Numbers

Numbers


Capítulo 13

Página 15 de 43

Capítulo 13

—Quédate aquí mientras echo un vistazo.

Spider salió del coche y cruzó la carretera con cuidado. Rodeó rápidamente el monovolumen y volvió.

—Sí, está bien. No tiene ninguna cerradura complicada ni nada. Coge todas las cosas. Las mantas también.

—Un momento. —Metí la mano en la guantera y saqué uno de los papeles de McNulty. Busqué un boli y encontré la punta de un lápiz viejo. Tan pequeño como pude escribí en la esquina del papel: «Su final: 25122023». Un regalo de despedida para ese cabrón cruel.

—¿Qué coño estás haciendo? —dijo Spider entre dientes—. Tenemos que irnos antes de que todas esas cortinas empiecen a descorrerse. ¡Vamos!

Dejé caer el papel al suelo, cogí las cosas y salí del coche. Spider ya estaba junto a la puerta del nuevo coche, trajinando en la cerradura con algún tipo de herramienta. De repente hizo un clic satisfactorio y entró y abrió la puerta del acompañante. Rodeé el coche, tiré todas las cosas en el asiento de atrás y me metí dentro a toda velocidad, intentando no hacer mucho ruido al cerrar la puerta. Spider estaba a lo suyo con la columna de dirección y pronto el motor cobró vida y ya estábamos en camino, moviéndonos por calles aún dormidas, agradables y tranquilas.

Tardamos horas en salir de Basingstoke. Fue una pesadilla, como si hubieran diseñado las calles para que te quedaras atrapado allí para siempre. Estuvimos conduciendo en círculos durante unos veinte minutos hasta que pude ver la señal de Andover; había visto en el mapa que ésa era la siguiente ciudad hacia el oeste. Cuando al fin lo dejamos atrás, Spider soltó un suspiro de alivio.

—Deberían poner una bomba en el maldito Basingstoke y dejar a Londres en paz.

No eran más que las seis y media y ya había bastantes coches en la carretera.

—Pon la radio a ver lo que está pasando —dijo Spider.

Yo no quería saberlo. Prefería que el mundo exterior se quedara fuera, que sólo estuviéramos Spider y yo en el coche, viajando, pero encendí la radio y pulsé varios botones al azar hasta que encontré las noticias.

—«La cifra de muertos provocados por la bomba de Londres asciende hoy a once. Veintiséis heridos se encuentran todavía en el hospital, dos de ellos en estado crítico. Los expertos forenses están ahora peinando concienzudamente el lugar, examinando los escombros en busca de pruebas de la identidad de los causantes de la explosión y de pistas para confirmar la identidad de los fallecidos. La policía sigue buscando a los dos jóvenes que huyeron de la escena minutos antes de la explosión. Se ha convocado una rueda de prensa esta mañana para difundir unas imágenes de los sospechosos obtenidas por una cámara de seguridad».

—Apágalo, Jem. No han dicho nada del coche, ¿verdad? Será que no nos han identificado todavía.

—Probablemente no dirán todo lo que saben, ¿no crees? No les va a llevar mucho tiempo; Karen habrá denunciado mi desaparición y tienen esas imágenes de la cámara de seguridad…

—Lo mejor será que encontremos algún lugar donde escondernos, que acampemos en algún bosque. Cualquier lugar en el que haya gente es peligroso para nosotros.

Se me cayó el alma a los pies. ¿Qué sabíamos nosotros, dos chicos de Londres, de acampar?

—Spider, ¿has ido alguna vez de acampada?

—No, pero no puede ser tan difícil. Sólo necesitamos agua y comida, las mantas y encontrar algún sitio resguardado. Nos las arreglaremos bien. Como los comandos, ¿qué te parece?

—Que yo no tengo intención de ir por ahí en plan comando —reí.

—No, idiota, quiero decir por ahí viviendo de lo que dé la tierra. Recolectando cosas y comiendo bayas. Podríamos hacer eso.

—Si nos ponemos a coger cosas por ahí y comérnoslas, estaremos en el hospital para mañana por la noche, envenenados. Eso si no morimos congelados. —Miré con tristeza por la ventanilla hacia el extraño puzle de campos y setos. Resultaba tan acogedor como la superficie de Marte: sin tiendas, sin casas, sin vida. Cierto que Londres es un vertedero, pero al menos hay algún tipo de civilización, no como ese páramo infinito de un verde apagado y lleno de barro.

—¿No podemos quedarnos en el coche si lo aparcamos fuera de la vista?

—Sí, puede que tengas razón. Mira, conduciremos otra media hora o así y después aparcaré donde nadie pueda verlo hasta que oscurezca. Será más difícil que nos localicen conduciendo en la oscuridad.

Seguimos pasando sombrías colinas ondulantes salpicadas de granjas aquí y allá. De vez en cuando aparecían grupitos de casas con alguna tiendecilla con un poco de todo: tenían nombres, pero la verdad es que no se podía decir que fueran lugares. No tenían nada de especial. Algunas de las casas tenían tejados de paja, como si todavía estuviéramos en la Edad Media o algo por el estilo. Me recordó al cuento de Los tres cerditos, una de las historias que me leía mi madre. Uno de los estúpidos cerditos construía su casa de paja y el gran lobo malo se la tiraba a soplidos. El lobo acababa escaldado en una olla, ¿no?, y los tres cerditos a salvo en su casa de ladrillos. No sé por qué les cuentan a los niños todas esas mentiras. No necesitarán mucho tiempo para darse cuenta de que en la vida real el lobo siempre acaba saliéndose con la suya. Los cerditos como Spider y yo no tienen ninguna oportunidad.

—¿En qué piensas?

Di un respingo. No estaba dormida, pero sí tan concentrada que llevaba un rato lejos de allí.

—En cerdos.

—¿Has visto alguno? —Volvió la cabeza para mirar atrás haciendo que el coche girara descontrolado hacia la derecha.

—No. ¡No apartes los ojos de la carretera! Nos vas a matar. No me refería a ese tipo de cerdos, quiero decir, cerdos de verdad. Pensaba en cerdos de mentira… Bueno, déjalo…

Había una señal con una mesa de picnic en ella. Nos desviamos y encontramos un área de descanso que no se veía desde la carretera. Había un camión aparcado allí y nosotros nos colocamos detrás y nos pusimos a comer algunas galletas y beber un poco de coca-cola. Apareció un tío por un lado y le dio la vuelta al camión para encender un cigarrillo y después se dedicó a comprobar que las sujeciones de la carga estuvieran bien. Me di cuenta de que estuvo todo el tiempo mirándonos. Hacía como si no, pero era una de esas veces en las que alguien tiene la vista fija en algo pero se dedica a observar otra cosa por el rabillo del ojo. Instintivamente me escurrí en el asiento y vi cómo iba hacia la puerta de la cabina y subía.

—¿Le ves?

Spider se sacó un trozo de galleta de los dientes.

—¿A quién? ¿Al conductor?

—¿Ves si está en la cabina del camión?

—Sí, le veo por su retrovisor. ¿Por qué?

—¿Qué está haciendo?

—Tiene un cigarro en la boca y está hablando por la radio.

Se me puso la carne de gallina.

—Nos ha pillado, Spider. Está llamando a la policía.

—No, no seas paranoica. Los camioneros hablan unos con otros por la radio todo el rato.

—¿Pero y si los está llamando? ¿Qué haremos?

—Tenemos que abandonar este coche y hacernos con otro. Salgamos de aquí de todas formas. —Encendió el motor y pasó fácilmente de una marcha a otra mientras aceleraba en dirección a la carretera principal. Empezaba a pillarle el truco a eso de conducir.

Miré atrás. Algo más allá, el camión estaba haciendo maniobras para salir tras nosotros.

Al momento siguiente, había camiones por todas partes: un par de ellos delante y cada minuto aparecía otro por el otro carril. Si nos había identificado y se lo había dicho a sus colegas, estábamos jodidos. Ellos podrían ir siguiendo cada uno de nuestros movimientos. Miré en la cabina de un camión que venía hacia nosotros y el conductor cruzó su mirada con la mía sólo un momento y después la apartó. Tenía puesto un auricular y hablaba mientras pasaba a nuestro lado.

—Spider, tenemos que salir de aquí. Nos tienen fichados. El tío de ese camión de ahí se me ha quedado mirando, ¿lo has visto?

—No, tía. Tengo los ojos fijos en la carretera, como me dijiste.

—Fíjate en el siguiente.

Pasaron un par de minutos y se aproximó otro camión. El conductor también se nos quedó mirando. Spider también lo vio.

Maldijo y giró en el siguiente desvío, derrapando en una carretera estrecha. Yo me agarré a la puerta con una mano y al salpicadero con la otra, rezando para que no nos encontráramos con otro coche que viniera en sentido contrario. Redujo la velocidad y al fin aparcó en un pequeño camino que se cruzaba con la carretera por la que íbamos y en el que no cabía ni un coche como el nuestro.

Había un cartel verde que decía «SENDERO». Se me cayó el alma a los pies.

—Coge las cosas. Tenemos que salir corriendo.

—¿Qué dices? ¿Y adónde? ¿Cómo…?

—Bueno, cogemos las cosas y nos ponemos a andar por ese camino. Después de algunos kilómetros buscaremos un sitio donde podamos dormir y ya nos haremos con otro coche en cuanto podamos. Tal vez en alguna granja. Vamos, recojamos las cosas.

Metimos todo lo que pudimos en las bolsas de plástico. Busqué como una loca en el mapa y arranque las páginas del lugar donde estábamos y todos los sitios que había entre ese lugar y Weston.

—Bien pensado. —De nuevo se veía que Spider estaba lleno de adrenalina. Y supongo que yo también, pero ambos éramos caras opuestas de la misma moneda. Él estaba entusiasmado, disfrutando de la aventura, mientras que yo estaba muerta de miedo. Nos estaban pisando los talones.

No pudimos meterlo todo en las bolsas. Yo me puse el abrigo y Spider se envolvió los hombros con una manta; era más fácil que cargar con ellos en la mano. Le echamos un último vistazo al coche y nos pusimos a caminar. Qué pinta teníamos… Supongo que parecíamos un par de vagabundos. No teníamos nada que ver con los senderistas con sus mochilas y sus botas de montaña, sólo éramos chicos normales con bolsas de plástico y vestidos con ropa que parecía sacada de una tienda de segunda mano.

Las bolsas eran un incordio. Una de ellas no dejaba de golpearme la pierna hiciera lo que hiciera. Intenté volverla y cambiármela de mano, pero no funcionó. Zas, zas, zas. El plástico me cortaba las manos produciéndome un dolor agudo y cruel. Y mis piernas y mis pies no dejaban de tropezar con todo. El camino era muy irregular: había dos surcos profundos hechos con piedras grandes y pequeñas con un montículo de hierba en medio, todo a diferentes niveles. Empecé caminando por uno de los surcos, pero el tobillo se me iba torciendo con las piedras, así que me pasé al trozo con hierba. Eso estuvo mejor hasta que de repente decidió hundirse o había un agujero o algo y me torcí el tobillo otra vez. Y todo el tiempo el zas, zas, zas de la maldita bolsa. Al final me hice tan sensible a ello que era como si me estuvieran golpeando la rodilla con un mazo.

Después de estar así lo que a mí me pareció mucho rato, me paré y dejé caer ambas bolsas. Volví las manos para mirarme las palmas: estaban muy rojas y cruzadas por gruesas líneas donde las asas se me habían hincado en la piel. Spider siguió hacia delante sin darse cuenta. Era como si estuviera escuchando música; iba por ahí a su ritmo, bamboleando la cabeza y con las piernas como elásticas. Pero no iba escuchando nada, a menos que estuviera en su cabeza. Después de unos segundos se dio cuenta de que no le seguía y se volvió.

—¿Qué pasa?

—No puedo seguir. No puedo más. ¿No podemos parar a descansar?

Miró su reloj.

—Sólo hemos estado andando seis minutos. Si bajas hasta esa curva todavía podrás ver el coche.

Le di una patada a una de las bolsas.

—¡No puedo hacerlo! ¡No me gusta caminar!

—¡Pero si en Londres hemos caminado muchos kilómetros por el canal y por las calles! Muchos kilómetros, tía. Vamos, puedes hacerlo.

—Sí, pero eso es Londres. La civilización. Allí hay aceras y asfalto. Esto es una mierda. Me duelen los tobillos y esa bolsa asquerosa me golpea constantemente la pierna. ¡Y mírame las manos! —Las levanté para mostrárselas.

—Vamos a ver —dijo pacientemente—. Tenemos que alejarnos lo que podamos del coche y encontrar algún lugar donde escondernos. ¿Qué te parece si seguimos el camino durante una hora y vemos adónde nos lleva?

—¡No me estás escuchando! ¡NO PUEDO HACERLO! —chillé por la frustración. Creo que incluso pateé el suelo. Después cogí una de las bolsas con las dos manos y la lancé lejos. Flotó con mucha gracia por el aire y acabó encima de un seto, a unos dos metros de altura.

Spider se me acercó y me puso la mano sobre la boca.

—¡Chis! Los vas a atraer a todos aquí, imbécil. —Había una lucecita bailando en sus ojos y una amplia sonrisa en su cara. Se estaba riendo de mí.

Se estaba riendo de mi.

Me puse hecha una furia y comencé a golpearle con los puños y los pies, aullando y gruñendo.

—¡No se te ocurra reírte de mí! ¡Nunca en tu vida…!

En vez de apartarse o devolverme los golpes, me rodeó con brazos y piernas, envolviéndome totalmente, y apretó. Mis brazos quedaron sujetos en los costados y las piernas ya no tenían sitio donde apuntar. Me abrazó fuerte presionándome la cara contra ese lugar maloliente que tenía bajo los brazos y eso consiguió que la furia se alejara de mí. Podía sentir cómo se iba y mi cuerpo se relajaba. Tenía la barbilla apoyada en la parte superior de mi cabeza y los dos nos quedamos de pie un rato así, sólo respirando.

—¿Mejor? —dijo un rato después.

—No. —Pero no era cierto; sí que me encontraba mejor.

Spider me liberó y fue a rescatar la bolsa que se había enganchado en el seto.

—Vamos a comer un poco de chocolate y a hacer otro intento. Yo llevaré tus bolsas.

No podía dejarle hacer eso; yo tenía mi orgullo.

—Vete a la mierda. Puedo llevar mis propias bolsas.

—Ah, vale.

Al final llegamos a un acuerdo y él se ocupó de llevar la bolsa de los golpes. Ambos empezamos a caminar de nuevo por el sendero mientras una suave luz amarilla se filtraba entre las ramas y las hojas que crecían por encima de nuestras cabezas; empezaba a colarse también el sonido de sirenas que llegaba desde la carretera principal.

Ir a la siguiente página

Report Page