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Capítulo 15

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Capítulo 15

Miré a la otra orilla, por todas partes. Nada. Mis ojos examinaron la superficie del agua; no había señal de él. Lo irreal de la situación la convertía en sobrecogedora. Sentía como si algo en mi cerebro hubiera patinado y cambiado de sitio: estaba sola y Spider nunca había existido, porque, si era una persona de verdad, ¿cómo iba a desaparecer así?

De repente, en un lugar bastante alejado a mi izquierda, vi un movimiento extraño del agua ondulante. Algo rompió la superficie: una rodilla, un codo o algo. Spider ya estaba a unos treinta metros y la corriente seguía arrastrándolo. Empecé a correr por la orilla. Se veían diferentes partes de su cuerpo cuando el agua lo volteaba como si fuera un muñeco de trapo: un brazo, la espalda, la nuca… pero nunca la cara. Su cara seguía debajo del agua.

Yo era presa del pánico y corría tan rápido como podía. Las ramas que cruzaban la orilla me golpeaban mientras me abría paso, tambaleante. Al fin llegué a su nivel, chillando y corriendo a la vez. No podía oírme. Busqué a mi alrededor algo a lo que pudiera agarrarse. Tiré de una rama larga intentando separarla del tronco, pero no tenía suficiente fuerza. Y de nuevo él se había alejado de mí. Sólo pensar que estaba ahí, indefenso, tragando agua, hizo que casi me quedara sin respiración. Se suponía que eso no tenía que pasar. Su número era 15122009… Todavía faltaba una semana. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? Empecé a correr de nuevo.

Conseguí adelantarle diez, quince metros. No había nadie por allí. Nada ni nadie que pudiera ayudarnos. No tenía alternativa. Bajé por la orilla y me metí en el río. No sólo me sorprendió el frío, sino también la fuerte corriente. El río me azotó las piernas con una fuerza aterradora. Sólo me llegaba a los muslos, pero no podía hacer más que quedarme allí quieta para mantener el equilibrio. A esa altura era más difícil ver dónde estaba Spider. Busqué en el agua como una loca y al fin vislumbré una sombra oscura que venía hacia mí. Me iba a pasar por la izquierda; tenía que moverme o me iba a pasar justo por al lado. Empecé a cruzar el río, pero el agua era cada vez más profunda. Yo iba muy lenta y gruñía por la frustración. Spider estaba sólo a unos metros. Maldita sea, lo iba a perder… Me lancé hacia delante. Llegué, pero resvalaba sobre el lado cuando Spider me embistió, así que perdí pie y me undí con él.

Entonces todo se mezcló: arriba y abajo, agua y aire, Spider y yo. Aunque no dejaba de dar vueltas, conseguí agarrarle la sudadera. No sabía lo que iba a pasar, pero nos iba a pasar a los dos juntos; no tenía intención de dejarlo ir por nada del mundo. Pataleé desesperadamente intentando encontrar el lecho del río, pero la corriente era implacable. Spider era como un peso muerto que golpeaba contra mí y tiraba de los dos hacia el fondo. Quería ayudarlo, sacarle la cabeza del agua, pero era imposible. Lo único que podía hacer era intentar encontrar algo de aire para mí. Sin soltar a Spider me volví de espaldas para quedarme boca arriba. Intenté volverle a él también, pero no pude. Íbamos corriente abajo y siguiendo algunos meandros. Ya me estaba preguntando si las cosas iban a seguir así hasta que llegáramos al mar, cuando sentí de repente un tremendo arañazo que bajaba por mi espalda y me detuve bruscamente. La sacudida de la parada hizo que perdiera por un momento la sujeción de Spider, pero conseguí agarrarlo de nuevo.

Ambos dejamos de movernos. El río siguió corriendo a nuestro alrededor, pero nosotros habíamos entrado en una franja pedregosa que sobresalía en una de las orillas del río. Spider estaba tirado encima de mis piernas con la cara hacia abajo. Lo aparté de mí y conseguí girarlo sobre sí mismo hasta ponerlo boca arriba, para después agarrarle por las axilas y tirar de él hasta sacarlo totalmente del agua. Pesaba mucho y estaba completamente inmóvil. Me arrodillé a su lado y lo miré con incredulidad. Tenía los ojos cerrados. Se había ido.

Eso no estaba bien, nada, nada bien. Se suponía que no iba a ser así.

—¡Spider, despierta! —le grité—. ¡Despierta! —Nada—. ¡Despierta! ¡No puedes dejarme, joder! ¡No puedes hacerme esto! —Le golpeé el pecho con el puño de pura frustración. Su boca se abrió y un chorro de agua salió de ella.

Me puse de pie, me incliné sobre él y empujé fuerte con las dos manos sobre su estómago. Salió más agua. Lo hice otra vez. Y otra. Y otra más. De repente una columna de agua salió de él, como el chorro de una ballena, e hizo el sonido más horrible que he oído en mi vida mientras inspiraba bien hondo para introducir aire en su cuerpo lleno de agua.

Yo me había alejado de él de un salto por la sorpresa. Después me senté un rato apoyándome en los talones y mirando cómo su pecho subía y bajaba por sí solo. Abrió los ojos y pareció estar intentando fijar la mirada.

—¿Por qué lloras? —preguntó—. ¿Qué te pasa?

No me había dado cuenta de que estaba llorando, pero cuando me limpié la cara con la mano, vi unas lágrimas calientes y mocos en ella.

—Por nada —respondí—. Es de felicidad.

Cerró los ojos y volvió a abrirlos.

—No lo pillo. ¿Qué está pasando?

—Te caíste al agua. Yo te saqué.

—Ah, vale —dijo—. Por eso estoy mojado y tengo frío. No me acuerdo de nada. Pensaba que estábamos caminando por un campo y de repente me encuentro tumbado boca arriba, empapado y te veo llorando… Bueno, feliz o lo que sea. —Comenzó a incorporarse mirando a su alrededor como si acabara de aterrizar procedente de otro planeta—. Mira, si tú también estás empapada… —exclamó mientras una enorme sonrisa se extendía por su cara—. No me habrás hecho el boca a boca, ¿verdad?

—No, imbécil. Cierra el pico.

—Lo has hecho, ¿a que sí?

—¡No! Te apreté el estómago hasta que salió el agua. Pero ahora desearía no haberlo hecho, maldito gilipollas.

Extendió la mano y me la pasó por el pelo corto. La sonrisa se desvaneció poco a poco cuando se fue dando cuenta de lo que le acababa de contar.

—Me has salvado. Me has salvado la vida. Dios, Jem, te debo una bien grande.

Me encogí de hombros.

—Olvídalo. Hice lo que habría hecho cualquiera.

—Pero es que no hay nadie más. Sólo estabas tú. Únicamente tú podías salvarme. Y lo hiciste.

—Déjalo estar, ¿vale? No es para tanto. Mira, al menos ya estamos en la orilla del río que queríamos. Sólo tenemos que volver andando a donde están las cosas y ponernos ropa seca. Me estoy congelando, joder. —Era cierto. Temblaba violentamente y Spider también.

Nos ayudamos el uno al otro a levantarnos, subimos un poco por el terraplén y nos encaminamos corriente arriba. Spider iba delante, como siempre, pero se paraba continuamente para mirar atrás buscándome y después sonreía meneando la cabeza y seguía. Y mi mente iba a toda mecha. Así que los números eran correctos. Ése no era su día. Pero si yo no hubiera estado allí, se habría ahogado seguro; estaba medio muerto cuando lo saqué del agua. Spider lo sabía: lo había salvado. Lo había mantenido con vida.

La cabeza me daba vueltas. ¿Y si él estaba destinado a morir hoy, pero yo había hecho que las cosas sucedieran de forma diferente? En las últimas semanas me había estado sintiendo culpable por el viejo vagabundo. No había querido hacerle daño, pero me era inevitable pensar que nosotros le habíamos perseguido hasta que pisó esa carretera. Pero tal vez los números eran un arma de doble filo. Si yo podía intervenir para causar la muerte… ¿podría también salvar vidas? Había salvado a Spider ese día… ¿Podría salvarlo el día quince?

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