Me acuerdo

Me acuerdo


Me acuerdo

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Me acuerdo de que no entendía cómo era posible que la gente que estaba al otro lado del mundo no se cayese.

Me acuerdo de que me preguntaba por qué, si Jesús podía curar a los enfermos, no curaba a todos los enfermos.

Me acuerdo de que me preguntaba por qué Dios no usaba más sus poderes para acabar con la guerra y la polio. Y ese tipo de cosas.

Me acuerdo de «Love Me Tender».

Me acuerdo de intentar imaginarme lo grande que es el mundo.

Me acuerdo de intentar imaginarme de qué va todo esto. (La vida).

Me acuerdo de coger luciérnagas y meterlas en botes con agujeros en la tapa y soltarlas luego al día siguiente.

Me acuerdo de hacer collares con las flores del trébol rojo.

Me acuerdo de un retrato de Isabella Gardner pintado por Whistler que vi en Boston.

Me acuerdo de mi primera exposición en solitario en Tulsa, con dibujos de niños de época hechos con pincel y tinta.

Los trazos eran tan intricados y finos que nadie podía creer que los hubiera hecho con un pincel. Pero así era.

Me acuerdo de haber ganado el concurso de colorear Peter Pan y recibir un pase gratis para el cine de un año entero.

Me acuerdo de Bunny Van Valkenburg. Tenía la nariz pequeña. La raya del pelo muy baja. Y dos paletas muy grandes. Fue mi novia durante unos años cuando éramos muy pequeños. Años después, en el instituto, se convirtió en una especie de tía buena.

Me acuerdo de Betty, la madre de Bunny Van Valkenburg. Era baja y regordeta y muy alegre y se ponía pendientes enormes. Una vez empapeló el suelo de la cocina con papel pintado. Y después le echó laca.

Me acuerdo de Doc, el padre de Bunny Van Valkenburg. Era nuestro médico de cabecera. Me acuerdo de una historia que nos contó sobre un paciente que tenía urticaria de hiedra venenosa por dentro del cuerpo. El hombre estaba que se moría, pero se curó bastante rápido porque no había manera de que se rascase.

Me acuerdo de que los Van Valkenburg tenían más dinero que nosotros.

Me acuerdo de, en el colegio, atar un espejo al zapato y deslizarlo como el que no quiere la cosa entre las piernas de una chica mientras hablabas con ella. Lo hacían los demás chicos. Yo no.

Me acuerdo de comer túneles y ciudades construidos con sandía.

Me acuerdo de lo triste que era Con una canción en el corazón (La historia de Jane Froman).

Me acuerdo de George Evelyn, que tenía la cara roja y blanca a causa de una explosión. Y de su esposa Jane, que casi siempre vestía de verde y se reía muy alto. Me acuerdo de su único hijo, George Júnior, que era de mi edad. Era muy gordo y muy asalvajado. Pero he oído que sentó cabeza, se casó y ahora colabora activamente en la iglesia.

Me acuerdo de la primera vez que vi a Elvis Presley. Fue en el programa de Ed Sullivan.

Me acuerdo de «Blue Suede Shoes». Y me acuerdo de tener unos.

Me acuerdo de unas faldas de fieltro que tenían cosido un caniche de fieltro. A veces la correa de los perros era de pedrería.

Me acuerdo del naranja brillante de los melocotones de lata.

Me acuerdo de unos abridores con pedrería.

Me acuerdo de la mujer caballo de la feria. No se parecía en nada a un caballo.

Me acuerdo de las peleas de almohadas.

Me acuerdo de quedarme sorprendido por lo amarillo y rojo que puede llegar a ser el otoño.

Me acuerdo de las cadenas de mensajes.

Me acuerdo de los cuellos Peter Pan.

Me acuerdo del muérdago.

Me acuerdo de Judy Garland cantando «Have Your self a Merry Little Christmas» (qué triste) en Cita en Saint Louis.

Me acuerdo de los zapatos rojos de Judy Garland en El mago de Oz.

Me acuerdo del reflejo de las luces del árbol de Navidad en el techo.

Me acuerdo de que llegasen christmas de gente a la que mis padres habían olvidado mandarle.

Me acuerdo de los Miller, los que vivían en la puerta de al lado. La señora Miller era india y el señor Miller, radioaficionado. Tenían cinco hijos y una casa muy pequeña. Siempre había basura por el patio. Y también dentro de la casa. La sala de estar estaba acaparada del todo por una gran mesa verde de pimpón.

Me acuerdo de sacar la basura.

Me acuerdo de la sala de cine del Ritz. Estaba llena de estatuas y el techo era como un cielo lleno de estrellas parpadeantes.

Me acuerdo del papel parafinado.

Me acuerdo de unas estanterías para figurillas con dos estantes cuadrados superpuestos. Uno más alto que el otro.

Me acuerdo de unas figuritas hechas en Japón de bailarinas que tenían tutús de tul de verdad.

Me acuerdo de las camisas de trabajo de chambray. Y de tenis sucios sin calcetines.

Me acuerdo de extravagantes tallas de madera de médicos.

Me acuerdo de la Zona T. (Cigarrillos Camel).

Me acuerdo de las grandes radios marrones.

Me acuerdo de los decantadores italianos muy estrechos y de vidrio coloreado.

Me acuerdo de la tela de rejilla.

Me acuerdo de las estanterías hechas con ladrillos y tablas.

Me acuerdo de los bongos.

Me acuerdo de las velas en botellas de vino.

Me acuerdo de una pared de ladrillos y las otras tres blancas.

Me acuerdo de la primera vez que vi el mar. Me metí de un salto y me arrastró y me revolcó y me llevó de vuelta a la orilla.

Me acuerdo de sentirme decepcionado en Europa por no sentir nada diferente.

Me acuerdo de cuando Ron Padgett y yo llegamos por primera vez a Nueva York y le dijimos a un taxista que nos llevase al Village. Nos preguntó «¿Adónde?», y nosotros «Al Village». Y él dijo: «Pero ¿adónde del Village?», y nosotros: «Donde sea». Nos llevó a la Sexta Avenida con la Calle Octava. Me sentí un poco decepcionado. Yo creía que el Village sería como un pueblo de verdad. Como la imagen que tenía de Europa.

Me acuerdo de ponerme bronceador y de que justo entonces el sol se vaya.

Me acuerdo de la cara de Dorothy Kilgallen.

Me acuerdo de los pantalones capri.

Me acuerdo de la falda azul celeste y el jersey a juego que siempre se ponía Suzy Barnes. Le gustaba la ciencia. Por las paredes tenía colgadas de muchas cuerdas cajetillas de fósforos de propaganda. También tenía una buena colección de sellos. Su padre y su madre medían más de un metro ochenta. Pertenecían a un club para gente de más de un metro ochenta.

Me acuerdo de hacer otras cosas con las pajitas aparte de beber con ellas.

Me acuerdo de un salón de helados de Tulsa donde tenían una cosa llamada «almuerzo de cerdos». Era como un banana split gigante en un plato de madera que parecía un abrevadero para cerdos. Si te lo comías entero te daban un diploma donde ponía que te lo habías comido entero.

Me acuerdo de pensar en lo que podía haber dicho pero no dije cuando la gente ya se ha ido.

Me acuerdo del daño que puede hacer el rock & roll. Puede ser tan libre y sensual cuando tú no lo eres…

Me acuerdo de Royla Cochran. Vivía en una buhardilla y hacía unos muñecos muy alargados de cera. Estuvo casada con un poeta manco hasta que éste murió. Murió, contaba ella, de un dolor en el brazo que le faltaba.

Me acuerdo de una temporada en la que me dio por comer solo en restaurantes, y todo debido a una especie de perverso placer en el que no quiero pensar ahora mismo. (Porque lo sigo sintiendo).

Me acuerdo de las primeras escaleras mecánicas de Tulsa. En un banco. Me acuerdo de ir de arriba para abajo. Y de abajo para arriba.

Me acuerdo de, en la iglesia, hacer dibujos en los sobres de los donativos y en los programas.

Me acuerdo de tener amigables charlas con Dios todas las noches y de quedarme dormido antes de decir «Amén».

Me acuerdo del gran amor femenino de mi vida. Aunque teníamos la misma edad ella era demasiado mayor y yo demasiado joven. Se llamaba Marilyn Mounts. Tenía un cuello pequeño que parecía de una fragilidad extrema. Era un cuello fino y largo pero suave. Parecía que se iba a romper en cualquier momento.

Me acuerdo de las pastillitas Sen-Sen: pequeños cuadrados negros que sabían como a jabón.

Me acuerdo de esa pequeña sacudida que das justo antes de quedarte dormido. Como cayéndote.

Me acuerdo de que conseguí una beca en la escuela de Bellas Artes de Dayton (Ohio), y de que no me gustó, pero, como no quería herir sus sentimientos yéndome sin más, les dije que mi padre se estaba muriendo de cáncer.

Me acuerdo de la feria de arte de Dayton (Ohio); era en un parque y me hicieron poner boca abajo todos mis autorretratos de desnudos.

Me acuerdo de una señora de mediana edad que regentaba una tienda de antigüedades en el Village. Me preguntó si podía ir a arreglarle el baño por la noche pero no me dijo qué le pasaba exactamente. Le dije que sí porque siempre me ha costado mucho decir que no. Pero la noche en que iba a ir, al final no fui. La tienda de antigüedades ya no está allí.

Me acuerdo de lo decepcionante que fue acostarme con uno de los chicos más guapos que he conocido en mi vida.

Me acuerdo de estar saltando en el porche delantero y caer de cabeza contra el pico de un ladrillo. Me acuerdo de no ver más que borbotones de sangre roja. Es una de las primeras cosas que recuerdo. Y tengo una cicatriz que lo atestigua.

Me acuerdo del pan blanco, y de quitarle la corteza y hacer una bola con la parte de en medio y después comérmela.

Me acuerdo de las pelotillas de los dedos de los pies. Nunca me las comí pero me acuerdo de niños que lo hacían. Sí que me acuerdo de haber comido mocos. No estaban nada mal.

Me acuerdo de los palominos.

Me acuerdo de los círculos alrededor del cuello. (Mugre).

Me acuerdo de pensar que mear y tirar de la cisterna era un gran derroche. Me acuerdo de que pensaba que probablemente la orina era buena para algo y que si alguien lograba descubrir para qué el que lo descubriese se haría de oro.

Me acuerdo de pasar demasiado tiempo en la bañera y de lo arrugados que se te quedan los dedos.

Me acuerdo de «ésa» sensación cuando te limpias el ombligo.

Me acuerdo de derramar un vaso de agua (yo era una fuente) en una producción musical de porche delantero de «Strolling Through the Park One Day».

Me acuerdo de atar dos bicis para una producción musical de «Bicycle Built for Two».

Me acuerdo de una tienda que pusimos donde vendíamos cosas que comprábamos en la tienda de diez centavos y que luego revendíamos por uno o dos peniques más. Con ese dinero volvíamos a comprar más cosas. Etc. Al final nos sacamos varios dólares limpios.

Me acuerdo de pagar diez centavos y que me diesen una amapola de papel rojo hecha por gente en silla de ruedas.

Me acuerdo de unas pequeñas plumas rojas. Era algo de la Cruz Roja, creo.

Me acuerdo de montar la tienda de campaña en el porche delantero en días de lluvia.

Me acuerdo de querer dormir en el patio de atrás y de que se riesen de mí diciendo que no iba a aguantar la noche entera y de, al final, dormir fuera y no aguantar la noche entera.

Me acuerdo de una historia de mi madre encontrando una rata en la cara de mi hermano mientras dormía. Antes de nacer yo.

Me acuerdo de una historia sobre que cuando era muy pequeño cogí unas tijeras y me corté todos los rizos porque un niño que vivía al final de la calle me dijo que los rizos eran de mariquita.

Me acuerdo de que cuando era muy pequeño decía «tilín tilín» cada vez que veía pasar a una pelirroja porque a mi padre le gustaban las pelirrojas y siempre nos partíamos de risa.

Me acuerdo de que la actriz favorita de mi madre era June Allyson.

Me acuerdo de que la actriz favorita de mi padre era Rita Hayworth.

Me acuerdo de hacer de San José en un belén viviente (pero que no se movía) instalado en un parque. Tenías que estar allí plantado media hora hasta que venía otro San José a relevarte y, mientras esperabas a que te tocase otra vez, te daban una taza de chocolate caliente.

Me acuerdo de cuando hice un cuestionario en el colegio para saber qué instrumento musical me pegaba más. Me dijeron que era el clarinete así que me compré un clarinete y fui a clases, pero era tan malo que tuve que dejarlo.

Me acuerdo de intentar convencer a Ron Padgett de que yo ya no creía en Dios pero él no me creía. Estábamos en la parte de atrás de un camión. No recuerdo por qué.

Me acuerdo de comprar cosas que eran muy caras porque no me gustaba preguntar el precio de las cosas.

Me acuerdo de un espeluznante trabajo en el que tenía que limpiar la consulta de un dentista cuando todo el mundo se había ido a casa. Tenía mi propia llave. La única parte que me gustaba era colocar bien las revistas de la sala de espera. Lo dejaba para lo último.

Me acuerdo de Revlon. Y de aquella ex Miss América.

Me acuerdo de que me preguntaba por qué, ya que era gay, no era una niña.

Me acuerdo de intentar construir un artefacto con una esponja húmeda y un vaso para masturbarme y correrme dentro, pero la cosa no llegó a funcionar.

Me acuerdo de haber intentado chupármela una vez, pero no llegó a funcionar.

Me acuerdo de las ilusiones ópticas que veía cuando me tendía con las manos debajo de la cabeza bajo el sol: pestañas gigantes (aumentadas) y dos narices que se superponían (también aumentadas).

Me acuerdo de haberme deshecho de todo lo que tenía en dos ocasiones.

Me acuerdo de preguntarme si mi hermano mayor también era gay.

Me acuerdo de que era muy malo coleccionando monedas porque siempre acababa gastándomelas.

Me acuerdo de los peniques gris plata. (¿Qué fue de ellos?).

Me acuerdo de los peines Ace.

Me acuerdo de los vasos de papel Dixie. Y del pan de molde Bond.

Me acuerdo del champú para mujeres Breck.

Me acuerdo del tipo canijo al que le echaban arena en la cara en los anuncios de culturismo.

Me acuerdo de mujeres rubias a las que, si les está dando el sol de lleno, no puedes ni mirarlas.

Me acuerdo de lo decepcionado que me sentí después de mi primera limpieza bucal porque los dientes no me habían quedado realmente blancos.

Me acuerdo de intentar imaginarme cómo era por dentro.

Me acuerdo de esa gente a la que le gusta mirarte directamente a los ojos durante un rato como si hubiese entre vosotros una especie de entendimiento mutuo sobre algo.

Me acuerdo de haber estado varias veces a puntito de pedir información sobre cursillos de culturismo.

Me acuerdo de la brillante luz naranja que entra en las habitaciones a última hora de la tarde. En horizontal.

Me acuerdo del escándalo del concurso La pregunta de los 64.000 $.

Me acuerdo de la mujer que siempre estaba abriendo neveras.

Me acuerdo de las campanillas azul claro en la verja por la mañana. Las campanillas siempre me sorprenden. Nunca espero encontrármelas allí.

Me acuerdo del pan de molde en miniatura que te daban en la Bond Bread Company cuando ibas a visitar la fábrica.

Me acuerdo de historias sobre cuerpos despedazados y metidos en bolsas de basura.

Me acuerdo de historias sobre cuchillas escondidas en manzanas de Halloween. Y agujas y alfileres dentro de las bolas de palomitas.

Me acuerdo de historias sobre las intrigas en las cocinas de los restaurantes. Como escupir en la sopa. Y correrte en la ensalada.

Me acuerdo de una historia sobre una pareja que tenía un diner. El marido asesinó a la esposa y la hizo picadillo para la carne de las hamburguesas. Luego un día un hombre se estaba comiendo una hamburguesa y se encontró un trozo de uña. Así fue como descubrieron al marido.

Me acuerdo de que pillaron a Lana Turner robando un refresco en un drugstore.

Me acuerdo de que Rock Hudson fue camionero.

Me acuerdo de que Betty Grable ni fumaba, ni bebía ni iba a las fiestas de Hollywood.

Me acuerdo de una epidemia de tiña que hubo y del miedo de muerte que tenía de contagiarme. Si te daba te afeitaban la cabeza y te ponían una cosa verde por todo el cuero cabelludo.

Me acuerdo de las fuentes que empiezan con un chorro pequeño y cuando pones la cara sale un chorro gigante que se te mete por toda la nariz.

Me acuerdo de la bibliotecaria de mi colegio, la señorita Peabody. Al principio de cada clase teníamos que decir al unísono «Buenos días, señorita Peabody [Cuerpo de Guisante]». Sólo que en vez de eso decíamos «Buenos días, Señorita Peebody [Cuerpo de pis]». Imagino que decidió hacer caso omiso porque nunca llegó a decir nada. Era muy alta y muy delgada y siempre llevaba una cinta o un pañuelo atado a la cabeza, de donde le brotaban un montón de rizos plateados.

Me acuerdo de algunas formas de saltarse el turno de batear cuando tocaba béisbol en clase de gimnasia.

Me acuerdo de que cuando tocaba deporte libre en clase de gimnasia solía escoger los zancos.

Me acuerdo de «Tienes fuego en el faldón de la camisa» y entonces te la sacas por fuera y dices «Pues ya está fuera»[3].

Me acuerdo de «Tienes la portañuela abierta». O tal vez fuese la portezuela. O las dos cosas.

Me acuerdo de los «artículos de papel de cuarto de baño».

Me acuerdo de que me daba vergüenza comprar papel higiénico en la tienda de la esquina si no compraba nada más aparte.

Me acuerdo de uno de los típicos chistes de Tom, Dicky Harry que terminaba con algo así como «Tom’s dick is hairy» [«La polla de Tom es peluda»].

Me acuerdo de los chistes de mal gusto.

Me acuerdo de los chistes de Mary Anne.

Me acuerdo de «Mamá, mamá, no me gusta mi hermano pequeño», «Cállate, Mary Anne, y cómetelo todo». (Esto es un chiste de Mary Anne).

Me acuerdo de una vez que tuve que llevarle una muestra de orina al médico y de lo amarillo y caliente que estaba el bote.

Me acuerdo de los calcetines que siempre se te bajan.

Me acuerdo del niño pequeño con la voz muy grave que salía en Los caballeros las prefieren rubias. (Como una rana).

Me acuerdo de un columpio de terciopelo rojo que salía en una película que se llamaba El columpio de terciopelo rojo.

Me acuerdo de una vez que tuve que bajarme los pantalones para enseñarle la polla a un médico. La tenía roja e hinchada. Una cantidad considerable de picaduras de chinches. (Bastante bochornoso).

Me acuerdo de preguntarme por qué alguien querría ser médico, y todavía me lo pregunto.

Me acuerdo de meterme siempre en líos por regalarlo todo.

Me acuerdo de meterme en un lío de verdad cuando cambié un montón de juguetes caros por una piedra y una navaja.

Me acuerdo de una niña del colegio que tenía las piernas relucientes y resquebrajadas como un jarrón chino.

Me acuerdo de una vez que enterré algunas cosas pensando que algún día alguien las encontraría y se llevaría una grata sorpresa; con todo, días después, las desenterré.

Me acuerdo de cuando Lenox China organizó un concurso de redacciones en colaboración con una tienda local que vendía vajillas Lenox China. Se suponía que quien escribiese la mejor redacción sobre Lenox China ganaba el juego que eligiese; pero no recuerdo que nadie ganase. Creo que, de algún modo u otro, el concurso se canceló.

Me acuerdo del baile en cuadrilla y de «la estrella de Tejas», una de las figuras que se forman.

Me acuerdo de un viejo vestido de fiesta de tafetán azul real que tenía mi hermana pequeña para jugar a los disfraces; me acuerdo de ponérmelo yo.

Me acuerdo de la ropa «heredada».

Me acuerdo del pig-latin[4].

Me acuerdo de leer doce libros todos los veranos para que me diesen un diploma de la biblioteca municipal. Me importaba una mierda leer pero me encantaba conseguir diplomas. Me acuerdo de que cogía libros con la letra grande y un montón de dibujos.

Me acuerdo del dolor de oídos. Del algodón. Y del aceite caliente.

Me acuerdo de que como hubiese un solo grumo ya no me gustaba el puré de patatas.

Me acuerdo del programa de Howdy Doody y de Reina por un día.

Me acuerdo de haber hecho un test de inteligencia y de haber puntuado por debajo de la media. (Nunca antes se lo había dicho a nadie).

Me acuerdo de los pantalones de ciclista.

Me acuerdo de reflexionar sobre si se debe o no se debe matar a una mosca.

Me acuerdo de concederme dos o tres deseos e intentar imaginarme cuáles serían. (En plan: un millón de dólares, que se acabe la polio y la paz mundial).

Me acuerdo de los vestuarios. Y del olor de los vestuarios.

Me acuerdo de un suelo de cemento verde oscuro con huellas húmedas que iban en todas direcciones. De toallas blancas muy finas. Y de «no mirar mucho alrededor».

Me acuerdo de un chico con una polla realmente enorme. Y él lo sabía. Siempre era el último en vestirse. (Se ponía los calcetines lo primero).

Me acuerdo de que yo me ponía los calcetines lo último de todo.

Me acuerdo de que Gene Kelly no tenía paquete.

Me acuerdo del escándalo que se armó con el vestido de Jane Russell en The French Line.

Me acuerdo de un desplegable a todo color en la revista Esquire en el que salía una atrevida foto de Jane Russell tumbada sobre un montón de paja y enseñando un hombro.

Me acuerdo de que las piernas de Betty Grable estaban aseguradas en un millón de dólares.

Me acuerdo de una foto de Jayne Mansfield sentada en un cadillac rosa con dos enormes caniches rosas.

Me acuerdo de lo largos que eran los números de piano de Oscar Levant.

Me acuerdo (creo) de unas chocolatinas que se llamaban Big Dick (Gran Polla).

Me acuerdo de las barritas Payday y de comerme primero todos los cacahuetes de fuera y luego la parte de dentro.

Me acuerdo de una gran cosa marrón y masticable pinchada en un palo que podías chupar y chupar hasta conseguir una punta muy afilada.

Me acuerdo de un caramelo muy muy masticable que se vendía sobre todo en los cines. (Caramelos recubiertos de chocolate en una caja amarilla). Se te quedaban pegados a los dientes. Tanto que una caja te duraba la película entera.

Me acuerdo de lo aburridos que eran los noticiarios.

Me acuerdo de un niño que se llamaba Henry del que se decía que había tirado una mezcla de naranjada y palomitas desde el gallinero del Ritz mientras hacía ruido de arcadas.

Me acuerdo de haber intentado imaginarme a cierta gente yendo al baño.

Me acuerdo de que alguien me contase que si te tirabas un pedo delante de una cerilla salía una gran llamarada azul.

Me acuerdo de que me preguntaba si las niñas también se tiraban pedos.

Me acuerdo de las canicas.

Me acuerdo más de tener canicas que de jugar a las canicas.

Me acuerdo de haber jugado al tejo sin llegar a saber nunca las reglas de verdad.

Me acuerdo de una placa colgada en la pared encima del televisor que decía «Dios bendiga nuestra casa hipotecada».

Me acuerdo de los cuadernos de papel verde clarito. (Eran mejor para la vista que los blancos).

Me acuerdo del comedor del colegio.

De los ruidos de platos de acero entrechocando. De las montañas de bandejas marrones desportilladas. De los cartones de leche pequeños. Y de la gelatina roja cortada a cubitos.

Me acuerdo de que las chicas que trabajaban en el comedor del colegio tenían que ponerse una redecilla en el pelo.

Me acuerdo de la macedonia de frutas.

Me acuerdo de la sopa de pollo con fideos cuando estás malo.

Me acuerdo, siendo muy pequeño, de unos grandes almacenes donde, cuando comprabas algo, la vendedora ponía tu dinero en un recipiente tubular que viajaba a través de una serie de conductos. Después el recipiente volvía con un «dong» y con tu cambio.

Me acuerdo de que me encontré un monedero negro con veintiún dólares en unos grandes almacenes de Saint Louis. Informé de mi hallazgo pero como nadie los reclamó me los pude quedar.

Me acuerdo de que una buena forma para pillar un resfriado es ir por ahí descalzo. No dormir suficiente. Y salir con el pelo mojado.

Me acuerdo de «la barriada de color». (Tulsa).

Me acuerdo de «Los negros que van por ahí conduciendo un gran cadillac resplandeciente viven en casuchas destartaladas».

Me acuerdo de cuando los negros empezaron a mudarse a barrios de blancos. De cómo todo el mundo se echaba a temblar si un negro se mudaba a su vecindario porque el valor de las propiedades bajaba.

Me acuerdo de los globos de chicle. De explotar grandes globos. Y de intentar quitar chicle del pelo.

Me acuerdo de que me comía el pegamento de aeromodelismo que se me quedaba pegado en los dedos. (Ñam, ñam).

Me acuerdo del olor (me encantaba) de la laca de uñas.

Me acuerdo de los talones negros por estrenar zapatos, y de las huellas que iban dejando por el suelo.

Me acuerdo de la primera vez que oí un rumor de agua saliendo de mi barriga (mientras corría) y de que pensé que lo mismo tenía un tumor.

Me acuerdo de pensar lo horrible que sería ser responsable de un incendio donde hubiese muerto gente. O de un accidente de coche.

Me acuerdo, siendo muy pequeño, de una foto en la revista Life en la que salía un hombre desnudo corriendo en llamas por la calle.

Me acuerdo de mi padre intentando quitarme astillas de la mano con una aguja.

Me acuerdo de fantasear convivir en un viejo autobús, o en un viejo vagón, y con cómo lo arreglaría.

Me acuerdo de fantasear con tener un mono de mascota al que vestiría con ropa de hombre y con el que iría a todas partes.

Me acuerdo de fantasear con heredar un montón de dinero de un familiar al que ni siquiera conocía.

Me acuerdo de fantasear con triunfar en Nueva York. (¡Ático de lujo inclusive!).

Me acuerdo de cuando vivía en el Lower East Side.

Me acuerdo de la Segunda Avenida y de las tartitas individuales de fresas del Ratner’s.

Me acuerdo del cine Saint Mark (45 centavos hasta las seis). De la máquina roja de palomitas. Y de muchos hombres viejos.

Me acuerdo de la «mujer de los gatos», que siempre iba vestida de negro. Y con varias capas de medias. Una encima de otra encima de otra. Le llamaban la «mujer de los gatos» porque por la noche iba por ahí dándole de comer a los gatos. Tenía el pelo tan enmarañado que no creo que pudiese pasarse un peine. Se pasaba el día dando vueltas por las calles haciendo no sé muy bien qué. Nunca iba sin su carrito lleno de bolsas de papel llenas de sólo Dios sabe qué. Según ella, había otras mujeres de los gatos que cuidaban de los gatos de otras zonas del Lower East Side. Hasta qué punto estaban organizadas estas mujeres eso ya no lo sé.

Me acuerdo de los huevos de Pascua ucranianos que se vendían durante todo el año.

Me acuerdo de unas finas láminas de caramelo de albaricoque en los escaparates de las tiendas gourmet.

Me acuerdo de Le Metro. (Un café de la Segunda Avenida donde hacían lecturas de poesía). De Paul Blackburn. Y de Diane Di Prima sentada encima de un piano leyendo sus poemas.

Me acuerdo de lo bonito que se ponía el Lower East Side cuando nevaba. (Tan blanco y negro).

Me acuerdo del Klein’s en Navidad.

Me acuerdo del Folk City. Del Man Power. Y de vender libros en The Strand.

Me acuerdo de una vez que fui de compras con Pat Padgett (Pat Mitchell por aquel entonces) y le metí un filete en el bolsillo del abrigo sin que se diese cuenta.

Me acuerdo de cuando fui a una iglesia en el Bowery en la que daban trabajo por un día a los vagabundos y me mandaron a una pequeña sinagoga cuyo rabino era tan desagradable que a mitad del día no pude aguantarlo más y me esfumé. (Sin cobrar).

Me acuerdo de que los discos de Leadbelly eran más pequeños que la mayoría de los discos.

Me acuerdo de Delancey Street. Del puente de Brooklyn. De Orchard Street. De los ferris de la isla de Staten. Y de pasear de noche por Wall Street. (Nadie).

Me acuerdo de mi vecino en la Avenida B, un hombre muy mayor. Seguramente ya estará muerto.

Me acuerdo de «No hay dos copos de nieve iguales».

Me acuerdo de las chaquetas de fieltro mexicanas que tenían en la espalda figuras de mexicanos echándose la siesta. Y macetas con cactus en los bolsillos.

Me acuerdo del 4 de julio. De las bengalas. Y de las historias sobre lo peligrosos que eran los fuegos artificiales.

Me acuerdo de que sólo me dejaban jugar con bengalas. (Y me acuerdo de que a mí sólo me gustaban las bengalas).

Me acuerdo de la nieve, de hacer helado de nieve, y de no tener nunca mucha suerte haciendo muñecos de nieve.

Me acuerdo de hacer ángeles en la nieve tirándome de espaldas y moviendo los brazos de arriba abajo y las piernas a un lado y a otro.

Me acuerdo de los paseos en vagones de heno y de las fiestas de pijamas.

Me acuerdo de los tarritos de nata de los restaurantes.

Me acuerdo de las «estatuas». (Un juego en el que alguien te daba vueltas y vueltas y después te dejaba suelto y tenías que quedarte parado en la posición en que aterrizabas).

Me acuerdo de las cazadoras de satén fabricadas en Japón con banderas de EE.UU. y dragones bordados en la espalda.

Me acuerdo de los pomelos rosas eran todo un manjar.

Me acuerdo de los chaquetones mackinaws.

Me acuerdo de las llaves de los patines.

Me acuerdo de los tráileres: «Próximamente…». De los picnis de empresa. De las cocheras para dos coches. Y de los grandes ventanales.

Me acuerdo de las carreras de sacos de patatas.

Me acuerdo de «Los palos y las piedras pueden romperme los huesos pero las palabras nunca me harán eso».

Me acuerdo de las manchas de hierba en las rodillas.

Me acuerdo de que todos los años había que hacer una redacción en el colegio sobre el ahorro para un concurso anual de redacciones sobre el ahorro, y de que nunca gané.

Me acuerdo de que no entendía cómo un bebé podía salir de un agujero tan pequeño. (Sigo sin entenderlo).

Me acuerdo del juego de las matatenas.

Me acuerdo de deshojar la margarita.

Me acuerdo de «Me quiere… No me quiere…».

Me acuerdo de fantasear con tener superpoderes y dejar a todo el mundo con la boca abierta ante la increíble fiabilidad de mis predicciones.

Me acuerdo de que predecía un accidente de avión pero nadie me hacía caso. (Fantasía).

Me acuerdo de las colas de mapache colgadas de antenas de coche.

Me acuerdo del té de sasafrás, de los nabos y de los caquis.

Me acuerdo de buscar tréboles de cuatro hojas, aunque no mucho rato.

Me acuerdo de los platos giratorios en medio de la mesa.

Me acuerdo de seguir mi dirección en el remite de las cartas hasta incluir «La Tierra» y «El Universo».

Me acuerdo de las rodajas de piña Dole sobre un lecho de lechuga con queso fresco por encima y, a veces, una guinda sobre todo lo demás.

Me acuerdo de «Corea».

Me acuerdo de puntos negros gigantes en caras pequeñas en los anuncios de las contracubiertas de las revistas.

Me acuerdo de unos yoyós muy historiados con incrustaciones de pedrería.

Me acuerdo de una vez en que estaba lloviendo a un lado de nuestra valla y al otro no.

Me acuerdo de arco íris que me defraudaron.

Me acuerdo de grandes puzzles en mesitas de juego que jamás llegaban a terminarse.

Me acuerdo de las galletas de chocolate Oreo con un vaso grande de leche.

Me acuerdo del flan de vainilla con barquillos de vainilla por dentro y rodajas de plátano por encima.

Me acuerdo del bizcocho y de preguntarme qué sentido tenía aquel agujero en el centro.

Me acuerdo de cuando mi madre metía los mondadientes en las tartas para ver si estaban hechas.

Me acuerdo de las poncheras prestadas.

Me acuerdo de fantasías en las que perdía para siempre el habla y el oído y sólo me podía comunicar escribiendo notas todo el rato. (¡Qué divertido!).

Me acuerdo de intentar no quedarme mirando a la gente que tenía audífono. (O intentar mirarlos con naturalidad).

Me acuerdo de los aparatos (en los dientes) y de cómo, en el instituto, se consideraban hasta cierto punto un símbolo de estatus.

Me acuerdo de que me daba vergüenza sonarme la nariz en público.

Me acuerdo de que no iba al baño en lugares públicos si no sabía dónde estaba.

Me acuerdo de, estando de viaje, poner papel higiénico en la taza del váter porque «Nunca se sabe».

Me acuerdo de «popó» y «pipí».

Me acuerdo de una vez que me miré minuciosamente la polla y los huevos y de lo asquerosos que me parecieron.

Me acuerdo de fantasear con que me creciera la polla sin más durante la noche. (¡Un enigma médico!).

Me acuerdo de tener fantasías sexuales en las que me forzaban a «actuar».

Me acuerdo de las historietas que venían en los botellines de coca-cola.

Me acuerdo de leer en alguna parte que la polla media en erección medía de quince a veinte centímetros de largo, y de salir corriendo a buscar una regla.

Me acuerdo de historias sobre monjas y velas y sobre arrojar bebés a la caldera del sótano.

Me acuerdo de hacer trampas en el solitario.

Me acuerdo de, a veces, jugando, dejar ganar a alguien.

Me acuerdo de cruzar los dedos detrás de la espalda cuando dices una mentira.

Me acuerdo de que pensaba que los cómics que no eran cómicos no deberían llamarse cómics.

Me acuerdo de fantasías sobre hacer «habitable» la parte de atrás de un coche, con cortinas, una cocina plegable, etc.

Me acuerdo de fantasías sobre hacerme mayor y adoptar a un niño.

Me acuerdo de intentar imaginarme qué cara tendría de viejo.

Me acuerdo de las medias color carne de las mujeres mayores: no se ve nada al través.

Me acuerdo de los «no tobillos» de algunas mujeres mayores.

Me acuerdo de intentar imaginarme a mi abuelo desnudo. (¡Agg!).

Me acuerdo de estar colado por una prima mía y de que mi madre me dijese que no me podía casar con una prima: «Pero, ¿por qué no puedo casarme con una prima?» y «Porque va contra la ley» y «Pero, ¿por qué va contra la ley?», etc.

Me acuerdo del rumor según el cual si se casaban una persona negra y una blanca les salían los hijos con lunares blancos y negros.

Me acuerdo de un niño que podía enrollarse los labios («labios de negro») y dejárselos así un buen rato.

Me acuerdo del polvillo blanco de las esponjitas que se te quedaba en los labios.

Me acuerdo de un niño muy grande que se llamaba Teddy y que tenía una madre con unas piernas muy peludas. (Algunos pelos largos y negros le sobresalían por las medias).

Me acuerdo de los cortos de Dagwood y Blondie antes de que empezase la película.

Me acuerdo de que me prohibía a mí mismo comer chucherías antes de que empezase la película.

Me acuerdo de las grandes escenas de guerra y de que no entendía cómo se las arreglaban para que no resultase herida mucha gente.

Me acuerdo de que esas sandalias y esas faldas cortas me parecían poco prácticas para ir a la guerra.

Me acuerdo de lo blancas y negras que eran al principio las películas de «arte y ensayo».

Me acuerdo de escenas en dormitorios en los que enfocaban más que nada el papel pintado.

Me acuerdo de la estrechísima cintura de Gina Lollobrigida en Trapecio.

Me acuerdo de escenas en habitaciones en las que la cámara sale por la ventana y va bajando hacia el mar hasta llegar al rompeolas.

Me acuerdo de un peinado de Jane Russell con el pelo echado hacia un lado y, por arriba, liso como una plancha.

Me acuerdo de que Rock Hudson, Charlie Chaplin y Lyndon Johnson tenían pollas enormes.

Me acuerdo de los rumores sobre lo que tuvo que hacer Marlon Brando para conseguir su primer papel.

Me acuerdo del rumor de que a Marlon Brandon le gustaban las orientales porque tenía la polla muy chica.

Me acuerdo de las grandes discusiones con Pat y Ron Padgett, y con Ted Berrigan, sobre el significado del simbolismo de La dolce vita después de verla.

Me acuerdo de las sombras de pies por debajo de la rendija de la puerta. Y de primeros planos de pomos girando.

Me acuerdo de enfadarme cuando alguien se levantaba de la cama y se ponía a dar vueltas a solas por el castillo en plena noche (pidiendo guerra) en vez de quedarse en su habitación sano y salvo.

Me acuerdo de que el pelo no se despeina cuando quieres que se despeine.

Me acuerdo de, cuando haces con la boca un ruido como de lancha motora, las cosquillas que te entran por la nariz.

Me acuerdo de las plantas de la selva que se comen a las personas.

Me acuerdo de los cigarrillos de chocolate que parecían ceras.

Me acuerdo de encontrar una cosa en una guantera en la que ya había buscado antes pero no la había visto.

Me acuerdo de los portazos de las puertas mosquiteras. Y de «Que van a entrar las moscas».

Me acuerdo de los taburetes de los bares y de las mesas rinconeras de las cocinas y de los maceteros de cobre para la hiedra.

Me acuerdo de los recitales de claqué.

Me acuerdo de los cupones de los polos Popsicle. De los recortables de bailarinas. Y de las huchas de cerdito en cristal fantasía de las que no había manera de sacar el dinero salvo agitándolas de arriba abajo.

Me acuerdo de una hucha que era un payaso de hojalata que sacaba la lengua y de una que era un mono que se quitaba el sombrero a modo de saludo.

Me acuerdo de velos encima de sombreros encima de caras salpicadas de puntitos borrosos.

Me acuerdo del derecho parlamentario. De las preguntas tipo test. Y de las cortinas de papel.

Me acuerdo del Aspergum. De los vestidos muumuus. Y de hacer cestitos de Pascua en el colegio con cajas vacías de cereales Quaker.

Me acuerdo de las zapatillas de estar en casa que eran sólo unas suelas de cuero cosidas a unos calcetines.

Me acuerdo de las cochinillas, los bichos que se hacen una bola cuando los tocas.

Me acuerdo de esos matojos amarillos que son lo primero que sale en primavera.

Me acuerdo de que cuando era pequeño le dije aun adulto que de mayor quería ser bombero o vaquero pero, aun así, no recuerdo haber querido serlo.

Me acuerdo de los libros para aprender a leer de Dicky Jane, y de Sally y del perro Spot y del poli bueno y de «Corre, corre, corre».

Me acuerdo de un dibujo de George Washington con la parte de abajo inacabada que había en muchas aulas.

Me acuerdo de los quingombós, de las gachas de maíz, del hígado y de las espinacas.

Me acuerdo de que las zanahorias son buenas para la vista y de que las habichuelas te dan gases.

Me acuerdo de que los gatos tienen nueve vidas.

Me acuerdo de «Con una manzana al día, no hace falta medicina».

Me acuerdo del arroz inflado disparado por cañones.

Me acuerdo de Pim, Pum y Pam. (Rice Krispies).

Me acuerdo de un cenicero con forma de casa en el que cuando dejabas reposar el cigarro (atravesando la puerta) el humo salía por la chimenea.

Me acuerdo de Rudolph, el reno de la nariz roja.

Me acuerdo de un cacharro para los mondadientes que tenía un pájaro que te cogía el mondadientes con el pico cuando le hacías algo (¿?) en la cola.

Me acuerdo de las viñetas cómicas de «recién casados».

Me acuerdo de las viñetas cómicas de «perdido en una isla en medio del mar».

Me acuerdo de los anuarios del instituto, y de firmar anuarios y de «Las rosas son rojas y las violetas azules. Mi amor es uno y ni en broma eres tú».

Me acuerdo de una foto de grupo en un anuario del instituto en la que salía un chaval en la última fila poniendo los cuernos al de delante.

Me acuerdo de una foto en el anuario del mismo año donde se veía a un destacado atleta corriendo y de que, si te la acercabas mucho, podías ver lo que parecía ser la punta del pene sobresaliendo por debajo del pantaloncillo.

Me acuerdo de «My Wild Irish Rose».

Me acuerdo de que la Penny de las viñetas del domingo siempre estaba hablando por teléfono en posturas insospechadas y rodeada por montañas de comida.

Me acuerdo de que el padre de Penny siempre llevaba una pipa en la boca.

Me acuerdo del olor a tabaco del aliento de mi padre.

Me acuerdo de la colección de novelas de Zane Grey de mi padre y de un libro guarro que se llamaba Cómo camelarse a Mary.

Me acuerdo de la escayola.

Me acuerdo de las figurillas de escayola que se hacían en moldes de goma roja y que después se pintaban.

Me acuerdo de los cojines de adorno. De las calcomanías del cuarto de baño. De los calcetines de rombos. De los doseles de las cortinas. Y del flan de tapioca.

Me acuerdo de la loción limpiadora. De «Tums for the tummy»[5]. Y de la serie Our Miss Brooks.

Me acuerdo de los sujetalibros. De las poltronas. De las mesitas auxiliares.

Me acuerdo de Amos & Andy. De Vivir con papá. Y de La mula Francis.

Me acuerdo de las batas de pintor. De las paletas con forma de hígado. Y de los grandes lazos negros.

Me acuerdo de las comedias de May Pa Kettle. De las «manos de fregar». Del linóleo. De las alambradas. De los chistes del «perro lanudo»[6]. De las casas de estuco. De los juegos de bolígrafo y lápiz. De los juegos de construcciones Tinker Toy y Lincoln Logs. Y de los vaqueros rojos para niñas.

Me acuerdo de unos vaqueros marrones que tuve una vez.

Me acuerdo de haber pensado en lo bochornoso que tenía que ser apellidarse Hitler.

Me acuerdo de una biblia blanca en miniatura no más grande que una caja de cerillas.

Me acuerdo de que la historia de Noé y su arca me parecía demasiado fantástica.

Me acuerdo de «Dios es Amor es Arte es Vida». Creo que me lo inventé en el instituto. O a lo mejor fue Ron Padgett. Sea como sea, el caso es que me acuerdo de que lo sentía en lo más hondo de mi ser.

Me acuerdo de los bares de ambiente.

Me acuerdo de apoyarme contra la pared en los bares de ambiente.

Me acuerdo de quedarme de pie muy recto en los bares de ambiente.

Me acuerdo de darme cuenta de repente de «cómo» estoy cogiendo el cigarro en los bares de ambiente.

Me acuerdo de no gustarme a mí mismo por no entrarle a tíos a los que podría ligarme sólo por la posibilidad de ser rechazado.

Me acuerdo de que decidí que tenía que cortar con todo ese rollo y llegar y preguntarle sin más al tío que me gustase «¿Te quieres venir conmigo a casa?»; y así lo hice. Y no funcionó. Salvo una vez. Y él estaba borracho. A la mañana siguiente me dejó una postal con un dibujo de Jesús firmada por detrás: «Con amor, Jesús». Me dijo que era amigo de Alien Ginsberg.

Me acuerdo de pantalones blancos pegados. De algunas formas de estar. De cabelleras rubias. Y de vaqueros despintados con lejía.

Me acuerdo del «paquete».

Me acuerdo de las «canicas» bien colocadas en la pernera izquierda o en la derecha.

Me acuerdo de caras bonitas que no se mueven.

Me acuerdo de la música «sexy» a todo volumen. De demasiada cerveza. De las miraditas. Y de no gustarme a mí mismo por jugar también al «juego».

Me acuerdo de que, a pesar de todo, también me gusta jugar al juego.

Me acuerdo de hacer como si me interesase el billar.

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