Moira

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Segunda parte » 16

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Solo en su habitación, Joseph cogió la gramática de griego y la arrojó con todas sus fuerzas contra el suelo.

—¡No quiero! —gritó.

Pero por más esfuerzos que hacía para evitarlo, siempre resultaba derrotado por David. David no se equivocaba nunca, se comportaba como un elegido y, por si esto fuera poco, adivinaba sus pensamientos, los de Joseph, con gran facilidad. Había momentos en los que Joseph lo detestaba, detestaba su voz, sus ojos, sus cabellos, su manera de comer el pomelo con gestos de solterona; en definitiva, todo aquello que hacía de David lo que era. Lo de esta mañana había sido el colmo. El regalo envueltecito en su discurso y todo… Pero no lo aceptaría. Ya tenía preparada la frase que le soltaría esta misma noche: «Aunque me tenga que dejar los dedos secando platos…». Sin embargo, la frase tenía algo de ridículo, y no la pronunciaría, lo sabía muy bien; más bien pediría perdón a David por lo que le había dicho antes y el otro día, en el jardín. Precisamente por eso había arrojado al suelo su libro de griego y ahora lo estaba pisoteando. Pero al cabo de un minuto lo recogió y, avergonzado, lo limpió con la bocamanga, luego pasó la mano por las pastas del libro, como para consolarlo de los malos tratos que acababa de padecer.

En la antesala encontró a David, que lo esperaba para ir a clase de nueve.

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