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Capítulo 25

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Capítulo 25

Estaba tumbada pero despierta en la suave penumbra de la habitación de Britney. Ella, hecha un ovillo en su cama, tenía los ojos cerrados. Respiraba regularmente y yo no sabía si estaba dormida o no. Yo estaba exhausta, aunque totalmente despierta. No quería molestarla, pero era una verdadera tortura estar acostada en aquel puf.

Pasados unos quince minutos me alivió oír su voz, un suave susurro en la oscuridad.

—¿Estás despierta?

—Sí.

—Yo también.

—No puedo dormir.

—Oye, ven aquí. Pon la almohada a los pies. Podemos dormir así, cada una con la cabeza en un extremo.

No había forma de que yo pudiera dormir en ese puf, así que hice lo que me había sugerido. Me metí en la cama agradecida, doblando las piernas para no ocupar mucho espacio. Unos días antes no me habría metido en la cama con una extraña ni loca, pero ahora me parecía bien. Ya no me causaba problemas estar cerca de la gente ni confiar en ellos.

—Hacía esto con mi hermano cuando éramos pequeños. Nos poníamos cada uno con la cabeza en un extremo y mi madre nos leía un cuento. ¿Tú tienes familia?

—Vivo con mi madre de acogida y dos niños pequeños, gemelos.

—¿Y cómo es ella, tu madre de acogida?

Las palabras me salieron sin pensar, un reflejo.

—¿Karen? Es una zorra.

—¿Ah, sí?

Entonces me paré un minuto a pensar en Karen. ¿Cómo era Karen en realidad?

—Bueno, supongo que no es para tanto. Ha sido muy amable conmigo, ha intentado ayudar. Pero… no era el tipo de ayuda que yo quería. No sabe por dónde voy, no me entiende.

En la oscuridad Britney asintió para dejar claro que lo comprendía.

—Y a mí me lo dices… No creo que mis padres fueran jóvenes nunca. Seguro que ya nacieron cuarentones.

—Pero están bien.

—Sí, no están mal. Han pasado por muchas cosas. Supongo que debería darles un poco de margen.

—Britney, dime que me calle si quieres pero… pero… Si hubieras sabido que sólo te quedaban unos pocos años para estar con tu hermano, ¿habría sido diferente?

Suspiró y pensé que había vuelto a sobrepasar los límites, pero entonces respondió:

—En el fondo lo sabíamos. Al menos mis padres sí, aunque no me lo dijeron casi hasta el final. Pero no creo que saber exactamente cuándo iba a pasar hubiera cambiado nada. Aunque ya estaba enfermo, seguimos haciendo cosas, pasándonoslo bien. Entre los tratamientos íbamos a sitios, de vacaciones, todas esas cosas. —Hizo una pausa pero yo no dije nada; estaba claro que había más—. Y teníamos claro lo importante: Jim sabía que yo lo quería y yo que él me quería a mí. No de esa forma estúpida con corazoncitos y flores, sino normal, el cariño de hermanos. Y a veces me sacaba realmente de mis casillas, y lo hizo hasta… hasta…

—Perdona, no tienes que…

—No, no tengo problema en hablarlo. La muerte es algo tan normal que no sé por qué todo el mundo se pone tan tiquismiquis con eso. Todos tendremos que enfrentarnos a ella. La mayoría de la gente con la que hablamos todos los días ha perdido a alguien, pero nadie habla de ello.

Era más fácil hablar en la oscuridad. No me sentía tan cohibida como antes; las palabras casi salían solas. O tal vez era Britney, era fácil hablar con ella y escuchaba muy bien. Sentía que le podía contar cualquier cosa.

—Mi madre murió —me oí contar— cuando tenía siete años, pero yo no me sentí como tú. Me sentí… no sé… vacía, furiosa. Como si me hubiera abandonado. Como si hubiera decidido irse.

—¿Estaba enferma?

—No. Fue una sobredosis. Un accidente. Al menos eso creo. No pienso que quisiera morir, pero tampoco me parece que le importara mucho seguir viva. Lo más importante era el siguiente chute. Siempre lo he sabido, pero no se lo había dicho a nadie. Yo estaba al final de su lista, nunca era lo primero. La heroína siempre estaba por encima de mí.

—Pero ella no lo eligió, Jem. Tú lo has dicho: era una adicta. Estaba fuera de control. Estaba enferma, igual que Jim.

—Todavía la odio por abandonarme.

—Eso es mucho tiempo para mantener el odio contra alguien. Tal vez deberías dejarlo ya.

Dejé que sus palabras calaran en mi interior y que, de alguna forma, se quedaran allí resonando. Parecía que aquella chica había visto muchos programas de autoayuda… La vida no es tan simple. No es tan fácil seguir adelante sin todo eso cuando la ira que tienes dentro es lo único que te proporciona la fuerza suficiente para continuar.

Pero ya no era lo único que tenía. Spider, la necesidad de verle de nuevo, de salvarle, eso era algo más.

Se oyó un fuerte ruido, un golpe seco que llegaba del piso de abajo. Ambas dimos un salto del susto.

—Será papá que ha vuelto a casa. Voy a ver.

Britney salió de la cama, se puso la bata y bajó las escaleras. Dejó la puerta un poco abierta y yo cogí el despertador de la mesita de noche y lo moví para que le diera la luz que llegaba desde el rellano hasta que conseguí ver la hora: las dos y cuarto. Sus voces subían por el hueco de la escalera: el ronroneo suave de Britney y las notas más profundas de su padre. Sólo pude distinguir unas pocas palabras, pero las que oí hicieron que saltara de la cama y me escondiera tras la puerta abierta con el corazón en la boca.

—Se volvió loco… Ocho de nosotros… Tremendamente fuerte…

Abrí la puerta un poco más e hice todo lo que pude para oír mejor. Las voces que venían del piso de abajo competían con las palabras de Spider en mi cabeza: «Pero no me iré sin luchar, Jem. Les plantaré cara, tía. Lo haré».

¿Qué es lo que había hecho?

—Ha muerto en la celda… Hay una investigación…

Dios mío. Se había matado como dijo que haría. Le dije que no lo hiciera, que no merecía la pena. ¿Cómo había podido pasar eso? ¿Cómo podía parar el tiempo, retroceder tres días? Quería gritar. Ya no me importaba que me encontraran. Si Spider se había ido, ya no me quedaba nada. Todo mi cuerpo era un grito y mi piel estaba electrificada. Nos habían engañado, nos habían quitado nuestras últimas horas, nuestra oportunidad de decirnos adiós. No podía ni pensarlo.

Las voces estaban más cerca, justo al lado de la puerta. No me había dado cuenta de que habían subido las escaleras.

—Buenas noches, cielo. Intenta dormir un poco. Yo me voy a dar una ducha.

—Vale. Buenas noches, papá.

Britney volvió a entrar en la habitación. Llevaba una taza en la mano y dio un respingo al encontrarme detrás de la puerta. Vi que se le abrían mucho los ojos y que rápidamente se ponía un dedo sobre la boca. Cerró la puerta y yo me apoyé contra ella y me dejé caer al suelo. Unas lágrimas silenciosas corrían por mi cara. Ella se agachó junto a mí.

—¿Qué pasa? —susurró.

No podía pronunciar ni una sola palabra.

Se había ido.

Todo había terminado.

—Espera, dímelo dentro de un minuto, cuando mi padre esté en la ducha. Métete en la cama otra vez. He traído un poco de té. —Apoyó la taza, me ayudó a ponerme de pie y me guio hasta la cama.

No podía beberme el té. Todo lo que podía hacer era seguir respirando mientras una pena negra latía en mi interior. Un minuto después oímos una puerta que se cerraba y el agua de la ducha. Britney se removió en la cama y me puso las manos en las piernas.

—Cuéntamelo ahora, pero en voz baja, tranquila. ¿Qué demonios te pasa?

—Está muerto, ¿verdad? Os he oído. Está muerto. —Las palabras sonaron distorsionadas, borrosas, pero ella consiguió entender.

—No, tonta. Es el otro.

—¿Qué?

—El otro tipo al que han arrestado. Mi padre hablaba de un tío grande cubierto de tatuajes.

¿El de la cara tatuada?

—Se volvió loco en la celda y empezó a destrozarlo todo. Hicieron falta ocho policías para detenerle, pero murió en medio de todo el follón.

—¿Ha muerto?

—No saben si es que alguien le golpeó o es que tuvo un ataque al corazón o algo. Pero ahora todas las culpas han recaído sobre la comisaría. Mi padre era uno de los ocho. Le han suspendido por ahora.

El de los tatuajes, no Spider. 11122009.

—¿Britney?

—¿Qué?

—¿Sabes cuándo ha pasado? ¿A qué hora?

—Justo antes de la medianoche. Poco antes de que terminara el turno de mi padre.

Era como si las cosas estuvieran volviendo a encajar en su sitio. El suelo se había abierto bajo mis pies un segundo, las reglas se habían roto, pero ahora volvía a pisar terreno firme. Los números eran reales. Spider todavía estaba vivo, pero sólo le quedaban tres días.

—¿Estás bien?

—Sí, más o menos.

—¿Necesitas un abrazo?

No le respondí, pero ella se inclinó hacia delante de todas formas y me rodeó con los brazos. Me quedé rígida y ella tuvo que notarlo, pero no me soltó.

—No pasa nada —dijo—. Todo va a ir bien. Bebe un poco de té. —Me pasó la taza; era un té dulce y caliente, lo mejor que había tomado en mucho tiempo. Vacié la taza y ambas volvimos a tumbarnos con las cabezas apoyadas en los extremos opuestos de la cama y las piernas recogidas. El té me había calmado y mi mente estaba tan llena de cosas que ya no podía pensar más. Estaba realmente exhausta y empecé a sentir que el sueño iba pudiendo conmigo.

—¿Britney? —La llamé en voz baja en la oscuridad.

—Dime.

—Gracias.

—No hay por qué darlas.

—De verdad.

—Cállate y duérmete.

Eso me hizo sonreír; estaba escuchando hablar a un reflejo de mí misma. Caí dormida al instante, y no soñé, y me alejé de este mundo durante horas y me aparté del tictac del reloj que nunca paraba.

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