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NEXUS » 5. Moneda de cambio

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CAPÍTULO 5

MONEDA DE CAMBIO

Rangan fue despertándose gradualmente. Le dolía la cabeza. Tenía los músculos acalambrados y el estómago revuelto. «Dios mío, vaya resaca.» ¿Qué había hecho la noche anterior? ¿Qué hora era? Entreabrió un ojo para echar un vistazo alrededor.

No estaba en su habitación.

Los recuerdos aparecieron de golpe.

«Mierda…»

Se incorporó como un resorte. Yacía sobre un colchón estrecho tendido encima de un rígido banco metálico pegado a una pared de una celda de una blancura cegadora.

«Mierda, mierda, mierda.»

Bajó la mirada. Su ropa, su reloj, sus zapatos habían desaparecido. Llevaba puestos unos anodinos pantalones grises, como de hospital, y una camisa ancha también gris. Uniforme de presidiario. Le habían quitado el teléfono, la cartera, todo.

«Piensa, Rangan, piensa.»

Si hubiera una conexión a internet abierta podría conectarse, y tal vez averiguar adónde lo habían llevado. Quién sabe si también enviar un mensaje que le sirviera como seguro de vida…

El sistema operativo Nexus disponía de las herramientas para encontrar una conexión a internet abierta, pero no estaba ejecutándose. Debía de haberse colgado la noche anterior, cuando le inyectaron el tranquilizante.

[nexus_reinicio], ordenó mentalmente. En su campo visual apareció la secuencia de arranque.

[Nexus OS 0.7 por Axon y Synapse]

[Construido en ModOS 8.2 por el Colectivo de Software Libre]

[8.947.692.017 nodos detectados]

[9.161.412.625.408 bits disponibles]

[interfaz corteza visual 0.64 … activa]

[interfaz corteza auditiva 0.59 … activa]

[…]

La sucesión de mensajes continuó mientras el sistema operativo que habían importado a la plataforma Nexus se iniciaba. Entretanto, Rangan deambuló por la celda.

En unas instalaciones secretas ubicadas en las afueras de Washington D.C., dos hombres miraban detenidamente una pantalla mural. Uno de ellos era alto y atlético y tenía el mentón anguloso, vestía un traje negro y entrelazaba las manos a la espalda. Se trataba del subdirector de la División de Seguridad Warren Becker. El otro era un científico con la ropa arrugada, unas gafas pasadas de moda y una mata de pelo blanco y rebelde en la cabeza. Era el director de neurociencias Martin Holtzmann.

La pantalla mostraba a un hombre de piel oscura y el cabello teñido de rubio oxigenado, vestido con ropa de preso, que deambulaba por una celda pequeña y blanquísima: Rangan Shankari.

—Sigo sin entender qué necesidad hay de esto —dijo Holtzmann.

—Tenemos que averiguar si su arma funciona —respondió Becker.

Holtzmann meneó la cabeza.

—Funciona. Ya hemos comprobado que funciona un montón de veces.

Becker se volvió para mirarlo brevemente a los ojos y luego devolvió la atención a la pared que mostraba a Rangan Shankari.

—Martin, tenemos que averiguar si funciona contra Nexus 5. Desconocemos los cambios que han introducido desde Nexus 3.

—Podemos hacerlo experimentando con animales —replicó Holtzmann.

Becker arqueó una ceja.

—¿Y si en los ratones no tiene los mismos efectos que en el hombre?

Holtzmann guardó unos instantes de silencio.

—Es peligroso. Primero deberíamos realizar estudios en animales, evaluar los riesgos, y luego probarla en seres humanos.

Becker consideró un momento la propuesta del doctor.

—No sabemos cuándo se nos volverá a presentar una oportunidad como esta. Si no funciona, tendremos que dedicar más tiempo en perfeccionar su arma, doctor. Pero si funciona contra Nexus 5, tendremos la certeza de que funcionará contra un objetivo eventual.

Holtzmann refunfuñó.

—Warren, desde el punto de vista ético, yo no puedo…

Becker levantó una mano para interrumpirlo. Holtzmann se calló.

—Gracias, Martin. Mi modo de proceder se ceñirá a las prioridades de la misión. Tomo nota de su reticencia. No alarguemos esto innecesariamente.

Holtzmann bajó la cabeza.

Becker moduló la voz para dirigirse a la pantalla mural.

—Activar disruptor Nexus.

Rangan no encontró señal alguna, ni frecuencia. El lugar parecía blindado por un sistema electromagnético de seguridad.

«Maldita sea. ¿Y ahora qué?»

De repente sintió un dolor punzante en la cabeza. Su cerebro estaba a punto de estallar acribillado por ráfagas de mil decibelios. Un grito escapó de sus labios. Hasta el último músculo de su cuerpo se estremeció con convulsiones. Cayó de bruces al suelo. Un torrente de mensajes de error y de advertencia se precipitó a gran velocidad por su conciencia.

[ERROR interfaz – memoria inaccesible]

[ERROR interfaz – memoria inaccesible]

[ERROR interfaz – puerta no encontrada OXA49328A]

[ERROR interfaz – puerta no encontrada OXA49328B]

[ERROR interfaz – puerta no encontrada OXA49328C]

[ERROR interfaz – puerta no encontrada OXA49328D]

Y la lista continuó de manera interminable… Miles de líneas con mensajes de errores graves fueron sucediéndose en su campo visual, un fallo que no era comparable a nada que él o Kade hubieran visto antes.

Rangan apenas se dio cuenta de que se estrellaba contra el suelo de hormigón. Todo era una neblina compuesta por dolor y pitidos. Su cerebro estaba totalmente saturado. Navegaba por océanos de interferencias. En mitad de la confusión solo alcanzó a captar que había un problema con el Nexus implantado en su cerebro. Tenía que detenerlo. Sabía que había algo… algo… que podía hacer… Pero ¿qué era?

«Joder qué dolor. Joder. Joder. Joder.»

En su interior se formó otro grito que le obligó a abrir la boca en contra de su voluntad, emergió como un rugido que rebotó en las paredes resonantes de la celda y se desvaneció engullido por una neblina de dolor y confusión. Aquello era insoportable. Toda esperanza de coherencia era inútil. En su cabeza solo había ruido, ruido y más ruido.

Pero entonces cesó. El dolor desapareció de la manera repentina como había empezado. La arremetida de parásitos contra sus sentidos se detuvo. La lanza que se había clavado en su cerebro se esfumó. Le dolía la cabeza justo donde se la había golpeado contra el suelo; pero era un dolor que no admitía comparación con el tormento que había estado padeciendo.

Rangan tomó aire y se estremeció. Estaba empapado en sudor. Todo su cuerpo temblaba. Su respiración era una sucesión de resuellos. Yacía en el suelo en posición fetal, tiritando.

La pantalla mural mostró el desmoronamiento de Shankari. Sus gritos resonaron en los altavoces. Su cuerpo adoptó una posición fetal en el suelo, y se sacudió con convulsiones. Becker prolongó la situación un segundo, dos, tres, cuatro…

—Es suficiente —aseveró con rotundidad Holtzmann.

Becker asintió.

—Detener disruptor —dijo en voz alta.

Los gritos de Shankari se silenciaron. El chico continuó tendido en el suelo, hecho un ovillo.

—¿Satisfecho? —inquirió Holtzmann con acritud.

Becker asintió lentamente con la cabeza.

—Sí. Kade se despertó con una luz cegadora y una voz que le informaba de que quedaban cinco minutos para su entrevista. Tenía un regusto a tierra en la boca y el estómago revuelto, y le dolía la cabeza como si se la hubieran machacado con un mazo. Orinó, se echó agua a la cara y los cinco minutos se consumieron. Dos guardias lo sacaron de su celda blanquísima y lo condujeron a la sala de reuniones que había al final del pasillo. La habitación estaba amueblada con una gran mesa de madera de imitación, sillas y una pantalla mural. Kade se sentó donde le ordenaron y esperó.

Menos de un minuto después, una puerta en el lado opuesto de la sala se abrió y entró un hombre trajeado y con corbata que parecía un funcionario del gobierno, cargado con una tableta con una funda de piel. Detrás de él apareció un hombre algo mayor, vestido con una camisa blanca arrugada y con gafas, con una mata de pelo cano y rebelde en la cabeza. Este segundo hombre le resultaba familiar.

—Señor Lane —dijo el que parecía un funcionario del gobierno mientras enfilaba hacia la cabeza de la mesa y se sentaba—, soy el subdirector de la División de Seguridad Warren Becker. Este es el profesor Martin Holtzmann, a quien quizá ya conoce.

«¡Holtzmann!» Había sido presidente del Departamento de Neuroingeniería del MIT. Su laboratorio había realizado un trabajo destacable en el campo de la neurociencia volitiva. ¿Qué relación podía tener con la ERD?

Holtzmann le saludó con un movimiento de la cabeza.

—Señor Lane —añadió con acento alemán.

Becker tomó la palabra.

—Señor Lane, se ha metido usted en un problema bastante serio. Ha estado realizando investigaciones que violan por completo la Ley Chandler. Ha excedido ampliamente los límites que le fijan su permiso de la ERD. Ha sido detenido por distribuir, y posiblemente fabricar, un narcótico de clase 0. ¿Comprende la gravedad de su situación?

Kade había ido bajando la cabeza a medida que Becker hablaba. Tenía la mirada clavada en las vetas de la madera de imitación de la mesa a la que estaba sentado. No se atrevía a abrir la boca.

Becker esperó un minuto antes de volver a hablar.

—Estás de mierda hasta el cuello, Kade. La DEA va a ser implacable contigo. Mis jefes quieren clasificarte como amenaza para la humanidad. El fiscal que se encarga de tu caso quiere acusarte de… —Becker hizo una pausa y bajó la mirada a su tableta— …violación de los límites de tu investigación ERD, violación reiterada de la Ley Chandler, desarrollo de una tecnología de coacción en primer grado, secuestro de un agente de la ley, agresión a un agente de la ley, etcétera. Todas estas condenas suman un total de… dejémoslo en una temporada bastante larga en uno de los centros penitenciarios de Seguridad Nacional. Posiblemente el resto de tu vida. Sin posibilidad de libertad condicional. Y no son precisamente lugares agradables. ¿Entiendes lo que digo?

Kade asintió en silencio.

—Perfecto. Ahora, préstame atención. Este caso es claro como el agua. Las pruebas son concluyentes. Si apretamos un poco te caerán todas las condenas posibles. Pero yo no creo que seas un terrorista. En mi opinión, solo has sido un poco estúpido. Yo estoy de tu parte.

«Y una mierda de mi parte», pensó Kade.

—Existe una manera de que ayudes a tu país y a la humanidad —continuó Becker—. Y si cooperas, no te acusaremos de la mayoría de los actos delictivos que has cometido.

Kade apretó los labios. «Chantaje. Un puto chantaje.»

—¿Qué pasará con mis amigos? —preguntó al fin—. ¿La gente que estaba en la fiesta?

Becker asintió.

—Te preocupan tus amigos. Eso está bien. Ellos también están hundidos en la mierda. La DEA quiere acusar de posesión de drogas a toda la gente que estuvo en la fiesta anoche, y de distribución a todo aquel que te ayudó a organizarla. El mismo fiscal quiere elevar las acusaciones de violación de la Ley Chandler contra ti, Rangan Shankari, Watson Cole e Ilyana Alexander.

Becker hizo una pausa y meneó la cabeza.

—Pero si nos ofreces tu cooperación total podemos retirar la mayor parte de esos cargos.

Kade se estremeció. La posesión de Nexus estaba penada con una condena mínima de dos años, por no mencionar la más que probable expulsión de cualquier universidad decente y la imposibilidad de conseguir en el futuro un trabajo en el ámbito de la ciencia y la investigación. La distribución era un mínimo de siete años. Nombres y caras desfilaron por su cabeza: Antonio, Rita, Sven. Toda la gente que le había ayudado a organizar la fiesta, que se había ocupado de distribuir las dosis a los asistentes. Un montón de personas podían ir a la cárcel y pasar una larga temporada encerradas.

En cuanto a Rangan, Ilya y Wats… Se enfrentaban a los mismos cargos que él. Décadas en un centro penitenciario de Seguridad Nacional. Toda la vida, quizá. Se le encendió el rostro. La sola idea le produjo náuseas.

«Cara de póker, Kade. Cara de póker.»

Se enderezó un poco. Si se derrumbaba ahora estaba acabado.

—¿Qué quieren de mí? —preguntó.

—Queremos que te acerques a cierta persona —respondió Becker—. Un colega científico, en otro país. Queremos que presentes una solicitud para un puesto en su laboratorio cuando acabes tu doctorado. Queremos que nos mantengas informado de su trabajo.

—Quieren que espíe para ustedes.

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque el científico que queremos que espíes podría estar haciendo cosas muy malas —contestó Becker—. Estoy hablando de muertes. Del asesinato de políticos. De control mental. Esa clase de cosas.

—¿Y por qué yo? —inquirió Kade.

—Porque el científico en cuestión parece haberse interesado por tu trabajo —dijo Becker—. Y ahora que sabemos a qué te dedicas, entendemos la razón.

—¿De quién estamos hablando? —preguntó Kade.

—Lo sabrás si aceptas la oferta. De lo contrario, irás a la cárcel con esa incertidumbre.

Kade tamborileó con los dedos en la mesa. Espiar a un colega científico. Se daba asco.

—Ha hablado de la mayoría de los cargos —señaló Kade—. ¿Cuál es su oferta concreta?

Becker asintió.

—Todas las personas implicadas gozarán de libertad condicional durante tres años y se someterán a pruebas de consumo de estupefacientes con regularidad durante ese período de tiempo. Si las superan, se eliminarán los cargos de sus antecedentes. Tú, Shankari, Cole y Alexander seréis vigilados de por vida. Os someteréis a pruebas obligatorias y tendréis prohibido el uso de aparatos informáticos de última generación y de instrumentos bio, neuro o nano, incluido Nexus. Seréis incluidos en una lista negra de los fondos federales para la investigación científica. Pero no pisaréis la cárcel.

A Kade se le nubló la vista. «Adiós a los fondos federales. Adiós a los ordenadores y a la bio. Adiós a Nexus. Me quitan todo lo que me importa.» Por un momento se quedó sin respiración.

—Hay una manera de que pueda seguir vinculado a la ciencia —señaló Holtzmann.

Kade se volvió a él.

—¿Cuál es?

—Podría venir a trabajar conmigo —respondió Holtzmann—. Aquí, en la ERD, trabajaría al servicio de su país. Bajo estricta supervisión, por supuesto.

«Antes me haría una lobotomía a mí mismo con una cuchara», pensó Kade.

—Sé que es una idea difícil de digerir —observó Becker—, pero es mucho mejor que pasar el resto de tu vida en la cárcel.

«¿Lo es?»

El mundo daba vueltas a su alrededor. Era incapaz de fijar la mirada. Estaba viviendo una auténtica pesadilla.

—Hay otra condición —continuó diciendo Becker—. Nos entregarás todo el trabajo que has realizado basado en Nexus y explicarás a nuestro equipo de investigadores todo lo que has hecho y cómo lo has hecho.

—Necesito… —empezó a decir Kade—. Necesito un poco de tiempo para pensarlo…

Becker volvió a asentir con la cabeza.

—Muy bien. Piénsalo. Pero date prisa. Solo podemos ocultar que te hemos detenido un par de horas más. Después será difícil. Y si se descubre que te hemos cogido no nos servirás de nada. Acabarás con tus huesos en la cárcel.

Los guardias se lo llevaron de vuelta a la celda. Kade se tumbó en el catre y cerró los ojos. Una multitud de caras volvió a poblar sus pensamientos. Todos acabarían jodidos si no aceptaba el trato.

¿Y si aceptaba espiar para ellos? En ese caso, quizá estaría ayudando a la ERD a putear a un científico que no era culpable de nada. Estaría uniéndose a una organización con una ideología completamente opuesta a la suya.

«Pero es una oportunidad —reflexionó—. No iría a la cárcel. Trabajaría para ellos en el extranjero. A lo mejor encuentro alguna manera de huir…»

«Formaré parte del sistema que odio.»

Echó de menos a sus padres fallecidos. Dennis y Cheryl Lane habían sido científicos, él, especialista en física de partículas, y ella, bióloga, hasta que un accidente de tráfico les arrebató la vida a finales del año anterior. Ahora podría pedirles consejo. ¿Qué le dirían si siguieran vivos?

«Un científico es responsable de las consecuencias de su trabajo», su padre le había grabado esa máxima en la cabeza a base de repetírselo.

«Las consecuencias de mi trabajo son docenas de años de cárcel para mis amigos. A menos que me venda a la ERD.»

Todas sus reflexiones lo llevaron a la misma conclusión durante una hora. Daba igual desde qué punto de vista enfocara el dilema, evitar la cárcel, librar a sus amigos de la cárcel, era mejor que acabar todos entre rejas. Su conciencia no soportaría haber destruido tantas vidas. Había metido a mucha gente en un problema y ahora tenía que reparar el daño que había causado. La decisión era obvia, y le dejó un regusto amargo en la boca. «Así sea.»

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