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Capítulo 23

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Capítulo 23

Estuve sentada, escuchando con atención, con todo mi ser listo para dar un salto y salir corriendo. Esperaba sentir sus pasos, las hojas que se movían o alguna orden entre susurros. Todos los sonidos que se oían de fondo eran significativos para mí: el zumbido del tráfico, un extraño grito a los lejos, un par de sirenas. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Adónde había ido?

Dos minutos se convirtieron en diez, y diez en veinte. Según pasaba el tiempo empecé a quedarme petrificada en aquella posición: encogida y abrazándome las rodillas. Me obligué a respirar despacio, como si estuviera en un trance, intentando suspender todo lo demás hasta que Spider volviera a por mí.

¿Cuánto tiempo pasó hasta que me di cuenta de que no iba a volver? No lo sé, pero se trató de algo que fue calando poco a poco en mí, como una lluvia helada que empezara a gotear desde las hojas que tenía por encima y a filtrarse por el suelo en el que me apoyaba. Algo le había pasado. Como no había presenciado lo que había ocurrido, no estaba asustada, al menos entonces no; era como si algo más oscuro que la noche se estuviera arremolinando a mi alrededor y en mi interior, un frío que me penetraba hasta los huesos. No me moví ni hice ningún ruido; seguí allí sentada, hecha un ovillo, sólo meciéndome un poco adelante y atrás.

Debí de dormirme, porque en algún momento me desperté tumbada en el suelo con un solo pensamiento en la cabeza: «No está». Hacia frío y allí, tirada directamente sobre la tierra, se notaba humedad. Levanté las manos hasta mi cara, cubriéndome la nariz y la boca para calentarlas con mi propio aliento mientras susurraba una y otra vez: «Dios mío; Dios mío». No tenía ni idea de qué hacer y estaba demasiado asustada para llorar.

Mis palabras en susurros me llenaban los oídos, pero de repente fui consciente de que había otras voces que se filtraban hasta donde yo estaba y otros ruidos: un rumor y unos crujidos. Alguien estaba rebuscando en los arbustos con algo.

—Si hemos cogido a uno, el otro no andará muy lejos.

—No se pilla a un terrorista a menudo, ¿eh?

—¿Crees que es un terrorista? ¿Un mocoso como ése?

—Podría ser. Ahora los reclutan jóvenes, ¿sabes?

—No me pareció muy listo cuando lo llevaron a la comisaría.

—No hace falta ser listo… Mejor si no lo son. Se les llena la cabeza de tonterías y esos chicos negros se lo creen todo. Nadie sabe lo que les pasa a estos chicos de ahora.

Eso era lo que había ocurrido. Lo habían pillado con las manos en la masa en alguna parte. Pude sentir cómo algo me subía por la garganta. Tragué con dificultad. Las voces se acercaban. También llevaban luces, linternas que se movían de un lado a otro.

—Echémosle un vistazo al parque y después miraremos en la zona de matorrales que hay junto al colegio de Manor Road.

—Vale.

Estiré el cuerpo y me pegué contra el muro todo lo que pude. Los crujidos de las ramas y las hojas al ser golpeadas ya sonaban solamente a unos metros. Contuve la respiración; sí, es algo estúpido, pero cuando estás entre la espada y la pared no siempre piensas con lógica.

De repente algo atravesó los arbustos a treinta o cuarenta centímetros de mi cara, haciendo que todo el agua del rocío que había en las hojas cayera sobre mí. Un palo; estaban revolviendo los arbustos con palos.

—Pásalo por debajo también, a ras de suelo.

—Vale.

El palo volvió a entrar, barriendo la superficie del suelo. Empezó bastante lejos de mí, pero se fue acercando al trazar un semicírculo. Metí el estómago todo lo que pude. El palo pasó a un centímetro de mí antes de desaparecer de nuevo. El aire de mi interior, ya bajo presión, se vio más apretado por mi estómago encogido. Me sentía como si fuera a explotar. Mantuve la boca cerrada y exhalé por la nariz, intentando controlarlo, pero fui incapaz de detener una pequeña explosión de mocos. A mí me sonó como el impacto de una bomba nuclear, pero no fue nada comparado con el ruido de las hojas al agitarlas y las voces de esos dos idiotas. No lo oyeron. Noté que se iban alejando.

No se podría decir que me relajé, pero me resultó más fácil respirar, aunque mi mente aún estaba en medio de un ataque de pánico. Estaba sola, sola de verdad. Spider y yo, nuestra aventura, solamente había durado tres días, aunque ahora me pareciera que había estado toda la vida con él. En esos tres días habíamos vivido cosas que la gente no experimenta en toda su vida. Más que eso, yo había aprendido a confiar en él, porque lo cierto era que él se había ocupado de la mayor parte de las ideas y las decisiones desde que decidimos romper con todo y salir corriendo. Ahora iba a tener que pensarlo todo yo.

Me senté lentamente, todavía intentando no hacer ruido. Puede que esos dos con los palos se hubieran ido, pero ¿quién me decía a mí que no hubiera más como ellos por ahí? Sabía que ese lugar era seguro, o relativamente. Podía esperar ahí todo el tiempo que necesitara. Pero ¿qué estaba esperando? Spider no iba a volver.

Intenté pensar qué querría él que hiciera yo. Pero si me lo imaginaba, en ese momento lo veía luchando, brazos y piernas volando por todas partes, veía cómo lo reducían tirándolo al suelo y cómo acababa magullado y acurrucado en el rincón de una celda. No quería pensar en él así; quería verlo trotando por campos infinitos o a mi lado, envolviéndome con sus brazos. Pero el Spider herido, capturado y confinado no se me iba de la cabeza. Y eso no era bueno. Me iba a volver loca si me quedaba allí. Iba a tener que moverme, no parar de moverme.

La mejor forma de mantenerme fiel al espíritu de Spider era seguir nuestro viaje. Él hablaba de Weston como del Santo Grial. Creía en ese sitio y estaba seguro de que había momentos felices esperándonos allí. Y, si él lo creía, yo también. Seguiría adelante y me mantendría firme en la esperanza de encontrarlo allí. De alguna forma él sabría que eso era lo que estaba haciendo e iría allí a mi encuentro. No sabía cómo, pero sí cuándo: antes del quince, antes del final volveríamos a estar juntos.

Esperé hasta que no oí nada más que el zumbido del tráfico; ni pisadas, ni voces graves, ni helicópteros, ni perros ladrando. Tras el cansancio y la desesperación, ahora sentía una cierta tensión nerviosa en mi interior que anticipaba el momento en que iba a emerger de los arbustos. Intentaba imaginarme escabulléndome por el parque vacío y oscuro; una parte de mí estaba deseando ponerse manos a la obra y la otra estaba muerta de miedo.

Salí a cuatro patas y asomé la cara poco a poco entre las hojas, intentando no pensar en todos los perros que habrían meado allí durante años. Estaba todo demasiado oscuro para ver algo: los columpios y el tobogán de la zona infantil no eran más que formas fantasmales al otro lado de un trozo de césped. No había nadie, pero dudé un minuto. Estaba triste por tener que dejar nuestra guarida, el último lugar donde habíamos estado juntos. ¿Me lo estaba imaginando o aún podía notar su olor a rancio pegado a aquellas hojas?

—Adiós, Spider —dije en el interior de mi cabeza—. Te veré en Weston.

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