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NEXUS » 4. La soga

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CAPÍTULO 4

LA SOGA

Sam recobró poco a poco el sentido. Oscuridad. Tenía los ojos cerrados y la cabeza caída sobre el pecho. Se mantuvo así. Le convenía fingir que seguía inconsciente y hacerse una idea de la situación. Oía voces alrededor. Gente hablando.

—¿Qué creéis que es? ¿Una agente de la DEA? —preguntó Rangan Shankari, el pinchadiscos.

—No es de la DEA —respondió despacio otra voz—. Es Seguridad Nacional. Dirección de Riesgos Emergentes.

Una voz de barítono. Watson Cole.

—¿La ERD? —espetó Ilya Alexander—. Joder.

Rangan volvió a tomar la palabra.

—Y esta Samara de la ERD, ¿creéis que está sola?

—No se llama Samara —corrigió Kade—. Se llama Samantha. Samantha Cataranes. Había encontrado la manera de ocultarlo. Sus recuerdos eran algo así como una máscara. No ha resistido la meditación en grupo.

«Saben mi nombre», pensó Samara.

—Se ha despertado —dijo Ilya.

Los músculos de Sam se rebelaron. Su cabeza se irguió violentamente en contra de su voluntad. Abrió los ojos. Había un intruso en su mente controlando su cuerpo. Este descubrimiento la puso en alerta y generó un escalofrío que le trepó por la espalda. Estaba en manos de personas muy peligrosas.

La habían metido en un almacén atestado de cosas. Estaba sentada en una silla con el respaldo recto, con los brazos ligados con una cuerda o cinta adhesiva a la espalda y los tobillos atados a las patas de la silla. Como si fuera necesario inmovilizarla cuando su cerebro, bajo los efectos de Nexus, era un libro abierto. Le dolía el costado izquierdo, justo donde Wats le había propinado el golpe. Probablemente tenía una hemorragia interna.

Las miradas se volvieron hacia ella tras el anuncio de Ilya. Rangan, vestido con su ridícula ropa sufí, estaba de pie a su izquierda, con los brazos cruzados, y le clavó una mirada furiosa y penetrante. Él era quien se había metido en su mente. Ilya apretaba los puños a la altura de las caderas. Wats permanecía a su derecha, todavía con un lado de la cara cubierto por el feo moratón que le había dejado de recuerdo la bota de Sam; su mirada era gélida e implacable.

Detrás de todos ellos, desplomado en una silla y con una bolsa de hielo pegada a la cabeza, estaba Kade, con la mirada fija en el suelo.

—Más te vale empezar a cantar, guapa —dijo Rangan.

El dolor se extendió por su cuerpo y se sintió coaccionada a hablar. Rangan estaba actuando en su mente. Ella no podía acceder a sus cuatro captores; sentía los impenetrables escudos externos de sus mentes y el lazo irrompible dentro de la suya, pero eso era todo. Le sobrevino una nostalgia fugaz del sentimiento de comunión que había experimentado en el momento álgido de la fiesta. El recuerdo le dio náuseas.

Se aclaró la garganta y se humedeció los labios. Probó el sabor de la sangre.

—Rangan Shankari, Ilyana Alexander, Watson Cole, Kaden Lane… quedáis detenidos.

Wats meneó lentamente la cabeza. Las comisuras de sus labios se arquearon ligeramente en un gesto de admiración por el atrevimiento de Sam. Rangan hizo un ruidito con la garganta. Ilya no apartó los ojos de ella.

—Estáis detenidos acusados de tráfico de una tecnología prohibida de clase alfa por la ERD y de una sustancia controlada del grupo I por la DEA. A ello hay que sumar los delitos de desarrollo y uso de una tecnología coercitiva, de intento de crear ilegalmente una inteligencia no humana, violando la Ley Chandler, de secuestro de una agente de la ley y de obstaculización a la justicia.

Rangan se puso pálido.

—¿Y qué hay de los derechos Miranda? —replicó Wats—. ¿Y de nuestro derecho a guardar silencio? ¿Y si resulta que quiero ver a un abogado? —insistió en un tono irónico.

Sam clavó sus ojos en los del marine.

—En este contexto no se aplican. El resultado de vuestra investigación es una amenaza potencial para la humanidad. En casos así no hay derechos que valgan. Os recomiendo que os rindáis ahora mismo. Todo será más fácil para vosotros si os entregáis. Si mi equipo de apoyo entra en acción, no puedo garantizaros vuestra seguridad. No dudarán en recurrir a la fuerza.

Wats entornó los ojos. Se volvió a sus compañeros.

—¿Veis lo que os decía?

Rangan intervino y habló directamente a Sam:

—Tu transmisión no ha salido del edificio. Así que la caballería no está de camino. Estás a nuestra merced.

Sam intentó negar con la cabeza, pero se encontró con que el dominio mental de Rangan no se lo permitía. Habló con firmeza, fingiendo más confianza que la que sentía en realidad:

—Pensadlo un momento. La ERD sabe que estoy en este edificio con Kade. También sabe que vosotros estáis aquí. A estas alturas conoce a todo aquel que ha entrado y salido de este edificio durante toda la semana. Los refuerzos acabarán llegando. Y si yo desaparezco reducirán a escombros este sitio, con vosotros dentro, hasta encontrarme. Todavía podemos hacerlo por las buenas, pero vuestro tiempo se acaba.

«Muéstrate siempre segura —le había enseñado Nakamura—. Incluso cuando ellos tengan la superioridad física, tuya puede ser la ventaja psicológica.»

Ilya se volvió a Rangan.

—¿Qué puedes hacer con sus recuerdos?

Rangan meditó un instante, luego meneó lentamente la cabeza y se volvió hacia Kade.

—¿Kade?

Kade no respondió. Sus ojos no se despegaban del suelo.

—¡Kade! —espetó Ilya—. Concéntrate. ¿Puedes borrar sus recuerdos de esta noche? ¿Puedes eliminarlos?

Kade miró a Sam por primera vez. Sus ojos se encontraron. Sam deseó poder sentir de nuevo la mente del chico. Le repugnó ese anhelo.

—No se puede hacer nada sutil —respondió Kade—. Y seguramente tampoco sería muy eficaz. Además, el procedimiento podría causar daños colaterales.

A Sam no le gustó nada el rumbo que tomaba la situación. Otro escalofrío subió por su espalda. Apartó la mirada de Kade para clavarla en Ilya.

—Tenía entendido que el sexo mental no consentido se consideraba violación. ¿No escribiste tú eso el año pasado? ¿No era el peor tipo de violación que podía existir?

Rangan puso los ojos en blanco.

—¡Vaya, esta hija de puta es buena!

Ilya se volvió a Sam. Su rostro era severo y tenía un aire aristocrático.

—Prefiero borrarte la memoria que matarte. Así que dame las gracias. —Su acento ruso sonaba cada vez más marcado.

—Aquí nadie va a matar a nadie —declaró Wats.

—Ya da igual. Saben que está aquí. Saben quiénes somos. Estamos acabados —se lamentó Kade.

—¿Qué alternativa tenemos entonces, Kade? —preguntó Ilya.

Wats volvió a intervenir hablando muy despacio y con un tono rotundo:

—Hay que evacuar el edificio de acuerdo con el plan. Sus recuerdos no son un problema. Ha llegado el momento de hacer lo que llevamos tiempo preparando… larguémonos de aquí y vayamos a un sitio seguro.

Ilya estalló en una risa nerviosa.

—¿Estás de broma, verdad?

—No —respondió Wats—. Kade tiene razón. Esta mujer no ha venido por su cuenta y riesgo. La han enviado en una misión. Nos han descubierto. Eso significa que ahora mismo todos corremos peligro. Llegados a este punto, cada segundo cuenta. Si actuamos rápido podemos escapar de la red antes de quedar atrapados en ella. Cuanto más esperemos, más se reducirán nuestras opciones.

—Escuchad —intervino Sam—. No perdáis la calma, ¿vale? No conseguiréis salir de aquí. Ahora mismo este lugar está siendo examinado con lupa. Mi equipo ha estado siguiendo mis movimientos permanentemente. Hay francotiradores escondidos apuntando con sus miras telescópicas a todas las salidas. Intentar huir no os servirá de nada. Entregaos y todo será más sencillo. Si tratáis de escapar o de jugar con mi memoria pasaréis el resto de vuestra vida entre rejas.

—Miente —dijo Rangan.

—No miento.

—Entonces eso quiere decir que estás reservándote algo. ¿Qué es?

Sam respiró hondo.

Rangan volvió a ejercer presión en sus pensamientos; algo en su cabeza cedió.

«Está manipulando mi cerebro…»

Sam volvió a hablar sin haber tomado la decisión de hacerlo:

—Se trata de Kade —respondió. Se volvió hacia él—. Mis superiores quieren que trabajes para ellos. Mi misión de esta noche era doble: averiguar todo lo posible sobre las investigaciones que estabais realizando y conseguir cualquier cosa que pudiera usarse para obligarte a participar en una próxima misión de la ERD.

Kade pareció sorprendido.

—¿Qué quieren que haga?

Sam volvió a sentir la presión de Rangan. Intentó oponer resistencia, pero las palabras salieron a trompicones de su boca:

—Queremos acercarnos a una persona. Alguien que está trabajando en una tecnología de control mental, posiblemente basada en Nexus.

—No lo haré —respondió Kade.

Ilya se encaró con él.

—Espera, Kade, piénsalo bien. Si te quieren tienes un as en la manga. Puedes negociar con ellos para que retiren los cargos.

—¿Y qué pasa con los demás? —preguntó Kade—. Me refiero a la gente que ha venido a la fiesta.

—No somos la policía local —contestó Sam—. Somos la ERD. Nos ocupamos de la tecnología. Si cooperas, probablemente a tus conejillos de Indias no les pasará nada. Pero si no lo haces… tú y todos acabaréis cubiertos de mierda hasta las orejas.

—Quiero que todo el mundo pueda irse a su casa tranquilo. Incluidos Rangan, Ilya y Wats. Nada de arrestos, cárcel ni libertad condicional, nada.

Sam quiso hacer de nuevo un gesto de negación con la cabeza, pero le fue imposible.

—No soy yo la persona con la que tienes que negociar. Entregaos y venid conmigo. Vosotros cuatro. Nadie más tiene por qué saber siquiera lo que está pasando. Entonces negociaremos.

Wats se dirigió a Rangan:

—¿Puedes bloquearle los sentidos? ¿Puedes hacer que no nos oiga, que no nos lea los labios?

Rangan asintió. Sam empezó a articular una objeción, pero descubrió que no podía hablar. Comenzó a fallarle la vista; su visión fue desvaneciéndose como si entrara en un túnel; primero se tiñó de gris y finalmente desapareció sin más. No veía ni la oscuridad. Simplemente no veía. Los sonidos también desaparecieron. Estaba ciega y sorda. Trató de refrenar el ataque de pánico que estaba naciendo en su interior. Pocas cosas se le ocurrían peores que perder el control de su mente y de su cuerpo.

«Respira», se dijo. Todavía era capaz de sentir su cuerpo, notaba cómo se hinchaba y se deshinchaba su pecho, aún sentía los brazos ligados a la espalda y los pies atados a la silla. Se aferró con uñas y dientes a esa realidad tangible.

Wats espiró lentamente. ¿Cómo convencer a estos chavales de lo que debía hacerse?

—Escuchad, esta mujer os dirá lo que sea para conseguir lo que quiere. Ha mentido desde el principio y seguirá mintiendo. Cuando la ERD os haya detenido, les perteneceréis. No os permitirán llamar a un abogado. Pueden hacer lo que les dé la gana y nunca os dejarán libres. ¿Entendéis?

Paseó la mirada por el cuarto. Ilya lo miraba a los ojos. Rangan asentía con la cabeza; estaba pálido. Kade continuaba con la mirada clavada en el suelo. Wats sabía lo que sentía cada uno. Rangan estaba asustado y cabreado. Ilya mantenía una actitud desafiante, y Kade se sentía culpable y era un mar de dudas; se reprendía ser el causante de esta situación.

—Kade, amigo, ponte recto. Ya no importa por qué hemos acabado así. —Wats vio que Kade asentía con la cabeza y recuperaba una pizca del control de sus emociones—. Escuchad, nuestro plan de fuga es bueno. Si nos quedamos, nos cogerán. Pero si nos piramos ahora mismo tenemos una oportunidad. Hay que escoger entre tirarnos de cabeza a un agujero negro o intentar huir. Debemos elegir lo más sensato.

Hizo una pausa y miró alrededor. Había convencido a Rangan, pero no sabía cómo manejar las emociones de Ilya y de Kade.

—Vale, entonces estamos todos de acuerdo, ¿verdad? Rangan, ¿puedes hacer que pierda el conocimiento durante un par de horas?

—Yo no voy —dijo Kade.

Wats meditó un instante.

—Kade, si te quedas todo habrá acabado. Nunca te soltarán.

Kade asintió.

—Lo sé. Pero… si huimos, ¿qué pasará con todos los demás? Antonio, Jessica, Andy… Los voluntarios que calculan las dosis y conectan los repetidores. ¿Les decimos que también deben huir? No tienen pasaportes falsos. No tienen un refugio donde esconderse. Les joderemos vivos. ¡Por Dios, Wats, piensa en Tania!

Wats se puso rojo.

—Si te quedas, tú también estarás jodido —replicó el exmarine.

Kade meneó la cabeza.

—Ilya tiene razón. Si me necesitan, guardo un as en la manga. Puedo usarlo como moneda de cambio y sacar a los demás de este lío.

—Hay cosas más importantes que reclaman tu atención —repuso Wats.

Kade rezumaba ira por todos sus poros.

—No vamos a escaquearnos, Wats. Nosotros hemos provocado esta situación. Tenemos que asumir nuestra responsabilidad. —Un poco más tranquilo, añadió—: De hecho, ¿sabéis qué? La responsabilidad es solo mía. —Meneó la cabeza.

Wats volvió a expulsar lentamente el aire de los pulmones. Tenía que tocar la fibra del chaval.

—Kade… es muy importante que salgáis de aquí. Los tres. Lo que estáis haciendo es formidable. Las posibilidades son enormes. Podría salvar un montón de vidas. Acabar con las guerras. Es algo que os excede. Algo mucho más trascendental que esta fiesta. Vosotros sois más importantes.

—Yo no soy más importante que las cien personas que hay detrás de esa puerta —aseveró Kade.

—Tu trabajo lo es.

Ilya intervino en la conversación.

—Wats, no podemos permitir que los fines justifiquen los medios. Esas personas no han hecho nada malo. Ni siquiera nosotros hemos hecho nada malo. Tenemos que luchar. Podríamos hacerlo público, hablar con la prensa…

Wats meneó la cabeza. No podía creerse su ingenuidad.

—Ilya, no lo consentirán, ¿es que no te das cuenta? En este país no existen los derechos, por lo menos en casos como el de esta noche. No dejarán que os acerquéis a la prensa. Y aunque os lo permitieran, a nadie le importaría.

Ilya se mantenía en sus trece.

—Tenemos que intentarlo. Hay que aguantar y luchar por hacer el bien —afirmó con una actitud resuelta y desafiante.

Wats comprendió que era inútil. Pese al esfuerzo que había invertido en instruirlos en la realidad del mundo, jamás la entenderían hasta que la sufrieran en sus propias carnes.

Se volvió a Kade.

—En ese caso, dame el código. Quiero el diseño, los planos, la fórmula, todo. Si desapareces, yo me encargaré de darlo a conocer al mundo.

Kade negó con la cabeza.

—Todavía no está acabado.

—Kade, si te meten en la cárcel se perderá para siempre. Quizá sea tu única oportunidad de hacer algo realmente trascendental.

Kade seguía meneando la cabeza.

—Es muy fácil emplearlo para hacer el mal. Mira lo que estamos haciendo con ella. —Señaló a la agente de la ERD, ahora ciega y sorda, atada a la silla—. Si lo difundimos ahora la gente saldrá mal parada.

Wats mantuvo una respiración constante; no perdió la calma.

—Entonces buscaré a alguien de confianza para que siga trabajando en el proyecto hasta que esté listo. No permitiré que todo el trabajo realizado caiga en saco roto.

—Yo tampoco me quedo —agregó Rangan.

Kade se volvió hacia él y lo miró sin un atisbo de sorpresa en el rostro. Se limitó a asentir con la cabeza.

—De acuerdo. Yo soy el que dispone de una moneda de cambio. Los demás, marchaos. Tú, también, Ilya.

—Yo me quedo contigo —dijo Ilya—. Nuestra causa es justa, tenemos que luchar por ella.

Wats se relajó ligeramente. Rangan tenía en su poder el código entero y el diseño. Si Rangan también se largaba ya no había que darlo todo por perdido. Miró de nuevo a Kade y a Ilya. Eran sus amigos; sus mejores amigos desde que había abandonado el cuerpo. Dudaba que volviera a verlos, así que dejó que sus ojos se impregnaran de ellos.

Aprisionó a Kade en un abrazo de oso. El muchacho se estremeció al principio, pero luego relajó los músculos. Wats se acercó después a Ilya, la levantó del suelo y le dio vueltas en el aire. La chica rio a carcajadas a pesar de la gravedad de las circunstancias. Tenía los ojos bañados en lágrimas.

Rangan también se despidió de sus amigos.

Ya en la puerta, Wats se volvió y miró a Ilya y a Kade una última vez.

—Nunca os olvidaré —prometió el exmarine—. Buena suerte.

Acto seguido, él y Rangan desaparecieron.

Sábado, 18 de febrero de 2040. 21.08 h

Departamento de Seguridad Nacional - Centro de Situación Táctica de la Costa Oeste.

Quinientos cincuenta kilómetros al sur, el agente especial de la ERD Garrett Nichols observaba el desarrollo de la situación con cierto interés. Cinco agentes en total abarrotaban la sala de mando del Centro de Situación Táctica del Departamento de Seguridad Nacional en las afueras de Los Ángeles. El agente de enlace de la DEA, la agencia antidroga, y el de la división antiterrorista del DHS, el Departamento de Seguridad Nacional, guardaban silencio sentados justo detrás de él. Estaban llevando a cabo una operación conjunta, pero dada su naturaleza, la Dirección de Riesgos Emergentes del DHS estaba al mando.

Sus dos analistas estaban sentados a los paneles de control. Media docena de pantallas gigantes cubrían una pared de la sala a la vista de todos. La pantalla n.º 1 mostraba una vista aérea en falso color de Simonyi Field transmitida por el Sky Eye HQ-37 de la Guardia Costera, que trazaba silenciosos círculos alrededor del Hangar 3 a trescientos metros de altitud. Hasta el último rincón del inmenso edificio estaba iluminado. Los coches estacionados en el aparcamiento vecino, todavía con los motores calientes, emitían una luz infrarroja.

Por la pantalla n.º 2 se sucedían las identidades de los asistentes a la fiesta. Cada vehículo que llegaba era registrado puntualmente. Cada pasajero que descendía de un vehículo era sometido a una identificación óptica. Sus informes desfilaban por la pantalla. Casi todos estaban relacionados con objetivos de Alfa a Delta.

La pantalla n.º 3 mostraba la situación de las dos unidades de tierra y de los dos grupos que los formaban.

La pantalla n.º 4 mostraba la situación y la ubicación de las unidades de la CHP, la policía del estado de California, y de la policía de Mountain View, que estaban preparadas para echar una mano en el caso de que fuera necesario.

En la pantalla n.º 5 debía aparecer la información de la agente Mirlo, pero no mostraba nada. Se actualizaría cuando la agente saliera de la zona protegida por el escudo electromagnético y sus dispositivos de vigilancia transmitieran lo que había visto y oído durante la intervención.

Nichols siempre se ponía de los nervios cuando perdía el contacto con un agente de campo, y esta noche no era una excepción.

Las imágenes y los sonidos regresaron lentamente a la realidad de Sam. Lo primero que oyó fue su propia respiración. Luego vio un finísimo hilo de luz. Formas. Una pared. Pestañeó y el mundo a su alrededor ganó nitidez. Seguía encerrada en el mismo cuarto. Kade estaba allí, derrumbado en una silla. No había ni rastro de Wats, Rangan ni Ilya.

Sam intentó mover los dedos de los pies. Fue incapaz. Probó con los de las manos. Continuaba inmovilizada.

Nichols y su equipo observaban con atención el hangar, a la espera de que emergiera Mirlo. La fiesta Nexus todavía podía alargarse varias horas.

Las miras telescópicas mostraban un reducido número de personas que entraban en la fiesta o salían de ella. Un puñado de fumadores emergió por la puerta oriental. Tres parejas salieron del hangar en busca de un poco de privacidad. Una docena de rezagados que llegaron tarde no tuvieron problemas para entrar. Siete individuos abandonaron simultáneamente el edificio. Todos los grupos fueron identificados, pero ninguno de sus integrantes se encontraba entre los objetivos principales.

Un hombre joven salió del edificio. La cámara aérea no pudo capturar su rostro, oculto bajo una capucha; su cuerpo emitía una intensa luz infrarroja. Se produjo un momento de tensión cuando el tipo se dirigió hacia el campo de golf vecino, pero enseguida se detuvo para mear en un arbusto y regresó a la fiesta.

Justo pasada la medianoche, otra pareja salió del edificio y enfiló en la misma dirección. El programa de reconocimiento facial identificó a una de las dos personas como Tania Washington, una profesora de artes marciales que vivía en San Francisco. La cara de la otra permanecía oculta bajo la capucha de una sudadera. Pero se trataba de un hombre grande, alto y corpulento. ¿Cole, quizá?

Las dos figuras atravesaron lentamente el campo de golf en línea recta, sin hacer amago alguno de torcer hacia la carretera o Sunnyvale. Finalmente llegaron a la orilla de la bahía de San Francisco. Los infrarrojos mostraron que sus cuerpos se entrelazaban, que se miraban de frente y empezaban a quitarse la ropa.

Tres individuos emergieron por la entrada oriental, dejaron atrás a los fumadores y se dirigieron hacia un coche. El programa informático determinó con éxito la identidad de los dos primeros, pero el tercero llevaba el rostro oculto debajo de una capucha. La puerta del coche se abrió y la luz interior iluminó brevemente su cara.

Rangan Shankari.

—Comunique a la CHP que se ocupe del coche —ordenó Nichols—. Solo quiero que lo sigan. A ver a dónde va Shankari.

—Recibido —respondió Jane Kim.

—¿Por qué nos haces esto? —preguntó Kade. Seguía derrumbado en la silla en el otro extremo del cuarto, con la bolsa de hielo pegada a la cabeza.

Sam respiró hondo antes de responder.

—Estáis haciendo algo ilegal. Mi trabajo consiste en hacer que se respete la ley.

Kade meneó la cabeza.

—Eso no es una respuesta. ¿Por qué elegiste este trabajo?

—Porque lo que hacéis es peligroso. Por eso me preocupa. Estáis jugando con fuego.

—No estamos fabricando un arma. Se trata de una nueva herramienta de comunicación. Conecta a la gente. Ya lo has visto. Lo has experimentado.

Sam lo había experimentado. Y le había encantado, hasta que había descubierto con horror que no era quien creía ser. Pasó de puntillas por el tema.

—Puede ser objeto de abuso. Quizá vosotros no lo uséis para hacer daño a la gente, pero otras personas lo harán.

—Eso no tiene nada que ver —repuso Kade—. Es una manera de tender puentes entre la gente. Juntos podemos ser más inteligentes que por separado. Puede generar una inteligencia colectiva, una empatía colectiva. Ilya habla de…

Sam lo interrumpió.

—Ilya habla de crear cosas que no son humanas, Kade. Inteligencias no humanas.

—Grupos de seres humanos —replicó Kade—. Redes de seres humanos.

—Cerebros interconectados. Borgs. Superorganismos —espetó Sam—. ¿Y qué pasará si no les gustamos?

—Es imposible que no les gustemos. Ellos seríamos nosotros.

Kade empezaba a animarse.

—¿Y qué pasaría si yo no quisiera unirme a una de esas redes? ¿Me obligarían? ¿Me asimilarían? ¿Me dejarían en paz? ¿Habría sitio para los seres humanos normales?

Kade suspiró con frustración.

—Escucha, todo eso son paranoias. También hay efectos positivos.

—No se trata solo de paranoias, Kade. Ahora mismo me tienes a tu merced. Puedes hacerme lo que quieras. Ya has visto lo que me ha hecho Rangan. A eso se le llama coacción, Kade. Habéis desarrollado una tecnología de coacción. Una herramienta para controlar a la gente. ¿Y me dices que no es un arma?

Kade meneó la cabeza.

—Solo ha sido por precaución. Todavía está en la fase experimental.

—¿Por precaución? Ya. ¿El resto de la gente también tiene una puerta trasera por la que podéis meteros en su cabeza? ¿Es que puedes paralizar a tus amigos de la fiesta? ¿Puedes leer sus mentes?

Kade guardó silencio, con los ojos clavados en las manos.

—Puedes, ¿verdad? —continuó Sam—. ¿Ellos lo saben? ¿Les habéis contado que participando en vuestro pequeño experimento os han entregado a ti y a Rangan las llaves de sus mentes?

Kade negó con la cabeza, sin atreverse a mirar aún a Sam a los ojos.

—Solo es una medida preventiva. Nunca habíamos llegado tan lejos como ahora.

—¿Cómo puedes ser tan ingenuo, Kade? Eres un buen tío. Salta a la vista. Pero piensa en otras personas que podrían apropiarse de tu proyecto. ¿Acaso crees que no lo someterían a un proceso de retroingeniería? ¿De verdad piensas que no esclavizarían a la gente con tu descubrimiento, que no formarían soldados suicidas, adoradores fanáticos?

Recuerdos espantosos empezaron a brotar en el interior de Sam. El rancho. La secta. Sus padres convertidos en ganado o algo mucho peor. Quiso transmitírselos a Kade, pero no pudo. No tenía acceso a él. El chico había cortado la conexión con su mente.

Kade se puso tenso.

—Eso es una estupidez. Se puede hacer daño a la gente con pistolas. Se la puede convencer para que haga cosas horribles con palabras. Los libros son tan peligrosos como mi proyecto. Lo que yo hago es necesario. Einstein dijo: «No podemos resolver problemas usando el mismo tipo de razonamiento que empleamos cuando los creamos». Esto puede llevarnos a un nuevo nivel de pensamiento.

—Kade, está yendo demasiado rápido —replicó Sam, que trataba de aliviar el dolor y la desesperación que le causaban los viejos recuerdos, de vencerlos. Trató con desprecio el deseo que sentía de tocar la mente de Kade y de demostrárselo. Odió esa prueba de flaqueza, de deslealtad. Maldita droga. Maldita misión.

—Hablas de cambiar por completo a la humanidad, de borrar en un abrir y cerrar de ojos lo que hemos sido durante cien mil años. Es imposible predecir las consecuencias que tendría eso, no se puede saber el uso que haría la gente de tu descubrimiento, ni siquiera si la raza humana sobreviviría. Hay que levantar el pie del acelerador cuando se trata de convertirnos en algo que no es humano.

Kade la miró directamente a los ojos.

—Mira quién habla. Apuesto a que tú no estás constituida por elementos basados en las capacidades humanas, ¿me equivoco?

Nichols volvió a interesarse en la pareja que estaba en la orilla de la bahía. Las manchas rojas del objetivo de infrarrojos se habían encorvado y se movían de una manera extraña. ¿Qué estaban haciendo?

Entonces lo entendió. Estaban quitándose los zapatos. Y a continuación los pantalones. Un revolcón en la playa. Luego la pareja parecía besarse apasionadamente; las líneas rojas de los infrarrojos se confundían y en la imagen solo se distinguían las cabezas y las extremidades de los sujetos. Nichols ya estaba a punto de apartar la mirada cuando de repente hicieron algo inesperado. Se dieron la vuelta cogidos de la mano y se metieron en el agua chapoteando alborotadamente. Se adentraron corriendo en la bahía hasta que el agua los cubrió hasta las caderas; la mitad inferior de sus cuerpos se esfumó de la pantalla de infrarrojos. Entonces se lanzaron de cabeza al agua y sus cuerpos desaparecieron por completo sumergidos en el mar.

—¿No está demasiado fría el agua para darse un baño en esta época del año? —preguntó Nichols en voz alta.

—Estaba pensando exactamente lo mismo —respondió Bruce Williams—. No creo que alcance los diez grados.

La cabeza y los hombros de una de las manchas rojas reaparecieron en la pantalla a seis metros del lugar donde habían desaparecido. Nichols contuvo la respiración. «Espera… Espera… Nada.» La otra figura no aparecía por ninguna parte.

—¡Joder! —exclamó—. ¡Enviad allí a Móvil 2 ahora mismo! Que los mini drones despeguen. Quiero ese lugar iluminado. ¡Encontrad a ese tipo!

Kim y Williams presionaron teclas frenéticamente. En la pantalla, Móvil 2 encendió los focos y aceleró quemando goma hacia allí, salió de la carretera y atravesó los cuidados greens del campo de golf. El Sky Eye proyectó un fino rayo de luz desde el cielo. La figura desnuda que estaba dentro del agua se volvió, hundió la cabeza en las olas y pataleó en dirección a la orilla.

—¡Y detengan el coche de Shankari! —espetó Nichols.

—Sí, señor —respondió Jane Kim.

Se consumió un minuto preñado de tensión. Y después otro. Móvil 2 llegó al lugar y detuvo a Tania Wellington, que confirmó que la otra persona era Watson Cole. Además afirmó que no tenía ni idea de a dónde había ido.

Cole se había esfumado. Si disponía de un respirador o si se había sometido a una intervención de hiperoxigenación de la sangre en el mercado negro podía mantenerse sumergido en el agua durante horas. Podía emerger en cualquier lugar. Haría falta mucha, mucha suerte para encontrarlo.

La policía estatal de California tuvo más suerte. La pantalla mostró la aparición de un coche patrulla justo detrás del vehículo que transportaba a Rangan Shankari. Unos instantes después, la policía lo tenía detenido.

Sam se tomó su tiempo antes de responder.

—Soy humana, Kade. Soy una persona comprometida. He aceptado cosas que son necesarias para hacer mi trabajo, para ayudar a que la gente viva segura.

—Qué curioso —replicó Kade—, porque yo no me siento más seguro contigo cerca.

—Tú no ves lo que nosotros hacemos por ti.

—He visto lo que has hecho esta noche.

—Ahí fuera hay verdaderos monstruos, Kade —dijo Sam—. Y tenemos que detenerlos.

—Yo no soy un monstruo.

—Tú no —repuso Sam—, pero los monstruos existen. Hay gente que cometería atrocidades con esta tecnología.

—También hay que gente que haría cosas maravillosas con ella —objetó Kade—. Íbamos a blindarlo con medidas de seguridad. Siempre habíamos tenido eso claro. No deseamos menos que tú que se utilice para controlar la mente de las personas.

—Pero otras personas emplearán la retroingeniería. Sortearán tus medidas de seguridad, o encontrarán la manera de crear un clon del sistema que no las tenga. La historia siempre se repite. Una vez que el genio ha salido de la botella es imposible controlar sus actos.

Kade lanzó los brazos al aire con frustración.

—No se puede controlar lo que la gente hace con sus teléfonos móviles, los aviones o internet —respondió—. Hay personas que cometen brutalidades con esas cosas, pero los beneficios que obtenemos de ellas las superan de largo. ¿Crees que también tendríamos que prohibírselas?

—Esas cosas de las que hablas no modifican lo que somos; seguimos siendo seres humanos.

—¿Quién eres tú para decidir qué es humano? Maldita niñata arrogante.

Sam trató de mantener la calma, aunque sin demasiado éxito.

—¿Arrogante yo? ¡Eres tú el que está poniendo en riesgo a miles de millones de personas! ¡Eres tú el que amenaza con convertir a los seres humanos genuinos en unas máquinas obsoletas! ¿Te haces una idea del peligro que podría correr el mundo entero por tu culpa?

Kade meneó la cabeza con amargura.

—Lo ves todo al revés. Yo no tomo decisiones por nadie. Estoy ofreciendo alternativas a la gente. Le estoy dando la posibilidad de elegir entre opciones nuevas. Sois vosotros quienes estáis arrebatando la libertad a las personas, quienes las obligáis a buscar refugio en ciencias perseguidas o prueben cosas nuevas. —Levantó un dedo acusador hacia Sam—. ¡Si hay algún monstruo aquí, ese eres tú!

El agente de la policía estatal metió a Rangan en el asiento trasero de su coche patrulla. Bruce Williams conectó a Nichols al sistema de comunicación de la CHP.

Nichols se puso los cascos.

—¿Rangan Shankari?

Silencio. En la pantalla se veía a Rangan con la mirada clavada en el suelo del coche; no se apreciaba ningún signo de que hubiera oído la pregunta.

—Señor Shankari, ha sido detenido por la Dirección de Riesgos Emergentes. Soy el agente especial Nichols.

Más silencio.

—Señor Shankari, ¿Samara Chavez continúa dentro del Hangar 3? ¿En qué estado se encuentra?

—Quiero hablar con mi abogado —aseveró Rangan sin levantar la mirada.

—Señor Shankari, es usted sospechoso de haber cometido graves delitos que violan la Ley de Amenazas Tecnológicas Emergentes, por lo tanto no tiene derecho a un abogado.

Silencio.

—Lo que me importa ahora es la seguridad de Samara Chavez —continuó Nichols—. ¿Sigue dentro del edificio? ¿En qué estado se encuentra?

Rangan dio la callada por respuesta.

—Señor Shankari, tengo un equipo de hombres preparado para tirar abajo la puerta del edificio y hacer lo que sea necesario para sacar a mi agente. En el interior del hangar hay un centenar de civiles, muchos de ellos amigos suyos. Si entramos por la fuerza, algunas de esas personas podrían salir heridas. ¿Me entiende?

—Chúpeme la polla.

Nichols se puso furioso.

—Rangan, tal vez piense que conseguirá algo con este comportamiento, pero se equivoca. Si está tratando de proteger a sus amigos, le comunico que ya hemos detenido a Watson Cole —mintió Nichols—. Lo único que queremos saber es si Samara Chavez sigue con vida y la manera de comunicarnos con la gente que hay dentro del edificio para sacarla de allí.

Rangan se revolvió ligeramente en el asiento, pero no respondió.

—Si no colabora conmigo, entraremos, y probablemente nadie saldrá bien parado. Incluso podría morir gente. ¿Entiende lo que le digo?

Rangan se revolvió de nuevo en el asiento.

—Quiero ver a mi abogado —repitió.

—Eso no va a ocurrir. ¿Va a colaborar con nosotros o tiramos la puerta abajo y entramos a tiros?

Las dudas de Rangan fueron visibles antes de responder:

—La soltarán dentro de un par de horas.

Nichols se dejó caer hacia atrás en la silla. De modo que seguía viva, y estaba retenida.

—Acabemos de una vez con esto —dijo el agente especial—. No esperaremos un par de horas. Volverá allí dentro y les dirá a sus amigos que…

Quince minutos después, un todoterreno negro depositó a Rangan frente a la puerta trasera del hangar.

— … ¡Si hay algún monstruo aquí, ese eres tú!

El picaporte de la puerta del almacén giró, y tanto Kade como Sam se volvieron sobresaltados. Apareció Ilya cabizbaja, seguida por Rangan, que iba vestido con una sudadera gris con capucha y unos vaqueros. Rangan estaba pálido y parecía afligido; no despegaba los ojos del suelo. Por la puerta se coló el ruido de la fiesta.

—Me han cogido —anunció Rangan con la voz temblorosa.

Kade notó el regusto amargo de sus palabras; sabían como a ceniza en su boca.

—Me han enviado con un mensaje —continuó Rangan—. Tienen este sitio rodeado. También han cogido a Wats.

—Puf. —Kade recibió la noticia como un puñetazo en la cara.

—Quieren que salgamos nosotros tres. Con ella. —Rangan sacudió la cabeza en dirección a Sam, que seguía atada a la silla—. Quieren que demos por terminada la fiesta, enviemos a todos a casa con cualquier excusa y nos entreguemos. Solo nosotros. No debemos mencionar a la ERD. Me han dicho que si dentro de treinta minutos no hemos salido, entrarán con las armas desenfundadas.

—¿Qué les pasará a los demás? —preguntó Kade.

—Si nos entregamos, el resto de la gente puede irse a casa.

—Yo voto por montar una escena —dijo Ilya—, por obligarles a detener a un centenar de personas. Así lo haríamos público, la gente vería lo que hacen. Esa es nuestra manera de luchar.

—Todo el mundo sabe lo que hacen —dijo Rangan—, y a nadie le importa una mierda. Para la gente normal solo somos unos drogatas.

—No quiero que vaya gente a la cárcel por nuestra culpa —dijo Kade—. Ese era el principal motivo para no huir.

—Pero no el único —señaló Ilya—. También nos hemos quedado para luchar por lo que es justo. No hemos hecho nada malo. Los tipos de la ERD son los malos de la película, y nosotros podemos mostrárselo al mundo entero.

Kade negó con la cabeza.

—No, solo nosotros debemos asumir las consecuencias.

—Opino como Kade —dijo con un hilo de voz Rangan.

Ilya bajó la cabeza. No parecía convencida. Estaba furiosa con Kade, dispuesta a desafiarle.

—De acuerdo —respondió al fin—. Iré apagando los trastos. Salió por la puerta que habían dejado abierta al entrar.

Rangan miró a Kade.

—¿Estás bien?

Kade asintió sin decir palabra.

Pasaron los minutos y ellos aguardaron en silencio.

«¿Por qué tardará tanto?», se preguntó Kade.

Pero justo entonces cesó la música y oyeron la voz amplificada de Ilya al otro lado de la puerta que decía algo sobre una queja por el ruido, anunciaba que la fiesta había terminado, que era hora de irse a casa, y aconsejaba que se condujera con cuidado.

Ilya regresó poco después. Tenía los ojos humedecidos. ¿Había estado llorando? Kade sintió el deseo de consolarla, pero la chica parecía distante y furiosa.

—He dejado a Antonio encargado de sacar a la gente —dijo Ilya—. Todavía tardará un rato. Quizá deberíamos ir saliendo ya.

—Me han dicho que salgamos por la puerta lateral y nos dirijamos al aparcamiento del campo de golf —señaló Rangan.

Ilya desató la cuerda ceñida a los pies de Sam y la agarró del brazo para ayudarla a levantase.

Sam sintió un dolor punzante que le recorrió el costado izquierdo mientras se levantaba, pero no le prestó atención. El cuarteto salió del almacén y enfiló por el pasillo que se alejaba del espacio principal del hangar. Un minuto después, Rangan abrió la puerta lateral del edificio y se adentraron en la noche fría.

Las lentillas de Sam se iluminaron inmediatamente para mostrarle la posición del equipo SWAT de la DEA que actuaba como su unidad de cobertura en la misión. Los dos vehículos del equipo estaban estacionados a cien metros delante de ellos. Con los vehículos había dos agentes, y otros cuatro se habían desplegado por los alrededores para impedir una posible fuga. Todos estaban preparados para abrir fuego, la mitad con munición letal y la otra mitad con tranquilizantes. Un icono que representaba un apretón de manos en verde le informaba de que los sistemas tácticos de los agentes también habían registrado su presencia.

Sam miró a Rangan, que caminaba a su derecha, y guiñó un ojo para encender la señal que lo marcaba como un objetivo. Luego se volvió a Kade, que iba a su izquierda, y guiñó el ojo para encender el icono de fuego. Rangan hizo el ademán de volverse hacia ella con un incipiente ceño fruncido. Sam percibió en su mente la tensión del chico. Pero entonces dos agentes dispararon dardos tranquilizadores que se clavaron en el cuello de Kade y de Rangan. Ambos se plegaron como dos actores cómicos, llevándose las manos hacia la repentina picadura de avispa en el cuello y balbuceando gritos de sorpresa. Luego sus ojos se cubrieron de una pátina vidriosa, perdieron el equilibro y se desplomaron sobre la pila que formaron sus extremidades entumecidas.

—¡Zorra!

Ilya agarró por la espalda a Sam y le rodeó el cuello con un brazo. Sam giró para ofrecer un blanco franco a los agentes y oyó el zumbido de un dardo tranquilizador. Instantes después notó que el brazo que le envolvía el cuello se relajaba y vio derrumbarse el cuerpo paralizado de Ilya.

Watson Cole emergió para respirar bajo el puente Dumbarton. Se deslizó lentamente por el agua hasta las zonas menos profundas y tocó tierra en Menlo Park. Solo sacó la cabeza del agua. Con un poco de suerte, el puente lo mantendría oculto a las cámaras, los infrarrojos o la vista de la gente que pudiera estar buscándolo desde arriba. Había recorrido más de diez kilómetros buceando, un esfuerzo agotador en el mejor de los casos. Necesitaba tiempo para volver a hiperoxigenar la sangre. Descansó un momento y luego comenzó las respiraciones aceleradas para absorber el preciado elemento. Aún tenía que recorrer unos cuantos kilómetros antes de poder dormir.

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