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Capítulo 16

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Capítulo 16

Nuestras bolsas estaban donde las habíamos tirado. Spider pescó la del río con una rama y nos pusimos ropa seca, dándonos la espalda el uno al otro mientras nos cambiábamos. Tenía demasiado frío (estaba calada hasta los huesos) para preocuparme de si él me estaba mirando a hurtadillas, y estaba demasiado ocupada en secarme para pensar en echarle un vistazo yo a él. Con las prisas por irnos, no se me había ocurrido pedirle ropa interior de repuesto a Val (aunque, francamente, no quería pensar en lo que ella llevaría bajo la ropa), así que tuve que quedarme con el sujetador y las bragas mojados y sólo me pude cambiar de vaqueros y camiseta. Me puse todas las capas secas que encontré y el abrigo de Val encima. Hicimos un fardo con toda nuestra ropa mojada, la metimos en una bolsa y después volvimos a ponernos en camino: helados, aún impresionados y tiritando.

Al alejarnos del río nos encontramos con una serie de suaves colinas. Formaban ondas como si fueran olas hasta donde me llegaba la vista. Nuestra aventura en el río me había dejado muerta de cansancio. Las piernas me pesaban como si fueran de plomo mientras caminábamos. También a Spider le había abandonado parte de su energía, cosa que no me sorprendió.

Seguíamos intentando llegar hasta el grupito de árboles que había sobre una colina. Yo estaba empezando a pensar que eran como uno de esos espejismos que se ven en el desierto, que desaparecen justo cuando llegas a ellos, pero Spider llegó antes que yo a la cima de una colina y soltó un grito.

—¡Hemos llegado! —Y, sorprendentemente, era cierto. Bajamos la ladera de la colina, subimos la última cuesta arriba y allí estábamos, bajo el abrigo relativo de aquel bosquecillo.

Me dejé caer hasta quedar sentada en el suelo justo donde empezaban los árboles, y miré el camino por el que habíamos venido. No podía creerme que hubiéramos llegado tan lejos.

—¡Mira todo lo que hemos andado! No me extraña que esté muerta. —Me tiré para atrás sin importarme dónde iba a aterrizar.

—Si nosotros podemos ver todo ese espacio, cualquiera que esté allí podría vernos a nosotros también. Entremos un poco más. —No sabía lo que le pasaba a Spider. Era como si de repente se hubiera tomado una pastilla de sensatez o algo.

Gruñí, me puse de pie con dificultad y lo seguí hasta el centro del bosque. Reunió todas las bolsas y encontró un lugar entre cuatro troncos de árbol donde podíamos descansar. Todavía se podían ver los campos si te ponías de pie pero, sentados, las plantas y los arbustos tapaban los alrededores. Estábamos escondidos.

El terreno era duro e irregular. Spider había extendido la manta que había estado llevando sobre los hombros. Todavía se podían notar los bultos y los agujeros de debajo, pero la manta los amortiguaba un poco.

Spider estaba sentado con la espalda apoyada en un tronco, pero yo estaba tumbada mirando los árboles que había por encima de nuestras cabezas. Era raro, aunque sabía que los troncos eran rectos, parecía que se curvaran sobre mí mientras se elevaban hacia el cielo. Las hojas se veían negras en la claridad, creando un patrón que parecía de encaje, casi demasiado complicado para observarlo. Eran como hipnóticas. Si te dejabas llevar, todo comenzaba a mezclarse en tu cabeza y podías imaginar que estabas muy arriba, mirando hacia abajo para ver las decenas de metros de hojas que había por debajo de ti. El viento se colaba entre las ramas y hacía un sonido increíble, como del espacio exterior; el ruido podía ser viento, agua o incluso el tráfico, pero lo cierto era que resultaba muy tranquilizador.

—No me puedo creer que lo hayamos hecho —dije un rato después.

—¿El qué?

—Caminar todo ese trecho.

Spider rio.

—Sí, es bastante impresionante lo que se puede hacer cuando no te queda más remedio. Tal vez podamos hacer a pie todo el camino hasta Weston.

—¿Cómo está eso de lejos?

—Ni idea. Muy lejos, tía.

Volví a gruñir, cerré los ojos y dejé que mi mente se concentrara en el ruido, sólo en el ruido…

Cuando me desperté, me dolía la cabeza y tenía una sensación asquerosa en la boca: seca en el interior pero pegajosa en los labios. Tuve que hacer un esfuerzo para recordar dónde estaba, e incluso cuando me incorporé y miré a mi alrededor no estaba segura de si era por la mañana o por la noche. Mi reloj daba las cuatro y cinco, así que supuse que era por la tarde, pero podía ser la madrugada del día siguiente, no lo sabía. Spider roncaba dándome la espalda, enroscado sobre sí mismo como un bebé. Sólo podía verle un lado de la cara. Cuando estaba dormido, podías imaginártelo cuando era niño: se lo veía lleno de paz, como inocente. Durante un minuto probé una sensación nueva: cómo sería ser la madre de alguien. Me dio miedo; eso no era para mí. Nunca podría soportar tanta responsabilidad, ¿cómo iba a poder mirar a un niño a la cara, a mi propio hijo, y ver el día de su muerte antes casi de que hubiera empezado a vivir? Algunas personas no están hechas para eso. Y yo era una de ellas. No pasaba nada.

Me masajeé los ojos y la frente, pero el dolor seguía pinchando. Extendí la mano y la metí en una de las bolsas en busca de algo de beber. La coca-cola me vino bien, pero hubiera preferido algo caliente: una rica taza de té o un chocolate caliente. Algo reconfortante. Spider debió de oírme rebuscar en la bolsa, porque se desenroscó y se volvió.

—¿Qué hora es?

—Poco más de las cuatro.

—Vaya, nos hemos pasado el día durmiendo. —Se incorporó lentamente—. Me siento raro.

Le pasé la coca-cola.

—Es que hoy no hemos comido ni bebido nada.

Dio un largo trago.

—Ah, así está mejor. ¿Alguna señal de que nos están siguiendo?

—No sé. Yo no oigo nada.

—Iremos a echar un vistazo dentro de un momento. Pero comamos algo primero. —Volvió a buscar en las bolsas y fuimos comiendo patatas, galletas saladas y dulces y chocolate.

Spider se levantó mientras todavía estaba comiendo y se dio una vuelta por el pequeño bosquecillo: fue hasta un lado, luego cruzó por en medio y cogió otra galleta y después se acercó hasta el otro lado.

—No veo nada —dijo, hablando y masticando a la vez—. Creo que deberíamos caminar otro trecho, pero pronto se hará de noche. Será mejor que nos quedemos aquí a pasar la noche y salgamos pronto mañana por la mañana.

No le iba a llevar la contraria sobre eso. Por mí como si no volvíamos a caminar nunca más.

Después de decidir que nos íbamos a quedar donde estábamos, de repente nos encontramos con que teníamos doce horas por delante y nada que hacer. Nos resultaba imposible relajarnos o quedarnos sentados quietos, y ni hablar de dormir. Ambos dimos varias vueltas al bosquecillo durante un rato, observando las vistas desde varios puntos. Yo estuve mucho tiempo mirando bancos de nubes que se desplazaban por el cielo. Parecían moverse muy lentamente, pero si te fijabas en una y apartabas la vista unos segundos, cuando volvías a mirarla había avanzado más de lo que te esperabas. Algo así como nosotros: caminando por los campos lentamente, como un par de bichos que se arrastran por la superficie del planeta y que al final echan la vista atrás y ven que han recorrido muchos kilómetros.

—Nunca había visto tanto cielo —comenté—. Me estaba volviendo loca caminar por esos campos con todo ese cielo sobre nuestras cabezas.

—Está muy bien cuando te acostumbras. Hay tanto aire que te puedes llenar lo pulmones con él una y otra vez. —Spider abrió los brazos todo lo que podía—. En la costa es igual. Una gran playa llana, el mar y el cielo. Te encantará, Jem. —Se volvió para mirarme—. Buscaremos una pensión y comeremos pescado con patatas todos los días. Podemos pasear por el muelle, escribir cosas en la arena, divertirnos.

Empezó a subir a un árbol, pero no llegó muy lejos porque los pies le resbalaron. Volvió a intentarlo, con el mismo resultado. La luz estaba empezando a abandonar el cielo; parecía como si algo le estuviera absorbiendo el color. La temperatura del aire estaba bajando aún más.

—Se va a hacer de noche pronto —dije con un escalofrío—. ¿Qué vamos a hacer entonces?

—Tendremos que irnos a dormir.

—¡Pero si sólo son las cuatro y media!

—Lo sé, tía, pero ¿qué quieres hacer? ¿Ver la tele?

La realidad empezó a calar en mi mente. Pensé en el frío y la oscuridad. No quería estar ahí fuera en la oscuridad. Ya había sido suficientemente malo en el coche, pero al menos teníamos cuatro paredes de metal y un techo.

—Spider, no quiero que nos quedemos aquí. Vamos a buscar otro sitio.

—No tenemos tiempo, tía. ¿Ves algún sitio donde podamos ir? Necesitaremos varias horas para encontrar algún lugar y tendremos que caminar en la oscuridad. No tenemos ni linterna.

A nuestro alrededor el mundo estaba cambiando a blanco y negro. Pronto sería todo negro. No tenía ni idea de lo que pasaba en el campo por las noches… ¿Animales? ¿Gente con armas cazando? Realmente no quería saberlo. Estaba empezando a perder la cabeza.

—¿Y por qué no tenemos una linterna? ¿Por qué? ¿No es un poco estúpido salir y venir hasta aquí sin una linterna?

—¿Me estás llamando estúpido? ¿Y tú qué? Mírate en un espejo, Jem. Aquí estamos dos personas y ninguna ha traído una linterna. ¡No se trata sólo de mí!

Nos estábamos gritando con las caras muy juntas. Al hablar me escupía en las mejillas y la saliva me entraba en los ojos, pero no me importaba. Estaba tan furiosa porque me había llevado hasta allí y puesto en esa situación…

—No me puedo mirar en un espejo, ¿verdad? ¡No tenemos ningún puto espejo! ¡No tenemos nada!

—Mira, no nos queda más remedio que arreglárnoslas con lo que hay, ¿vale? Intentaré encontrar un coche mañana, pero esta noche estamos aquí y eso es lo que hay.

—No quiero estar aquí, ¿lo entiendes, maldito imbécil? No quiero estar aquí. ¡No sabemos lo que estamos haciendo! ¡No tenemos ni idea!

—¡Por Dios! Me estás sacando de quicio con esa actitud. —Estaba justo contra mi cara, agitando su largo dedo delante de mis ojos—. No te puedes comportar como una niña pequeña aquí. ¡Tienes que crecer, tía! ¿Qué te pasa? Cuando estábamos en Londres estábamos mucho peor. Mira, va a ser mejor que me aparte de ti antes de que haga o diga algo de lo que me vaya a arrepentir. —Y se alejó, moviendo la cabeza y agitando las manos.

—Bien, ¡vete a la mierda!

—¡Vete tú! —me gritó sin volverse.

Claro que no había ningún sitio adonde ir. Estábamos atrapados en aquella minúscula isla. Todavía podía verle: parecía un dibujo animado nervioso cuya silueta contrastaba con un cielo ya tan negro como la tinta. Quería gritarle: «¡No se te ocurra dejarme aquí así!», pero me mordí el labio para calmarme, intentando apartar los pensamientos provocados por la furia de mi cabeza y pensar con claridad. Lo mirara por donde lo mirara, teníamos problemas. Volví al campamento y me tumbé de lado, envolviéndome con la manta y tapándome con el abrigo.

Si cerraba los ojos, sólo veía cuerpos y fragmentos: el viejo vagabundo volando por el aire, jirones azul brillante por el suelo, a mi madre… Así que los mantuve abiertos y contemplé los extraños patrones que creaban los troncos, las ramas y las hojas en el terreno delante de mis ojos. Vi cómo un bicho se esforzaba por subir por el tallo de una planta y estaba a punto de caer cerca del final cuando las hojitas vencieron bajo su peso. Comenzó a picarme la piel al pensar en los bichos y las arañas que podían subir por mi cuerpo por la noche. Dios, el campo era asqueroso.

Oí a Spider volver aplastando los arbustos y después dejarse caer cerca de mí y rebuscar en las bolsas. Obviamente lo que buscaba era la otra manta, porque le oí revolviéndose en el sitio donde antes habíamos estado sentados para intentar ponerse cómodo. Después más movimiento y un sonido de rascar algo, alguna cosa metálica.

«No voy a hablar con él; que haga lo que le dé la gana, no me importa», pensé, pero ahora tenía todas las fibras de mi cuerpo pendientes de él, intentando descubrir qué estaba haciendo. Hubo un silencio y después el inconfundible chasquido del mechero y un destello en la penumbra, una pequeña chispa cuando el cigarrillo prendió y luego dejó escapar el aire largamente con un suave suspiro de satisfacción.

Me senté y oí que decía:

—Sabía que no estabas dormida. ¿Quieres una calada? —La brillante punta del cigarrillo se acercó a mí cuando me lo tendió. Lo cogí y aspiré. Había algo tranquilizador en el humo; transmitía normalidad, familiaridad, comodidad.

—Qué bueno —dije, pero no me refería al cigarrillo, por mucho que lo agradeciera; simplemente me hacía sentir bien restablecer una conexión.

Estuvimos un rato pasándonos el cigarrillo y sin hablar apenas, disfrutando del momento.

—¿Crees que hay granjeros negros? —preguntó de repente Spider.

—No sé. Supongo que no. ¿Por qué?

—Me gusta este sitio. Me gusta la sensación de la tierra bajo los pies y que no haya nada en muchos kilómetros a la redonda.

Y todo eso se le había ocurrido tras pasarse un solo día caminando por el campo.

—Vamos, Spider. Eso no va a pasar.

—¿Y por qué no? ¿Hay que acabar la secundaria para ser granjero? ¿Se necesita algún título? ¿Es que hay que ser blanco?

—No sé. Supongo que hace falta tener dinero, mucho dinero.

—No tendría que comprar necesariamente una granja, podría trabajar en una. No creo que a andar por ahí con Baz o cualquiera de su estilo se pueda considerar una profesión. No quiero hacer eso siempre. Tengo que encontrar otra cosa. —Su voz sonaba apasionada en la oscuridad—. Pero ya he salido de eso. Hemos salido. Y no quiero volver. Acabemos donde acabemos, quiero empezar una nueva vida y no caer en lo que tenía antes.

Me llegó lo que estaba diciendo. Le salía del corazón.

—El McNútil tenía razón, ¿sabes? —continuó.

—¡Pero qué dices!

—No, de verdad que tenía razón. La gente como tú y como yo tenemos el futuro marcado desde que nacemos. La cola del paro, la caja de un supermercado, la obra o la calle. Eso no es un futuro que merezca la pena. Yo no quiero acabar así.

—¿Vas a volver al colegio a acabar la secundaria? —le pregunté, aunque estaba segura de que no.

—No, pienso que es un poco tarde para eso. Pero quiero hacer algo. Quiero ser diferente. No quiero ser el estereotipo de chico negro, un número en una estadística.

El estómago me dio un vuelco, y el nudo que se me estaba formando allí mientras él hablaba se apretó hasta provocarme un dolor físico. Me estaba rompiendo el corazón oírle hablar del futuro. ¿Cómo podía quedarme allí sentada escuchando a ese chico al que sabía que sólo le quedaba una semana de vida? Lo que decía estaba bien, era inspirador. Pero ya era demasiado tarde. Si los números no se equivocaban… Si…

Sabía que estaba a punto de soltarlo. Quería contárselo todo, compartirlo, tal vez intentar encontrar la forma de cambiarlo. Pero no se puede hacer eso, ¿verdad? No podía decirle a nadie su número, excepto a cabrones como McNulty (aunque de todas formas probablemente era demasiado estúpido para saber a qué me refería). Tragué con dificultad intentando volver a poner mis emociones bajo control. Debía cambiar de tema, llenar el vacío con palabras.

—¿Cómo acabaste viviendo con tu abuela? Si no te importa que te pregunte…

—No, tía. No es ningún secreto. Mi madre se largó con un tío cuando yo todavía era un bebé. Ni siquiera me acuerdo de ella. Supongo que no me he perdido nada; siempre he tenido a mi abuela.

—Está bien, tu abuela.

—Sí, es una vieja loca.

—¿Crees que deberíamos llamarla para decirle que estamos bien?

—No, no es seguro. Pueden localizar la llamada, ya sabes. Mi abuela estará bien. No le pasará nada.

Me vino a la cabeza una imagen de ella de pie a un lado de la calle cuando nos fuimos (¿ayer por la tarde?).

—Te oí contarle a mi abuela lo de tu madre —me dijo Spider en voz baja—. Lo siento y todo eso.

—No es culpa tuya.

—Lo sé, pero…

—Probablemente he estado mejor sin ella. Era… complicada. —Me sumí en el silencio. Estaba mintiendo y lo sabía. Fuera la que fuera la vida que hubiera tenido con ella, preferiría haber tenido eso, algún tipo de hogar, que la vida de nómada que había tenido que soportar desde que murió: la vida de la hija de nadie.

Seguimos hablando durante horas. Nuestras voces apenas se oían al aire libre pero, durante todo el tiempo que estuvimos contándonos cosas, al menos conseguimos alejar los fantasmas desconocidos y los monstruos que nos esperaban ahí fuera, en todas aquellas hectáreas de oscuridad que se extendían en todas direcciones. Los silencios entre las conversaciones se hicieron cada vez más grandes cuando empezamos a sucumbir al sueño y fuimos perdiendo la conciencia.

Supongo que ya estaba profundamente dormida cuando un chillido increíble hizo que me despertara de un salto. Abrí los ojos, pero no hubo ninguna diferencia: abiertos o cerrados, todo estaba muy oscuro.

—¿Has oído eso? —susurré.

—Tendría que estar muerto para no haberlo oído.

Fuera lo que fuera, volvió a oírse: un chillido muy agudo que rasgaba la noche, tan alto que parecía que nos rodeaba por todas partes, que estaba encima de nosotros, dentro de nuestros cuerpos. Yo ya estaba completamente despierta, demasiado asustada para moverme. Pude oír que Spider se levantaba y movía las hojas y los arbustos que había cerca del suelo. Noté su olor más cerca.

—¿Qué crees que es? —le pregunté en voz baja, muy cerca de su oreja.

—No lo sé.

—¿Crees en las brujas?

—¡Cierra el pico! Sí, creo en las brujas. Y en los fantasmas, en los hombres lobo y todas esas cosas que salen por ahí por la noche.

Otro chillido que helaba la sangre, esta vez seguido por un ulular bastante alto.

—Es un búho, Jem. Nunca había oído uno antes. Vaya bichos más ruidosos, ¿eh? ¿Sabes dónde hay una piedra o algo? —Se sentó y lanzó algo a los árboles que había encima de nosotros. Oí que se movían las ramas y las hojas. Unos segundos después los alaridos comenzaron de nuevo, pero se fueron haciendo cada vez más bajos cuando el búho se largó buscando algún lugar menos peligroso donde posarse.

—Eres un verdadero hombre de campo, tío, ahí tirándole piedras a un búho.

—Eso es. Los hombres de campo siempre le están disparando a algo o echando los perros para que hagan pedazos las cosas. Supongo que yo encajaría muy bien.

El búho seguía protestando, pero ya estaba muy lejos. Su voz parecía enfatizar lo solos que estábamos con todo aquel espacio oscuro rodeándonos. Mientras escuchábamos, sentí que el frío se apoderaba de mí. Lo habíamos conseguido una noche, pero tendríamos que encontrar algo nuevo mañana.

Estaba tan despejada que dormir quedaba fuera de mis posibilidades. Todo lo que podía hacer era quedarme allí tumbada escuchando e intentar no pensar demasiado.

Creí que Spider estaba dormido, pero un rato después sentí que su mano iba avanzando poco a poco por encima de mi manta hasta que encontró la mía. Y allí nos quedamos, tumbados con las manos entrelazadas, esperando a que la luz volviera a ir llenando el cielo. Ambos estábamos despiertos cuando oímos un sonido nuevo que cortaba el denso aire de la noche: el sonido de un helicóptero.

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