Numbers
Capítulo 31
Página 33 de 43
Capítulo 31
Desenvolvimos los paquetes de comida. Anne nos había traído sándwiches, tarta casera y patatas. Karen hizo té para las dos y cada una se sentó a un lado de la mesa.
Estaba esperando la pregunta del millón, el momento en que Karen quisiera que se lo explicara todo, pero estuvo un rato hablándome de los gemelos y del lío con los medios de comunicación; por lo visto, había habido reporteros acampados delante de la puerta de la casa y todo. Pensé que me iba a preguntar por los números, por todos esos rumores que corrían pero, claro, hizo la pregunta que haría una madre.
—Oye, ¿qué hay entre Terry… quiero decir, Spider y tú? Sois más que amigos, ¿verdad?
No quería hablar de él, con ella no, pero me daba cuenta de que era mejor tenerla de mi lado. Tal vez ella pudiera ayudarme a conseguir verlo de nuevo. Así que no le dije que se metiera en sus asuntos, que es lo que quería hacer de verdad.
—Sólo somos amigos —murmuré—. Buenos amigos. —Un calor odioso me subió a las mejillas. Dios, es horrible que tu propio cuerpo te traicione. Ella lo vio y sonrió.
—Pero te gusta —dijo juguetona.
Me hervía la sangre. Sí, me gustaba. Pensaba en él cada minuto de cada día. Me dolía estar sin él. Le quería. Todas esas cosas que no podía decir a nadie, excepto, tal vez, a él.
—Sí, me gusta mucho —dije, intentando que mi voz no mostrara ningún tono, deseando que la piel caliente de mi cara se enfriara y volviera a la normalidad—. Y necesito verlo otra vez. Es importante, Karen. Tengo que verlo.
Me sonrió, una sonrisa brillante y comprensiva.
—Sé lo que sientes. Yo también fui joven una vez, ¿sabes? —¿Cuántos estereotipos de mediana edad más iba a tener que soportar ese día?—. Volverás a verlo, Jem. La policía lo retiene en este momento, pero nadie cree que vosotros pusierais esa bomba. Quieren hablar con vosotros como testigos. Y que les expliquéis lo de los coches robados y contéis lo que sea que hayáis estado haciendo estos días. Y todavía no nos han dicho nada acerca de ese asunto del cuchillo en el colegio… —Suspiró—. No estoy diciendo que todo esto no sea un lío tremendo, Jem. Sí que lo es, pero podemos solucionarlo. Tienes que cooperar con la policía y entonces, después de un tiempo, Spider y tú podréis volver a veros.
—«Después de un tiempo» no sirve —exclamé.
—Tienes que aprender a ser paciente. Sé lo difícil que es…
—¡No tenemos tiempo! ¡Tiene que ser antes del día quince!
—No seas tonta. Los dos tenéis quince años. Tenéis todo el tiempo del mundo.
—No lo tenemos. No lo entiendes.
—Entonces será mejor que me lo expliques.
Como no tenía otra alternativa, lo hice. Le conté lo de los números como se lo había contado a Spider el día que la London Eye voló en pedazos.
Ella pareció incómoda durante todo el tiempo que estuve hablando y no dejó de juguetear con los envoltorios de papel de aluminio de la comida. Cuando terminé, dejó escapar una carcajada muy nerviosa.
—Vamos, Jem. No te crees eso de verdad, ¿a que no?
—No es cuestión de que me lo crea o no. Es así.
Volvió a reír y se miró los dedos sin dejar de aplastar y estirar el papel de aluminio, inquieta.
—Eso no es real, Jem. No es la vida real.
—Lo es, Karen. Ha sido mi vida real durante quince años.
—Jem, a veces las cosas se entremezclan. Sé lo duro que ha sido todo para ti. Has pasado por mucha infelicidad y muchos cambios. Lo sabía cuando accedí a traerte conmigo. A veces, cuando las cosas son confusas, intentamos encontrarles sentido y al fin descubrimos formas de soportarlo que no son…
Seguía sin comprenderlo.
—¡No me lo estoy inventando! ¿Crees que me gusta vivir así?
—Vale, cálmate. No te lo estás imaginando a propósito, lo sé. Sólo digo que a veces la mente nos juega malas pasadas.
—¿Así que lo que necesito es un psiquiatra?
—No, lo que necesitas es un hogar de verdad. No tienes nada que un poco de estabilidad, y de amor incluso, no puedan curar. Y yo estoy intentando darte todas esas cosas. —Me lanzó una mirada nerviosa. Estaba acostumbrada a que le escupiera ese tipo de cosas a la cara.
Pero aunque estaba a punto de ponerme a chillar de frustración, podía ver por dónde iba. Si alguien me hubiera contado a mí la historia que yo le acababa de contar, hubiera pensado que estaba colocado o chalado o algo así. Tampoco le hubiera creído. El mundo de Karen estaba lleno de rutinas y reglas. Ella tenía los pies en la tierra. Claro que esto no tenía ningún sentido en su cabeza. Y ahora me miraba, esperando que la rechazara de una patada como lo hubiera hecho sólo unas semanas antes. Pero ¿qué sentido tenía eso ahora?
—Sé que lo estás intentando, Karen —respondí—. Lo sé.
Ella apretó los labios en una sonrisa tensa, un reconocimiento agradecido por el esfuerzo que me había costado decir eso.
—¿Otra taza de té, cariño?
—Sí —asentí—. Voy a estirar un poco las piernas mientras se calienta el agua.
—Vale.
Me levanté y caminé por la abadía, sorprendida de nuevo por su enorme tamaño y todo el espacio que había sobre mi cabeza. El suelo estaba cubierto de losas de piedra con palabras grabadas. Yo estaba de pie sobre una de ellas: el recordatorio de alguien que llevaba muerto doscientos treinta años. También las paredes eran un rompecabezas de palabras que habían durado siglos y que describían a gente a quien ya nadie recordaba. Estaba rodeada de huesos y fantasmas.
Di una vuelta por la abadía parándome aquí y allá para leer las inscripciones. Debería haberme dado escalofríos, pero no. Me gustaba la sinceridad de ver los números de las personas así. Las piedras contaban los hechos: fecha de nacimiento y fecha de la muerte. Los números estaban bien; eran las palabras lo que me parecía perturbador. «Fallecido». «Descanse en paz». «Reclamado por el Señor». «Se fue a un lugar mejor». Me detuve ante esta última. ¿Sería eso un deseo, una creencia o una seguridad personal? Si yo hubiera escrito ese epitafio habría borrado las últimas palabras y habría dejado sólo «Se fue».
Por lo que yo sabía, eso era lo único que era cierto. ¿Cómo podía saber alguien si las cosas eran de otra forma?
Eso me hizo pensar en dónde estaría mi madre en ese momento o dónde estaba lo que quedaba de ella. ¿Qué ocurrió después de que me metieran en aquel coche y me alejaran de allí? ¿La habían enterrado en alguna parte o incinerado? ¿Había habido un funeral y había ido alguien? ¿O es que los yonquis, los vagabundos y la escoria de la sociedad se tiran directamente a un contenedor y ya está? De repente, deseé que hubiera una tumba en algún sitio para ella. Quería que su desastrosa vida hubiera acabado en un sitio decente.
Entonces un escalofrío me recorrió. ¿Qué harían con Spider? Me parecía imposible que dentro de sólo veinticuatro horas fuera a necesitar una lápida. ¿Cómo podía alguien tan vivo, tan lleno de energía, simplemente pararse?
Sentí una oleada de pánico que crecía dentro de mí. A pesar de lo que pensara Karen, a la vida de Spider no le quedaban más que horas, minutos. Había visto su número tantas veces… No cambiaba. Era real. Moriría en la cárcel o en algún calabozo. Por una paliza, probablemente. A menos que estuviera enfermo. Tal vez ya estaba enfermo, había cogido algo que todo el mundo pensaba que era trivial y que nadie se imaginaba que acabaría siendo fatal. No podría soportar las siguientes horas esperando a que alguien viniera y me diera las malas noticias. Tenía que librarme de la presión y conseguir que lo liberaran como fuera.
—El té está listo. —La voz de Karen hizo eco en la iglesia.
Volví hasta la sacristía decidida a encontrar la forma de poder volver a verlo. Yo había sido toda mi vida como un corcho a merced de la corriente, saltando de una casa a otra (eso sin tener en cuenta lo que me había pasado antes). Tenía que tomar las riendas.
Nos tomamos el té y nos preparamos para acostarnos. Karen seguía hablando desenfadadamente, intentando hacerlo todo divertido. Pero para entonces yo ya estaba muy cansada y me caía de sueño. La dejé arroparme y después escuché cómo se metía ella en su cama entre resoplidos.
—Es bastante cómoda, ¿verdad? —dijo con una voz alegre y positiva.
—Bueno… No. Pero es mejor que dormir debajo de un seto.
—¿Eso has estado haciendo?
—Ajá.
—Bueno, pues duerme un poco ahora y mañana ya seguiremos hablando sobre venir a casa y dormir una noche entera en una cama de verdad. —Su edredón crujió cuando se dio la vuelta—. Es cierto, Jem. No creo que pueda dormir aquí más de una noche. El suelo es muy duro. —Pero no habían pasado ni cinco minutos cuando ya se la oía roncar suavemente. Estaba profundamente dormida.
Tal vez si hubiera estado sola habría conseguido dormir, pero el ruido constante de su respiración ruidosa parecía llenar la habitación. Y me estaba irritando muchísimo. Y estaba celosa. ¿Cómo podía esa mujer dormirse así, sin más? Mi cabeza estaba llena con los últimos días y no dejaba de pensar en los siguientes. Pasada una media hora, supe que tenía que levantarme o la mataría allí mismo. La opción del asesinato me parecía muy extrema incluso a mí, así que salí de debajo del edredón y me puse de pie.
Recordé las palabras que le había susurrado Simon a Karen antes de irse. Caminé de puntillas hasta la mesa y abrí con cuidado uno de los cajones. Las llaves estaban ahí: un grueso manojo de llaves grandes. Cuando intenté cogerlas se movieron con un ruido metálico y grasiento. Utilicé la parte de abajo de mi sudadera para envolverlas y amortiguar el ruidito. Después salí de la sacristía y entré en la oscura caverna que era la abadía.