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Capítulo 18

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Capítulo 18

Me tumbé en la manta e instintivamente crucé los brazos sobre los pechos. Él estaba intentando tocarme, besármelos. Sabía que tenía los brazos ahí para esquivarlo, pero realmente no quería apartarlo, sólo me resultaba muy difícil. Pero me dije: «si vamos a hacer esto, tengo que confiar en él, dejarle acercarse». Me obligué a apartar los brazos y ponerlos por encima de la cabeza, de forma que mis manos quedaron descansando en el heno que tenía detrás. Fue una decisión consciente: ahora estaba allí tumbada, abierta a él. Spider se acercó con avidez, besando, mordiendo y lamiendo. Era genial. Y sorprendente. Era demasiado nuevo y demasiado raro y me fui abstrayendo. Me convertí en una observadora y lo absurdo de la situación (nosotros desnudos en un establo maloliente, esas extrañas sensaciones por toda mi piel, dentro de mí, la tensión que creaba todo aquello) provocó que se me escapara una risita.

Spider paró lo que estaba haciendo y me miró. Tenía la expresión muy seria; nunca lo había visto tan serio.

—Te estás riendo.

—No —dije, pero no pude evitar que se me escapara una risa nerviosa.

—¿Es que he hecho algo mal?

—No, claro que no. Es sólo… sólo que… no estoy acostumbrada. Lo siento. —Las risas fueron desapareciendo, pero pude ver lo herido que se sentía—. No pasa nada —le expliqué—. Nunca he hecho esto antes. Estoy nerviosa. Pero no pasa nada. Ven aquí.

A mí me faltaba poco para echarme a llorar; todas mis emociones estaban a flor de piel. Lo atraje hacia mí, lo besé con ternura y lo animé con la boca a devolverme el beso. Era mejor cuando nos besábamos. Nos relajábamos en la suavidad de la boca del otro, en su humedad. Eso me trajo de nuevo a mi cuerpo. Ahora estaba allí con él de nuevo.

Me rozó con las manos y me acarició; una energía nerviosa hacía temblar las puntas de sus dedos. Cambió de posición en la oscuridad y lo hicimos. Lo hicimos de verdad, allí, sobre una manta que picaba, con el polvo del heno y el olor de la mierda de vaca llenándonos la nariz. Puede que las balas de paja que teníamos debajo se desplazaran un poco, pero la tierra no tembló bajo nuestros cuerpos, ni el mundo dejó de girar. Fue raro, mecánico; todo pasó en un par de minutos, no merecía la pena ni preocuparse por ello. Pero después los dos estábamos distintos. No por el sexo, sino por la cercanía y la intimidad. Nos tapamos como pudimos con las dos mantas y el abrigo verde y nos acurrucamos juntos. La lluvia había hecho desaparecer su olor acre y, cuando me acomodé junto a él, con la cabeza sobre su pecho, sólo noté un leve y agradable olor a almizcle.

—¿Habías hecho esto antes? —le pregunté.

—Sí, claro. Muchas veces. —Su mentira se quedó en el aire hasta que añadió—. Bueno, una. —Esperé—. Vale, ahora ya lo he hecho una vez: contigo.

Sonreí y lo abracé más fuerte.

Incluso entonces, después de todo, estaba lleno de energía y no podía tener las manos quietas. No dejaba de pasarme los dedos de una mano por el pelo corto, demasiado corto, y con la otra me acariciaba el brazo, el estómago, el costado. Cambió de postura para que estuviéramos cara a cara y siguió con un dedo la línea de mi mandíbula con mucha suavidad.

—Es curioso; tienes más pinta de chica con el pelo corto. Se te ve la cara. —Me besó la frente, la nariz, la barbilla, todo seguido, como haciendo una línea—. Tu bonita cara.

Nadie me había dicho antes que era guapa. Y estoy bastante segura de que tampoco nadie lo había pensado siquiera.

—Creo que hace tiempo te dije que no me dijeras nada agradable.

Él rio.

—Ah, sí. Y te lo prometí, ¿verdad? Pero eso no cuenta.

—¿Y por qué no? Una promesa es una promesa, ¿no?

—Sí, pero la hice antes de enamorarme de ti.

Eso era demasiado, todo demasiado nuevo. Reaccioné como siempre lo hago y dije lo que suelo decir.

—¡Que te jodan!

—Vale, olvídalo. —El daño que le había hecho era tan intenso que parecía casi físico, como si una luna oscura se cerniera sobre el lugar donde estábamos tumbados.

Dios mío, ¿qué había hecho?

—Lo siento, lo siento. No sé cómo comportarme.

—No pasa nada, Jem. —Pero me soltó y se apartó.

—No, sí que pasa. Soy una imbécil. —Si pudiera responderle allí y en ese momento, si pudiera decirle que le quería… Si… si… si…

Sin su calor, la manta no servía para nada, y el frío, que antes tenía sólo en las manos y los pies, se extendió por todo mi cuerpo haciéndome temblar violentamente. Me senté y comencé a buscar mi ropa, maldiciendo una vez más que no se nos hubiera ocurrido traer una linterna. Me iba poniendo lo que iba encontrando: ni sujetador, ni bragas, sólo un calcetín que era de Spider, un jersey, mis vaqueros… El resto tendría que esperar a que hubiera más luz. A un metro o así, Spider estaba haciendo lo mismo. Parecía que algo entre nosotros hubiera terminado; lo había matado yo con mi bocaza.

Volví a acurrucarme. Pero, aun con algo de ropa puesta, seguía congelada. Aunque, pensándolo mejor, si te pones a bailar bajo la lluvia, sin ropa, en pleno diciembre y luego a retozar en un establo con el culo al aire, lo más probable es que pilles un resfriado, ¿no? Supongo que el tener hambre tampoco ayudaba.

A un metro de mí oí que Spider se movía para volver a acostarse. Suspiró. Puede que sólo fuera una forma de exhalar, pero a mí me sonó a frustración, ira y tristeza. Quería acercarme a él, pero tenía miedo de que me rechazara.

Nos quedamos allí tumbados en silencio. Detrás de nosotros las vacas estaban más tranquilas; habían dejado de moverse entre la paja y sus propios excrementos y ahora sólo rumiaban y respiraban. Hacía demasiado frío para dormir y no había forma de romper ese muro de silencio entre nosotros. Pero le necesitaba.

—¿Estás despierto? —susurré. Mi voz casi desaparecía en la enorme oscuridad del establo.

—Sí.

—Me estoy helando.

—Lo sé. Yo también. —Una pausa. Una pausa muy, muy larga—. Ven aquí, anda.

Me acerqué arrastrándome a donde estaba, a la vez que él se volvía sobre sí mismo. Me envolvió los hombros con uno de sus largos brazos y yo me apreté contra él.

—Lo siento —dije—. Por lo de antes.

—No pasa nada, Jem, cállate ya. Eso es el pasado.

—Sí, pero… no quería decir eso. No quería hacerte daño.

—Lo sé. No pasa nada. Todo está bien. Una simple pelea de amantes, ¿eh? —Me besó la punta de la nariz, bajó hasta mi boca y de nuevo todo volvió a su sitio.

Mientras respirábamos el aliento del otro, yo enterré mis manos en su pelo esponjoso y pensé: «Amantes… Sí, ahora somos amantes». Nos separamos para tomar aire y nos quedamos allí acariciándonos. Todavía tenía las manos frías y él me las cogió y se las metió bajo la ropa, junto a la piel desnuda de su pecho y de su estómago para calentármelas.

—¿A que estaría bien poder volver a empezar? —dije—. Siento que mi vida se jodió antes incluso de que llegara a comenzar.

—Dímelo a mí… —Se volvió para mirarme y yo le abracé, rodeándole con los brazos—. Pero nosotros estamos volviendo a empezar, Jem. Supongo que si no te hubiera conocido todo habría sido drogas y pastillas, fumar crack e inyectarme caballo. La cárcel o el hospital. Eso es lo que habría tenido yo, pero tú me salvaste. Y ahora todo va a ser diferente para nosotros.

Le clavé las uñas en la espalda y sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas.

—¡Ay! ¿Y eso? ¿Quieres dejarme tu marca?

—No, sólo quiero tenerte cerca. —Y él me abrazó con fuerza y lo hicimos de nuevo, sólo que esta vez fue hacer el amor, de una forma muy lenta y tierna. Y no me quedé allí tumbada, sin más; formé parte de ello, moviéndome, besándole, acariciándole y gimiendo. Era como si yo fuera otra persona, pero era yo. Ésa era yo, la verdadera yo, y Spider era la única persona que me había encontrado, que me había visto tal y como era. Y yo también lo veía. Y era hermoso.

Después me quedé tumbada sobre su hombro con la mano reposando sobre su pecho. Él estaba quieto: ni un calambre ni un temblor. Nos quedamos tranquilos y en paz, y yo me dormí con su cálido aliento en mi cara y su corazón latiendo junto al mío.

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