Nano

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Nano, S. L., Boulder, Colorado

Martes, 23 de abril de 2013, 15.45 h

—Pia, me alegro de que estés aquí —dijo Mariel. Se acercó a ella dando zancadas e invadió su espacio con la ayuda de sus diez centímetros de estatura extra.

—Mariel.

Pia no cedió terreno y elevó la mirada hacia los fríos ojos azules de su jefa.

—Tengo los documentos que has presentado en contabilidad. Me complace ver que sigues adelante con el trabajo. Cuantas más corroboraciones de la compatibilidad inmunológica de los microbívoros tengamos, mejor. Ya le he dado luz verde a todo lo que has solicitado.

Pia se sorprendió asintiendo mientras Mariel seguía hablando y ella esperaba su turno.

—Y al señor Berman y a mí nos alegra que te estés ocupando del problema del flagelo. Debemos resolverlo. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte en este sentido?

Por fin dejó de hablar.

—Podrías conseguir que los programadores de los microbívoros me concedieran algo de tiempo.

—Dalo por hecho —repuso Mariel con tono complaciente—. Me ocuparé de entregar estos pedidos al departamento de compras y me cercioraré de que les dan curso enseguida. Pero me gustaría que firmaras el formulario, porque no lo has hecho. ¿Algo más? —preguntó al tiempo que le entregaba el impreso.

—O sea, que de verdad no vamos a hablar del tema, ¿no? —le espetó Pia al coger el papel.

—¿Hablar de qué?

—Vamos, Mariel. ¡Del corredor, del hospital, de los vigilantes armados! Llevo a un hombre a Urgencias y lo siguiente que me encuentro es que tú te presentas allí con el Séptimo de Caballería y te lo llevas a la fuerza, cosa que no tiene sentido alguno. Necesitaba un diagnóstico y permanecer en observación al menos un tiempo. Al parecer ese tipo había sufrido una parada cardiorrespiratoria, un estado que sin duda puede acabar con la vida de una persona. Pero tú te has mostrado totalmente confiada de que aquí podríais encargaros de él.

Mariel miró a Pia. Una pátina de irritación se filtró a través de su altivez.

—Es más —añadió Pia—, yo ni siquiera estaba al corriente de que Nano tuviera instalaciones médicas donde atender casos de ese tipo. Le he pedido a la operadora que me pusiera con la enfermería para preguntar si el hombre se encontraba bien, pero me ha contestado que aquí no hay enfermería.

Mariel guardó silencio durante un par de segundos y se mantuvo impertérrita.

—Nadie se llevó a ese hombre a la fuerza —dijo al fin.

—¿Perdona? —contestó Pia poniendo los ojos en blanco.

Era obvio que Mariel estaba evitando la cuestión de quién era el corredor y del papel de Nano en su tratamiento. Que se lo hubieran llevado contra su voluntad era importante, desde luego, pero el hecho de que Mariel se hubiera presentado allí con su escolta armada lo era aún más.

—Dices que nos llevamos a un hombre a la fuerza de las Urgencias del Boulder Memorial, pero te recuerdo que él consintió en que lo tratáramos en nuestras instalaciones. Si crees que viste algo diferente, te equivocas.

—De acuerdo, me lo creeré si tú lo dices. Pero, dime: ¿cómo evoluciona en las instalaciones médicas de Nano? Dondequiera que estén.

—Estoy segura de que lo están atendiendo bien.

—¿Dices que estás segura sin saberlo? ¿Acaso has ido a ver cómo está?

—Mi trabajo, como el tuyo, está en los laboratorios de biología. Aquí es donde debes concentrar tu mente. Tenemos trabajo que hacer, y el proyecto del microbívoro es el más importante de todos. Todo lo demás gira en torno a él. Te aseguro que ese hombre se halla bajo el cuidado de especialistas sumamente competentes.

—Pero Nano es una empresa dedicada a la investigación —objetó Pia—. Si no estoy mal informada, en el resto de estas instalaciones se trabaja con aditivos para pinturas y cosas parecidas. Y en nuestro departamento utilizamos gusanos y lombrices. De momento ni siquiera usamos animales superiores. ¿Por qué se necesita personal médico? ¿Y por qué estás tú relacionada con ellos?

—Pia, tal como te he sugerido en el hospital, lo mejor sería que te olvidaras de todo lo que has visto o has creído ver. Al fin y al cabo no es asunto tuyo. Será mejor que vuelvas al trabajo de inmediato.

Aunque Mariel Spallek no tenía forma de saberlo, era muy probable que aquellas reconvenciones tuvieran el efecto contrario al deseado en su interlocutora. Pia estaba convencida de que le correspondía a ella, y no a una persona como Mariel, decidir lo que le convenía. En su opinión los tribunales internacionales habían proclamado en suficientes ocasiones que los individuos involucrados en una organización eran éticamente responsables de lo que estas hacían y que, en última instancia, la ignorancia no constituía una defensa admisible.

—¿Qué tiene que ver con Nano el gobierno de China? —quiso saber.

Mariel se había centrado en los impresos que tenía en la mano, pero al oír la pregunta levantó la cabeza con rapidez y fulminó a Pia con la mirada.

—Te he dicho que te olvides del asunto. Y va en serio. ¡Firma las malditas solicitudes!

Pia se encogió de hombros y estampó su firma en los papeles. A juzgar por la enérgica reacción de Mariel, estaba claro que había puesto el dedo en la llaga. Y eso, más que atenuarla, no hizo sino aumentar su curiosidad.

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