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Capítulo 12

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Capítulo 12

La carretera de salida de Londres parecía sacada de una película de ciencia ficción. Subimos por una especie de rampa y después cruzamos entre bloques de oficinas de quince metros de alto que parecían de la era espacial. A nuestro alrededor todo era cemento, cristal y, por encima, el cielo. Nosotros éramos parte de un flujo de coches que salía a borbotones de la ciudad. Mientras miraba los destellos de todos los faros traseros que se alineaban por delante de nosotros, me puse a pensar en que cada uno de esos coches contenía a una persona con su propia historia. Gente que volvía del trabajo, contenta de alejarse de la bomba y el caos y volver a sus casas en las afueras con sus esposas perfectas y sus parejitas de hijos. Ninguno de ellos tendría una historia como la nuestra, seguro: dos adolescentes huyendo de la policía en un coche robado. Estábamos viviendo un sueño, y Spider y yo éramos estrellas de cine. Era emocionante, peligroso, demasiado bueno para ser cierto.

Spider se puso a adelantar a una furgoneta. De repente un claxon furioso salió de ninguna parte y algo se nos echó encima por el carril exterior.

—¡Joder! —Spider giró bruscamente el volante y se echó a un lado. El coche del carril exterior llegó a nuestra altura; el conductor nos hacía gestos y gritaba mientras miraba fijamente a Spider.

—¡Que te jodan, tío! —le respondió Spider. El tío se estaba volviendo loco.

—Déjalo, Spider. No lo mires. Por Dios, ¡mantén la vista en la carretera o tendremos un accidente!

Spider estaba conduciendo como un loco y daba volantazos sin control. Al fin, el otro tío aceleró y se alejó, todavía gritando como un descosido. Yo solté un suspiro de alivio.

—No queremos llamar la atención. Haz el favor de calmarte.

—Sí, lo sé, pero ese tipo era un gilipollas integral. Me sacan de quicio, tía.

—Creo que deberíamos salir de esta carretera y encontrar alguna más tranquila.

—Sí. Cogeremos la siguiente salida. —Seguía algo agitado, pero al menos tenía ambas manos en el volante.

Pronto apareció una señal que indicaba la proximidad de una salida. Nos cambiamos a la vía de acceso y los frenos chirriaron cuando Spider intentó reducir la velocidad para tomar el desvío en curva. Había una señal que indicaba que había una rotonda delante, pero nosotros íbamos demasiado rápido para poder leer lo que decía. Entramos en la rotonda, pero después no supimos qué hacer. Fuimos mirando las señales de las salidas.

—Hounslow… Slough… Harrow… Mierda, ¿adónde vamos?

Dimos la vuelta completa y parecía que nunca íbamos a salir de allí cuando, al fin, nos decidimos por una salida y tuvimos que oír sonar los cláxones de los coches a derecha, izquierda y centro. Pero nosotros seguimos adelante con el resto de los coches en fila india.

—¿Nos sigue alguien, Jem? ¿Alguien ha girado detrás de nosotros?

—¿Y cómo quieres que lo sepa?

—¡Tienes que mirar los espejos! Tampoco te estoy pidiendo que hagas neurocirugía… —El sudor cubría su frente. Sé que estaba agobiado, pero se estaba comportando como un gilipollas.

—¡Oye, tío, cállate! —le grité—. Veo que hay luces, pero son todas iguales. ¿Cómo quieres que sepa si nos siguen o no?

Se enjugó la frente con la mano y se tocó el pelo.

—¿Dónde estamos? —preguntó al fin.

—No sé, pero sigamos para adelante. Habrá alguna señal pronto.

—No creo que las señales nos ayuden mucho. Necesitamos un mapa.

—A mí no me serviría para nada. No tengo ni idea de mapas.

—Bueno, pues tendremos que aprender. Dios, necesito un descanso. —Spider se metió en una carretera lateral y paró. Apagó el motor y se estiró todo lo que pudo en el asiento. Después se pasó las manos por la cara y exhaló con fuerza entre los dedos—. ¡Joder, tía! Esto es muy difícil.

—¿Qué? ¿Conducir?

—Sí. Hay demasiadas cosas en que pensar. Todo se lanza contra ti por todos los lados. Caramba…

Se limpió más sudor de la frente con la manga, apoyó la cabeza y cerró los ojos.

—Spider —dije muy lentamente—, habías conducido antes, ¿verdad?

—Claro —respondió todavía con los ojos cerrados—. Me di una vuelta en el coche de Spencer una vez por el polígono.

—Pero yo creía que habías hecho esto muchas veces, lo de robar coches y eso…

—Sí, Jem, pero yo siempre hacía el puente. Nunca me dejaron conducir.

Lo atravesé con la mirada.

—No me lo puedo creer… ¡Estás chiflado! ¡Acabamos de cruzar uno de los lugares con más tráfico del mundo y tú sólo has conducido una vez! Dios mío… —Me eché a reír por el alivio, aunque estaba al borde de la histeria.

Abrió los ojos.

—Pero… ¿De qué te ríes? Te he traído hasta aquí, ¿no?

Me detuve un momento para respirar.

—No me río de ti. De verdad que no. —Parecía tan ofendido que tuve que ponerle una mano en el brazo para calmarlo—. Es cierto, me has traído hasta aquí. Has estado genial, Spider. Fantástico. Anda, echemos un vistazo a la bolsa que nos ha preparado tu abuela. Comamos algo.

Él salió, rodeó el coche en dirección al maletero, cogió la bolsa y me la puso en el regazo. Yo me puse a rebuscar dentro. Daba bastante pena: galletas saladas, galletas de chocolate, algunas latas (aunque no había abrelatas)… Al menos había un paquete de cigarrillos y algo que pesaba en el fondo. Metí la mano más adentro y palpé el cuello de una botella. La saqué. La cara de Spider se iluminó.

—Ni hablar, tío —le dije volviendo a meter el vodka en la bolsa—. No creo que eso te vaya a ayudar ahora mismo.

—Pero tengo sed… ¿Hay algo más de beber por ahí?

Volví a rebuscar.

—No.

—Estamos de vacas flacas —dijo Spider, y soltó una breve carcajada.

—¿Cómo?

—Es una forma de decir que no hay mucha cosa. Es gracioso.

No sé por qué esas palabras le hicieron mucha gracia y comenzó a reírse. Y era contagioso. No sabía muy bien de qué iba todo eso, pero yo también empecé a reírme. Allí estábamos los dos sentados como un par de idiotas, incapaces de hacer otra cosa que reír durante un rato.

Cuando al fin paramos fue como si toda la energía nos hubiera abandonado, como si la hubiéramos expulsado con la risa. Se hizo el silencio en el coche. La realidad estaba calando en nosotros, como cuando bebes algo que está muy frío y sientes cómo baja por tu garganta y se va moviendo por tu interior. Empezaban a surgirme dudas sobre todo aquello. No sabíamos adónde íbamos, tampoco teníamos nada útil y todo el mundo estaría buscándonos. No quería ser yo quien lo dijera, pero no pude contenerme.

—Tal vez deberíamos volver —solté al fin—. Quizá sería todo más fácil si volviéramos y nos entregáramos.

Spider meneó la cabeza.

—Yo no voy a volver nunca. No puedo, Jem.

—¿Cómo que no puedes? Vale, lo vamos a pasar mal un tiempo, nos interrogaran sobre lo que ha pasado y además hemos robado un coche, pero ¿qué es lo peor que pueden hacernos? ¿Encerrarnos?

—No, Jem. No me refiero a la policía, aunque seguro que me encerrarían esta vez; llevan mucho tiempo buscando una excusa para hacerlo. Pero no me preocupan ellos. Mira. —Metió la mano en el bolsillo del chaquetón y sacó un sobre marrón, uno grande, doblado, y me lo pasó.

—¿Qué es esto?

—Echa un vistazo.

Desdoblé la solapa y miré. Había billetes dentro, un grueso fajo de billetes. Metí la mano y los saqué. Nunca en mi vida había visto o tenido en la mano tanto dinero.

—Es nuestro futuro, Jem. Bueno, al menos para las próximas semanas.

Sostuve los billetes en una mano y pasé el pulgar por el extremo, como se hace con las páginas de un libro. Debía de haber cientos de billetes de cinco y de diez. Miles de libras.

—¿Pero qué has hecho? ¿Robar un banco?

Se mordió una uña y me miró sin responder.

—¿Qué has hecho, Spider? —volví a preguntar.

Bajó la vista y se pasó las manos por el pelo.

—No hice la última entrega.

—¿Es el dinero de Baz? ¿Le has robado a Baz? Dios, Spider… ¡Te matarán!

Volvió a morderse la uña.

—No si no me encuentran. Por eso no puedo volver. Ahora sólo estamos tú y yo, Jem. Tenemos que hacerlo. Tenemos que encontrar algún sitio y empezar de nuevo.

Cerré los ojos. Realmente no había vuelta atrás. Sentí una mano en mi hombro.

—¿Estás bien? —No respondí; no sabía qué decir—. Puedo dejarte en alguna parte si quieres. Yo no puedo volver, pero tú sí. Puedes si quieres, Jem.

Dejé que las palabras calaran en mí. Lo decía en serio: seguiría sin mí. Pero, ¿adónde iba a ir yo? ¿A manos de la policía, de los Servicios Sociales, de Karen? Abrí los ojos y me lo encontré mirándome fijamente, mirándome de verdad. ¿Cuánta de la gente que se había cruzado en mi vida no veía en mí más que una chica pequeña, callada y rarita con una sudadera con capucha? ¿Cuánta gente se había interesado de verdad por mí? Spider era diferente: estaba loco y era gracioso, inquieto e imprudente. Me gustaba.

—No —le dije—. Está bien. Haré el viaje contigo. Quiero echarle un ojo a ese Weston-súper-noséquémierda.

Sonrió y asintió.

—Entonces sigamos por esta carretera hasta que encontremos una gasolinera. Allí compraremos comida de verdad y un mapa para situarnos.

—Vale. Venga.

Dimos un giro completo en la carretera lateral y volvimos a incorporarnos a la vía principal. Unos diez minutos después encontramos una estación de servicio y aparcamos junto a los surtidores. Después de varios intentos, Spider encontró el seguro para abrir el depósito de la gasolina y lo llenó. Entonces los dos fuimos a la tienda y yo me fui al baño mientras Spider se llenaba los brazos de cosas: coca-cola, patatas fritas, chocolate y unos sándwiches. Lo suficiente para unos días. La gente nos miraba divertida. «Mierda. Se van a acordar de haber visto a dos adolescentes cargados de cosas», pensé.

La cola era dolorosamente lenta.

El tipo que había tras el mostrador tenía la radio puesta. Interrumpieron la música para dar un avance de noticias.

«Londres se tambalea tras una impresionante explosión que ha destrozado la London Eye… Siete muertos y no se conoce todavía el número de heridos… La policía busca a dos jóvenes: uno negro y muy alto y otra más baja y de constitución delicada».

De repente se me puso la carne de gallina. Sentía como si tuviera un cartel de neón encima de la cabeza con una flecha apuntando hacia abajo que dijera: AQUÍ ESTÁN. Sabía que Spider lo había oído también; tenía la vista fija en el suelo, cambiaba el peso de un pie a otro y se mordía el labio. Yo esperaba que alguien dijera algo, que nos cogieran. Fue una tortura. Todo mi ser quería tirar todas las cosas y salir corriendo de allí, pero me esforcé por ocultarlo. Debía mantenerme indiferente. Avanzamos unos centímetros. Las noticias terminaron y la música volvió cuando llegamos a la caja. El tipo ni siquiera nos miró: sólo preguntó el número del surtidor y pasó las cosas por el escáner. Spider pagó en efectivo y nos fuimos.

Cuando salíamos, vi la cámara que había en un rincón del techo. Durante un segundo, me quedé mirando directamente y el aparato me devolvió la mirada con su ojo que no parpadeaba. «Me tienen», pensé. Ahora tienen una imagen mía con el estúpido abrigo de Val y el pelo corto. Antes de volver a entrar en el coche me quité al maldito abrigo y lo lancé al asiento de atrás. Spider ya había encendido el motor.

—Vale, en marcha. Toma, mira el mapa e intenta averiguar dónde estamos. —Me tiró un grueso mapa de carreteras al regazo.

Iba a protestar, pero él no me dejó hablar.

—Jem, tenemos que salir de aquí. Es cuestión de vida o muerte. Necesito que lo hagas.

Busqué entre las páginas hasta que encontré un mapa grande del sur de Inglaterra. Me concentré intentando encontrar un patrón en la telaraña de líneas que había en el mapa. Al fin encontré Londres y seguí hacia la izquierda. Sentí una oleada de triunfo cuando descubrí Bristol. Había muchas carreteras entre las dos; únicamente necesitábamos encontrar una.

—Conduce hasta que encontremos una señal, Spider. Podré indicarte cuando encontremos una señal.

Y de esa forma titubeante fuimos encontrando la forma de salir de la ciudad, parando de vez en cuando para mirar el mapa y girando en redondo cuando nos equivocábamos. Todo el tiempo estuve atenta por si oía el ruido de sirenas y controlando por el retrovisor los coches que teníamos detrás. Cuando al fin localicé en el mapa dónde estábamos, puse ahí el dedo y fui siguiendo con él la ruta según íbamos avanzando.

En Basingstoke salimos de la circunvalación y después buscamos una calle tranquila. Spider salió del coche para echar una meada y después hicimos un picnic en el coche: sándwiches, patatas y coca-cola.

—Creo que deberíamos abandonar el coche. Está muy fichado: todos los desgraciados de este país lo estarán buscando —dijo Spider con la boca llena, lo que hizo que trocitos de patatas salieran volando a su alrededor.

Yo sentí una punzada de melancolía.

—Me gusta este coche.

—Sí, lo sé, pero nos cogerán esta noche o mañana a menos que cambiemos. ¿Por qué no buscamos un sitio silencioso donde poder echar una cabezadita y luego cambiamos de coche temprano por la mañana? Estoy destrozado.

Estuvimos conduciendo hasta que encontramos un camino de tierra que no tenía farolas. Aparcamos en una especie de cuneta, apagamos el motor y los faros. Todo estaba totalmente negro; parecía antinatural.

—No me gusta este sitio, Spider. Está demasiado oscuro. Vayamos a algún lado que tenga farolas. Esto me da miedo.

—No, tía. Si hay luz, la gente nos verá. No duraremos ni cinco minutos. No notarás la diferencia cuando tengas los ojos cerrados. Vete al asiento de atrás y túmbate. Allí estarás mejor.

—¿Y tú?

—Me quedaré aquí. —Sus largas piernas apenas cabían en el hueco de delante del asiento y la cabeza le rozaba el techo.

—No, yo estoy bien aquí. Puedo echar el asiento para atrás. Vete tú atrás; tendrás más espacio.

Ahí se acabó su caballerosidad a la antigua. Aceptó inmediatamente y salió por la puerta del conductor para pasar a la parte de atrás. Se inclinó para buscar algo en el maletero y después me pasó una manta.

Me envolví los hombros con ella y me revolví intentando acomodarme. Cerré los ojos, pero no podía dejar de ver las imágenes de la tele: el espacio vacío donde antes estaba la cabina de la noria, trozos de anoraks azules, un bolso de paja hecho pedazos… Podía ver la cola de nuevo, con todas esas caras mirándome. Abrí los ojos, pero eso no me produjo ningún alivio porque no había nada en lo que pudiera fijarme, sólo la maldita oscuridad de ese camino de mierda. La negrura era tan densa que podía haber cualquier cosa ahí fuera. Podría haber un tipo enorme con un cuchillo sólo a unos metros del coche y nosotros no podríamos verlo hasta que se nos echara encima y pegara la cara y las manos a las ventanillas, grotescamente distorsionado, antes de abrir las puertas y…

—¿Estás despierto, Spider?

—Sí. —Podía oírlo revolverse en el asiento—. Estoy tan cansado que no puedo dormir. Mi cerebro no se quiere apagar; es como si estuviera colocado.

—Estoy asustada. No me gusta este sitio.

Sentí que su mano rodeaba el asiento para darme palmaditas en el brazo. Saqué la mano de la manta y entrelacé los dedos con los suyos. Su mano parecía el doble de grande que la mía, con largos dedos y nudillos huesudos. Me acarició la base del pulgar con el suyo, diciéndome palabras tranquilizadoras. Supongo que me quedé dormida, porque lo siguiente que recuerdo es una luz gris plateado que llenaba el coche a través de las ventanillas empañadas y a Spider que estaba sentándose en el asiento del conductor.

—Hora de irse, Jem. Vamos a encontrar un coche chulo y a poner kilómetros entre nosotros y la ciudad antes de que la gente se despierte.

Giró el coche y nos dirigimos a las afueras de la ciudad durmiente. Me vi despedida hacia delante cuando pisó el freno de repente. Un zorro estaba cruzando la carretera delante de nosotros, uno grande. Spider sonrió cuando desapareció detrás de un arbusto.

—Me alegro de no haberle dado. Ése es como nosotros, Jem: un ladrón que empieza pronto a trabajar. Mis respetos, señor Zorro.

Seguimos y pronto encontramos una calle tranquila de las afueras llena de coches aparcados. A pesar de que era Dios sabe qué hora, Spider estaba completamente despierto y sus ojos recorrieron las hileras de coches, descartando. Tras un rato, paró e hizo un gesto en dirección al otro lado de la calle donde había aparcado un gran monovolumen.

—Ése, Jem. Mete todas las cosas en las bolsas. Vamos a hacerlo rápido y sin ningún ruido. —Se puso su largo y huesudo dedo sobre los labios y me guiñó un ojo. Le encantaba todo aquello.

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