NERVE

NERVE


Siete

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Llego a empujones al lado de Ian.

—Vale, ya te puedes meter en un autobús camino de Kentucky, de Kansas o de cualquier parte de los Estados Unidos, e irte de acampada.

Él se ríe.

—Ha estado genial lo que has hecho con esas dos chicas, aunque casi nos atraquen. Qué suerte que aún tenga el móvil.

Los Seguidores nos rodean, le chocan los cinco a Ian.

Él acepta sus felicitaciones:

—¡Chicos, os prometo que el vídeo va a ser una pasada, gracias a mi increíble compañera! Ahora tenéis que dejarle un poco de espacio para que ella pueda hacer lo que le hace falta. Si no, se acabó para ella.

Parecen decepcionados, pero simpáticos, y se quedan en su acera de la calle cuando nosotros cruzamos y nos dirigimos a la siguiente manzana, fuera del territorio comercial de Tiffany y Ambrosia, o eso espero. Ahora me aguarda la encantadora perspectiva de encontrar mi propio negocio.

Ian se pasea hasta un lugar que anuncia «Viciosas en Vivo». Supongo que aun con el millón de páginas porno que hay en internet, algunos tíos siguen prefiriendo la experiencia de un cara a cara en un cubículo asqueroso, lo cual nos viene muy bien a nosotros, dado que nos proporciona una franja de acera bien iluminada que llega casi a los diez metros.

Los tíos que hacen cola me miran, pero ninguno se acerca, ni siquiera cuando Ian les hace un gesto para que vengan. Decidimos que tal vez prefieran hablar de hombre a hombre o alguna otra mierda por el estilo. Me paseo cerca del bordillo de la acera mirando el tráfico, una mano en la cintura y la otra balanceándose en el costado. Con cada coche que pasa, cuyas luces me dejan temporalmente ciega, fuerzo una sonrisa con los labios apretados como si fuese a decir «premio» y saco pecho. Llevo el doble de ropa que Tiffany y Ambrosia juntas, pero yo jamás me he sentido más desnuda. Desde la acera de enfrente, a través del aire de la noche, llegan los rastros de algunas risas. Será mejor que los Seguidores se comporten, o jamás completaré este reto.

Una vez he recorrido ya una manzana, me doy la vuelta para caminar despacio hacia Ian. Está charlando con los tíos que están haciendo cola y me señala con el dedo. Mi propio chulo. Los clientes potenciales, o eso creen ellos, me miran fijamente y se relamen, pero hacen gestos negativos con la cabeza. ¿Qué problema tienen? Tal vez, en la distancia, crean que soy una yonqui flaca que lleva manga larga para esconder las marcas de las agujas. O quizá los zapatos y la ropa les digan que no estoy de verdad en el negocio. Supongo que tendré que convencerlos. Aj. Aunque siento el estómago como si se me estuviese formando un nudo que nunca se podrá desatar, me dirijo hacia los tíos. Afortunadamente, los Seguidores tienen el buen sentido de guardar silencio.

Cuanto más me acerco a la sala del espectáculo porno en vivo, más detecto un olor ácido, como a sopa de repollo. Con un gruñido para mis adentros, me percato que proviene de los hombres. ¿Acaso tenía Ian que escoger a los pervertidos más malolientes de toda la calle?

Ian me llama con un gesto.

—Ven aquí, Roxie.

¿Roxie? ¿Es eso un nombre, siquiera?

—Eh, claro, Stone.

Me coge por la muñeca como si fuese mi dueño.

—Estos tíos no creen que vales lo que pides.

Me muerdo el labio.

—Tal vez tengan razón. Es mi primera noche, y estoy bastante nerviosa.

Un tipo con la cara fofa me mira con lascivia.

—¿Nunca has hecho esto? Bueno, eso explica esa ropa tan extraña.

¿Extraña? Me siento insultada, y después halagada. ¿Quién no querría estar fuera de sitio aquí?

—Esto es lo que me he podido permitir —digo sollozando—. La ropa de fiesta es carísima.

Me quedo mirando mis pobres zapatos planos tan impropios de una puta. Una sirena aúlla en la distancia. El tío se rasca el sobaco.

—Te doy cincuenta, pero es todo lo que tengo, y es más de lo que suelen pedir las chicas por aquí.

Levanto la cabeza y le pongo ojitos a Ian.

—No estoy segura de poder hacer esto, por mucho que mamá necesite esa operación. Déjame coger un poco de aire, ¿vale? —esto último es cierto, en realidad. Si no me aparto de ese olor me voy a desmayar.

—Claro, hermanita.

Ian me da una palmadita en la coronilla y vuelve a sus negociaciones con los tíos, como haría un buen hermano. Me doy otro paseo por el bordillo.

Unas parejas me pasan de largo, todas con la misma expresión, una media sonrisa y la mirada que se aparta veloz por parte de ellos, y un bufido de desprecio y una mirada más sostenida por parte de ellas. ¿Es que no se dan cuenta de que soy una de ellos? ¡Ahí va, si la última chica que me ha mirado con el ceño fruncido lleva la misma camiseta que yo!

No me puedo tomar esto en sentido personal. Se trata de interpretar un papel, y no tiene nada, absolutamente nada que ver con la vida real. Fuerzo una sonrisa a la siguiente pareja que pasa por delante y me quedo de piedra cuando me corresponden. Entonces, el chico viene corriendo a mi lado y me rodea con el brazo.

—Oye —le digo mientras trato de escabullirme de él.

La chica nos saca una foto mientras él me tira de una de las coletas y susurra:

—Lo estás haciendo muy bien, Vee.

Lo aparto de una bofetada.

—Quítame las manos de encima, pedazo de asqueroso.

Ian corre hasta nosotros y amenaza al tío con partirle la cara, pero su novia y él se limitan a reírse y a largarse corriendo por donde llegaron. Cuando Ian arranca detrás de ellos, yo lo sujeto.

Respiro hondo.

—Olvídate de ellos. Tenemos que centrarnos en el reto.

Parece indeciso, pero, después de valorarlo durante unos segundos, me escucha.

—Si ves más Seguidores en plan acosador, chilla, ¿vale?

Acepto y vuelvo al trabajo. En cuestión de minutos, un coche frena y se detiene junto a la acera, justo delante de mí. Dentro hay un tío de mediana edad con las cejas espesas.

Sonríe.

—Pareces un tanto joven para estar aquí fuera solita. Mira cómo tiritas.

—Soy lo bastante mayor. Solo es frío.

—Mi coche tiene calefacción en los asientos. Puedo llevarte.

Me quedo allí de pie, esperando a que continúe. Por favor, que alguien grabe esto en vídeo. Yo misma lo intentaría con mi cámara penosa si no estuviera convencida de que eso asustaría a este tipo.

Da unas palmaditas sobre el volante al ritmo de una canción de música disco.

—Bueno, ¿te quieres subir?

—Mmm, eres majo, pero…

Ian pasa de largo con los brazos cruzados para poder sujetar la cámara sin que parezca que está grabando. Se sitúa hacia la parte de atrás del coche. Con un poco de suerte, cualquiera que pase pensará que es un chulo que le está echando un ojo a su chica.

El tío del coche no parece haberse fijado en Ian. Se frota la barbilla.

—¿Necesitas dinero para comer? A lo mejor te puedo ayudar.

—Sí, tengo hambre —arrastro la palabra «hambre».

Sonríe.

—¿Cuánto comes?

Me dan ganas de potar aquí y ahora, pero consigo decir:

—Mucho.

Se ríe.

—Pequeñita pero comilona. ¿Algo así como unos veinte pavos?

Abro los ojos de par en par.

—Mmm, como unas cinco veces eso.

Su sonrisa desaparece.

—Eres un pelín codiciosa, ¿eh?

Me froto la mano por la cintura.

—No. Solo alguien que está dispuesta a currárselo.

Arquea una ceja con pinta de oruga. No me quiero ni imaginar lo que se le está pasando por la cabeza.

—Eres absolutamente adorable, pero no puedo subir tanto, va contra mis principios.

Como si los tíos que van detrás de las putas menores de edad tuviesen principios.

—Qué lástima. Que pases una noche agradable.

Avanzo con un pavoneo. Mete la marcha atrás y hace que Ian retroceda a trompicones.

—Crees que estás buena de cojones, ¿eh?

Ya veo que esto no va a salir bien.

—No.

—¡Zorra! —grita, pisa el acelerador y echa humo hasta que se detiene calle arriba, junto a una chica con unas botas de tachuelas con unos tacones de más de doce centímetros.

Siento de chicle las rodillas. Primero las putas, y ahora este tío. No recuerdo que me hayan llamado «zorra» dos veces en la misma noche, nunca, ni siquiera en el mismo mes. Me tiembla el labio inferior.

Ian se acerca a mí y me aprieta el hombro.

—No dejes que te afecte. No es más que un capullo que no ha conseguido lo que quería. Esto lo vamos a hacer. Ya lo verás. Mientras tanto, estamos grabando unos vídeos magníficos.

Se aparta para colocarse en una posición cercana.

Trago saliva en mi frustración y observo cómo la chica de las botas de tachuelas charla con el tío de la ceja, con un montón de sonrisas y gestos de asentimiento. Con tantas fulanas dispuestas a trabajar por menos de cien pavos, ¿cómo voy a encontrar jamás un cliente? Resulta obvio que NERVE ha valorado este reto por la dificultad. ¿Qué me esperaba yo a cambio de un móvil nuevo con regalito extra?

Pasados un par de minutos, la chica da la vuelta con dificultad por detrás del coche para llegar hasta la puerta del acompañante. En el instante en que el tío no puede verla, el rostro de la chica se vuelve inexpresivo. ¿Qué estará pensando, que esa no es su verdadera vida, exactamente igual que yo me he estado diciendo a mí misma que esta no es la mía?

De repente me siento cansada y pienso que ojalá me pudiese ir a casa, darme un baño caliente y meterme en la cama. Miro el móvil mientras camino. Ningún mensaje nuevo. NERVE los debe de estar bloqueando. ¿No se dan cuenta de que necesito apoyo moral?

Estoy a punto de pedirle algo suelto a Ian para usar una cabina y así poder conectar con alguna voz amiga, asumiendo que sea capaz de encontrar algún teléfono que funcione y que no esté cubierto de algo asqueroso. Sin embargo, frena otro coche, y su emblema de Mercedes se detiene justo detrás de mí. Baja la ventanilla del asiento de un tío bien arreglado de treinta y tantos, con las patillas cuidadas y de facciones juveniles, el tipo de hombre que no necesitaría los servicios de una prostituta callejera. A saber lo que le pone a cada cual, digo yo. Apoya el brazo de forma que sobresale de la ventanilla y hace alarde de un reloj enorme que vale más que mi coche.

—Oye —dice y muestra unos dientes que brillan en la oscuridad.

Me sitúo justo fuera del alcance de su brazo y saco mi cadera dolorida.

—Oigo.

—No tienes por qué estar ahí fuera, ¿sabes?

Espero a que añada que debería subirme y disfrutar de los asientos calentitos de su coche. En cambio, dice:

—Sea cual sea el problema que te ha hecho pensar que esta es tu única salida, lo puedes solucionar de otro modo. En especial si dejas que alguien te ayude.

—¿Alguien como tú?

Sonríe.

—Estaba pensando en alguien un poco más poderoso.

Vaya.

—¿Te refieres a tres bandas?

Si me ofrece cien pavos por una orgía, ¿satisfaría eso el reto?

Sus labios se retraen en una mueca de asco por un segundo, antes de recobrar su sonrisa.

—Me estaba refiriendo a un poder más elevado. Mi mujer y yo nos dedicamos al ministerio espiritual para ayudar a las chicas como tú.

Me obligo a no salirme del personaje.

—¿A chicas como yo? Tú no sabes nada de mí.

—Sí sé que necesitas un sitio donde te puedas sentir segura. Si estás abierta a disfrutar de una comida casera y a la oportunidad de charlar con otras jóvenes que han estado en tu lugar, puedes dejar la calle en este preciso momento.

Lanzo una mirada a Ian mientras pasa de largo con la cámara en alto.

—Es muy amable, pero estoy bien.

El tío del coche sigue a Ian con la mirada y saca la cabeza del automóvil para observarlo cuando él se sitúa en su puesto habitual de grabación, en lo que debería ser el ángulo muerto del conductor. Tiene que haber un poder superior cuidando de este tío si se dedica normalmente a desafiar así con la mirada a chulos de verdad.

Se dirige a Ian.

—¿Eres tú el responsable del bienestar de esta joven?

Ian se encoge de hombros.

—Somos amigos.

El tío extiende una mano.

—Me alegra oírlo, porque quiero llevarla a algún sitio seguro, donde pueda recibir ayuda. Estoy convencido de que no te importará, amigo.

Saludo con la mano.

—Eh, ¿hola? A mí me importa. Mira, gracias por preocuparte, pero estoy bien. Esto no es lo que parece. Solo estamos dando una vuelta.

Hace un gesto negativo sin que se le despeine un solo pelo de la cabeza.

—Lamento decirte que hay muchas jóvenes por ahí a quienes el peor daño se lo causan los hombres que dicen cuidar de ellas, sus supuestos amigos.

Señalo hacia la acera de enfrente.

—Si de verdad quieres ayudar a alguien, hay un par de chicas que se llaman Tiffany y Ambrosia a las que les podría venir bien. Pero su amigo parece un tanto peligroso, así que ten cuidado, ¿vale?

Me marcho y tiro del brazo de Ian hasta que llegamos a la siguiente manzana. El tío se queda mirándonos, pero al final arranca y se va.

Ian menea la cabeza:

—Por aquí hay locos de todo tipo.

—No parecía estar loco, y espero no haberlo mandado a que le hagan daño.

Me froto las sienes, con la duda de si he hecho algo noble o una idiotez.

Ian me coge por los hombros.

—No eres responsable de nadie de por aquí salvo de ti misma y, si quieres, de mí.

Qué lástima que la chica de las botas de tachuelas se largase con el tipo de la ceja. Parecía necesitar un poco de esperanza. Una vez más, doy gracias de que esto no sea más que un juego para mí. Lo cual me recuerda…

—Creo que es el momento de seguir con el reto —digo.

Él me guiña el ojo.

—Claro, podemos salvar el mundo después de llevarnos los premios.

Se aparta despreocupado y me deja sola una vez más. Miro hacia la acera de enfrente a los Seguidores y pienso que ojalá viese de refilón a Tommy, aunque me haya dicho que solo se inscribiría para ver el juego online. ¿Estará todavía echándome un ojo o se ha ido a casa asqueado?

Me paseo tranquilamente arriba y abajo mientras Ian trata de convencer a los tíos que pasan a pie. Unos cuantos coches más paran a mi lado, pero siempre es la misma historia: estoy pidiendo demasiado. Cuando se aleja el cuarto coche en diez minutos, no puedo evitar sentirme rechazada, aunque sean ellos los fracasados que tienen que pagar para echar un polvo.

Pasa otra ronda de regateos antes de que se acerque un Ford Taurus. Suspiro y aguardo a que se inicie la negociación.

Un tipo de facciones suaves baja la ventanilla.

—¿Estás sola?

Me muerdo el labio.

—Por ahora.

—Yo también. Es un asco la soledad, ¿eh?

Asiento. ¿Es siempre tan insulsa la charla de las putas?

Da unos toques en el borde de la puerta.

—¿Qué haría falta para cambiar nuestra situación de soledad?

—Cien dólares.

Arquea las cejas.

—Madre mía. ¿Y qué recibo por esa cantidad?

Este no me ha llamado puta codiciosa ni tampoco se ha largado aún. Buena señal.

Me paso un dedo por el centro del pecho.

—¿Qué querrías tú?

Suelta una carcajada grave mientras su mirada se desliza por mi cuerpo.

—Mucho.

Observo a mi alrededor y cruzo una mirada con Ian cuando pasa de largo con el móvil fuera. Me doy la vuelta hacia el tío del coche, sonriente, mientras Ian se sitúa en su puesto de grabación.

Pestañeo de forma exagerada.

—¿Aceptas, entonces? ¿Me pagarás cien pavos?

—¿Lo que yo quiera? —sus labios son carnosos y brillantes, como si se los relamiese mucho.

—Mmm-mmm.

Una mano velluda surge de la ventanilla para acariciarme la falda. Combato las arcadas.

Aprieta un botón para desbloquear la puerta del acompañante.

—Trato hecho, entonces. ¿Por qué no te subes ya?

Se inclina y se aparta para quitar una caja del asiento. Cuando se mueve su cuerpo, veo que algo reluce en el bolsillo del pecho. Joer, ¿era eso una placa?

—Mire, señor, solo estaba de broma. Perdone por la confusión —arranco hacia Ian y le grito—: ¡Corre!

Se oye un portazo a nuestra espalda.

—¡Volved aquí! ¡Alto!

El gentío se pone a dar voces en la acera de enfrente. Corremos a toda velocidad en su dirección, esquivando los coches. Los universitarios de la fraternidad se parten de risa, y los demás sostienen el móvil. Esta vez, sin embargo, no nos va a proteger ninguno de nuestros fans. Ian y yo nos dirigimos al sur y seguimos corriendo. Dudo que cualquiera de los Seguidores sea lo bastante estúpido para perseguirnos, no con un policía que cruza corriendo la calle con la pistola en la mano.

Ian y yo doblamos la segunda esquina. Los pies me están matando. El arco del pie se apoya fatal en las bailarinas planas.

Jadeo.

—No estoy segura de poder mantener este ritmo todo el camino hasta el coche.

Tres puertas más allá hay un hueco en cuyo interior me mete Ian. Contengo el aliento de manera instintiva, temerosa de los olores que acechan en un lugar tan obvio para que los borrachuzos pasen la noche. A pesar de la humedad, no hay rastro del olor que más temo. Nos arrimamos en las sombras, Ian contra la pared, y yo en sus brazos. Medio minuto después se acercan unas pisadas, y el poli pasa de largo enfurruñado, despotricando para sí. Detrás de él vienen dos chicos con cazadoras deportivas, grabándolo entre risitas. Vale, alguien ha sido lo bastante estúpido para seguirlo.

El corazón de Ian late con fuerza contra mi mejilla. Ninguno de los dos mueve un solo músculo.

—¡Venid aquí! —grita el policía a los chicos.

Por sus pasos, oigo que siguen las órdenes; hasta la risa se corta. Les exige los móviles, probablemente con la esperanza de borrar cualquier vídeo que hayan grabado antes de que acabe subido a internet. Tarde, mal y nunca, colega.

Cuando desfilan por delante del hueco, a uno de los chicos se le ponen los ojos como platos al creer habernos visto, pero en lugar de delatarnos para salvarse él, baja la cabeza. El policía también mira hacia nosotros, con los ojos guiñados, pero sigue adelante. No me atrevo a respirar hasta que sus pasos suenan lejanos, en la distancia. Cuando lo hago, reparo en el olor de Ian: como las montañas en una excursión al final del verano. Inhalo otra larga bocanada de él.

—Creo que lo hemos conseguido —susurra.

—Increíble —levanto la vista hacia él, aunque apenas puedo distinguir sus facciones.

Me acaricia la mandíbula con un dedo.

—Ian Jagger, ¿eh?

—¿No quieres ser una estrella del rock?

—Tú has sido la estrella del rock ahí fuera —me atrae más cerca de él, si es que eso es posible.

¿Me va a besar? Apenas conozco a este tío. Pero ya nos hemos enfrentado juntos a todo tipo de peligros. Eso tiene que contar de alguna manera. Y parece que me guarda las espaldas. Eso cuenta mucho más. Vale, tal vez su atención sea solo parte del juego. Pero ese cosquilleo que siento en la espalda parece real, sin duda.

Mueve el dedo de la mandíbula a los labios y traza suave con él su contorno. Nos quedamos allí respirando el uno el aire del otro, sintiendo el uno el pulso del otro.

Una luz se enciende dentro del edificio y hace que me separe de golpe de nuestro achuchón. La puerta de vidrio grueso junto a nosotros deja ver un vestíbulo mínimo con un sofá gastado y una hilera de buzones de correo. Un hombre de pelo cano baja cojeando una escalera, apoyado en una barandilla tallada de un modo enrevesado.

—Se acabó el recreo —le digo con toda la decepción de una alumna de secundaria que se vuelve hacia el aula.

Bajamos de puntillas los escalones, nos asomamos a ambos lados para asegurarnos de que el poli se ha ido, y vamos al trote hacia el coche con los dedos entrelazados sin mucha presión. No debatimos mi reto hasta que nos subimos al coche.

—¿Crees que contará? —pregunto.

—Qué narices, claro. Una oferta es una oferta, venga de un poli o no.

Espero que tenga razón. Mientras esperamos las noticias de NERVE, nos quedamos allí sentados y sonriéndonos el uno al otro. Cuesta creer que hace un rato, esta misma noche, me estuviera enfurruñando detrás de un telón polvoriento mientras veía cómo mi mejor amiga me daba una puñalada trapera. ¿Y ahora? Premios, diversión y tal vez algo de pasta. Pero lo que es más importante, un tío que está que te mueres y que me mira con muy buenos ojos.

Me encanta este juego.

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