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CAPÍTULO 14

ENCUENTROS SORPRENDENTES

La fiesta de recepción se celebró por la noche en el salón de baile del palacio de congresos Queen Sirikit. Los científicos se arremolinaban en mangas de camisa (las corbatas escaseaban) mezclados con los monjes con el hábito de color naranja y los camareros uniformados. Kade percibía la presencia de Sam a través del vínculo Nexus de sus teléfonos. Estaba en alguna parte, atenta a todo.

Kade canjeó un vale de bebida por una cerveza y se paseó por el salón. Charló con media docena de científicos sobre toda clase de temas: la plasticidad neural; los efectos de la religión en el cerebro; la similitud en los impactos neurales de la música, las drogas y la meditación; los teóricos límites de la inteligencia humana.

Alguien se apartó delante de él y vio a Sam. Estaba charlando con Narong, ambos con una copa de vino en la mano y una sonrisa amplia en los labios. Narong hizo un comentario que provocó las risas de Sam. La agente puso una mano en el brazo de su interlocutor y le dijo algo, y a continuación se dirigió a los baños. Narong la siguió con la mirada, con los ojos clavados en su culo.

[kade] Tienes un admirador.

[sam] No lo espantes.

[kade] ¿No tienes que trabajar?

[sam] Es trabajo, Kade. Tu nuevo colega Narong es una persona cercana a Suk Prat-Nung. ¿Te suena ese nombre?

[kade] ¿Prat-Nung? ¿Como Ted Prat-Nung?

[sam] Suk Prat-Nung es sobrino de Thanom Prat-Nung. Además creemos que también está metido en la distribución de Nexus.

Tanom Prat-Nung, conocido como Ted. El narcotraficante tailandés. De él se decía que era el mayor traficante de Nexus del planeta. El mismo que aparecía en la foto con Su-Yong Shu en Tailandia. Narong se relacionaba con su sobrino.

[kade] Podrías haberme avisado.

[sam] Acabo de enterarme.

[kade] ?

[sam] La voz de Narong acaba de dar positivo en una prueba de comparación con la voz de una grabación que estaba sin identificar etiquetada como perteneciente a un socio de Suk.

[kade] No me digas que estáis cotejando la voz de todas las personas con las que hablas.

[sam] Pues así es. Y también todas las caras que podemos.

[kade] Me dais miedo.

[sam] A mí me da más miedo la gente que ha venido al congreso.

Kade siguió paseando por el salón. De repente divisó a Su-Yong Shu, alta y elegante, rodeada por un grupo de neurocientíficos que le hacían la corte. Una sonrisa amplia en sus labios y una copa de vino en la mano. Un miembro del cortejo dijo algo y ella enarcó una ceja. Su carisma era evidente incluso observándola desde el otro extremo del salón. Tenía algo especial. Sus ojos, su sonrisa y su risa poseían una intensidad, una ferocidad, que a Kade le ponían el vello de punta.

Kade ya estaba a punto de dar media vuelta y alejarse cuando los ojos de Shu se posaron en él. La investigadora levantó una mano y le hizo un gesto para que se acercara. A Kade se le cortó la respiración. Había ensayado aquella situación un centenar de veces. Podía hacerlo.

Activó el paquete de serenidad y lo ajustó en el nivel intermedio. Enfiló con paso firme hacia la multitud que rodeaba a la investigadora, con una sonrisa relajada en los labios. Mientras iba hacia allí envió un escueto mensaje a Sam, y acto seguido desactivó todas las funciones de transmisión de Nexus en su cerebro; era conveniente evitar en la medida de lo posible todo contacto mental.

Kade llegó a tiempo para oír el final de una reflexión que Shu compartía en un inglés con acento británico.

— … el discurso de inauguración ha sido de una clarividencia refrescante. Los tailandeses son muy afortunados por contar con un dirigente como el rey.

El grupo de admiradores formaba un círculo alrededor de Shu y de otra persona; un hombre elegantemente vestido. Kade conocía aquella cara: Arlen Franks, director del Instituto Nacional Americano de Salud Mental. Era la institución que financiaba casi por completo las investigaciones de Kade.

—Los oradores del discurso inaugural se han referido a una tecnología que es ilegal —repuso Franks—. Han defendido la tecnología poshumana, profesora Shu.

—Se han referido a una transformación muy real, doctor Franks —contestó Shu—. Y que además es inevitable. Yo, personalmente, lo celebro.

«No hay duda de que este es el mejor coloquio del día», pensó Kade.

—Los científicos deben respetar la ley, profesora —replicó Franks.

—Quizá tendría que ser la ley la que mostrara un poco de respeto por la ciencia, doctor.

—¡Eso es! —exclamó alguien detrás de Kade.

—Tenemos una responsabilidad ética —insistió Franks.

—¿Ética? —le interrumpió Shu—. ¿Le parecen éticas las leyes que constriñen y limitan a la humanidad?

—Si seguimos siendo humanos es gracias a las leyes.

Shu enarcó una ceja.

—¿Y quién decide qué es humano?

—Lo decidieron más de un centenar de líderes mundiales cuando firmaron los Acuerdos de Copenhague.

—¡Más de un centenar! —exclamó Shu—. ¡Todos políticos! ¡Vaya, eso me hace sentir muchísimo mejor!

Una oleada de risas recorrió la audiencia. Kade también rio. Franks torció la boca en un gesto de frustración.

—Doctor Franks —continuó Shu más calmada—, coincido con usted en la idea de que, como científicos, debemos actuar de un modo ético. Pero eso significa precisamente que tenemos que aspirar a un bien superior. Las leyes vigentes coartan nuestra capacidad para alcanzar ese objetivo. Si disfrutáramos de más libertad de acción avanzaríamos mucho en nuestras investigaciones. Existe un potencial enorme en el campo de la medicina, y aún más en el de los aumentos. ¿Quién decide que la condición humana actual es la correcta? Si quisiéramos podríamos dar un salto adelante; hacer del mundo un lugar mejor. Podríamos ofrecer a miles de millones de personas la oportunidad de elegir en quién y en qué quieren convertirse, en lugar de entregarnos a la voluntad de un centenar de políticos. El miedo nos ha mutilado.

«¡Bravo! ¡Bravo!», la ovacionó mentalmente Kade.

Franks apuró el contenido de su copa. Tenía el rostro encendido.

—Si viviera usted en mi país, doctora Shu, e hiciera esas declaraciones, se quedaría sin financiación para sus investigaciones en un abrir y cerrar de ojos.

Kade frunció el ceño. Un murmullo de desaprobación se propagó entre el público.

Shu esbozó una leve sonrisa y sacudió la cabeza.

—Entonces celebro no vivir en su país, doctor Franks. —Le hizo una ligera reverencia—. Buenas noches a todos.

La multitud que los rodeaba empezó a dispersarse con el permiso de su reina.

Shu se volvió a Kade.

—El señor Lane, ¿verdad? —dijo acercándose a él con la mano tendida.

Kade sonrió y le estrechó la mano.

—Es un honor conocerla, doctora Shu.

Ella le devolvió la sonrisa.

—Me han hablado mucho de usted. Estoy impaciente por conocer en profundidad su trabajo.

—Gracias.

—¿Qué le ha parecido la charla que acabamos de tener?

—Coincido con usted al cien por cien.

Shu asintió con la cabeza.

Kade estaba preparado cuando Shu decidió contactar mentalmente con él. Las primeras conexiones fueron suaves tanteos; meras caricias mentales en el espacio que los separaba. Kade mantuvo el Nexus de su cerebro sellado para evitar posibles fugas.

—¿Kade, le iría bien quedar mañana para comer conmigo? Me gustaría que habláramos sobre su trabajo y sus aspiraciones.

«¿Se referirá a mis artículos? —se preguntó Kade—. ¿O a Nexus 5?»

—Será un honor.

—Perfecto —dijo Shu—. Veo un potencial enorme en usted. De hecho pienso que podría llegar muy lejos.

Kade notó que la mente de Shu rozaba ligeramente la suya y se descubrió pensando en lo que podría llegar a conseguir, en su potencial. Y también en lo lejos que podrían llegar con Nexus, juntos, en cómo podría aumentar su inteligencia, en cómo alcanzaría una clarividencia y una velocidad de pensamiento que le permitirían resolver cualquier problema, en una mente liberada de las cadenas que la constreñían. Casi se quedó sin aliento, pero logró recomponerse. Solo era una breve revelación de todo lo que podría conseguir visto a través de los ojos de Shu.

«No habrá respuesta —se dijo Kade—. Aquí dentro no hay Nexus.»

Kade lo deseaba. Deseaba convertirse en lo que ella le había mostrado. Deseaba ser libre para mejorarse, para convertirse en un ser poshumano. Ansiaba entregarse a ella, y luchó para refrenar ese deseo.

—Enviaré a mi chófer al mediodía para que lo recoja en la puerta del hotel, Kade.

—Estoy impaciente —respondió.

Pese al paquete de serenidad, Kade necesitó una copa tras su encuentro con Shu. Ella volvió a integrarse en la multitud y él enfiló hacia el bar. Kade fue relajándose a medida que crecía la distancia entre ambos. Por fin pudo restablecer el modo de transmisión y recepción completas del Nexus instalado en su cerebro; ajustó el paquete de serenidad al mínimo. Volvió a sentir la presencia de Sam en su mente, que estaba esperando con curiosidad el informe de su encuentro con Shu.

¿Qué iba a decirle? ¿Que estaba de acuerdo con ella? ¿Que en persona resultaba todavía más seductora? ¿Que se moría de ganas por aceptar su oferta? ¿Que había sentido las caricias de su mente? Kade sacudió la cabeza y se colocó en la cola para pedir una copa.

Esta vez le pilló desprevenido. Otra mente rozó la suya. Kade evocó una sensación de mar calmo, de profundísima tranquilidad, de la solidez del suelo, de placidez. Y a continuación de sorpresa. Esa otra mente también había sentido la suya. La tenía justo detrás. Pero entonces se esfumó.

Kade se volvió. Justo detrás de él en la cola del bar tenía al profesor Somdet Phra Ananda, que lo escrutaba atentamente con sus ojos negros, con los brazos cruzados en el pecho, ataviado con su hábito de ceremonia.

Kade lo miró a los ojos boquiabierto, atónito. ¿Estaría Somdet Phra Ananda bajo los efectos de Nexus? ¿Aquí y ahora?

Ananda rompió el silencio.

—¿Cómo se llama usted, joven? —Tenía una voz grave, hipnotizadora. Era una voz que hablaba pausadamente, cargada de paciencia y autoridad.

—Soy Kade. Kaden Laden. Eh… ¿Eminencia?

—Puede llamarme profesor. Profesor Ananda, Kaden Lane. —Ananda examinó lentamente a Kade, reparando en todos los detalles—. Es estadounidense —dijo en un tono de afirmación, más que interrogativo.

—Sí, señor.

—Su vestimenta es irrespetuosa.

—Eh… lo siento. No era mi intención. Es que mi colega de laboratorio es DJ y…

—La cola avanza, joven —le interrumpió Ananda.

Kade se volvió y vio el hueco que se había abierto delante de él. Avanzó unos pasos y se volvió de nuevo a Ananda.

—¿Qué le ha parecido el discurso de inauguración de esta mañana?

Kade respiró hondo.

—Estoy de acuerdo casi por completo con usted y con el rey.

Ananda esbozó una sonrisa y sacudió la cabeza.

—Le toca —dijo casi en un murmullo.

—¿Perdón?

—Pedir. —Ananda le hizo un gesto con los ojos—. El bar.

—Ah. —Kade se volvió y pidió una cerveza. Se metió la mano en el bolsillo para sacar otro cupón y rebuscó unos segundos hasta dar con él. Se lo entregó al camarero y se volvió…

El profesor Somdet Phra Ananda había desaparecido.

Kade pestañeó con sorpresa y miró alrededor. No vio ni rastro del monje.

«No entiendo nada.»

Se fijó en que la fiesta empezaba a decaer. Sam le envió un mensaje para preguntarle si estaba listo para marcharse ya. Se subieron a un tuk-tuk para regresar al hotel. El tráfico era más fluido, pero el calor seguía siendo sofocante. Kade estaba demasiado afectado por el desfase horario como para que le molestara el calor; demasiado abstraído en sus reflexiones sobre los acontecimientos del día como para preocuparse de si salía despedido del vehículo.

[sam] Enséñame tu conversación con Shu.

Kade suspiró. No tenía nada que esconder. Abrió el archivo para que Sam accediera a él y experimentara sus recuerdos de la conversación que había mantenido con Shu.

[sam] Perfecto. Es una buena señal que te haya pedido que comas con ella. Tú, sobre todo, mantén la calma; utiliza el paquete instalado en tu cabeza si es necesario. Y no olvides lo que está en juego.

Kade se volvió hacia la calle desde el minúsculo triciclo motorizado y contempló la ciudad de Bangkok, que pasaba ante sus ojos revestida de cromo y neón. Su confusión crecía a medida que se sumergía en aquella situación.

Sam percibía su estado de ánimo.

«Ya lo creo.»

Una vez en el hotel, Sam acompañó a Kade hasta su habitación. Cuando llegaron a la puerta, intentó animarle.

—Lo harás genial mañana. Solo tienes que ser tú mismo.

Kade asintió.

—Ya. Todo irá bien. Solo estoy un poco cansado.

Estaba agotado.

Sam le dio un apretón amistoso en el brazo y se dirigió a su habitación. Kade entró arrastrándose en la suya y se metió en la cama. Su cabeza era un hervidero.

Wats. Shu. Ananda. La ERD.

«¿Qué demonios está pasando?»

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