algo? ¿Qué fue?

Meneé la cabeza.

—Sólo tuve un presentimiento, eso es todo. Supe que iba a pasar algo malo. —Tenía los ojos fijos en los míos, esperando. El corazón me latía como loco y la sangre corría acelerada, llenándome de ruido los oídos—. Supe que iba a morir gente.

Val suspiró ligeramente; había estado conteniendo la respiración.

—Sabía que había algo —dijo en voz baja—. Sabía que tenías un don. —Seguía sujetando mis manos, subiéndolas y bajándolas lentamente en un gesto tranquilizador—. Estás aquí por una razón, Jem. Has salvado a Terry para mí. Gracias.

Sus ojos brillaban y yo pensé: «Te equivocas conmigo. Spider podía haberse quedado donde estaba y no habría muerto hoy. Sólo evité que saliera herido, pero no iba a morir hoy. No puedo salvarle; quiero, pero no puedo. Pronto te dejará y pensarás que yo os he decepcionado a los dos».

Pero no podía decir nada de eso. No podía decirles lo que le esperaba a Spider. Así que me quedé allí sentada con Spider y Val, todos en silencio mientras en la televisión daban la noticia de última hora de que la policía buscaba a dos jóvenes a los que se había visto salir huyendo momentos antes de la explosión. Ambos llevaban sudaderas con capucha y vaqueros. Uno era negro y muy alto y la otra más baja y blanca.

El estómago se me removió. Cualquiera que fuera el problema en el que me había metido el día anterior, desapareció al instante. Spider y yo estábamos jodidos. Nos miramos el uno al otro. Val me agarró la mano con una de las suyas y extendió la otra para coger la de Spider.

—No habéis hecho nada. No tienen nada contra vosotros —dijo con convicción. Pero ambos habíamos tenido encontronazos con la policía antes y estábamos seguros de que no iban a tragarse ninguna historia sobre presentimientos… Spider me miró por encima de la cabeza de su abuela y supe lo que estaba pensando. No podíamos quedarnos allí sentados esperando a que nos cogieran. Era hora de huir.

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