Nano

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Nano, S. L., Boulder, Colorado

Martes, 23 de abril de 2013, 15.15 h

Cuando perdió de vista el Subaru de Paul, Pia se quedó de pie en el aparcamiento durante unos instantes contemplando la vastedad de los edificios y terrenos de Nano S. L. La sensación de desasosiego que había experimentado cuando Paul y ella habían entrado en el complejo hacía unos minutos iba en aumento, así que su mente analítica comenzó a funcionar. ¿Qué sabía en aquellos momentos sobre la empresa que no hubiera sabido dos horas antes? Pues que en alguno de aquellos numerosos edificios había un hombre de nacionalidad china que presentaba un extraño cuadro médico y que el personal de seguridad de Nano se mostraba muy protector con él; también había descubierto que Nano disponía de su propio equipo médico y de una enfermería bien equipada; y por último había tomado conciencia de que lo desconocía casi todo sobre Mariel Spallek, su superior inmediato.

Para ella, el papel que Mariel había desempeñado a la hora de llevarse al corredor chino del hospital era el aspecto más incomprensible de todo aquel asunto. Estaba claro que Mariel conocía a aquel corredor o, como mínimo, que sabía cuál había sido la causa de su desmayo y aparente parada cardiorrespiratoria. Había mostrado una total confianza en que los médicos de Nano podrían encargarse de tratar al hombre a pesar de que Paul, el médico especialista en Urgencias del hospital, había sido incapaz de averiguar qué le ocurría. Todo aquello le indicaba que en realidad Mariel ocupaba en la empresa una posición muy superior a la que ella le había atribuido en principio. Se preguntó qué consecuencias podría acarrearle el asunto. ¿Cómo afectaría a su estatus en Nano el hecho de que hubiera sido ella quien se había topado con el corredor?

Aquella última preocupación se disipó de inmediato. Lo más acuciante y trascendental para ella era el instinto que la empujaba a averiguar qué estaba ocurriendo. A diferencia de la mayoría de la gente, Pia era la clase de persona que, cuando advertía peligro, buscaba su origen en lugar de huir de él. De niña había aprendido que nadie iba a aparecer de repente y rescatarla. Tenía que lanzarse a la yugular cuando se veía amenazada o acorralada.

No pudo evitar sonreír ante lo oportuno del momento. Sabía que George habría hecho todo lo posible para convencerla de que no debía investigar lo ocurrido con el corredor chino, pero él ya se había marchado. No había nadie que intentase disuadirla de llegar hasta el fondo de aquel extraño asunto. Además, se sentía obligada ética y moralmente a descubrir en qué clase de organización trabajaba y, por lo tanto, colaboraba.

Pasó por el sofisticado sistema de seguridad fijándose más de lo habitual en el procedimiento y después se dirigió a su laboratorio. Buscó algún indicio de que Mariel Spallek hubiera estado allí antes que ella, pero no encontró ninguno. Aquella mañana, antes de salir a correr, había empezado a preparar una nueva tanda de experimentos en los que había utilizado el nuevo diseño con las moléculas de glicopolietileno añadidas a la estructura de los microbívoros. Todo el mundo, incluido Berman, se había mostrado entusiasmado con la idea de que Pia continuara avanzando en aquella tarea, con la esperanza de que consiguiese evitar cualquier tipo de respuesta inmune antes de pasar a los sujetos animales y, posteriormente, a los voluntarios humanos. La joven había rellenado todos los formularios de requerimiento como ordenaban los exigentes miembros del departamento de contabilidad.

Como era su costumbre siempre que volvía al laboratorio, lo primero que hizo fue comprobar la evolución de todos los experimentos que tenía en marcha, pero notó que le costaba concentrarse. Su mente volvía una y otra vez al corredor chino. Suponía que lo habían llevado a las instalaciones médicas que Mariel había mencionado y de las que ella no había oído hablar jamás. Aquella idea llevaba aparejadas las preguntas de dónde podía estar ubicada la enfermería y de si ella sería capaz de localizarla. En caso afirmativo, quizá pudiera presentarse allí para hablar con los médicos y al menos satisfacer así su curiosidad médica y aplacar su imaginación, que en aquellos momentos volaba desbocada.

Pero ¿por dónde empezar?

Tomó el ascensor hasta la planta baja y volvió a la zona principal de seguridad que había atravesado hacía solo unos minutos. Se acercó a uno de los guardias, que era ligeramente más amable que cualquiera de los otros cuatro o cinco que solían hacer el turno de día. Estaba de pie y solo tras una cristalera que iba del suelo al techo y observaba a un conductor de UPS descargar una serie de paquetes.

—Perdone, señor Milloy —empezó Pia tras haber leído el nombre del guardia en la identificación que llevaba prendida en el uniforme—, ¿podría decirme por dónde se va a la enfermería?

—Lo siento, señorita, pero no sé a qué se refiere.

—Me refiero a las instalaciones médicas de la empresa. Me han dicho que tenemos enfermería.

—No que yo sepa, señorita. Pero deje que lo pregunte. Deme unos segundos.

Milloy se acercó a los dos guardias situados junto a la puerta principal y, haciendo gala de la seriedad que caracterizaba al personal de seguridad de la empresa, habló con el más alto de los dos. Pia nunca había visto a aquel vigilante en concreto hacer otra cosa que no fuera mantenerse en posición de firmes con la mirada al frente, igual que un soldado haciendo guardia. Ni siquiera se inmutó cuando Milloy habló con él. Pero al final asintió casi imperceptiblemente y le dijo algo a su compañero. Este regresó junto a Pia.

—Lo he confirmado, señorita. Nano no dispone de instalaciones médicas. Está la enfermera de la empresa, que tiene su consulta cerca de la cafetería, pero imagino que eso ya lo sabe. Seguramente le pondría la vacuna contra la gripe el otoño pasado.

—Sí, no me refería a la enfermera. Gracias de todas maneras.

Pia se volvió para marcharse, pero se detuvo enseguida.

—Perdone, señor Milloy, ¿usted trabaja siempre en este edificio?

—¿Por qué lo pregunta? —quiso saber el guardia.

La primera pregunta de Pia no parecía haberle hecho mucha gracia, y aquella sin duda lo había irritado. El hombre había intentado hablar con Pia en más de una ocasión, pero siempre había tenido la sensación de que la joven lo desairaba a propósito.

—El complejo cuenta con numerosos edificios y no sé lo que ocurre en la mayoría de ellos —contestó Pia—. Había pensado que si usted trabajara de vez en cuando en algún otro podría saber en cuál de ellos hay más posibilidades de que esté la enfermería.

—Lo siento —contestó Milloy por pura formalidad.

Pia volvió a pasar por el escáner de iris, cogió el ascensor hasta el cuarto piso y siguió por el pasillo hacia su laboratorio. Cuando llegó a la puerta, se detuvo pero no entró. Decidió hacer algo que no había hecho nunca: continuar caminando. Sabía que había una pasarela que unía el edificio en el que trabajaba con la cuarta planta del bloque contiguo. No sabía cómo llegar hasta ella, pero, por pura curiosidad, decidió averiguarlo. Al cabo de unos treinta metros, se encontró con unos cuantos giros hasta que el pasillo desembocó en una puerta doble protegida por otro escáner de iris. Miró a su alrededor y no detectó cámaras a la vista, pero supuso que debía de haber alguna escondida en el techo, al igual que ante su laboratorio, de manera que era bastante probable que la estuvieran observando. Decidió que si los de seguridad le preguntaban qué estaba haciendo, les diría la verdad, que no era más que una empleada que sentía curiosidad por ver lo que había tras las puertas del final del pasillo donde estaba su laboratorio.

Acercó el ojo al dispositivo y apretó el interruptor de escanear. Era como los que había en la entrada del edificio y de su propio laboratorio, pero aquel reaccionó de forma distinta: emitió un pitido y un breve destello de luz roja. Pia lo intentó de nuevo, pero la máquina la rechazo una vez más. Trató de abrir la puerta, pero, tal como suponía, estaba cerrada. Se encogió de hombros y dio media vuelta. Hasta allí habían llegado sus intentos de explorar la pasarela.

Antes de llegar a la puerta de su laboratorio se le ocurrió una idea. Cogió su iPhone, entró en ajustes y se aseguró de que el servicio de localización estaba activado. Luego intentó obtener un mapa para situarse con respecto a los demás edificios. A pesar de que la señal wifi era buena, no obtuvo ningún resultado. Decidió ser más concreta y entró en la aplicación de mapas. Introdujo la dirección de Nano, pero tan solo consiguió una pantalla en blanco. Cuando la tocó dos veces para alejar la perspectiva, vio que toda la superficie de Nano estaba en blanco. Al parecer la empresa había entrado en Google y retirado la información.

No estaba consiguiendo nada. No conocía ninguna otra entrada a Nano desde la carretera principal aparte de la que ella, y al parecer todos los demás, utilizaban. Aun así, había varias carreteras secundarias por los alrededores. Quizá pudiera salir y recorrer el perímetro del complejo para ver qué encontraba. Estaba decidida a no arredrarse, pero dar vueltas por el bosque no constituía su principal prioridad en aquel momento.

Entró en su laboratorio y, una vez más, buscó indicios de que Mariel hubiera estado allí. Si los había, no los encontró. Con cierta ambivalencia, se preguntó cuándo la vería. Spallek se había mostrado francamente desagradable aquella mañana y en el hospital la había ignorado casi por completo. Pero, a pesar de lo que su jefa le había dicho en el aparcamiento del hospital, Pia tenía unas cuantas preguntas que hacerle. No sabía si Mariel las respondería o no, pero estaba decidida a formulárselas de todos modos.

Se dirigió hacia el banco de trabajo que utilizaba como zona personal, pues no tenía despacho propio. Se le había ocurrido otra idea. Acababa de recordar que el corredor había gritado su nombre, de modo que descolgó uno de los teléfonos del laboratorio, marcó el número de la operadora general y le pidió que le pasara con Yao Hong-Xiau.

—¿Podría deletreármelo? —pidió la mujer.

Pia probó a hacerlo según la ortografía del inglés. La telefonista buscó el nombre, pero le contestó que no figuraba nadie ni por «Yao» ni por «Hong». Pia apuntó rápidamente el nombre y le propuso a la telefonista otras versiones posibles, pero la operadora siguió sin encontrar nada. Pia insistió preguntándole si había algún número de un grupo o despacho chino. Cuando recibió otra negativa, cambió de estrategia y pidió que la pasara con la enfermería de Nano.

—¿Enfermería, qué enfermería? —preguntó la telefonista.

Pia le dijo lo mismo que le había dicho al guardia de la entrada.

—No hay ninguna enfermería en Nano —contestó la mujer con seguridad.

—¿Y con el hospital o cualquier otro tipo de instalación médica? —insistió la joven a pesar de que se estaba desanimando.

—Lo siento, pero no existe tal cosa. ¿Qué tal si le paso con la consulta de la enfermera?

Pia colgó. Resultaba frustrante. Intentaba pensar en alguna otra alternativa de búsqueda, pero no se le ocurría nada. Paseó la mirada por la pantalla que mostraba las lecturas de todos los experimentos de biocompatibilidad que estaba realizando. Una de las cifras parpadeaba para indicar que se había producido un cambio en alguno de los parámetros que monitorizaba.

Se acercó al experimento en cuestión. Se dio cuenta enseguida de que el cambio sugerido era un simple error que indicaba que se necesitaba realizar una ligera recalibración. Dedicó unos instantes a completarla y el parpadeo cesó.

El ruido de la puerta del pasillo al abrirse fue lo siguiente que llamó su atención. Un segundo después, Mariel Spallek aparecía en el umbral sujetando una carpeta contra su pecho. La expresión de su rostro transmitía el habitual desdén arrogante.

«Benditos los ojos», murmuró Pia para sus adentros. Era la primera vez que se alegraba de ver a su jefa desde que estaba en Nano.

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