Misha

Misha


Capítulo 38

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La reunión en el apartamento de Serguei estaba en su pleno apogeo cuando Misha llegó. Alrededor de la mesa del salón, donde varias cajas de pizza aparecían vacías, las anécdotas se sucedían una tras otra.

A ello contribuía, naturalmente, Vladimir, siempre el alma de la fiesta.

–Te he guardado una –le dijo Serguei, abriendo otra caja.

–¿Qué, Vladimir? –preguntó Misa, quitándose la chaqueta y atacando el manjar de los dioses–. ¿Ya les has contado… lo del turco?

–¿Y tú cómo coño sabes eso? –preguntó Vladimir, asombrado–. Se lo has dicho tú, ¿verdad, Kolia?

–Yo no tengo ni idea de qué estáis hablando –dijo Nikolay, llevándose la copa a los labios.

–¿Qué turco? –preguntó Dimitri, encendiendo un cigarrillo.

–Yo he oído rumores –dijo Yuri con una sonrisa.

–¡Pero bueno! –exclamó Petrov–. ¡Estáis vosotros más al tanto de las novedades, que los que vivimos aquí! ¿Qué pasa, Vladimir?

–No hace falta que lo cuente –dijo Serguei, ahogando una carcajada–. Conociéndole, tendrá que ver con faldas.

–Di más bien, con burkas –dijo Misha, metiéndose un trozo de pizza en la boca–. Y no con uno… sino con varios.

–¿Cómo que con varios? –preguntó Petrov.

–Musulmán… harén… –contestó Misha, ahogando una risa, viendo la cara contraída de Vladimir.

–¡Joder, nadie me lo dijo! –exclamó por fin Vladimir–. ¡Cómo coño iba yo a saber que aquellas dos tías eran del mismo, cómo coño iba a saberlo si nadie me lo dijo ¿eh?!

–¿Te liaste con dos mujeres, y las dos eran del mismo hombre? –preguntó Serguei–. Lo tuyo es preocupando, Vladimir, deberías hacértelo mirar.

–¿Pero eso no es lo peor, verdad, Vladimir? –siguió espoleándole Misha, divertido ante su cara compungida.

–¡Ay, Dios, Mijaíl, no me atormentes!

–¿Alguien me quiere explicar qué coño pasa? –preguntó Dimitri, ya exasperado.

–Nuestro Vladimir se ha enamorado –sentenció Misha.

–¿Quéeee? –exclamaron cinco bocas al tiempo, ante la carcajada de Misha y la desesperación de Vladimir.

–¡Pues sí, me he enamorado, qué pasa!... ¡Algún día tenía que ocurrir!... ¡Por cierto, voy a necesitar vuestra ayuda, porque el turco no atiende a razones!

–¿A razones, a qué razones? –preguntó Petrov.

–Pues a qué razones va a ser, Petrov –dijo Misha–. A las razones del amor.

–¿Se lo has dicho al marido? –preguntó Serguei, anonadado–. ¿Y no te ha arrancado la cabeza?

–No. –contestó Vladimir, sirviéndose otra copa–. Me ha pedido tres caballos.

–¿Quéeee? –dijeron al unísono las cinco bocas.

–Pues sí, tres caballos –Dijo Vladimir, pasándose la mano por el pelo–. Tiene las mejores caballerizas de todo Moscú.

–Los turcos siempre han sido grandes comerciantes –exclamó Misha, arrancándoles una carcajada.

–¿Y qué vas a hacer? –preguntó Dimitri.

–¡Pues qué coño voy a hacer, Dimitri, encontrar esos putos caballos, como sea! –dijo, tomándose la copa de golpe–. Voy a necesitar tu ayuda, Misha, porque los quiere españoles, de pura raza.

–¿Pero por qué tres, precisamente? –preguntó Yuri, frotándose la cabeza, desconcertado.

–Dice que uno es por la mujer, otro por la humillación… ¡Y el tercero porque le da la gana!

Mientras las carcajadas arreciaban en torno a la mesa y las copas calentaban los cuerpos, Nikolay cogió la carpeta que descansaba sobre el respaldo del sofá y se acercó a la ventana, adonde Misha le siguió.

–Aquí tienes. –dijo, entregándosela–. ¿Vas a decírselo?

–Creo que ya es hora de que lo sepa. Necesito que te encargues de algo más, Kolia.

–¿Nadia?

–No creo que haya problemas, pero con esa gente nunca se sabe, los tentáculos de Popov son alargados.

Quiero que le pongas protección y si en algún momento crees que pueda haber peligro, la metes en un avión y me la traes a España, aunque ella no quiera, Kolia ¿De acuerdo?

–De acuerdo… ¿Algo más? –Misha asintió lentamente–. Anastasia…

–Búscale una buena clínica, que no salga hasta que esté limpia. El apartamento del centro sigue estando vacío, que viva allí.

–¿Le doy dinero?

–Sí. Pero lo más importante, hay que buscarle un trabajo, necesita volver a ser la que era… Aquella serie en la que trabajó en la tele, ¿crees que podrías hablar con el Productor?

–Dalo por hecho. –Nikolay frunció el ceño, mirándole preocupado–. Misha… yo…

–¿Qué pasa, Kolia?

–Verás… tengo que contarte algo, es… sobre la protección que le pusimos a Cristina…

–¡Ay, Dios, la ha descubierto! –se espantó Misha, frotándose la barbilla–. ¡Señor, Señor!

–¡Y no me lo explico, Misha! –Meneó la cabeza con desconcierto–. ¡Los tíos son buenos!

–Cuéntame –dijo, con una pequeña sonrisa, encendiendo un cigarrillo.

–Volvía de casa de Paula cuando se paró en el arcén en el periférico. Los muchachos pararon tras ella y le preguntaron si necesitaba ayuda, y les dijo… “¡Vaya, y luego dicen que no hay buenos samaritanos por el mundo, con lo rápido que habéis llegado! Pues no, no necesito ayuda, sólo estaba comprobando si me seguíais, pero dado que ya está comprobado, me voy a casa ¡Decídselo a ese ruso controlador que me ha dejado sola en este momento tan difícil!”… Estaba enfadada, Misha, muy enfadada. ¿No estará enferma?

–Embarazada…

–¡Oh, vaya! –exclamó con una gran sonrisa–. ¡Vaya, vaya, vaya!

–No se da cuenta de que tener dinero es peligroso, Kolia.

–Bueno, Santiago tampoco es una ciudad conflictiva.

–Ya, pero la envidia la hay en todas partes… ¿No le habrás quitado la vigilancia?

–Por supuesto que no, la he reforzado, pero ahora me he decidido por las mujeres, estoy empezando a pensar que son más listas.

–Bien, pues me alegro de que te hayas dado cuenta –dijo con una sonrisa divertida–. ¿Pero sabes una cosa? Conociéndola… cualquier día las invitará a tomar un café, o se las llevará a comprar lencería fina.

–¿Nadia vendrá con nosotros, Misha? –le preguntó Serguei cuando se quedaron solos.

–No –contestó, acercándose a la ventana y contemplando la noche que inundaba Moscú–. Quiere quedarse aquí, y retomar su vida y sus estudios.

–¿Va a abortar?

–No lo sé.

–Misha, yo... ¿Puedo pedirte consejo?

–Ya sabes que sí, Serguei.

–¿Qué puedo hacer con Paula? Nada de lo que he hecho hasta ahora ha dado resultado y ya no sé qué hacer… y cada vez que pienso en ella, en volver a verla, me falta el aire.

–No te faltaba el aire cuando estabas en los brazos de Marbelia… o en los de Katia… en los de Sara…

en los de Patricia, o en los de Sebastiana.

–¡Oh, Dios! –exclamó–. ¿Lo sabe ella?

–No me extrañaría lo más mínimo. Paula es casi tan lista como Cris y yo… estoy seguro de que Cristina lo sabe.

–¿Misha? –le miró con el ceño fruncido.

–Yo no me he ido de la lengua, Serguei, bueno… salvo con Sebastiana… se me escapó –dijo, regalándole una sonrisa torcida–. Aunque te aseguro que me faltó muy poco para contárselo todo. Hay pocas torturas comparables a la huelga sexual de la mujer que quieres… tenerla al otro lado de la cama y no poder tocarla es una auténtica tortura, y yo… yo ya tengo bastante con mis pecados como para pagar por los tuyos.

Se quedaron en silencio, cada uno rumiando sus pensamientos, hasta que una pequeña lucecita se encendió en la mente de Misha, que miró a su amigo, divertido.

–¿Por qué no vas a hablar con Patricio?

–¿Patricio? ¿Quién es ese?

–El psicólogo de Cristina.

–¿Quéeee? –La cara de Serguei era un auténtico poema–. ¡¿A un loquero?! ¡Has perdido el juicio! ¡Ni muerto!

–Ese picaflor que llevas dentro tiene que tener su origen en algún sitio… Cristina siempre lo dice, que todo tiene un porqué. Y esa incapacidad y ese miedo para comprometerte… lo mismo.

–¡Tú has perdido el juicio desde que estás con ella!

–No, Serguei, lo que he perdido es el corazón –dijo, sirviéndose otra copa.

–¡Yo… no soporto las cadenas, Misha, desde que estuvimos en aquel zulo yo…!

–Muy bien, no soportas las cadenas –dijo Misha acercándose a los ventanales y mirando fuera–. Pero no puedes jugar con la vida de las mujeres, con sus sentimientos. Paula ya ha sufrido demasiado y tú no tienes derecho a hacerla sufrir más.

–Yo no quiero hacerla sufrir, Misha.

–Pero la coges y la dejas, la coges y la dejas, y eso no puede ser, nuestros actos tienen consecuencias, y debemos asumirlas –dijo, terminándose la copa–. Cristina me ha dicho que no soy un buen amigo, que debería hablarte más claro, y creo que tiene razón.

–¿De qué estás hablando?

–De las trillizas.

–¿De las trillizas?

–Sí, Serguei, de las trillizas.

La carcajada de Serguei inundó el salón. Le salió de las mismas entrañas y espoleó su cuerpo en descargas de éxtasis que hicieron aflorar a los labios de Misha una tierna sonrisa.

–Eso ha sido muy bueno, Misha, muy bueno –dijo, sin dejar de reír.

–Yo… –dijo Misha, clavando la vista en la noche–. Nunca había visto a nadie jugar a tres bandas como lo hiciste tú, parecías un prestidigitador. ¿Cuánto tiempo estuvieron sin enterarse?

–Tres meses –contestó Serguei, estallando en risas de nuevo–. Uno por cada una de ellas.

–¿Qué recuerdas de ellas, Serguei?

–Que eran tan iguales fuera de la cama, como diferentes dentro de ella –dijo con una nueva carcajada–.

¿Pero por qué recuerdas ahora aquello? Hace más de diez años, Misha.

–Sí. Toda una vida, ¿verdad? En aquella época éramos unos inconscientes, pero los años pasan y ahora tenemos la cabeza en su sitio, o deberíamos tenerla, por eso creo que ha llegado el momento de que sepas el final de la historia, un final que nunca te he contado, pero que creo que debes conocer.

–¿No me digas que también te las tiraste?

Misha se apartó de los ventanales. Dejó el vaso sobre la mesa de cristal, se sentó en el sofá y encendió lentamente un cigarrillo.

–La primera que llegó a este mundo fue María… María se enamoró de ti, se enamoró tan profundamente que, cuando la dejaste, perdió la cabeza… desde entonces está ingresada en una clínica, no ha vuelto a hablar, pero por la noche, cuando cree que nadie la oye, repite tu nombre en susurros…

–Misha…

–Una y otra vez, Serguei, cada noche repite tu nombre, una y otra vez. La segunda, Lara, tenía tres hijos y un marido… un marido que cuando se enteró de lo vuestro la molió a palos, la echó de casa y le quitó a los niños…

–¡¿Pero qué cojones estás diciendo, Misha?! –exclamó, dejando el vaso sobre la mesa y clavando en su cara su mirada más iracunda–. ¡Te lo estás inventando todo!

–Falta la historia de la tercera, Serguei, la última en llegar a este mundo desde el vientre de su madre, pero la primera en abandonarlo… Se tiró desde el puente de Bogdan cuando se enteró de que estabas también con sus hermanas.

–¡No me jodas, Misha, no me jodas! –gritó con furia–. ¡Te lo estás inventando todo para hacerme sentir culpable!

–No.

–¡No me creo ni una sola palabra de lo que estás diciendo, Mijaíl!

–Tú sabes que yo no miento, Serguei.

–¡Pues en esto lo estás haciendo como un cosaco, Misha! ¡No creo ni una sola de tus palabras, si querías hacerme sentir mal, enhorabuena, porque lo has conseguido!

–Yo no miento, Serguei, no miento.

Misha salió del apartamento de su amigo. Recorrió el largo pasillo que le separaba del suyo, dejó la chaqueta sobre el respaldo del sofá y la carpeta sobre la mesa de cristal. Se quedó parado en medio del salón, con las manos sobre sus caderas y mirando hacia la puerta… Dos minutos fue el tiempo que tardó el timbre en comenzar a sonar.

–¡Dime que no es cierto! –exclamó, entrando con furia–. ¡Dime que no es cierto, Misha, dime que no es cierto!

–¿Necesitas pruebas?... Está bien… –Cogió la carpeta y se la entregó–. Aquí está todo, y es tan real como el aire que respiramos. Ya no somos adolescentes en busca de aventuras, ya no somos inconscientes en busca de cuerpos para satisfacer nuestras ansias. Ahora somos hombres, y como tales debemos de comportarnos y afrontar las consecuencias de nuestros actos… ¿Recuerdas lo que decía tu abuela sobre ello, Serguei?... “Un hombre de verdad no necesita que le digan lo que ha hecho mal, lo sabe, lo reconoce, lo mira de frente, y si puede lo enmienda”.

Le dejó en el salón, revisando aquella exhaustiva documentación que Nikolay había preparado, y se metió en el baño. Se dio una larga ducha, deseando que a su cuerpo volviese el calor que le faltaba, deseando que el agua se llevase toda la rabia, toda la impotencia, toda la amargura y todo el odio que inundaba su corazón, deseando que el agua de Moscú le despertase de nuevo a la vida que había dejado en España, y a la que quería volver con todas sus fuerzas.

–¿Desde cuándo lo sabes, Misha?

–Eso no importa, Serguei –dijo, yendo hacia la cocina y encendiendo la cafetera–. Ahora ya lo sabes, y debes pensar en ello. Yo… no quiero entrometerme en tu vida, sabes que nunca lo he hecho, pero tampoco quiero ver sufrir a Paula, porque… si ella sufre, Cristina sufre, y si Cristina sufre, a mí se me parte el alma.

–O sea, que lo haces por egoísmo –dijo, con una sonrisa.

–Totalmente.

–Tienes diez llamadas suyas.

Señaló el teléfono que descansaba sobre la mesa.

–¡Ay, Dios!

–Y te ha dejado un mensaje… ¿Qué pasa, no quieres oírlo?

–Quiero oírlo pero… ¿Te puedes creer que me da miedo? –La mano de Serguei cogió el teléfono–.

¿Qué haces?

–Tomarme la revancha –dijo, con una sonrisa traviesa, activando el sistema de manos libres.

Cuando los primeros llantos llegaron a sus oídos, las manos de Misha se detuvieron, se apoyaron sobre la encimera mientras sus ojos se clavaban en el teléfono y su pecho se hinchaba, escuchando los gemidos descontrolados que salían por su boca. Cerró los ojos con fuerza, hasta que ella empezó a hablar.

“Misha… ¿Misha, dónde estás?... ¿Por qué no me contestas?... ¿Qué te tiene tan ocupado como para no querer hablar conmigo?... ¿Estás enfadado?... Yo… sé que últimamente no soy la misma, lo sé, pero no puedo evitarlo, intento controlarme pero… me siento tan rara, Misha, tan rara… tan pronto estoy alegre, como estoy triste… tan pronto deseo comerte a besos, como matarte… ¡Misha, dónde estás, ha pasado algo y necesito contártelo!... ¿Qué es tan importante como para que hayas vuelto a Rusia, eh, qué es? ¿Por qué no quieres compartirlo conmigo, por qué?... Yo… no quiero pensar en Anastasia, pero no puedo evitarlo, y sabes que no me gusta sentir celos ¡No me gusta nada, son horrorosos, y me hacen sentir la peor persona del mundo!... –Una ligera sonrisa asomó a los labios de Misha–. ¡Oh, Mijaíl, esto que has hecho creo que no podré perdonártelo! ¡Dejarme sola en semejante momento!... ¡Casi es mejor que no vuelvas, Mijaíl, porque como vuelvas, voy a tenerte a pan y agua hasta que nazca la niña!”.

El mensaje terminó de forma abrupta, con un gruñido. Serguei clavó sus ojos divertidos en la cara asombrada de Misha, que se acercó y cogió el teléfono, mirándolo perplejo.

–Bueno, bueno, bueno… –dijo Serguei, con una sonrisa.

–¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? –preguntó Misha, mirando el teléfono.

–Pues sí, papá, parece que vas a tener una niña.

–Una niña… una niña… ¡Una niña, Serguei, una niña!

MENSAJE DE SERGUEI

Ya sé que en este momento no soy, como decís vosotros, santo de tu devoción, pero me siento en la obligación de contarte que lo que nos ha traído a Rusia ha sido Nadia... ¿Recuerdas cómo Carlos te trataba, Cris?... Pues eso. Por eso Misha no ha querido que le acompañaras .

MENSAJE DE CRIS

Un punto a tu favor, pero que sepas que en este momento tienes tantos negativos que tendrás que dedicar el resto de tu vida a compensarlos.

MENSAJE DE SERGUEI

Dime que has hablado con Paula.

MENSAJE DE CRIS

He cumplido con nuestro acuerdo, pero no estoy satisfecha, me ha costado la misma vida interceder por ti, así que creo que no ha sido un trato igualitario; estás en deuda conmigo, y por tanto, tendrás que hacerme un favor para compensar la diferencia.

MENSAJE DE SERGUEI

¡Lo que quieras, pero dime que Paula me ha perdonado!

MENSAJE DE CRIS

Me temo, mi querido ruso degradado, que Paula es mucho más inteligente de lo que pensabas, porque si bien mis investigaciones me llevaron hasta Katia, Marbelia y Sebastiana, las suyas incluían a Sara y Patricia. Creo que tienes mucha suerte de conservar los ojos, y serás un hombre afortunado si algún día recuerda tu nombre, porque en este momento te ha borrado de un plumazo de su lista, te has convertido en un ente, un ser sin corazón al que no piensa dedicar ni un solo minuto de su vida.

MENSAJE DE SERGUEI

Qué dura eres conmigo, Cristina.

MENSAJE DE CRIS.

Para eso son los amigos, Serguei, para abrirnos los ojos a lo que nosotros no vemos, nos guste o no.

Para adularnos ya está el resto.

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