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NEXUS » 13. Invitaciones y provocaciones

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CAPÍTULO 13

INVITACIONES Y PROVOCACIONES

La mañana llegó demasiado pronto para Kade. Él y Sam desayunaron en el restaurante del hotel y luego se dirigieron al congreso. El calor los golpeó como un objeto sólido cuando salieron del vestíbulo y buscaron un medio de transporte. El cielo era un manto de nubes, o de humo, o de una mezcla de ambas cosas. El aire estaba cargado de humedad. Una llovizna cálida regaba la calle. No era de extrañar que los congresos se celebraran en esta época del año. A nadie se le ocurriría venir a Bangkok cuando el clima era tan opresivo.

Sam detuvo un tuk-tuk elegido al azar. El brillante vehículo amarillo de tres ruedas fue directo hacia ellos.

—Al palacio de congresos Queen Sirikit —le dijo al conductor.

—Al palacio de congresos —repitió el conductor—. ¡Cien baht!

—Cincuenta —replicó Sam.

—¿Cincuenta? ¡Día nublado! ¡No sol! —Señaló primero los paneles solares instalados en el techo del vehículo y luego las nubes suspendidas en el cielo—. Usar motor. ¡Cincuenta bahts no pagar gasolina! ¡Noventa!

Sam negó con la cabeza y dio media vuelta para marcharse. Tiró del brazo de Kade para que la siguiera.

—¡Vale, vale, ochenta bahts! —gritó el conductor.

Sam se volvió hacia él.

—Sesenta. Última oferta.

—Setenta, señora. ¡No poder bajar más!

Sam asintió.

—De acuerdo.

Arrastró a Kade al interior del vehículo abierto.

El conductor arrancó sin esperar a que los pasajeros se hubieran sentado en el diminuto asiento. El pequeño vehículo de tres ruedas se incorporó como una flecha al tráfico, pasó rozando un taxi y se coló entre dos coches particulares, esquivó un ciclomotor cargado con tres personas que se cruzó en su camino y se colocó detrás de un autobús que los envolvió con humo de biodiésel. Kade buscó a tientas un cinturón de seguridad que no existía. Como tampoco existían las puertas en el vehículo. En resumen: viajaban a toda velocidad en un triciclo motorizado y parcialmente abierto. Kade se agarró con fuerza al minúsculo barrote de seguridad lateral. Por lo menos el exiguo techo los protegía de la lluvia. Aunque eso no era mucho consuelo cuando se está a punto de salir disparado al tráfico y acabar atropellado por algún conductor temerario.

Sam apoyó una mano en el antebrazo de Kade, y solo entonces él se dio cuenta de que se había agarrado a la pierna de su compañera como si su vida dependiera de ello.

—Relájate —le dijo Sam—. Están acostumbrados. Disfruta del viaje.

Para ella era fácil decirlo. Si alguno de aquellos coches la golpeaba, seguramente rebotaría y volvería a su posición anterior.

Kade se armó de valor y se propuso disfrutar del viaje. Y casi lo consiguió.

En la zona de las inscripciones reinaba el caos. Se esperaba la asistencia de quince mil personas al congreso, además de otras cincuenta mil que participarían virtualmente. El palacio de congresos ocupaba la extensión de una gigantesca manzana. El salón donde se tramitaban las inscripciones superaba las dimensiones de un campo de fútbol, y aun así estaba a reventar. La gente hacía cola para recoger las acreditaciones. Se habían dispuesto mostradores donde se exhibía instrumental de investigación, equipos de neuroinformática, escáneres neurales de infrarrojos, cascos para escáneres cerebrales MEG de última generación, inteligencia artificial para diagnósticos psiquiátricos, robots y sillas de ruedas controlados mediante ondas cerebrales, prótesis que podían integrarse en el sistema nervioso, etc. Había cazatalentos reclutando neurocientíficos para compañías farmacéuticas, empresas de biotecnología, fabricantes de dispositivos neurales, empresas de informática y de publicidad, bancos y fondos de inversión. Las casetas de una docena de asociaciones sin ánimo de lucro, como Neurocientíficos por la Paz Mundial o la Asociación de Estudiantes de Neurociencias Tailandeses, se extendían en hilera a lo largo de una de las paredes. Un puñado de hombres con la cabeza rapada y las túnicas anaranjadas propias de los monjes tailandeses que se paseaba por el palacio constituía una curiosidad.

Kade se registró; le entregaron la credencial y la bolsa con los productos promocionales. Sam solo había progresado hasta la mitad de su cola.

[sam] Luego te busco.

Kade asintió. Gracias al enlace Nexus de sus teléfonos, siempre estaban en contacto. Se dirigió al inmenso salón de actos, se sentó en una de las últimas filas del anfiteatro y sacó la tableta.

Poco después se atenuaron las luces y una voz retumbó en los altavoces.

—Por favor, demos la bienvenida a su majestad, el rey de Tailandia, Rama X.

«¿Qué cojones es esto?»

Kade bajó la mirada a la tableta y entró en el programa del congreso.

Budismo y neurociencias:

paradigmas de la mente y el cerebro,

de la singularidad a la conexión.

Su majestad el rey Rama X

y el profesor Somdet Phra Ananda,

de la Universidad de Chulalongkorn.

Un hombre sonriente de cuarenta y tantos años, ataviado con un traje blanco inmaculado y un pañuelo bordado dorado apareció sobre el escenario del salón de actos y en las pantallas gigantes colocadas a ambos lados. Los monjes con los hábitos anaranjados y el resto de los tailandeses que había entre el público se pusieron en pie, aplaudiendo, secundados por los demás asistentes. Kade siguió su ejemplo.

Rama X levantó las manos y pidió al público que volviera a sentarse.

Habló en inglés. Dio la bienvenida a Tailandia a los participantes, elogió a los organizadores y a los asistentes y resaltó el valor histórico del palacio de congresos, erigido por su abuelo. A continuación, su discurso dio un giro que pilló desprevenido a Kade.

—Soy budista —confesó el rey—, como más del 90 % de mis compatriotas. Como es costumbre entre los jóvenes de mi país, vestí durante un período de mi juventud el hábito anaranjado de los monjes.

«Interesante.»

—La experiencia como monje me enseñó muchas cosas. Dos de ellas son relevantes hoy.

»La primera es que el ejercicio esencial del budismo, la meditación, consiste en explorar la mente. Gracias a esa exploración alcanzamos la paz, nos liberamos de las cargas, aplacamos nuestro sufrimiento y aprendemos a sentir compasión por los demás. Pero, sobre todo, alcanzamos una sabiduría sorprendente sobre los entresijos del funcionamiento de nuestra mente.

«Nosotros hacemos lo mismo con Nexus», pensó Kade.

—Las neurociencias y el budismo comparten los mismos objetivos, si bien emplean métodos distintos y complementarios.

»El método de las neurociencias es estadístico, cuantitativo, reproducible, reduccionista y, en la medida de lo posible, objetivo. —Hizo una pausa—. El método de la meditación, por el contrario, es cualitativo, subjetivo, a menudo solo reproducible tras una ardua labor de disciplina y de pacificación de la mente. Y, sin embargo, es tan profundo como el de la ciencia.

«Las drogas son unas herramientas mentales más rápidas», dijo Kade para sus adentros.

—Siento un profundo respeto por el método científico —continuó el rey Rama—. Hace ya unas cuantas décadas, le preguntaron al decimocuarto Dalái Lama: «¿Qué ocurriría si las neurociencias demostraran que el budismo está equivocado?».

»“Bueno —respondió él—, en ese caso tendríamos que modificar el budismo.”

El auditorio rio al unísono. Rama X sonrió.

—Yo les pediría que consideraran la proposición opuesta: ¿qué pasaría si el budismo demostrara que algunas de las suposiciones básicas de las neurociencias son imperfectas? ¿Si se demostrara que existe un paradigma superior? En ese caso espero que ustedes, augustos científicos, estuvieran dispuestos a modificar sus enfoques científicos.

Esta vez no hubo risas. Silencio sepulcral.

La sonrisa del monarca se ensanchó.

—Permítanme que les sugiera una idea de lo que podría ser el nuevo paradigma. Y ahora viene a colación la segunda cosa que aprendí siendo monje. —Hizo una pausa para amplificar el efecto de sus palabras—. Todos somos uno.

El silencio se mantuvo.

El rey rompió a reír.

—No estoy retrotrayéndome al festival de Woodstock.

Se oyeron algunas risas.

—Tampoco he estado fumando hachís.

Las risitas nerviosas se extendieron por el anfiteatro. A Kade se le escapó una carcajada.

—Lo que quiero decir es que todos existimos como partes de grupos y colectivos mayores que nosotros mismos: tribus, comunidades, organizaciones, instituciones, familias, naciones. Pensamos en nosotros como individuos, pero todo lo que hemos conseguido, y lo que conseguiremos, es el resultado de la cooperación entre grupos de personas. Y esos grupos son organismos por derecho propio. Nosotros somos sus componentes.

«No le falta razón», pensó Kade.

—Para el meditador experimentado, esa conexión se alcanza de una manera intuitiva. El proceso de la meditación perfora la ilusión de la existencia individual solitaria y nos revela que formamos parte de entidades mucho mayores que cualquier individuo.

«¡Vaya, el rey de Tailandia es un hippy!», pensó Kade.

—Por lo tanto, las neurociencias pueden inspirarse en el budismo. La mente individual es importante. Sin embargo, en una época en la que miles de millones de mentes están interconectadas mediante la tecnología, en la que la información puede viajar desde una persona a mil millones de personas que se encuentran en la otra punta del planeta en un abrir y cerrar de ojos, existen otros estratos cognitivos igualmente importantes.

»Todas las cosas importantes del mundo exigen el esfuerzo de un gran número de individuos. De hecho, para superar los problemas más graves que afronta nuestro planeta no podemos pensar como individuos, ni siquiera como naciones, sino como la humanidad unida.

«Ya lo dijo Einstein —pensó Kade—. Los problemas no pueden resolverse utilizando el razonamiento que los creó.»

—No obstante —continuó el monarca Rama X—, el paradigma dominante entre los neurocientíficos sigue siendo el del cerebro individual. Eso solo es el punto de partida para la comprensión de la mente humana, no la meta.

»Mi mayor deseo para este congreso es que algunos de ustedes sean capaces de replantearse su trabajo desde un nuevo prisma, un nuevo paradigma: la interconectividad de todos los cerebros y todas las mentes del planeta. Me refiero tanto a una interconectividad que ya existe… —El monarca hizo una pausa— … como a la interconectividad más amplia que desarrollaremos en los próximos años, a medida que se produzcan avances en las neurociencias y la tecnología neural.

«¿Una interconectividad más amplia que desarrollaremos? —repitió Kade para sus adentros—. ¿Estará hablando de la comunicación entre cerebros? ¿De Nexus?»

—Para acabar, quiero agradecerles que hayan escuchado las reflexiones de un profano en la materia. Como tailandés y como budista, les doy la bienvenida a Tailandia y declaro inaugurado este congreso.

Hizo una leve reverencia.

Los monjes con los hábitos anaranjados volvieron a ponerse en pie, y solo unas décimas de segundos después lo hizo el resto de los asistentes tailandeses, que aplaudieron con entusiasmo al monarca. Kade también se levantó, verdaderamente sorprendido e impresionado por las palabras del rey.

Rama X volvió a pedir a los asistentes que se sentaran.

—Ahora tengo el privilegio de presentarles al profesor Somdet Phra Ananda, monje erudito y presidente del Departamento de Neurociencias de la Universidad de Chulalongkorn, además de amigo mío. ¡El profesor Ananda!

Volvieron a oírse aplausos, esta vez con el público sentado, cuando un sexagenario vestido con una túnica de color naranja apareció en el escenario. El monje hizo una honda reverencia al rey y se situó detrás del atril.

Somdet Phra Ananda aportó algunos detalles que aclaraban la propuesta del rey de un nuevo paradigma para las neurociencias. Expuso numerosos estudios que mostraban el funcionamiento de la cognición en el seno de los grupos, que sugerían que las ideas podían saltar de una mente a otra, que los individuos influían unos en otros de una manera profunda y sorprendente. Sin embargo, Kade juzgó que los comentarios más provocativos fueron sus conclusiones.

—Actualmente, la tecnología permite conectar la actividad neural de un cerebro con la actividad neural de otro. Por lo tanto, la necesidad de unas neurociencias de conjuntos de mentes será cada vez más acuciante.

»La evolución del lenguaje representó un gran salto en el progreso de nuestra especie. Aumentó nuestras capacidades cognitivas gracias a que creó unos vínculos entre nosotros que nos permitieron desarrollar una inteligencia colectiva, más potente. Creo firmemente que la conexión directa de nuestras mentes y nuestros cerebros supondrá otro salto gigantesco en la capacidad cognitiva del ser humano. Estas conexiones ya existen y están propagándose rápidamente. Para entender y guiar pacíficamente la transformación que representan, debemos hacer un esfuerzo y refundar las neurociencias a través del paradigma de conjuntos de cerebros interconectados, y debemos hacerlo sin demora. Gracias.

De nuevo sonaron aplausos; esta vez arrancaron al unísono de los científicos y los monjes. Kade tamborileó distraídamente en su tableta con los dedos.

Kade estaba convencido de que Ananda se había referido a Nexus, o por lo menos a algo parecido. ¿Los tailandeses estarían trabajando en él? ¿Tendría el apoyo del rey?

Había mucha materia para la reflexión. La gente ya abandonaba el salón de actos. Kade se levantó y se abrió paso hacia la salida, todavía absorto en sus pensamientos. Un estudiante tailandés, alto y con el cabello teñido de rojo y en punta, chocó con él en la marea de gente que enfilaba hacia la puerta.

—Oh, perdona, tío.

—No pasa nada —respondió Kade.

—¡Eh, qué camisa más chula!

Kade bajó la mirada al pecho. Llevaba puesta su camiseta favorita de DJ Axon, con la cara de Rangan estampada y sinusoides impresas sobre una protrusión neuronal azul eléctrico que estaba a punto de descargar una cantidad descomunal de energía, probablemente en la forma de pulsaciones rítmicas.

Soltó una carcajada.

—Vaya, gracias. Es un amigo.

—¡No me digas! —exclamó el estudiante—. ¿Conoces a DJ Axon?

Kade sonrió.

—Sí. Es un colega de laboratorio. Los dos trabajamos en el laboratorio Sánchez de la Universidad de San Francisco.

—¡Qué guay, tío! ¡Me encanta su música! Escuchamos a todas horas sus mezclas. —El estudiante le tendió la mano—. Me llamo Narong.

Kade se la estrechó.

—Kade.

—¿Irás mañana por la noche a la fiesta de los estudiantes de neurociencias?

—La verdad es que todavía no he hecho planes para mañana por la noche.

—Tienes que ir —dijo Narong. Le dio un flyer—. La organizamos nosotros. La Asociación de Estudiantes de Neurociencias Tailandeses. Soy el secretario.

—Me lo pensaré —respondió Kade.

—Vale, tío. Te lo pasarás bien. Será en un bar del centro. ¡Mañana no habrá nada más divertido en toda Bangkok! ¡Y los profesores tienen prohibida la entrada! —añadió riendo Narong.

Kade se obligó a reír.

«¿Y los espías americanos pueden entrar?»

—Me lo pensaré.

Llegaron a las puertas.

—Muy bien, tío. Te espero mañana.

Narong le dio un golpe en el brazo y desapareció.

Sam lo esperaba fuera. Estaba estudiando el programa en su tableta. Levantó los ojos de la pantalla cuando Kade se le acercó.

—¿Qué te ha parecido la ponencia?

—Creo que a Ilya le habría encantado —respondió Kade.

Sam asintió.

—Sí. Seguramente.

—¿Y a ti?

Sam meditó un instante su respuesta.

—Idealista —dijo al fin—. Un poco truculento. —Y, tras una pausa, añadió—: Demasiado ingenuo.

Kade se encogió de hombros. «¿Por qué le habré preguntado?»

—¿Y ahora, qué?

Sam se encogió de hombros.

—Voy a ver qué tal las conferencias sobre aumentos. Siempre va bien estar al día en esa clase de temas. No tenemos por qué asistir a las mismas charlas.

Kade se quedó un poco sorprendido. Esperaba que Sam se le pegara como una lapa.

—Claro. Esto… me han invitado a esta fiesta mañana. —Kade le enseñó el flyer—. ¿Qué opinas?

Sam lo miró por delante y por detrás y se encogió de hombros.

—Puede ser divertido.

Se separaron. Kade asistió a una conferencia detrás de otra, la mayoría de ellas fascinantes. Charló con científicos de todos los rincones del planeta e intentó memorizar los nombres y los proyectos en los que estaban trabajando. A las cinco de la tarde tenía la cabeza a punto de estallar y el desfase horario le exigía un esfuerzo enorme para mantener los ojos abiertos. Dijo a Sam que regresaba al hotel para echar una siesta y quedaron en encontrarse por la noche en la fiesta de recepción de la inauguración del congreso.

Prefirió volver en metro en lugar de hacerlo en un tuk-tuk. Tendría que caminar varias manzanas en el calor bochornoso, pero al menos resultaba menos estresante que moverse en un vehículo abierto por el tráfico demencial de Bangkok.

El vestíbulo del hotel era un oasis de aire fresco. Kade notó de inmediato que el sudor del torso y de la frente se condensaba. Subió en el ascensor y abrió la puerta de la habitación. Lanzó a un rincón la bolsa con los productos promocionales del congreso y se quitó los zapatos con los pies. La cama estaba recién hecha. En la almohada le habían dejado unos caramelos de menta y un sobre.

Kade se metió un caramelo en la boca y abrió el sobre. Era una tarjeta con una encuesta de calidad para que valorara el servicio del hotel. Kade estaba a punto de tirarla cuando de repente sucedió algo extraño. El texto desapareció de la tarjeta y fue sustituido línea por línea por otro nuevo.

«Kade, actúa con naturalidad. Este mensaje desaparecerá al cabo de treinta segundos.

Dispongo de los medios para sacarte de la situación en la que estás metido. Puedo proporcionarte una identidad nueva y una huida segura. Tus otras opciones son una cárcel de la ERD o la muerte, por mucho que te hayan prometido. Eres demasiado peligroso como para dejarte vivir en libertad.

Si estás preparado para escapar, elige “Muy insatisfecho” en el apartado “Valoración general” de la tarjeta y recibirás mis instrucciones.

Demos por hecho que tu teléfono y todos tus accesos a la red están pinchados y que hay sensores en tu ropa y en tu cuerpo. No menciones esta comunicación a través de ningún soporte.

Ahora este texto desaparecerá. Rellena la encuesta para no despertar sospechas.

Wats»

Wats. «¡Wats!» Wats estaba vivo. Y estaba aquí.

Kade releyó el mensaje a medida que el texto desaparecía sustituido por la encuesta de calidad del hotel. Tenía el corazón a punto de estallar. Activó el paquete de serenidad para tranquilizarse, con la esperanza de que Sam no hubiera notado su repentina agitación, y dejó la tarjeta en el pequeño escritorio de la habitación.

Encontró en la mesa un bolígrafo y respondió el resto de las preguntas del cuestionario mientras su cabeza echaba humo.

«¿Será cierto que la ERD me meterá en la cárcel o me matará de todas maneras?»

«Habitación-Calidad/precio:» Kade eligió «Satisfecho».

«¿Cómo sé que es Wats de verdad?»

«Habitación-Comodidad: Muy satisfecho.»

«Podría ser un truco. Una prueba de la ERD. Pero ¿entonces por qué me dirían que de todas maneras me van a meter en la cárcel o me van a matar?»

«Habitación-Limpieza: Satisfecho.»

«Si la nota es auténtica, ¿de verdad Wats podrá sacarme de aquí?»

«Habitación-Ambiente: Muy satisfecho.»

«Pero… nada ha cambiado. Si huyo, Ilya, Rangan y decenas de personas irán a la cárcel. Ellos cuentan conmigo.»

«Habitación-Cuarto de baño: Satisfecho.»

«Mierda. Haga lo que haga estoy jodido.»

«Personal-Amabilidad: Satisfecho.»

«No… Si huyo son otros los que están jodidos. Personas que me importan.»

«Personal-Atención: Satisfecho.»

«Vaya mierda.»

«Valoración general:__________.»

El bolígrafo sobrevoló en círculo la raya. En realidad no tenía elección. Cabía la posibilidad de que acabara en la cárcel o muerto si continuaba en la misión, pero lo único seguro era que sus amigos terminarían en la cárcel si él desertaba. Tendría que arriesgarse. La ERD tenía la sartén por el mango.

«Valoración general: Satisfecho.»

Suspiró. Era la decisión correcta.

Se quitó el resto de la ropa, se tragó el otro caramelo y se tiró en la cama.

«Wats. ¿Cómo podría encontrarlo? ¿Habrá venido solo por mí?»

«Mierda. Mierda. Mierda.»

Dio vuelta en la cama y cerró los ojos.

Kade era muy consciente de lo que había sufrido Wats, de cómo las experiencias que había vivido, unas experiencias solo posibles gracias a Nexus, lo habían cambiado. Sabía que Wats estaba convencido de que Nexus podía transformar a la gente, de que podía acabar con las guerras y hacer del mundo un lugar mejor. Pero no todo el mundo era como Wats. Todo el mundo no reaccionaría como lo había hecho él. La mayoría mostraría su rechazo.

Además Nexus 5 todavía no estaba listo.

Ponerlo en las manos de la mayor parte de la gente sería peligroso. Sería demasiado sencillo utilizarlo para controlar a las personas, darle un mal uso. «Un científico es responsable de las consecuencias de su trabajo», le había repetido su padre hasta la extenuación. Y él no estaba dispuesto a cargar sobre su conciencia las consecuencias que podría generar.

Wats, si realmente se trataba de Wats, no debería haber venido. Lo único que había conseguido era poner en peligro su vida.

Por fin se durmió, brevemente; si bien sus sueños no le aportaron consuelo alguno.

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