Numbers

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Capítulo 22

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Capítulo 22

Ya no teníamos que cargar con las bolsas, así que nada nos retrasaba y la adrenalina volvía a correr por nuestras venas. Después de girar varias veces y torcer por diferentes esquinas, acabamos en un parque. Eso estaba mejor: muy poca gente por allí, sólo un par de señoras mayores con sus perros. Nos pusimos a pasear por los senderos buscando algún sitio donde escondernos. Spider no hacía más que indicarme que entrara en todos los huecos de los arbustos que veía.

—Entra ahí y echa un vistazo.

—¡Entra tú!

—No seas así. Tú eres más pequeña que yo. Ve y echa un vistazo.

Me preparé para colarme por ahí, apartando las ramas de mi cara.

—Hace cien años, la gente como tú hacía que la gente como yo subiera por las chimeneas sólo por ser pequeños —le dije por encima del hombro.

—Nada de eso, tía. Gente como esa mujer que nos trajo a la ciudad habría hecho que ambos nos pusiéramos a limpiarle la casa, a lustrarle los zapatos e incluso a limpiarle el culo. Sobre todo a mí. Yo desciendo de los esclavos de alguien. —Entendido.

Ese hueco no nos venía bien, pero encontramos uno mejor un par de minutos después. Nos agachamos y nos metimos bajo unos arbustos con gruesas hojas carnosas: había un buen espacio pegado a un viejo muro. Era suficientemente grande para que los dos pudiéramos sentarnos y el suelo estaba seco. Nadie podría vernos. Estaríamos bien allí durante un rato.

Nos sentamos el uno al lado del otro con las espaldas apoyadas contra la piedra del muro. En el mismo momento en que mi trasero tocó el suelo, toda la fuerza me abandonó. Estaba tan cansada… Cerré los ojos.

—¿Un pitillo?

—No, nada. —No quería pensar, ni sentir, ni ver nada más. Quería dejar de huir y esconderme.

—¿Estás bien? —Su voz me llegó a través de una espesa niebla. En sólo un segundo casi me había quedado dormida. Abrí los ojos.

—Sólo estoy cansada. —Me rodeó con un brazo y me acercó a él.

—¿Has oído lo que ha dicho ese cabrón?

—¿Lo de tu abuela?

—Sí. Debería haberle matado, Jem. Aprovechar que tuve la oportunidad. Me volví tan loco que me tiré contra él y se me olvidó que tenía la navaja. Debería haberla sacado y haber acabado con él allí mismo.

—¿Y para qué habría servido eso? Matarle sólo te habría traído más problemas.

—No me importa. No se merece nada mejor después de lo que ha hecho. No tiene ningún derecho…

—Lo sé, pero me alegro de que no lo hicieras. De todas formas…

Iba a decir: «De todas formas, va a morir hoy», pero me detuve justo a tiempo. Si el de la cara tatuada iba a morir, ya habría tenido que pasar: Spider le habría abierto en canal, o le habría partido la cabeza contra una vía mientras se peleaban o le habría atropellado el tren. Estaba segura de que había visto su número y que era hoy. No lo entendía. No estaba segura de si los números estaban sólo en mi cabeza o eran reales. Si no eran más que imaginaciones mías, entonces no pasaba nada; podría ignorarlos, intentar cambiarlos, lo que fuera. Podría parar el reloj que no dejaba de avanzar en contra de Spider. Pero si eran reales, eso significaba que a la abuela de Spider no le había pasado nada; todavía le quedaban años antes de dejar este mundo. Todo se estaba mezclando en mi cabeza. Pero, fuera cual fuera la verdad, podía consolar a Spider utilizando los números.

—Creo que tu abuela está bien.

—¿Eso crees? Ni siquiera sé si aún está viva.

Me volví para mirarlo.

—Spider, sé que está bien.

—¿Por su número?

—Sí.

—Pero ¿y si tú no eres la única que ve los números? ¿Y si otra persona ve unos números completamente distintos? ¿Y si los números cambian?

—No cambian. —Dudé y comprobé de nuevo el número de Spider. Sí, seguía allí y era el mismo—. No cambian, te lo aseguro.

—Así que la fecha de nuestra muerte está establecida desde el minuto en que nacemos… ¿Es eso lo que me estás diciendo?

Estaba empezando a sacarme de mis casillas. Yo solamente quería hacerle sentir mejor y él me pagaba haciéndome todas aquellas preguntas. Preguntas para las que no tenía respuestas.

—No he dicho nada. —No pude evitar que la irritación se me notara en la voz—. Tú eres el que lo dice todo.

—Pero quiero que me lo digas tú, porque para mí no tiene sentido.

—¿El qué?

—Que todo esté ya establecido. Es como si no importara lo que yo haga porque el final va a ser siempre el mismo.

—Tal vez sea así. Las cosas ocurren. —Quería que parara, pero era como un perro con un hueso.

—¿Así que todo está predeterminado? ¿Todo tiene que pasar?

—No lo sé.

—Esa bomba tenía que estallar. Ese cabrón tenía que darle una paliza a mi abuela. Pero eso no está bien, Jem, ¿no? No puede estar bien. —Empezaba a elevar la voz. Había apartado su brazo de mí y lo agitaba en el aire. Parecía más grande que nunca en aquel espacio tan pequeño.

—Claro que no está bien.

—No tiene sentido. —Un poco de saliva me golpeó la cara. Estaba muy acelerado.

—Eso es lo que he dicho.

—¿El qué?

—Que nada tiene sentido. Nada significa nada. Nacemos, vivimos y morimos. Ya está. —Mi filosofía en pocas palabras.

Eso hizo que guardara silencio durante un rato. Seguimos sentados el uno junto al otro, con las espaldas apoyadas contra el muro, ambos con los brazos cruzados. Pero aunque yo estaba muy quieta, Spider movía la cabeza de un lado a otro. Movía todo el cuerpo y eso hacía que su hombro no dejara de chocar con el mío. Sabiendo como ya sabía lo quieto que podía estar cuando estaba feliz y relajado, me alteraba verlo tan agitado. Estaba fuera de sí de preocupación. Me sentí culpable. Quería acercarme a él, aliviarle esa angustia.

—Spider, escucha. Puede que me equivoque. —Me daba miedo lo que estaba a punto de decir. Las palabras salieron de mí como pequeños ratones escabulléndose silenciosamente de su guarida.

Él no dejaba de agitarse, encerrado en su propia oscuridad, en su mundo de locura. Me puse de rodillas, lo miré a la cara y apoyé mis manos sobre sus hombros.

—Spider. —No me oía. Subí las manos hasta su cara y se la sujete con fuerza; no conseguí detener del todo su movimiento, pero sí lo ralenticé.

—Lo que he dicho. No es así. —Ya me estaba escuchando, al menos. Tenía la cara seria y levantó la vista para mirarme con ojos angustiados y tristes.

—¿Por qué no?

—No puede ser todo aleatorio. No es posible que dé igual. —Inspiré hondo—. Porque estábamos destinados a conocernos.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Sin decir una palabra separó los brazos que tenía unidos junto a las costillas, me rodeó con ellos la cintura y enterró su cara en mi hombro. Allí de rodillas lo abracé, le acaricié la espalda y el pelo y ambos lloramos juntos. No había palabras para expresar lo que sentíamos; las lágrimas lo decían por nosotros: el terror, el alivio, el amor y la pena todo mezclado en la sal.

Después, mucho después, nos soltamos y volvimos a sentarnos. Estaba oscureciendo y Spider ya no era más que una vaga sombra dentro de nuestro refugio de hojas.

—Tenemos que salir de aquí, Jem —dijo Spider—. No podríamos haber atraído más atención sobre nosotros ni aunque hubiéramos querido.

—Sí, es verdad. —No me quedaba energía. Me dolían la mano y la rodilla. No quería que me encontraran, pero sería tan fácil simplemente hacerme un ovillo allí, en los brazos de Spider, y esperar lo inevitable…

—La mejor forma de salir de aquí rápido es conseguir otro coche.

—¿Y después, qué?

—Conducir hasta Weston. Tenemos que estar ya muy cerca. Te va a encantar.

Incluso en la oscuridad sabía que estaba sonriendo. Quería compartir esa sensación con él, lo deseaba de verdad, pero no pude. En mi interior me sentía fría, miserable y asustada.

—¿Qué vamos a hacer en Weston, Spider? Allí hay televisiones y periódicos también, ¿sabes? Y policías y perros que siguen rastros y…

Me puso uno de sus largos dedos sobre los labios.

—Ya te lo he dicho. Vamos a comer helados y pescado con patatas y pasear por el muelle. —Lo decía como si realmente lo creyera. Y tal vez lo hacía.

Cogí suavemente la mano que me silenciaba y la sostuve abierta sobre mi palma izquierda, siguiendo tiernamente con mi otra mano el contorno de sus dedos huesudos.

—¿Qué haces?

—Nada. Tienes unas manos muy bonitas.

—Qué tierna eres. Muy tierna. —Se inclinó y me besó con cariño—. Bueno —dijo de repente como si acabara de tomar una decisión—, sé que estás cansada, así que quédate aquí y prepárate para salir corriendo cuando venga a buscarte. Voy a por un coche. No te preocupes, no tardaré. —Comenzó a gatear para salir de debajo de los arbustos.

—Spider.

—¿Qué?

—Ten cuidado.

—Claro. Estate lista, ¿vale? Sólo tardaré unos minutos.

Y se fue. Las ramas que había tenido que empujar para salir se agitaron. Las observé hasta que su movimiento perdió velocidad y al fin se detuvo. Y allí me quedé, sentada en la oscuridad creciente, esperando.

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