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Capítulo 26

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Capítulo 26

Estiré la mano en busca del despertador y me lo puse delante de la cara. Casi las seis y media. Todavía estaba oscuro, pero no seguiría así por mucho tiempo. Me di la vuelta en la cama intentando averiguar cómo me sentía.

—¿Estás despierta? —llegó en un susurro la voz de Britney.

—Sí. —Aunque lo cierto es que lo estaba a medias; había dormido bien unas horas, pero me sentía cansada y con el estómago un poco revuelto.

—Tenemos que hacer el menor ruido posible.

—Vale. —Las dos estábamos ya vestidas, así que sólo tuvimos que levantarnos y bajar las escaleras.

—Yo entraré primero para que no asustemos a Ray.

¿Ray?

Abrió la puerta de la cocina y la oí susurrar a alguien. Así que era una trampa después de todo. Debería haber sabido que era demasiado bueno para ser cierto. La gente siempre te decepciona. Miré al otro lado del pasillo. Podría escabullirme sin problemas por la puerta principal.

—Ya está. Vamos. —Britney me hacía gestos para que entrara en la cocina.

Le eché otro vistazo a la puerta principal, pero algo me dijo que podía confiar en ella. Caminé hacia el cuadrado de luz que venía desde el extremo del pasillo. Ella estaba agachada agarrando el collar de un perro enorme, un pastor alemán muy peludo. Yo no me llevo bien con los animales. Nunca he tenido mascotas y por eso no sé nada de bichos. Hay algo en la forma en que la gente se vuelve loca con ellos y les habla que me resulta muy raro… No parecen verlos como lo que son: otra cosa, algo diferente, seres no humanos.

—Cierra la puerta —dijo Britney en voz baja—. Éste es Ray, el perro con el que trabaja mi padre.

¡Dios! ¡Estaba encerrada en una habitación de tres metros por dos y medio con un maldito perro policía!

—Él te estuvo buscando ayer, ¿verdad? Y ahora la has encontrado, ¿eh? Perro listo. Dile hola —dijo dirigiéndose a mí—, no te hará nada.

—Hola —le dije desde lejos intentando no mirarle a los ojos ni molestarle de ninguna otra manera.

Britney ahogó una risita.

—No, así no. Acaríciale el lomo o la cabeza. Así sabrá que eres una amiga.

—¿No me va a morder? —Ella sonrió y negó con la cabeza.

Me acerqué al perro esperando que saltara y me agarrara el brazo entre sus enormes mandíbulas. Muy lentamente me fui inclinando, puse la mano sobre la piel de su nuca y la dejé allí. Podía sentir la solidez de su cuerpo debajo, cálida y llena de vida, y el pelo, que era genial: limpio y suave. Parecía que estuviera tocando un león. Moví la mano con cuidado.

—Hola, Ray. Eres un perro muy bonito.

Mis palabras fueron tan tensas como mis movimientos. Él me olió la pierna y entonces, de repente, casi violentamente, frotó su enorme hocico contra mis pantalones. Estuvo a punto de tirarme al suelo.

—¿Qué está haciendo?

—Nada. Le gustas. Te está dejando su olor. Déjale.

Yo no tenía intención de llevarle la contraria, así que me quedé allí y le dejé marcarme. No eran tan inteligentes esos perros después de todo… No se daba cuenta de que le estaba haciendo caricias al enemigo.

Britney estaba ocupada con algo en la esquina de la habitación y me daba la espalda. Cuando se volvió llevaba en la mano orgullosamente una mochila negra con todo tipo de cosas cosidas y varias chapas.

—Te he metido aquí algunas cosas: tu ropa, algo de comida y agua. También tengo una manta, pero no cabe dentro. Te la ataré con un trozo de cuerda. —Buscó en un cajón, encontró un ovillo de cordel y empezó a rodear con él la manta enrollada. No sabía qué decir.

—¿Es tu mochila?

—Sí, la del colegio.

—¿Y no la vas a necesitar?

—Ya me comprarán otra. Les diré que se me ha roto el asa. No pasa nada.

Desde el piso de arriba se oyó el sonido de la puerta del baño. Nos miramos. Yo quería salir de allí inmediatamente. Britney levantó una mano para detenerme. Después de que tiraran de la cadena, una voz de hombre resonó en el hueco de la escalera.

—¿Quién está ahí abajo? Britney, ¿eres tú?

Tenía el corazón en la boca otra vez. Britney abrió la puerta de la cocina y dijo:

—Soy yo, papá, no pasa nada. El perro estaba llorando. Voy a sacarlo.

—Vale. Gracias, cielo.

Volvió a entrar y terminó de atar la manta a la mochila, después le puso la correa al perro y se encaminó hacia la puerta de atrás haciéndome un gesto para que la siguiera. La cerré con cuidado detrás de mí, impresionada al sentir el aire frío en la cara de nuevo. Dentro de la casa me había sentido fuera de lugar, tensa, pero ahora me enfrentaba a una vida a la intemperie y la incómoda realidad volvió a mí.

Me guio por varios callejones. Britney llevaba la correa del perro y yo la mochila. Caminamos en silencio. Las calles eran tan estrechas que teníamos que ir en fila india: el perro delante, después Britney y finalmente yo. Tras varios minutos de curvas y recodos llegamos a unos peldaños entre dos verjas. Britney soltó a Ray y éste saltó como si nada. Ambas pasamos por encima de una de las verjas para seguirlo. Sin correa, en campo abierto, era más impredecible. Yo seguía esperando que volviera a sus cabales y se lanzara contra mí, que para eso lo habían entrenado.

—¿Está bien así?

—¿Cómo?

—Corriendo por ahí, suelto.

—Sí, no pasa nada. Vendrá cuando le llame.

—Quiero decir, ¿es seguro? —Ahora entendió lo que quería decir.

—Sí, claro. Ahora eres su amiga. No se pondrá a perseguirte. En cuanto haya hecho sus necesidades por ahí, se pondrá a buscar conejos. El camino sigue hasta esa esquina.

Esperaba que Britney volviera a casa al llegar a los campos, pero siguió conmigo un trecho, dejando atrás al perro, que después vino corriendo a buscarnos. No hablamos mucho (nos lo habíamos dicho casi todo la noche anterior), pero estaba bien así, caminando juntas en silencio.

—¿Hacia dónde te diriges? —me preguntó un poco después.

—No te lo puedo decir. Es mejor que no lo haga. No es porque no confíe en ti.

—No pasa nada. Lo entiendo.

—Es un lugar del que hablamos Spider y yo. Aunque esté encerrado ahora mismo, voy a seguir hacia allí. Lo haré yo sola y, pienso, estoy convencida de que nos encontraremos allí. Lo conseguirá de alguna manera.

—Espero que pueda, Jem. Te estará echando mucho de menos. —Caminamos un poco más y al fin dijo—: Ahí está el canal. Si pasas esa cerca con peldaños, hay un puente al otro lado. Crúzalo, sigue el sendero hacia la izquierda y acabarás en la orilla del canal. Por ahí llegarás a Bath. Está a unos veinte kilómetros. Será mejor que lleve a Ray a casa. Mis padres se despertarán pronto. —Así que ése era el sitio donde teníamos que decirnos adiós.

—Gracias —dije, y lo decía de verdad.

—No hay de qué. —Volvió la cabeza y dirigió la mirada hacia el canal—. Buena suerte, Jem. Te recordaré siempre. Lo he pasado muy bien.

Tenía ganas de darle un abrazo, pero no sabía cómo hacerlo sin que me diera vergüenza. Creo que ella sentía lo mismo y las dos nos quedamos con las manos en los costados y mirando al suelo hasta que todo pareció tonto e inútil. Al final me limité a hacer un gesto con la cabeza.

—Será mejor que te vayas —le dije—. Yo también te recordaré, Britney. —Y sin más me puse a recorrer el camino y después crucé la cerca.

Cuando estaba pasando por encima, miré atrás. Ella no se había movido; observaba cómo me alejaba. Le dije adiós con la mano, ella hizo lo mismo y me sentí bien al haber podido decirle adiós como es debido a alguien y no haberme ido así, sin que nadie se diera cuenta. Mantuvo la mano en el aire un momento y después llamó al perro y se volvió. Yo bajé de la cerca y, echándome la mochila a la espalda, crucé el puente.

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