Me acuerdo

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Me acuerdo

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Joe Brainard

Me acuerdo

Título original: I remember

Joe Brainard, 1970

Traducción: Julia Osuna Aguilar, 2009

(AG)

Revisión: 1.0

Me acuerdo de la primera vez que me mandaron una carta en uno de esos sobres donde decía «Devolver a los cinco días a» y de que pensaba que a los cinco días tenía que devolver la carta.

Me acuerdo del gustillo que me daba trastear en los cajones de mis padres en busca de condones (marca Peacock).

Me acuerdo de cuando la polio era la cosa más terrible del mundo.

Me acuerdo de las camisas de vestir rosas y de las bolo ties.

Me acuerdo de cuando un niño me dijo que las hojas agrias con forma de trébol que solíamos comernos (con florecitas amarillas) tenían un sabor tan agrio porque los perros se meaban encima. Me acuerdo de que eso no impidió que siguiese comiéndolas.

Me acuerdo del primer dibujo que recuerdo haber hecho. Era una novia con un vestido con la cola muy larga.

Me acuerdo de mi primer cigarrillo. Era de la marca Kent. En una colina. En Tulsa, Oklahoma. Con Ron Padgett.

Me acuerdo de mis primeras erecciones. Creía que tenía alguna horrible enfermedad o algo parecido.

Me acuerdo de la única vez que he visto a mi madre llorar. Me estaba comiendo una tarta de albaricoque.

Me acuerdo de lo mucho que lloré viendo Al sur del Pacífico (la peli), las tres veces.

Me acuerdo de lo bien que puede saber un vaso de agua después de un tazón de helado.

Me acuerdo de cuando me dieron la insignia de los cinco años por no faltar ni una mañana en cinco años a la escuela dominical. (Metodista).

Me acuerdo de haber ido a una fiesta de «Vístete de tu personaje favorito» vestido de Marilyn Monroe.

Me acuerdo de una de las primeras cosas que recuerdo. Una heladera. (Que no un frigorífico).

Me acuerdo de la margarina blanca en una bolsa de plástico. Y de un sobrecito de polvos naranjas. Echabas los polvos naranjas en la bolsa de la margarina y la amasabas hasta que la margarina se volvía amarilla.

Me acuerdo de lo mucho que tartamudeaba.

Me acuerdo de lo mucho que quería, en el instituto, ser guapo y popular.

Me acuerdo de cuando, en el instituto, si vestías de verde y amarillo los jueves significaba que eras gay.

Me acuerdo de cuando, en el instituto, tenía por costumbre meterme un calcetín en los calzoncillos.

Me acuerdo de cuando decidí hacerme pastor eclesiástico. No me acuerdo de cuando decidí no serlo.

Me acuerdo de la primera vez que vi la televisión. Lucille Ball estaba yendo a clase de ballet.

Me acuerdo del día que dispararon a John Kennedy.

Me acuerdo de que por mi quinto cumpleaños lo único que quería era un traje de noche de satén negro, de esos que dejan un hombro al aire. Me lo regalaron. Y me lo puse para mi fiesta de cumpleaños.

Me acuerdo de un sueño que tuve hace poco en el que John Ashbery me decía que los cuadros de mi periodo Mondrian eran mejores que los del propio Mondrian.

Me acuerdo de un sueño recurrente en el que puedo volar. (Sin avión).

Me acuerdo de muchos sueños en los que encuentro oro y joyas.

Me acuerdo de un niño al que cuidaba después de clase mientras su madre estaba trabajando. Me acuerdo de lo que disfrutaba castigándole por portarse mal.

Me acuerdo de un sueño que se me repitió mucho durante una época en el que aparecía una bonita serpiente roja, amarilla y negra sobre un césped de un verde muy vivo.

Me acuerdo de Saint Louis cuando era muy joven. Me acuerdo de una tienda de tatuajes al lado de la estación de autobuses y de los dos leones gigantes a la entrada del museo de Bellas Artes.

Me acuerdo de un profesor de historia que siempre estaba amenazándonos con tirarse por la ventana si no nos callábamos. (Desde una segunda planta).

Me acuerdo de mi primera experiencia sexual en el metro. Había un tipo (me daba miedo mirarlo) que estaba empalmado y no dejaba de rozarse contra mi brazo. Me excité bastante y al llegar mi parada me bajé y me fui corriendo a casa, donde intenté hacer un óleo con mi pene a modo de pincel.

Me acuerdo de la primera vez que me emborraché de verdad. Me pinté las manos y la cara con el tinte verde de los huevos de Pascua y me pasé toda la noche en la bañera de Pat Padgett. Por entonces todavía era Pat Mitchell.

Me acuerdo de otra de mis primeras experiencias sexuales. En el museo de Bellas Artes. En la sala de proyecciones. De la película no me acuerdo. Primero había una rodilla presionando la mía. Después había una mano sobre mi rodilla. Después una mano en mi entrepierna. Después una mano dentro de mi pantalón. Dentro de mis calzoncillos. Me estaba poniendo a cien pero me daba miedo mirarle. Se fue antes de que terminase la película y pensé que me estaría esperando en la exposición de grabados pero pasó un rato y no apareció nadie interesante.

Me acuerdo de cuando vivía en un local al lado de una planta de envasado de carnes en la Sexta Este. Un envasador muy gordo que siempre comía en el mismo bar de la esquina que yo me siguió hasta mi casa y me preguntó si podía entrar a ver mis cuadros. Fue entrar, bajarse la cremallera de los pantalones blancos salpicados de sangre y sacarse una polla enorme. Me pidió que se la tocase y así lo hice. Por muy repulsivo que fuese todo, también tenía su punto, y además no quería herir sus sentimientos. Pero después le dije que tenía que salir y me dijo «Salgamos», a lo que yo respondí «No», pero insistió tanto que al final dije «Sí». Era muy gordo y feo y desagradable con ganas, así que cuando llegó la hora en vez de ir a la cita fui a dar un paseo. Pero, cómo no, me lo encontré por la calle recién salido de la ducha, todo maqueado. Me sentí mal cuando tuve que confesarle que había cambiado de opinión. Me ofreció dinero pero le dije que no.

Me acuerdo de la profesora de bridge de mis padres. Era muy gorda y muy marimacho (el pelo muy corto) y fumaba como un carretero. Presumía de no tener que llevar cerillas. Encendía un cigarro con la colilla del otro. Vivía en una casita detrás de un restaurante y llegó a vivir muchos años.

Me acuerdo de jugar a los médicos en el cuarto ropero.

Me acuerdo de haber pintado «ODIO A TED BERRIGAN» en grandes letras negras a lo largo de toda la pared blanca de mi cuarto.

Me acuerdo de haber tirado las gafas al mar desde el ferry de la isla de Staten en una oscura noche de dramatismo y depresión.

Me acuerdo de que una vez me llené la cara de arañazos con mis propias uñas para que la gente me preguntara qué me había pasado y yo les contase que había sido un gato y ellos, claro está, sabrían que no había sido un gato.

Me acuerdo del suelo de linóleo de mi cuarto en Dayton (Ohio). Un motivo floral blanco en relieve sobre fondo rojo oscuro.

Me acuerdo de los vestidos saco.

Me acuerdo de cuando me publicaron un diseño de un vestido sirena en el cómic de Katy Keene.

Me acuerdo de los trajes de chaqueta.

Me acuerdo de los sombreros pastillero.

Me acuerdo de los naipes redondos.

Me acuerdo de los disfraces de india nativa.

Me acuerdo de las corbatas grandes y anchas con peces.

Me acuerdo de los primeros bolígrafos. Se atascaban y dejaban pequeñas bolitas que se acumulaban en la punta.

Me acuerdo de los blocs de notas de muchos colorines.

Me acuerdo de tía Cleora, que vivía en Hollywood. Todos los años por Navidad nos mandaba a mi hermano y a mí un libro de regalo para los dos.

Me acuerdo del día que murió Frank O’Hara. Intenté hacer un cuadro especialmente para él. (Especialmente bueno). Y salió un desastre.

Me acuerdo de la canasta.

Me acuerdo de «How Much Is that Doggie in the Window?».

Me acuerdo de los sándwiches de mantequilla con azúcar.

Me acuerdo de Pat Boone y de su «Love Letters in the Sand».

Me acuerdo de Teresa Brewery de su «I Don’t Want No Ricochet Romance».

Me acuerdo de «The Tennessee Waltz».

Me acuerdo de «Sixteen Tons».

Me acuerdo de «The Thing».

Me acuerdo del hit parade.

Me acuerdo de Dorothy Collins.

Me acuerdo de los dientes de Dorothy Collins.

Me acuerdo de cuando trabajaba en una tienda de antigüedades y cosas de segunda mano; lo vendía todo más barato de lo que tenía que venderlo.

Me acuerdo de que cuando vivía en Boston me leí todas las novelas de Dostoievksi una detrás de otra.

Me acuerdo de (Boston) haber pedido limosna por la calle donde estaban todas las galerías de arte.

Me acuerdo de haber recolectado colillas de las urnas de delante del museo de Bellas Artes de Boston.

Me acuerdo de haber pensado en arrancar la página 48 de todos los libros que leyese en la biblioteca pública de Boston, pero perdí pronto el interés.

Me acuerdo de la cadena de cafeterías Bickford’s.

Me acuerdo del día que murió Marilyn Monroe.

Me acuerdo de la primera vez que vi a Frank O’Hara. Bajaba por la Segunda Avenida. Aunque era una fría tarde de principios de primavera, sólo llevaba una camiseta blanca arremangada hasta los hombros. Y vaqueros. Y mocasines. Me acuerdo de que me pareció de lo más mariquita. Muy teatrero. Decadente. Me acuerdo de que me gustó al instante.

Me acuerdo de una cazadora de cuero roja.

Me acuerdo de ir al ballet con Edwin Denby vestido con una cazadora roja.

Me acuerdo de haber aprendido a jugar al bridge para poder conocer mejor a Frank O’Hara.

Me acuerdo de jugar al bridge con Frank O’Hara. (Todo el rato hablando).

Me acuerdo de mi profesora de plástica del colegio, la señora Chick. Una vez la tomó hasta tal punto con un niño que le vació un cubo de agua en la cabeza.

Me acuerdo de mi colección de figuritas de monos.

Me acuerdo de la colección de figuritas de caballos de mi hermano.

Me acuerdo de que fui explorador de los demolay. Ojalá recordase el saludo secreto para poder revelároslo.

Me acuerdo de mi abuelo, que no creía en los médicos. No trabajaba porque tenía un tumor. Se pasaba el día jugando a las cartas. También escribía poemas. Tenía las uñas de los pies largas y feas. Hacía todo lo posible por no mirarle los pies.

Me acuerdo de Moley, el personaje del pueblo, gay declarado. Tenía una cabeza muy pequeña que le sobresalía del cuerpo como a un topo. Nadie lo conocía pero todo el mundo sabía quién era. Siempre estaba «rondando».

Me acuerdo del hígado.

Me acuerdo de Bettina Beer. (Una chica). Solíamos ir juntos a los bailes. Apostaría a que era lesbiana, aunque por entonces no se me habría ocurrido pensar algo así. No paraba de decir palabrotas. Y bebía y fumaba a sabiendas de su madre. No tenía padre. Llevaba sombra de ojos azul oscuro y tenía manchas blancas por los brazos.

Me acuerdo de un día en que, yendo al centro en autobús, en Tulsa, un chaval que me sonaba del colegio se sentó a mi lado y empezó a preguntarme cosas como «¿Te gustan las niñas?». Era un auténtico freak. Cuando llegamos al centro (donde estaban todas las tiendas), me siguió hasta que al final me convenció para que fuese con él al banco, tenía que guardar una cosa en una caja de seguridad. Me acuerdo de que por aquel entonces yo no sabía lo que era una caja de seguridad. Cuando llegamos al banco un banquero le dio una caja y nos llevó a una cabina con cortinas doradas. El chaval abrió la caja y sacó una pistola. Me la enseñó y me hice el sorprendido, la volvió a meter en la caja y me preguntó si me bajaría los pantalones. Dije que no. Me acuerdo de que me temblaban las rodillas. Cuando salimos del banco, le dije que tenía que ir al Brown Dunkin’s (los mayores grandes almacenes de Tulsa) y me respondió que él también tenía que ir. Para ir al servicio. En el servicio de caballeros volvió a intentar algo (no me acuerdo de qué exactamente) pero salí corriendo por la puerta, y ahí se quedó la cosa. Es muy extraño que un niño de once o doce años tenga una caja de seguridad. Con una pistola dentro. Tenía una hermana mayor de la que se decía que era «una perdida».

Me acuerdo de Liberace.

Me acuerdo de los mocasines con borlas de Liberace.

Me acuerdo de esas camisetas de nailon y sirsoker de colores chillones por las que podías ver al través.

Me acuerdo de muchos primeros días de colegio. Y de ese sentimiento de vacío.

Me acuerdo del reloj desde las tres a las tres y media.

Me acuerdo de cuando las niñas se ponían las rebecas al revés.

Me acuerdo de cuando las niñas se ponían varias capas de cancanes. Era tan horrible (tan ruidoso) que el director tuvo que limitar su número. Creo que el máximo eran tres.

Me acuerdo de las cadenas de oro muy finas con una perlita de colgante.

Me acuerdo de los collares de semillas de mostaza que tenían una semilla dentro de una bolita de cristal.

Me acuerdo de los moños tipo cola de caballo.

Me acuerdo de cuando los chicos malos llevaban los vaqueros tan bajos que el director tuvo que fijar también un límite para eso. Creo que el máximo eran siete centímetros por debajo del ombligo.

Me acuerdo de los cuellos de las camisas subidos por la nuca.

Me acuerdo de las camisas Perry Como. Y de los suéteres Perry Como.

Me acuerdo del peinado «cola de pato».

Me acuerdo de los peinados a lo cherokee.

Me acuerdo de ir sin cinturón.

Me acuerdo de muchas comidas de domingo con pollo frito o estofado.

Me acuerdo de mi primer óleo. Era un campo de hierba verde chartreuse con un pequeño pueblo italiano a lo lejos.

Me acuerdo de cuando intenté ser animadora y no lo conseguí.

Me acuerdo de muchos septiembres.

Me acuerdo de un día en clase de gimnasia en que no pude decir «presente» cuando dijeron mi nombre al pasar lista. Algunas veces tartamudeaba tanto que las palabras no llegaban a salirme de la boca. Tuve que darle varias vueltas al campo.

Me acuerdo de una chica con rasgos caballunos que intentó seducirme en un tejado de Nueva York. Aunque me empalmé, yo no quería nada con ella, así que le dije que me dolía la cabeza.

Me acuerdo de un jugador de fútbol americano que llevaba unos vaqueros descoloridos muy pegados, y de lo bien que los rellenaba.

Me acuerdo de cuando me llamaron a filas y tuve que ir al centro a hacerme el reconocimiento psíquico. Era muy temprano. Me comí un huevo para desayunar y noté cómo se asentaba en mi estómago. Después de pasar lista me mandaron ponerme en una cola distinta a la que estaba la mayoría de los chicos. (Llevaba el pelo muy largo, cosa que por entonces era más rara que ahora). La cola en la que estaba resultó ser la cola para ver al médico de la cabeza. (De todas formas, iba a pedir verlo). El médico me preguntó si era gay y le respondí que sí. Después me preguntó que qué experiencias homosexuales había tenido y le dije que ninguna. (Era verdad). Y me creyó. No tuve ni que quitarme la ropa.

Me acuerdo de un niño que me contó un chiste verde muy guarro. Fue la primera pista que tuve sobre qué era eso del sexo.

Me acuerdo de cuando mi padre decía «Las manos fuera del edredón», cuando venía a darnos las buenas noches. Pero lo decía de buenas.

Me acuerdo de cuando pensaba que si hacías algo malo, la policía te metía en la cárcel.

Me acuerdo de una noche muy fría y muy oscura, en la playa, a solas con Frank O’Hara. Se desnudó y se metió corriendo en el agua y me dio un susto de muerte.

Me acuerdo de los relámpagos.

Me acuerdo de las amapolas rojas silvestres de Italia.

Me acuerdo de cuando vendía sangre cada tres meses en la Segunda Avenida.

Me acuerdo de un chico con el que hice el amor una vez y de que cuando terminamos me preguntó si yo creía en Dios.

Me acuerdo de cuando creía que nada que fuese viejo podía tener valor.

Me acuerdo de Belleza negra.

Me acuerdo de cuando pensaba que Betty Grable era guapa.

Me acuerdo de cuando creía que era un gran artista.

Me acuerdo de cuando quería ser rico y famoso. (¡Y sigo queriéndolo!).

Me acuerdo de un trabajo que tuve limpiando el piso de un anciano que había muerto. Entre sus pertenencias había una vieja foto de un joven desnudo prendida a unos calzoncillos de joven. Había sido director del coro de una iglesia durante años. No tenía ni familia ni parientes.

Me acuerdo de un chico que trabajaba para una funeraria después del colegio. Era muy bueno bailando claqué. Un día me invitó a dormir a su casa. Su madre estaba divorciada y tenía pinta de rubia chabacana. Me acuerdo de que su madre nos pilló cuando estábamos echando una inocente peleílla en el jardín y se puso como una fiera. Le dijo que no volviese a hacerlo en la vida. Me di cuenta de que pasaba algo que yo no podía llegar a entender. Teníamos diez u once años. Nunca me volvió a invitar. Años después, en el instituto, se armó un gran escándalo cuando le pillaron una carta de amor dirigida a otro chico. Después de eso dejó el instituto y se puso a trabajar a jornada completa en la funeraria. Un día me lo encontré por la calle y empezó a contarme algo sobre una habitación muy grande en la que dormían todos los trabajadores de la funeraria. Me contó que en todas las camas había una pequeña tienda de campaña blanca por las mañanas. Me excusé y me despedí. Unas horas después caí en la cuenta. Erecciones mañaneras.

Me acuerdo de, cuando trabajaba en un snack-bar, el coraje que me daba la gente que pedía batidos con leche malteada.

Me acuerdo de cuando trabajaba para unos grandes almacenes haciendo ilustraciones de ropa para los anuncios de los periódicos.

Me acuerdo de cómo andaba Frank O’Hara. Ligero y amanerado. Como rebotando y retorciéndose un poco. Era una forma de andar estupenda. Segura. «Me da igual» y, en ocasiones, «Sé que me estás mirando».

Me acuerdo de cuatro conciertos de Alice Esty.

Me acuerdo de haber hecho de Santa Claus en una función del colegio.

Me acuerdo de Beverly, que tenía una cruz muy pequeñita tatuada en el brazo.

Me acuerdo de la señorita Peabody [señorita «Cuerpo de guisante»], la bibliotecaria de mi colegio.

Me acuerdo de la señorita Fly [señorita «Mosca»], mi profesora de naturales del colegio.

Me acuerdo de un niño muy pobre que tenía que ponerse las blusas de su hermana para ir al colegio.

Me acuerdo de los trajes nuevos para Pascua.

Me acuerdo del tafetán. Y de cómo sonaba.

Me acuerdo de mi colección de folletos e información turística sobre Nova Scotia.

Me acuerdo de mi colección de anuncios de «Modess porque…».

Me acuerdo de la colección de puntas de flecha de mi padre.

Me acuerdo de un coche que tuvimos, un Ford rojo descapotable del 49.

Me acuerdo de El poder del pensamiento positivo de Norman Vincent Peale.

Me acuerdo de la dama de noche. (Una flor que se abre de noche).

Me acuerdo de haber intentado imaginarme a mi madre y a mi padre follando.

Me acuerdo de una viñeta de un pintor pintando a una modelo desnuda (visto desde atrás) y de que en el lienzo había un dibujo de un bollito Parker House.

Me acuerdo de mi abuelo, el que vivía en una granja, migando su pan de maíz en su leche agria. No le gustaba hablar.

Me acuerdo del excusado de fuera y de un catálogo de Sears & Roebuck para limpiarse.

Me acuerdo del olor a animales y del agua helada en la cara por la mañana.

Me acuerdo de lo mucho que pesaba el pan de maíz.

Me acuerdo de las rosas de papel crepé. De los calendarios viejos. Y de las boñigas de vaca.

Me acuerdo de cuando, en el colegio, le dabas una tarjeta de San Valentín a toda la gente de tu clase, no fuera a ser que alguien al que no le habías dado te diese una.

Me acuerdo de cuando estaban de moda las paredes pintadas de verde oscuro.

Me acuerdo de pasar por los Ozarks (Arkansas), y de todas las tiendas de recuerdos donde no paramos.

Me acuerdo de las madres voluntarias que ayudaban en las actividades del colegio.

Me acuerdo de haber hecho de guarda de tráfico para los pequeños del colegio y de la banda blanca que tenía que llevar.

Me acuerdo de las viñetas de Hazel en el Saturday Evening Post.

Me acuerdo de la tiña. Y de las etiquetas con nombres.

Me acuerdo de que siempre perdía un solo guante.

Me acuerdo de los mocasines con peniques en la ranura de fuera.

Me acuerdo del Dr. Pepper. Y del refresco de cola del Royal Crown.

Me acuerdo de esos trozos de piel marrón con pequeños pies, pequeñas cabezas y pequeñas colas.

Me acuerdo de la crema para el pelo Suave. (Color melocotón claro).

Me acuerdo de las zapatillas de estar en casa, de los albornoces de franela de cuadros escoceses y de Casper, el Fantasma Amigo.

Me acuerdo de las cuentas de colorines para hacer joyas.

Me acuerdo de las fiestas sorpresa «Ven tal como estás»[1]. Nadie guardaba el secreto.

Me acuerdo de los cuartos de jugar en los sótanos.

Me acuerdo de los lecheros. De los carteros. De las toallas para invitados. De los felpudos de «Bienvenidos». Y de las señoras de Avon.

Me acuerdo de las lámparas hechas con los troncos que te encontrabas por la playa.

Me acuerdo de haber leído una vez que una señora se atragantó hasta la muerte con un trozo de carne.

Me acuerdo de cuando la fibra de vidrio iba a ser la solución para todo.

Me acuerdo de pasar la mano por debajo de las mesas de los bares y notar todos los chicles.

Me acuerdo de la silla detrás de la que solía pegar los mocos.

Me acuerdo de Pugy George y de su única hija, Norma Jean, que era muy guapa y murió de cáncer.

Me acuerdo de Jim y Lucy. Jim vendía seguros y Lucy era maestra de escuela. Siempre que los veíamos nos daban un puñado de calendarios de bolsillo promocionando la aseguradora.

Me acuerdo de los baños del sábado por la noche y de los cómics del domingo por la mañana.

Me acuerdo de los sándwiches de beicon, lechuga y tomate con té helado típicos del verano.

Me acuerdo de la ensalada de patatas.

Me acuerdo de la sandía con sal.

Me acuerdo de los trajes de noche palabra de honor que eran de tul de colores pastel y llegaban hasta los tobillos. Y de los ramilletes de claveles en las chaquetas cortas.

Me acuerdo de los villancicos. Y de los concesionarios de coches usados.

Me acuerdo de las literas.

Me acuerdo de los mercadillos de la beneficencia. De las fiestas del helado. De la salsa blanca. Y de Hopalong Cassidy.

Me acuerdo de los pañitos de punto que se le ponían a los vasos.

Me acuerdo de unos ceniceros que eran como una especie de bolsita rellena de semillas y que no se volcaban en superficies irregulares.

Me acuerdo de las cortinas de ducha con peces tropicales.

Me acuerdo de las papeleras hechas con crismas.

Me acuerdo de los pendientes hechos con cinta de piquillo.

Me acuerdo de unos grandes platos de cobre con grabados de alemanes bebiendo. (Made in Italy).

Me acuerdo de la famosa fiesta de pijamas de Tab Hunter.

Me acuerdo de los tarros de galletas con forma de tata negra. De la sopa de tomate. De las frutas de cera. Y de las «llaves de iglesia» (abrebotellas).

Me acuerdo de los guantes muy largos.

Me acuerdo de una botella violeta con forma de violín de la que salía hiedra.

Me acuerdo de la gente muy mayor cuando yo era muy joven. Sus casas olían raro.

Me acuerdo de una mujer mayor a la que tenías que bailarle o cantarle o hacerle algo para que te diese alguna cosa en Halloween.

Me acuerdo de las tizas.

Me acuerdo de cuando las pizarras verdes eran algo novedoso.

Me acuerdo de un telón de fondo de un muro de ladrillos que pinté para una obra. Pinté uno a uno cada ladrillo rojo. Más tarde caí en la cuenta de que podía haberlo pintado todo de rojo y haber trazado luego las líneas blancas por encima.

Me acuerdo de lo mucho que intenté que me gustase Van Gogh. Y de lo mucho que acabó gustándome. Y de lo mucho que, ahora, me revienta.

Me acuerdo de un chico. Trabajaba en una tienda. Me gasté una fortuna comprándole cosas que no quería. Luego, un día, ya no estaba allí.

Me acuerdo de la pena que me daba la hermana de mi padre. Yo creía que siempre estaba a punto de llorar cuando, en realidad, lo que le pasaba era que tenía la fiebre del heno.

Me acuerdo de la primera erección que recuerdo con claridad. Fue al borde de una piscina pública. Estaba en una toalla tomando el sol de espaldas. No sabía qué hacer, salvo darme la vuelta, así que me di la vuelta. Pero no se me quitaba. Me quemé entero. Tanto que tuve que ir al médico. Me acuerdo de lo que me dolía cuando me ponía la camiseta.

Me acuerdo de la música de órgano de As the World Tums.

Me acuerdo de los zapatos blancos de gamuza con gruesas suelas de goma rosa.

Me acuerdo de las salas de estar de un solo color.

Me acuerdo de las siestas de verano en las que no dormía. Y de los sobres de Kool-Aid.

Me acuerdo de haber leído las cartas de Van Gogh a Theo.

Me acuerdo de fantasear con morir y con lo triste que estaría todo el mundo.

Me acuerdo de fantasear con suicidarme y con la carta que dejaría.

Me acuerdo de fantasear con ser bailarín y saltar más alto de lo que se creía humanamente posible.

Me acuerdo de fantasear con ser cantante, solo en un escenario, sin decorado, un único foco sobre mí, cantando con toda mi alma, y conmoviendo al público hasta llorar de amor y ternura.

Me acuerdo de ir en coche e ir dibujando paisajes en mi cabeza. (Sigo haciéndolo).

Me acuerdo de los lirios atigrados alrededor de toda la casa. Una vez me encontré diez centavos entre ellos.

Me acuerdo de una muñeca muy pequeña que perdí debajo de la tarima del porche delantero y que no volví a encontrar.

Me acuerdo de un hombre que pasaba de vez en cuando con un poni, un sombrero de vaquero y una cámara. Por cierta cantidad de dinero, te echaba una foto montado en el poni y con el sombrero puesto.

Me acuerdo del sonido de cuando venía el de los helados.

Me acuerdo de una vez que perdí la moneda de cinco centavos en el césped antes de que la furgoneta llegara delante de mi casa.

Me acuerdo de que la vida era tan seria entonces como lo es ahora.

Me acuerdo de «Los maricas no saben silbar».

Me acuerdo de las tormentas de polvo y de los cielos amarillos.

Me acuerdo de los días lluviosos a través de la ventana.

Me acuerdo de los saleros del comedor del colegio a los que alguien les había desenroscado el tapón.

Me acuerdo de un trabajo que tuve una vez en el que retrataba a la gente en un café. Mesa por mesa. En los intermedios de las sesiones de música folk. A la luz de las velas.

Me acuerdo de cuando un negro me pidió que le hiciera un gran dibujo de Navidad para colgarlo en su ventanal en Navidades y pinté una virgen y un niño blancos.

Me acuerdo de un curso en el que el director se llamaba señor Black y nuestra maestra de plástica, señora Black. (No estaban casados).

Me acuerdo de una historia que mi madre me contó sobre una anciana que tenía una vitrina para la vajilla con bellas antigüedades de porcelana y ese tipo de cosas. Un día vino un tornado y tiró la vitrina contra el suelo pero no se rompió nada. Años después murió y en su testamento le dejó a mi padre una bandejita para caramelos que era de ópalo blanco y tenía forma de pez. (Había estado en la vitrina). Sea como sea, el caso es que cuando la bandejita llegó estaba rota en pedazos. Pero mi padre consiguió pegarla.

Me acuerdo de una cosa negra, grande y de goma sobre mi boca y mi nariz justo antes de que me quitasen las amígdalas. Una vez sin amígdalas, me acuerdo de cómo me notaba la garganta cuando comía helado de vainilla.

Me acuerdo de que una mañana el lechero me dio una cámara. Nunca llegué a comprender muy bien el porqué. Aun así, estoy seguro de que tenía algo que ver con un concurso.

Me acuerdo de la gasolinera en la nieve en Los paraguas de Cherburgo.

Me acuerdo de cuando hubo un breve revival de las faldas con cancán.

Me acuerdo de una vez que me levanté no sé dónde y había un caballo mirándome fijamente a la cara.

Me acuerdo de haberme montado encima de un caballo y de lo alto que se estaba.

Me acuerdo de un camaleón que compré en el circo que se suponía que cambiaba de color cada vez que lo ponías sobre un color distinto, pero sólo cambiaba de verde a marrón y del marrón de vuelta al verde. Y encima era más bien un verde parduzco.

Me acuerdo de no haber ganado nunca al bingo, aunque estoy convencido de que he tenido que ganar alguna vez.

Me acuerdo de una niñita que tenía un abrigo, un gorrito y un manguito de piel de conejo blanco. En realidad no me acuerdo de la niñita. Me acuerdo del abrigo, del gorrito y del manguito.

Me acuerdo de los sonidos de las retrasmisiones de béisbol que llegaban desde la cochera los sábados por la tarde.

Me acuerdo de haber oído historias sobre por qué era tan infeliz Johnny Ray, pero no me acuerdo de qué contaban esas historias.

Me acuerdo del rumor de que Dinah Shore era medio negra pero su madre nunca se lo había dicho, de modo que, cuando tuvo un bebé tirando a marrón, demandó a su madre por no habérselo dicho. (Que era medio negra).

Me acuerdo de mi padre con la cara negra. Pintada para un minstrel show[2].

Me acuerdo de mi padre con tutú. Vestido de bailarina en un espectáculo de variedades en la iglesia.

Me acuerdo de Anne Kepler. Tocaba la flauta. Me acuerdo de sus hombros rectos. Me acuerdo de sus grandes ojos. De su nariz ligeramente romana. Y de sus labios gruesos. Me acuerdo de un óleo que pinté de ella tocando la flauta. Murió hace unos años en un incendio mientras daba un concierto de flauta en una casa de acogida de Brooklyn. Todos los niños se salvaron. Había algo en ella como de mármol blanco.

Me acuerdo de la gente que iba a la iglesia sólo en Navidad y en Pascua.

Me acuerdo de los mondadientes con sabor a canela.

Me acuerdo de la coca-cola de cereza.

Me acuerdo de las piedras color pastel que se agrandaban cuando las metías en agua.

Me acuerdo de los aros de cebolla de los drive-in.

Me acuerdo de que el hijo del pastor estaba hecho un salvaje.

Me acuerdo de las tapas de retrete de plástico imitación nácar.

Me acuerdo de un niño que tenía un padre que no era partidario ni de los bailes ni de la natación mixta.

Me acuerdo de cuando le dije a Kenward Elmslie que sabía jugar al tenis. Buscaba a alguien con quien jugar y yo quería conocerlo mejor. No era capaz ni de darle a la pelota pero acabé conociéndolo bastante bien.

Me acuerdo de cuando no creía en Santa Claus pero tenía tantas ganas de creer en él que al final lo conseguí.

Me acuerdo de cuando la Pepsi-Cola estaba con un pie en la tumba.

Me acuerdo de cuando los negros tenían que sentarse en la parte de atrás del autobús.

Me acuerdo de la limonada rosa. (Pomelo).

Me acuerdo de los recortables de gemelas.

Me acuerdo de los jerséis mullidos de colores pastel. (Angora).

Me acuerdo de unos vasos con chicas en bañador que, cuando los llenabas, se quedaban en cueros.

Me acuerdo de un pintauñas rojo oscuro casi negro.

Me acuerdo de que las cerezas eran muy caras.

Me acuerdo de un borracho vestido de esmoquin que quería que Ron Padgett y yo fuésemos con él a su casa, pero le dijimos que no y nos dio todo su dinero.

Me acuerdo del montón de revistas de todo tipo que tenía que comprar para comprar una revista de musculación.

Me acuerdo de una mata de rosas rojas que trepaba por encima del garaje. Cuando era la época de las rosas se cubría todo de rojo.

Me acuerdo de un niño más pequeño que yo que vivía al final de la calle. A veces me escondía uno de sus juguetes en los calzoncillos y hacía que él lo cogiese.

Me acuerdo de lo poco sensual que era nadar desnudo en clase de gimnasia.

Me acuerdo de «Los negros tienen la polla enorme».

Me acuerdo de «Los chinos tienen la polla chica».

Me acuerdo de una niña de mi colegio que un día, sin venir a cuento, se puso a echar una perorata sobre lo difícil que era limpiar los pantalones de su hermano porque no se ponía calzoncillos.

Me acuerdo de meter los calzoncillos en la lavadora en el último momento (sueños húmedos), cuando mi madre no estaba mirando.

Me acuerdo de un gigante de oro más alto que la mayoría de los edificios en la Feria del Petróleo de Tulsa.

Me acuerdo de intentar convencer a mis padres de que no rastrillar las hojas era bueno para el césped.

Me acuerdo de que a mí sí me gustaban los dientes de león por todo el patio.

Me acuerdo de que mi padre se rascaba las pelotas un montón.

Me acuerdo de los cinturones muy finos.

Me acuerdo de James Dean y de su cazadora roja de nailon.

Me acuerdo de pensar lo embarazoso que debía ser para los escoceses tener que llevar falda.

Me acuerdo de cuando la cinta Scotch no era del todo transparente.

Me acuerdo de lo chica que se te queda la polla cuando te quitas un bañador mojado.

Me acuerdo de decir «gracias» en ocasiones que no lo requieren.

Me acuerdo de los apretones de manos con manos muy grandes.

Me acuerdo de decir «gracias» en respuesta a «gracias» y que la otra persona se quede sin saber qué decir.

Me acuerdo de tener erecciones en el colegio y de lo prácticas que eran las carpetas cuando sonaba la campana.

Me acuerdo de las carpetas con cremallera. Me acuerdo de que las niñas las llevaban apretadas contra el pecho y los niños las llevaban a un lado, sueltas.

Me acuerdo de intentar que una carpeta nueva pareciese vieja.

Me acuerdo de que nunca pensé que Ann Miller fuese guapa.

Me acuerdo de ver feos a mi padre y mi madre cuando estaban desnudos.

Me acuerdo de cuando me encontré una foto de una mujer desnuda de cintura para arriba con unas tetas enormes y se la enseñé a un niño en el colegio y se lo dijo a la profesora y la profesora preguntó si podía verla y se la enseñé y me preguntó de dónde la había sacado y le dije que me la había encontrado por la calle. Después de eso no pasó nada más.

Me acuerdo de los sándwiches de mantequilla de cacahuete y plátano.

Me acuerdo de los jerséis de pedrería con el cuello de piel y abiertos hasta la cintura.

Me acuerdo de la pareja de seis en el pase inglés.

Me acuerdo de evitar mirar a los lisiados.

Me acuerdo de Mantovani y sus (¿100 cuerdas?).

Me acuerdo de una mujer que casi no tenía cuello. Siempre se ponía llamativos zapatos de plataforma de ante en sus grandes pies. Mi madre decía que eran muy caros.

Me acuerdo de las cintas para los regalos que si las pasabas por la hoja de unas tijeras se hacían tirabuzones.

Me acuerdo de que nunca lloraba delante de gente.

Me acuerdo de la vergüenza que me daba ver a otros niños llorar.

Me acuerdo del primer premio de dibujo que gané. En el colegio. Era un dibujo de un nacimiento. Me acuerdo de una estrella muy grande en el cielo. Gané la cinta azul del primer premio.

Me acuerdo de que cuando empecé a fumar les escribí una carta a mis padres contándoselo. Nunca mencionaron la carta y seguí fumando.

Me acuerdo de lo mucho que me gustaban los sueños húmedos.

Me acuerdo de una montaña rusa que pasaba por encima de un lago.

Me acuerdo de visiones (en la cama pero despierto todavía) de objetos muy grandes volviéndose muy pequeños y de objetos muy pequeños volviéndose muy grandes.

Me acuerdo de ver colores y formas al cerrar los ojos con fuerza.

Me acuerdo de Montgomery Clift en Un lugar en el sol.

Me acuerdo de unos vasos de aluminio de colores vivos.

Me acuerdo del baile del swing.

Me acuerdo del baile de los pajaritos.

Me acuerdo del bop.

Me acuerdo de unos monos que hacían pintura moderna y ganaban premios.

Me acuerdo de «Me gusta poder decir lo que es cada cosa».

Me acuerdo de «Eso lo hace hasta un niño».

Me acuerdo de «Bueno, a lo mejor es un buen cuadro, pero es que no lo entiendo».

Me acuerdo de «Me gustan los colores».

Me acuerdo de «Ni regalado me lo llevaría a casa».

Me acuerdo de «Muy interesante».

Me acuerdo de las bermudas con calcetines hasta la rodilla.

Me acuerdo de la primera vez que me vi con bermudas en un espejo de cuerpo entero. No he vuelto a ponérmelas.

Me acuerdo de jugar a los médicos con Joyce Vantries. Me acuerdo de su suave barriguita blanca. De su gran ombligo. Y de la pequeña hendidura entre sus piernas. Me acuerdo de que frotar la oreja contra ella.

Me acuerdo de Lois Lane. Y de Della Street.

Me acuerdo de masturbarme pensando en fantasías sexuales con un Troy Donahue muy bronceado, con un bañador blanco junto al mar. (De una película con Sandra Dee).

Me acuerdo de fantasías sexuales en las que lo hacía con un extraño en medio del bosque.

Me acuerdo de fantasías sexuales en unas duchas con azulejos blancos. Duro y resbaladizo. Abstracto y vaporoso. Cuerpo mojado contra cuerpo mojado. Resbaladizo, rápido y chirriante.

Me acuerdo de fantasías sexuales en las que seducía a jóvenes campesinos (pero lo suficientemente mayores): pálidos y rubios y ansiosos.

Me acuerdo de masturbarme con fantasías sexuales en las que salía John Kerr. Y Montgomery Clift.

Me acuerdo de un sueño muy húmedo con J. J. Mitchell en una barca.

Me acuerdo de masturbarme pensando en visiones de detalles del cuerpo.

Me acuerdo de ombligos. De músculos del torso. De manos. De brazos con grandes venas. De pies pequeños. (Me gustan los pies pequeños). Y de piernas musculosas.

Me acuerdo de las axilas, donde la carne es más blanda y más blanca.

Me acuerdo de cabezas rubias. De dientes blancos. De cuellos gruesos. Y de algunas sonrisas.

Me acuerdo de calzoncillos. (Me gustan los calzoncillos). Y de calcetines.

Me acuerdo de las arrugas y de los pliegues de la ropa puesta.

Me acuerdo de las camisetas blancas pegadas y del fruncido de arrugas que se forma bajo los brazos.

Me acuerdo de fantasías sexuales con vaqueros descoloridos muy gastados y rajados y de las pequeñas parcelas de carne que quedaban a la vista. Me acuerdo en particular de los bolsillos traseros rasgados con un triángulo de suave culo blanco al descubierto.

Me acuerdo de un sueño húmedo no muy agradable en el que aparecía Whippoorwill, el perro de Kenward Elmslie.

Me acuerdo de la hierba verde que se ponía debajo de los huevos de Pascua.

Me acuerdo de que nunca llegué a creer en el Conejo de Pascua. Ni en el hombre de la arena. Ni en el hada de los dientes.

Me acuerdo de los pollitos de colorines. (Teñidos). Morían muy pronto. O se escapaban. O algo. Sólo me acuerdo de que desaparecían poco después de Pascua.

Me acuerdo de los pedos que huelen a huevo duro podrido.

Me acuerdo de un día muy caluroso de verano en el que se me ocurrió poner cubitos de hielo en el acuario y se me murieron todos los peces.

Me acuerdo de un sueño en el que voy por la calle y de repente me doy cuenta de que no llevo ropa.

Me acuerdo de un gran gato negro llamado Midnight que se puso tan viejo y tan cascarrabias que mis padres tuvieron que darle el paseo.

Me acuerdo de hacer una cruz con dos palos para algo que enterramos mi hermano y yo. Debió de ser un gato, aunque yo diría que fue un insecto o algo así.

Me acuerdo de arrepentirme de no haber hecho cosas.

Me acuerdo de desear haber sabido antes lo que sé ahora.

Me acuerdo de los crepúsculos color melocotón justo antes del anochecer.

Me acuerdo del «pasado lila». (Él tiene un…).

Me acuerdo de las noches en los autobuses Greyhound.

Me acuerdo de preguntarme en qué estará pensando el conductor.

Me acuerdo de los pueblos vacíos. De las lunas tintadas de verde. Y de los carteles de neón justo cuando se apagan.

Me acuerdo (creo) de un autobús con lunas tintadas de lila.

Me acuerdo de los triciclos volcados en jardines delanteros. Y de los setos de bola de nieve. Y de las familias de patos de plástico.

Me acuerdo de atisbos de actividad tras ventanas naranjas por la noche.

Me acuerdo de las vacas pequeñas.

Me acuerdo de que en todo autobús siempre hay un soldado.

Me acuerdo de las iglesias modernas, tan pequeñas y feas.

Me acuerdo de que nunca me acuerdo de cómo se abre la puerta del servicio en los autobuses.

Me acuerdo de las rosquillas con café. De los taburetes. De los precios antiguos por debajo de los nuevos. Y de la gente gris.

Me acuerdo de preguntarme si la persona sentada enfrente de mí es gay.

Me acuerdo de las manchas de aceite sobre el asfalto con los colores del arco iris después de llover.

Me acuerdo de desnudar (en mi cabeza) a la gente que pasa por la calle.

Me acuerdo de, en Tulsa, una acera roja que centelleaba.

Me acuerdo de dos veces en que me ha caído mierda de pájaro sobre la cabeza.

Me acuerdo de lo excitante que es ver fugazmente un cuerpo desnudo en una ventana, aunque en realidad no hayas visto nada.

Me acuerdo de «Autumn Leaves».

Me acuerdo de una niña alemana muy guapa que, simplemente, no olía bien.

Me acuerdo de que los esquimales se besan con la nariz. (¿?).

Me acuerdo de que los únicos amigos de mis padres que tenían piscina tenían también una funeraria.

Me acuerdo de las lavanderías por la noche, con todas las luces encendidas y nadie dentro.

Me acuerdo de una tienda de regalos y libros católica muy limpia en la que no había casi nada que comprar.

Me acuerdo de reordenar las cajas de caramelos para que no pareciese que faltaban tantos.

Me acuerdo de los zapatos marrones y blancos adornados con calados.

Me acuerdo de algunas reuniones de las que es difícil levantarse e irse.

Me acuerdo de los caimanes y las arenas movedizas en las películas de la selva. (Qué miedo).

Me acuerdo de abrir botes que nadie más podía abrir.

Me acuerdo de hacer helado casero.

Me acuerdo de que me gustaba más el helado comprado.

Me acuerdo de los escaparates de las tiendas de material clínico.

Me acuerdo de historias sobre de qué están hechos los perritos calientes.

Me acuerdo de los gorros tipo Davy Crockett. Y de Davy Crockett por aquí, Davy Crockett por allá.

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