NERVE

NERVE


Ocho

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Ian arranca el motor y enciende la calefacción. Fuera, ha empezado a llover. ¿Llevan paraguas las chicas de la calle, o acaso la lluvia ni siquiera figura en su lista de reivindicaciones? Quizá la llovizna ayude a llevarse el hedor de sus clientes. Apoyo la mejilla en el asiento, feliz de no andar corriendo, tiritando o negociando con salidos más mayores que yo.

Ian adopta la misma postura que yo, de manera que ahora estamos cara a cara, a menos de treinta centímetros de distancia.

—¿Hasta dónde quieres llegar con esto?

¿Está hablando del juego o de algo más? Aunque la noche ha sido hasta ahora emocionante, tampoco es que suspire por someterme a lo que sea que se inventen los creadores de los retos de NERVE, que, sospecho, se trata de un cuarto lleno de tíos grasientos comiendo hamburguesas con queso.

No obstante, las palabras que salen de mis labios son:

—No tengo que estar en casa hasta la medianoche.

Me aparta un mechón de pelo de la frente.

—Podríamos divertirnos mucho en los próximos cincuenta minutos.

Me derrito por dentro como la espuma del café con leche. Cincuenta deliciosos minutos. O, espera, ¿está hablando del juego?

—Está bien divertirse —le digo con la esperanza de que me explique lo que tiene en mente.

Sin apartar sus ojos de los míos, desliza la cazadora para quitársela y se acerca más. El calor emana de su cuerpo y me atrae. Le paso una mano por el hombro, sorprendida por su tacto tan sólido, y más sorprendida por haber alargado la mano para tocarle sin pensármelo dos veces. Tal vez el juego me esté alterando el ADN en lo que al riesgo se refiere. El tamborileo de la lluvia en el techo del coche me produce un cosquilleo, una sensación de estar debajo de las sábanas. Se está bien aquí, con Ian, en este espacio tan acogedor. Realmente bien.

Así que, como es natural, es el instante en que nos saltan los móviles con una música de trompetas. Casi doy con la cabeza en el techo. Nunca pensé que echaría de menos el tono de llamada con la voz del crío repulsivo. Abro la tapa del teléfono, pero no porque me preocupe lo que diga, sino para detener el ruido. El mensaje de NERVE está lleno de signos de exclamación.

—Me cago en la leche —dice Ian mientras leo.

Justo lo que yo pienso. No solo me he ganado el móvil nuevo, sino que la audiencia ha aumentado en siete mil Seguidores, lo cual añade mil cuatrocientos dólares de bonificación. Creo que me voy a desmayar.

Además de mis ganancias, NERVE deja pasar los mensajes entrantes. Una docena de Liv y otra de Eulie, primero con sus condolencias (MATTHEW SALE PERDIENDO), después con asombro (¿DE VERDAD ERES TÚ ESA?) y después con felicitaciones (¡MADRE MÍA! ¡MADRE MÍA! ¡MADRE MÍA!).

Tengo muchas ganas de darle vueltas con ellas a todos los detalles de mi noche, del modo en que normalmente lo haría con Sydney.

Aun así, es raro que no haya ningún mensaje de ella o de Tommy, ni siquiera en plan «¿Pero qué haces?».

A modo de prueba, selecciono el número de Tommy y lo presiono. Su voz me llega con aspereza.

—¿Estás bien? ¿Por qué has tardado tanto en devolverme la llamada?

Mierda. Tendría que haberle enviado un mensaje.

—NERVE me ha bloqueado el móvil como parte del juego. Eres la primera persona a la que llamo. Jamás te imaginarías el dinero extra que he ganado.

Su resoplido me llena el oído de ruido estático.

—Más vale que sea una tonelada después de lo que te han obligado a hacer. En serio, ¿sabes a cuánta gente le pegan un tiro en esa zona de la ciudad? Y si te detienen, tendrás antecedentes.

La lluvia se intensifica en el exterior, con un trueno que retumba. La cadera sobre la que caí a las puertas de la bolera me empieza a doler de nuevo.

—No he llegado a hacer nada malo, en realidad. Todo ha sido fingido.

—Te has paseado buscando puteros, has negociado un servicio y has huido de la policía. Buena suerte cuando vayas a demostrar que solo estabas de broma.

Me río.

—Felicidades por tu título en Ley y orden.

Sin embargo, una punzada molesta en el costado me dice que tiene razón.

—Oye, te has llevado premios y te lo has pasado bien, así que lo dejarás ahora que has ganado, ¿no?

El jirón de un rayo lo ilumina todo a mi alrededor en color azul por un segundo.

—Claro. Además, se está haciendo tarde.

—Bien. Me alegro de que te vayas a casa antes de que las cosas se pongan más peligrosas aún. No me fío de ese tal Ian.

Ese tal Ian me acaricia los dedos como si fueran un arpa en miniatura. Es tan agradable que se me erizan todos y cada uno de los pelos del brazo. Sus cuidados funcionan como una especie de acupresión que me calma el dolor de la pierna.

Ah, sí, sigo al teléfono.

—Ian ha estado genial. Te veo mañana para ayudarte a desmontar el decorado, ¿vale? Gracias por ser mi escolta en las rondas preliminares. Te lo debo. Adiós, Tommy, eres el mejor —cierro el móvil de golpe antes de que pueda seguir dando la lata.

Ian frunce el ceño.

—Creía que yo era el mejor. ¿Ya me estás poniendo los cuernos? Sus labios se curvan hacia arriba.

Mmm. ¿Siente que tenemos una conexión suficiente como para merecer siquiera la mención de los «cuernos»? Se muerde el labio de un modo que a mí también me da ganas de mordérselo. Si está jugando conmigo, es bueno. ¿Y por qué iba a querer jugar conmigo, de todas formas? Estamos del mismo lado.

Me suena el móvil con una canción de rock que reconozco de una serie de policías que ponen en la tele. Parece que esta noche no me libro de los Rolling Stones. Qué raro que el móvil de Ian no suene.

Se me arruga la cara cuando leo el siguiente mensaje.

Sus ojos se abren de par en par.

—¿De qué se trata?

Trato de entender lo que estoy leyendo.

—Este reto, mmm, es diferente.

—¿Cómo?

El calor del coche se disipa. Contarle esto a Ian supone explicarle ciertas cosas sobre mí. Algo así como la segundona de Sydney detrás de los focos. En cuanto vea a mi verdadero yo se habrá acabado el cuento de hadas.

Trago saliva.

—Tiene que ver con mi vida real.

Desde los dedos, sigue tocando el arpa subiéndome por el brazo. Una dulce música.

—En contraste con esto, tu vida falsa.

—Falsa no, algo así como más irreal, ¿sabes?

Su mirada es firme.

—Los retos son un juego, pero lo que pasa entre reto y reto no lo es. Para mí no, por lo menos.

—Para mí tampoco. Lo que quiero decir es que esta vez NERVE quiere que me meta con personas que no son unas desconocidas. Y, por alguna razón, no te menciona a ti.

Se encoge de hombros.

—Estoy seguro de que ya se inventarán algo para mí. Y ¿qué quieren que hagas?

Miro por el parabrisas.

—Que vaya al auditorio donde hemos representado una función del instituto esta noche. Yo me he encargado del maquillaje y del vestuario. Es igual, tengo que ir a la fiesta de los actores y enfrentarme con una amiga por un tema, y después tengo que hacer una crítica negativa sobre su interpretación.

La última parte me parece estúpida y cruel, sin más. Pero lo que no me cabe en la cabeza es cómo se ha enterado NERVE de que me he enfadado con Sydney. ¿Quién se lo ha contado? ¿Liv y Eulie? ¿Habrán pensado que me estaban ayudando?

Ian me desliza la mano por el brazo.

—Tampoco suena tan mal en comparación con todo lo demás a lo que te has enfrentado esta noche. Esas putas te podían haber sacado los ojos. Tu amiga no hará eso, ¿no crees?

Lo medito un instante.

—Qué va. Le va más el dramatismo que la violencia —suelto un resoplido sonoro—. Pero este reto me parece más difícil. Una cosa es hacer algo detestable delante de unos desconocidos. Estos son mis amigos —lo cual debería de ser teóricamente más fácil, pero en este reto nada me parece fácil.

Siento su mano cálida y suave contra la mía.

—Lo entiendo.

¿Lo entiende? Cuesta imaginarlo a él aturullado, trabándose al hablar delante de sus amigos. Aunque sí parecía nervioso cuando ese chulo se lo quería llevar a dar un paseo. ¿Y quién no?

—¿Me vas a contar de qué va ese enfrentamiento? —pregunta.

Suspiro.

—Un tío. Pero ya es historia antigua —sorprendente, qué rápido se han desvanecido mis sentimientos por Matthew.

Ian arquea una ceja.

—¿Y ese enfrentamiento derivará en una pelea de gatas? Di que sí, por favor, que yo mismo te pago.

Le doy un golpe en el brazo.

—No te hagas ilusiones. El tío no lo merece. Ya te lo he dicho, historia antigua.

No hay nada como un tío bueno para quitarte a otro de la cabeza.

—¿Cómo de antigua?

Miro el móvil.

—Unas tres horas.

Nos reímos los dos.

Su teléfono vibra. Lo lee con una expresión de desconcierto.

—Mi reto tiene dos partes, pero solo me envían la primera, en la que tengo que hacer de figurante en el tuyo, básicamente.

—¿Qué tienes que hacer?

—Tontear con la tía más buena que haya allí.

Se me cae el alma a los pies. Otro golpe maestro para Sydney. ¿Cómo sabe NERVE cuál es la mejor forma de estropearme la noche? Enfrentarme a Syd mientras Ian tontea con ella sería un infierno hecho a mi medida. Pongo cara de asco. Entonces me doy cuenta de que solo será un infierno si decido llevarlo a cabo.

—Bueno, el reto da igual, de todos modos —le digo—. Lo dejo.

Se incorpora en su asiento.

—¿Por qué? No será peligroso. Podrás ver a tus amigos. Y no dejaré de deshacerme en halagos contigo, todo el rato.

—No, tú estarás demasiado liado tonteando con la tía más buena que hay allí —y ella se regodeará con ello.

Me pone una mano en cada lado de la cara.

—La chica más buena de allí serás tú, sin duda.

Estudio esos suculentos labios.

—No conoces a mi mejor amiga, la deslumbrante Sydney, protagonista estelar de la obra y de cualquier evento que se celebre en mi instituto —hala, ahora empezará a ver la verdad. Mi reconocimiento es la primera grieta en esta fachada de ensueño que hemos construido, más temporal que cualquiera de los decorados que ha hecho Tommy para la obra.

Su mirada cobra intensidad.

—Te he conocido a ti, y te prometo que tú eres más interesante que cualquier reina del dramatismo. Tontear contigo será el reto más fácil de la historia.

—Ja. Casi haces que suene tentador.

—Tú deberías saberlo todo sobre lo de ser tentadora.

Me quita una de las gomas elásticas del pelo, y después la otra mientras se inclina hacia delante, despacio. Una corriente eléctrica brilla por mi piel cuando nuestros labios se unen. Sus labios son tan exquisitos como parecen. Me podría hundir en este tío. Y lo hago. Pierdo todo sentido del tiempo mientras nos apretamos el uno contra el otro. Sabe a frutas del bosque, de esas de las que no te cansas. Me duele el cuerpo en los sitios justos, en todos ellos. Apenas soy capaz de recobrar el aliento cuando nos separamos.

Su voz es ronca.

—Venga, Vee. Tú serás el centro de este reto. Haré lo que haga falta para hacerte brillar delante de tus amigos. Cuando hayamos terminado allí, nadie se acordará de la reina del dramatismo.

Como si Sydney fuese alguien de quien te pudieses olvidar. Siempre ha tenido una enorme presencia, desde el primer día en el jardín de infancia, cuando llegó luciendo una diadema y unas plumas de pavo real. Todos los niños querían jugar con ella, pero Sydney me eligió a mí como su confidente, la niña callada que se vestía a juego con el color de sus lápices y sus gomas de borrar. En aquella época vestía mucho de rosa y amarillo.

Pero aquel año, y todos los demás desde entonces, seguí sintiéndome especial por el hecho de que me hubiese elegido y valorase mi opinión. No es que no valore más la suya propia, no. Siempre dice tener un excelente ojo para las personas, y que supo desde el primer día que seríamos amigas de por vida. Yo he aceptado su amistad con agradecimiento, sin importarme que todos los demás me vean como su acompañante. Puede ponerse emotiva y ser mandona, pero siempre ha sido leal. Hasta esta noche. ¿Cómo ha podido ir Sydney contra mí?

Estudio los pómulos perfectos de Ian. Él responde pasándome por la sien un dedo que produce un temblor muy rico en lo más profundo de mí. ¿Quién se iba a imaginar que un roce tan leve pudiera ser tan agradable? Menudo subidón sería aparecer en el teatro con alguien que parece estar tan colado por mí. Por una vez, yo sería la que recibe el premio. Una imagen que es demasiado deliciosa como para pasarla por alto.

Hago cálculos. Podríamos llegar al auditorio en veinte minutos y salir de allí en otros diez. Con un poco de suerte, llegaría a casa a mi hora. Y si no, tal vez papá y mamá se hayan quedado dormidos viendo algún programa informativo de los que empiezan tarde.

Ian sonríe.

—Si consigo completar la primera parte de mi reto, el premio es una tarjeta regalo para el Gotta-Hava-Java. No querrás que me pierda algo así, ¿verdad?

—Estoy segura de que el dependiente te recibiría con los brazos abiertos.

—Nos recibiría. Tú serías mi cita.

Una cita. El futuro. Qué mágico suena. Su mención de un premio hace que me percate de que en cuanto que he visto el nombre de Syd en mi mensaje de NERVE, me he saltado el vínculo a lo que ganaría. Respiro hondo, abro la tapa de mi móvil y lo miro.

De golpe, me quedo boquiabierta.

—Oh, uau, si hago este reto, me llevo una sesión loca de compras en mi tienda de ropa favorita. Con un tope de tres mil dólares.

Con eso me compraría un armario nuevo entero. Seguiría siendo vintage, por supuesto, pero menos parco, y mucho más llamativo… no, llamativo no, que destaque. ¿Y por qué no? Soy la chica que ha completado dos retos en vivo esta noche. La gente me mirará de otro modo cuando vuelva a clase el lunes.

Él se me acerca.

—No hay desventajas, nena.

Dios, haría el reto con tal de seguir oyendo cómo me llama «nena».

—Pero yo nunca me he enfrentado a Sydney. No de este modo —retuerzo las manos sin saber muy bien cómo continuar—. La mayoría de nuestras discusiones no son para tanto, ya que ella se suele salir con la suya. Cuando de verdad nos enfadamos la una con la otra, ella se pone en plan reality total, llorando y pataleando, y yo me quedo en silencio. Pero siempre hacemos las paces. Y nunca nos hemos peleado por un tío.

Lo que no añado es que tampoco serviría de nada: Sydney se pilla al tío que ella quiere, piensen lo que piensen los demás.

—Suena un tanto consentida. Y el tío por el que os peleabais, fuera quien fuese, suena a encefalograma plano.

Me río. ¿Estaría celoso Matthew si entrase allí con Ian? Le estaría bien empleado por tenerme engatusada las últimas semanas. Sydney entendería mi deseo de darle una lección, y también me respetaría por llamarle la atención por ir detrás de alguien que me interesaba a mí, aunque esto sea una manera dramática de hacerlo. Pero claro, ¿quién mejor que ella para apreciar el dramatismo? A lo mejor esta noche supone un punto de inflexión en nuestra amistad. Algo que equilibre las cosas solo un poquito.

Entre visiones de patriotas que exigen justicia, le digo:

—Vale. Hagámoslo.

Arranca el motor.

—Vee, Vee, Vee —canturrea con los ojos entrecerrados—, es tan…

—¿Tan qué?

Me mira, y siento que sus ojos me llegan hasta el alma.

—Muy Vee. Eso es lo que eres. Muy, muy Vee, Veeeeee…

Esas uves… Esos labios.

—Eres muy, muy tú.

En el semáforo, tira de mí hacia él y me ofrece un recordatorio de lo muy, muy él que es. Un coche toca el claxon detrás de nosotros cuando se pone en verde.

Más rápido de lo que me habría imaginado, nos encontramos en el aparcamiento. Hay al menos una docena de coches, pero no está el de Tommy. Lo habrá estado viendo y preocupándose por mí desde casa. Con un poco de suerte, si todavía lo está viendo, lo entenderá. ¿Cómo iba yo a saber que NERVE me plantaría un reto como este? Ahora que lo pienso, ¿qué atractivo tiene este reto para el público? Tampoco es que cualquiera de los Seguidores se vaya a poder colar en la fiesta: tal vez la señora Santana no tenga mucho de carabina, pero sí que echaría a los desconocidos en un santiamén. Quizá NERVE se haya montado todo un cuento sobre cuánto me gusta Matthew, pero que ahora también me gusta Ian. El público creerá que está presenciando un triángulo amoroso. Un poco torpe, ya que Ian será quien lo grabe en vídeo, pero si es así como NERVE prefiere gastarse el dinero, por mí fenomenal.

Bueno, a lo mejor no tan fenomenal. Ahora que estamos aquí, me estoy pensando mejor eso de que Ian vea a Sydney. ¿Cuándo me ha prestado algún tío más atención a mí que a ella? ¿Y si él no lo puede evitar?

Apaga el motor.

—Parece que la lluvia ha parado un poco. Deberíamos entrar corriendo antes de que vuelva a diluviar.

No hay tiempo para valorar las opciones. Cuanto más piense, más probable será que me eche atrás. Y ya estoy harta de eso. Me muerdo el labio inferior para que se ponga rojo y carnoso, el maquillaje de la chica pobre. Nos echamos las cazadoras sobre la cabeza, salimos del coche y corremos por la llovizna.

—Que comience el espectáculo, guapa —dice Ian, que me coge de la mano.

Fuerzo una sonrisa y respiro hondo una vez. Y otra.

Claro, que comience ya.

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