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Capítulo 14

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Capítulo 14

El camino terminaba en una cerca con unos peldaños. Dejamos las bolsas en el suelo, nos asomamos por encima de ella y miramos. El camino parecía seguir recto, cruzando justo por el medio un campo que se hundía en la distancia; no se podía distinguir el final, pero sí se veía que por detrás se extendían más y más campos hasta más allá de donde alcanzaba la vista. Nunca en mi vida he visto la imagen de una nada tan dejada de la mano de Dios como aquélla.

—¿Pero hacia dónde demonios vamos? —le pregunté.

Spider se encogió de hombros.

—Lejos del coche que acabamos de abandonar. A cualquier parte.

—No podemos cruzar hacia allí —dije señalando con la cabeza hacia esa devastación rural.

—¿Y por qué no?

—¡Pero míralo, imbécil! ¡No hay árboles ni setos! Cualquiera que esté a menos de cincuenta kilómetros a la redonda podrá vernos.

—¿Es que quieres volver atrás y sentarte en el coche hasta que nos encuentren, nos saquen a empujones y nos tiren al suelo con los brazos y las piernas extendidos y una pistola en la nuca?

—¿Una pistola? ¿Por qué…?

—Creen que somos terroristas.

Apoyé la cabeza en los brazos y cerré los ojos. No sé qué me había imaginado cuando pensé en cómo sería ser unos fugitivos, pero no tenía nada que ver con esto. Estaba muy cansada, con un cansancio doloroso que me subía por brazos y piernas.

—¿No podemos quedarnos aquí un rato? —dije aún con la cabeza baja y la voz amortiguada por las mangas.

Spider negó con la cabeza.

—Estamos demasiado cerca del coche. Tenemos que alejarnos más. —Hizo una pausa—. Mira, hay unos cuantos árboles allí arriba. Podríamos llegar hasta allí y quedarnos escondidos hasta que oscurezca.

Levanté la vista. Había una mancha oscura borrosa que coronaba la curva de una colina a unos treinta kilómetros.

—¿Quieres decir esos que están allí? ¿Tan lejos?

Asintió.

—Nos llevará media hora, cuarenta minutos como máximo. Podemos hacerlo. —Volvió a coger las bolsas, las pasó por encima de la cerca y luego pasó él; con sus largas piernas no le costó mucho.

Suspiré y le seguí. Uno de los peldaños de madera se tambaleó cuando apoyé mi peso en él y solté un grito. Spider se rio y me tendió una mano para que me apoyara. Me agarré a ella y pasé una pierna por encima. Después lo solté, me volví y agarré la parte superior de un poste de la cerca de madera mientras pasaba la otra pierna. Cuando tenía el trasero en el aire, justo en medio, pareció que el peldaño iba a ceder, me agarré con más fuerza al poste y noté algo blando debajo de la mano. Lo solté y me di cuenta de que había apoyado la mano sobre una caca de pájaro.

—¡Joder! —Podía oír a Spider riéndose con fuerza detrás de mí—. No tiene gracia. Ahora estoy llena de mierda. —Estiré la pierna y toqué el suelo con el pie. Cuando al fin estuve de nuevo sobre terreno firme, me volví y vi a Spider doblado por la mitad, partiéndose de risa—. ¿Qué?

—¡No he visto nada tan gracioso en mi vida! Eres genial.

—¡Que te den!

Hice un intento de acercarme para limpiarme la mano en él, pero se apartó. Lo perseguí alrededor de las bolsas, pero consiguió cogerme la muñeca y obligarme a la fuerza a acercar la mano al suelo y a limpiármela con un manojo de hierba. Así me quité la mayor parte de la caca. Luego me froté la mano en los pantalones para deshacerme del resto. Después nos sentamos bastante separados. Yo jadeaba por el esfuerzo y los pulmones estuvieron hiperventilando hasta que mi cuerpo se fue calmando poco a poco y mi respiración volvió a la normalidad.

Spider rebuscó en una de las bolsas, sacó la botella de coca-cola y me la pasó. Estaba caliente y casi sin gas, pero me supo a néctar. Después cogimos las bolsas y seguimos por el camino en dirección a tierra de nadie.

Es imposible imaginarse lo incómodo que me resultó caminar por ese campo. Por culpa de eso que había dicho Spider de las pistolas, yo no dejaba de pensar en el espacio que tenía entre los omóplatos, esperando que en cualquier momento un francotirador se decidiera a encajarme una bala ahí. Cuanto más nos alejábamos de la cerca, más expuesta me sentía. Si hubiera estado caminando por ese camino completamente desnuda no me habría sentido tan incómoda. No había nada a nuestro alrededor, sólo hierba y cielo, más cielo del que había visto en mi vida, una cantidad increíble. En una ciudad no eres consciente del espacio que se comen los edificios. Al eliminarlos no hay más que cielo, un cielo enorme y vacío, nada entre tu coronilla y el profundo espacio, y sólo la gravedad evita que vayamos hacia arriba, muy arriba, lejos de la Tierra, a la deriva. Estaba verdaderamente agobiada. Sólo podía soportarlo mirando fijamente al camino y pensando únicamente en poner un pie delante del otro.

Por delante de mí iba Spider, casi trotando con sus pasos saltarines habituales. Me encontré estudiando su forma de moverse, esas largas piernas que subían hasta su trasero escuálido. En el colegio y en el barrio siempre parecía inquieto, como si le resultara difícil contener su energía entre esas paredes, esas calles y esos edificios. Allí sus piernas parecían comerse los kilómetros. Ese chico londinense, alto y negro, allí parecía encontrarse como en casa. Era un lugar a escala para él.

Nada que ver conmigo. Donde él se ponía a saltar, yo caminaba con dificultad con la cabeza llena de «no puedo…», «no quiero…», «odio este sitio». Cuando llegábamos a lo más alto de cualquier colina, pensaba que ya estábamos cerca del lugar cubierto que me había señalado Spider, pero entonces surgía otra loma. Eran como olas que se extendían tan lejos como alcanzaba la vista.

De repente nos encontramos caminando junto al linde de un campo y con una hilera de gruesos árboles al otro lado del camino. Se oía el sonido del agua y Spider se detuvo y dejó las bolsas en el suelo.

—Espera aquí un momento —me dijo, echó una carrera cuesta arriba y pasó por encima de una cercado de alambre de púas.

—¿Qué haces? —le grité, pero no me respondió y me dejó allí plantada como una imbécil.

Me senté mirando el camino por el que habíamos venido. Y si veía que venía gente siguiéndonos, ¿qué iba a hacer? No me dio tiempo a pensar una respuesta porque Spider volvió pronto con aire de arrogancia.

—Hay una pendiente y un río por ahí, Jem. Eso son buenas noticias porque podemos vadearlo y así, si tienen perros buscándonos, no podrán encontrarnos. Perderán nuestro rastro. Lo he visto en las películas.

Bueno, yo también lo había visto en las películas, pero ¿y qué? De todas maneras no había forma de disuadirle.

—Tírame las bolsas por encima de la alambrada y después te ayudaré a pasar. —Le pasé las bolsas y miré el cercado de alambre.

—No sé si… —dije dudando.

—Vamos, pon un pie en el alambre, la mano en el poste de sujeción y luego salta. Yo te cogeré.

Como no tenía una idea mejor, hice lo que me había dicho. El alambre se dobló bajo mi peso, pero pensé «qué demonios…», y seguí intentando escalar. En ese momento Spider estiró los brazos y me cogió por debajo de los míos para levantarme en el aire y soltarme con cuidado al otro lado. Ambos sonreímos y chocamos los cinco. Después recogimos las bolsas y nos pusimos en camino entre los árboles.

De pronto el terreno empezó a inclinarse mucho. Y era cierto que había un río abajo: de unos cuatro o cinco metros de ancho, con una corriente rápida y turbia.

—¿Qué profundidad tiene? —le pregunté.

—No lo sé, sólo hay una forma de averiguarlo. ¿Por qué no tiramos las bolsas a la otra orilla y después nos metemos para probar?

—¿Y por qué no lo pruebas tú primero? Si es demasiado profundo, no podremos cruzarlo y no tendrá sentido que tengamos las bolsas al otro lado.

—Jem —me dijo con la expresión muy seria—, tenemos que cruzarlo. No tenemos otra opción. No pasará nada, te lo prometo.

Cogió la primera bolsa de plástico, ató ambas asas y comenzó a balancearla adelante y atrás. Después, la soltó con un breve gruñido. Voló por encima del agua y aterrizó al otro lado. Sonrió y se puso manos a la obra con las otras. Todo fue bien hasta la última. No consiguió agarrarla bien y salió despedida muy arriba y después cayó en picado directamente al río.

—¡Hostia! —dijo, y se sentó para quitarse a toda velocidad las zapatillas de deporte y los calcetines. Se subió los vaqueros y se deslizó por la orilla hasta meterse en el agua.

—¡Dios! —chilló con voz aguda y femenina—. ¡Está helada!

La bolsa había flotado corriente abajo unos diez metros y se había quedado enganchada en algo cerca de la otra orilla. Comenzó a vadear el río en dirección a donde estaba la bolsa; el agua le llegaba hasta las rodillas.

—Tira también mis zapatillas al otro lado y haz lo mismo con las tuyas. Podemos cruzar: el agua está helada, pero no es muy profundo —me gritó.

Metí sus calcetines en las zapatillas y las lancé al otro lado, una detrás de la otra. Spider seguía acercándose a la bolsa. Me agaché para quitarme los zapatos.

—¡Ay! —Spider estaba a la mitad del río agitando los brazos en el aire—. Resbala un poco. Ten cuidado —me dijo.

—Vale —le respondí, y seguí desatándome los cordones. Spider seguía salpicando agua y soltando tacos, nada fuera de lo normal. Yo no lo miraba. Al fin me quité las zapatillas y los calcetines y me erguí para tirarlos al otro lado. La bolsa de plástico seguía allí, meciéndose en la corriente, mientras el agua intentaba arrancarla de lo que fuera que la tenía enganchada. Pero Spider no estaba. Había desaparecido.

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