Maverick

Maverick


10. Janet

Página 14 de 31

10

Janet

La doctora Anastasi se subió a la cinta deslizante en la parada del túnel de tránsito, dio una vuelta por el vestíbulo y cruzó a otra de las cintas.

—Mira esto, Basalom. ¿Has visto alguna vez un gasto tan ostentoso?

La Primera y la Segunda Ley de la Robótica le avisaban de que no podía responder con una mentira, pero Basalom dedujo por su experiencia que su señora no deseaba una respuesta completamente cierta. Se mantuvo en silencio mientras dejaba una respetuosa distancia de tres pasos entre ellos pero al tiempo se sumergió en un diálogo interno: «En realidad, doctora Anastasi, ambos hemos visto algo exactamente igual que esto, ¿o ha olvidado ya a los ceremiones?».

La doctora Anastasi daba golpes con los nudillos en una viga de soporte del techo al tiempo que la cinta subía hacia el siguiente piso:

—Dios mío. Hierro. Acero cromado. Plásticos petroquímicos. Han debido derribar una montaña entera para construir este sitio.

—Muy posiblemente, señora —«Aunque en ese caso el equipo de exploración hubiera encontrado una ligera contaminación térmica, ¿no?».

La doctora Anastasi movió la cabeza:

—Cuando pienso en todo el daño ecológico que estas cosas deben causar… Piénsalo Basalom. Miles de hectáreas de biosfera allanadas, degradadas y convertidas en estériles del todo. Especies enteras desplazadas —se dio la vuelta y abarcó el edificio con un amplio movimiento—. Ya sabes, me lo figuraba. Las Robot Cities son nidos de hormigas rojas. Enormes nidos de hormigas rojas.

La alusión era un poco confusa; a Basalom le llevó treinta nanosegundos cruzar sus referencias y hacer la conexión. «Hormiga roja: Solenopsis saevissima richteri. Fiera hormiga omnívora con aguijón responsable de la Gran crisis de la agricultura de principios del siglo XXI. Ver Historia de Norteamérica, Incremento de población de 2014». Entonces se dio cuenta de que Janet estaba, obviamente, esperando que él le pidiera una explicación:

—¿Hormigas rojas, señora?

—Desagradables, pequeños y marrones bichos de la Tierra. En algún momento alguien, de forma accidental, las exportó a uno de los mundos espaciales. Al principio sólo hay una reina. Pero su descendencia construye esos enormes, enrevesados y casi indestructibles nidos, despojan la tierra de todo lo que sea comestible y matan o conducen a todas las especies nativas a la muerte. Muy pronto, en vez de una pradera, lo que tienes es un par de hectáreas de un sólido nido de hormigas rojas. Y entonces envían hordas de reinas voladoras a crear nuevas colonias.

La cinta deslizante alcanzó otro piso y Janet miró a su alrededor:

—Sí, si las hormigas rojas se establecen en algún lugar, será mejor arrasarlo con una bomba y volver a empezar desde cero.

Llegaron a la cima de la cinta. Janet giró y se dirigió decidida a un enorme pasillo arqueado y abierto; Basalom la siguió un instante después, a tiempo para ver a la doctora Anastasi sostenida por dos altos robots de seguridad de color negro mate.

La reacción que le marcó la Primera Ley fue inmediata y arrolladora: «La doctora Anastasi está siendo atacada. Debo defenderla».

Aunque comenzó a moverse, en unos nanosegundos las observaciones secundarias llegaron a su procesador central de pensamiento. Los robots de seguridad eran modelos Avernus estándar de Robot City: macizos, sólidos, de cuatro metros de altura, equipados con terroríficas pinzas en lugar de manos, de algún modo más amenazadoras que las antiguas de los modelos Gort que hacían los principales trabajos de seguridad en los mundos espaciales. «Estos robots están sujetos a la Primera Ley como yo. La doctora Anastasi no está en peligro. Quizás la están reteniendo para evitar que ella pueda entrar en un área potencialmente peligrosa».

El rostro de la doctora Anastasi se puso rojo hasta las raíces de su rubio cabello y golpeó inútilmente la superficie de metal del pecho del robot:

—¡Bájame!

—Ésta es un área restringida —dijo el robot con una voz que sonaba como un cascabel en una limadora.

—Éste es el vestíbulo central. No puede ser un área restringida.

El robot inclinó su enorme cabeza en forma de casco hacia atrás y examino su rostro:

—Usted no está en mi archivo de permisos. Acceso denegado. Si desea hacer una petición de permiso…

—¡Cállate! —dio un puñetazo a la bestia negra en un lado de la cabeza y él respondió cambiando la forma en que la tenía agarrada de manera que ella no pudiera mover los brazos.

De forma casual, Basalom se introdujo en su campo de visión, se paró un paso por detrás del perímetro de reacción de los robots de seguridad y abrió el canal del intercomunicador:

—Hola. ¿Hay algún problema?

Ésta es un área restringida —contestó el robot que estaba Ubre. Curiosamente, la señal del intercomunicador reprodujo el mismo tono de voz que el sintetizador de la otra voz.

—Ah, ya veo —miró a la doctora como con curiosidad—. ¿Qué ha hecho ella?

—Ha intentado entrar en la zona restringida sin los permisos adecuados.

La doctora Anastasi resopló de nuevo:

—¡Bájame, cabeza de chorlito!

Basalom movió la cabeza inteligentemente:

—Y vosotros la habéis detenido. Buen trabajo. Pero decidme, ¿por qué es ésta una zona restringida?

—Para prevenir el riesgo de posibles ataques a la Central. Esta mujer encaja en el perfil de un atacante potencial.

La doctora Anastasi liberó una de sus piernas y dio al robot de seguridad un buen puntapié en la juntura de la rodilla. El eco se extendió por el vestíbulo.

Basalom asintió de nuevo con la cabeza:

—Por supuesto que lo es —miró de nuevo al robot de seguridad—. Sin embargo, tengo una curiosidad. ¿Quién ha dado la orden de restringir esta área?

—El Consejo supervisor.

—Y todos ellos son robots, ¿correcto?

—Sí.

Basalom se acercó un poco más, como si examinara a Janet, pero se mantuvo prudentemente fuera del perímetro de acción de los robots de seguridad:

—Por supuesto, vosotros os dais cuenta de que ella es una humana.

Ambos robots respondieron:

—Por supuesto —y el que sujetaba a la doctora Anastasi continuó—: Por eso estoy sosteniéndola sin causarle ningún daño.

Basalom dio un paso atrás y miró al robot directamente a los ojos:

—Según la Segunda Ley, cualquier orden dada por un humano anula las órdenes dadas por un robot, aunque el robot pertenezca al Consejo supervisor.

—La protección de la Central proviene directamente de nuestra programación básica, que fue instalada por el humano doctor Avery —el robot de seguridad dudaba, pero persistía—. Esta información de seguridad está antes que la obligación de seguir una orden humana de más alta prioridad.

Basalom cambió su razonamiento:

—La doctora Anastasi es una antigua colega del doctor Avery —suficientemente cierto, ya que lo fue una vez. Basalom no sintió la necesidad de ampliar la relación—. Ella no es un peligro para la Central. En cualquier caso, las reacciones humanas son tan lentas comparadas con las de los robots que tú o yo podríamos detenerla si intentara un asalto a la Central. Además, su orden es directa e inmediata y ésta es una situación no prevista en tu programación —también bastante cierto—. Te sugiero que comiences a obedecer sus órdenes.

Los robots de seguridad podían ser un poco torpes, pero incluso ellos podían entenderlo.

—Oh.

Janet chilló:

—Suéltame —el robot que la sujetaba lo hizo y ella golpeó el suelo con un plaf. Al instante, Basalom estaba a su lado para ayudarla a levantarse. Todos los sentidos de ella estaban puestos en el robot de seguridad; la única atención que le prestó a Basalom fue para murmurar:

—Realmente sabes cómo hablarles a estas cosas.

—Por supuesto, señora.

Incorporándose, la doctora Anastasi se estiró la ropa y clavó sus ojos de acero en los robots de seguridad:

—Bueno, espero que los dos hayáis aprendido la lección. Vamos Basalom —aunque los robots de seguridad eran más de dos metros más altos que Janet, ella los empujó a un lado y se abrió camino firmemente hacia el vestíbulo central.

Basalom la siguió. Uno de los robots de seguridad comenzó a abrir su intercomunicador para comprobar la autorización de seguridad de Basalom, pero Basalom se le adelantó:

La Segunda Ley: la doctora Anastasi me ha ordenado que la acompañe. Por lo tanto, ella desea que yo entre en esta área y por lo tanto ella desea que vosotros me permitáis pasar —los robots de seguridad estaban todavía intentando descifrar esto último mando Basalom y la doctora Anastasi desaparecieron de su vista al doblar una esquina.

Unos segundos después, se encontraban en el atrio del corazón de la Central, en frente de la enorme losa central que sostenía los dispositivos de entrada/salida de la consola de la Central. Basalom no sabía muy bien por qué, pero sintió una vaga sensación de intranquilidad en presencia de esa gran máquina. Había molestos y agudos subsonidos en el aire y un profundo y tembloroso tamborileo en la banda de 102-Mhz. Los potenciales positrónicos afloraban en su cerebro y señalaban una confusa conclusión: algo estaba mal. Pero ¿qué?

La impaciencia de la doctora Anastasi aumentó. Cruzó los brazos. Dio golpecitos con un pie. Se aclaró la garganta ruidosamente. Por fin, el único y rojo ojo de la Central despertó. Sonidos rechinantes y metálicos emanaban de su sintetizador de voz, seguidos por un estallido de sonido limpio y un zumbido en 60 ciclos que se resolvió lentamente en una palabra:

—¿Hummm?

Janet descruzó los brazos y dio un paso adelante:

—Central, soy la doctora Janet Anastasi. Estoy aquí para…

—Buenos días, doctora Chandra —dijo la máquina—. Espero con ilusión el comienzo de mis lecciones.

Janet parpadeó, movió la cabeza y lo intentó de nuevo:

—Anastasi. Mi nombre es Anastasi. No tengo mucho tiempo, así que…

—Tiempo —dijo la Central— es una convención formada por la mente colectiva de las mentes pensantes. No tiene significado objetivo fuera de esa visión.

La doctora Anastasi se giró hacia Basalom:

—¿Tienes alguna idea sobre lo que está hablando?

Basalom emitió una breve pregunta a través del intercomunicador, pero no obtuvo nada salvo el silencio en respuesta:

—No, señora.

Janet se encogió de hombros y se giró de nuevo hacia la Central:

—Una vez más entonces. Mi nombre es Janet Anastasi. Soy robotista. Aproximadamente hace un año, dejé una máquina de aprendizaje experimental en la superficie de este planeta. Su misión era…

El ojo de la central llameó y luego se apagó por completo lentamente.

No pronunció ninguna respuesta; la Central había vuelto al modo de espera. Cuando se giró hacia Janet, Basalom la encontró mirándose a los pies y contando números en voz alta. La situación se salvó por la llegada de un alto y esbelto robot de color azul pálido construido siguiendo las líneas del modelo Euler de Avery.

El robot recorrió el atrio y comenzó a hablar de forma acelerada y apresurada:

—Hola. Usted debe ser la doctora Anastasi. Por favor, acepte mis disculpas por no haber ido a recibirla al espacio-puerto. Su llegada nos cogió totalmente por sorpresa.

Janet levantó la mirada:

—No, ¿en serio?

El robot de ciudad no estaba habituado a tratar con humanos y por ello no estaba entrenado para detectar el sarcasmo:

—Totalmente. Soy el supervisor de ciudad 3. Pero quizás encuentre más conveniente llamarme Beta. Estaba ocupado con un gran proyecto de investigación pero he acudido tan pronto como he podido delegar mi autoridad. Si es necesario, mis compañeros supervisores pueden venir también. Puede considerar que la ciudad entera está a su disposición.

Janet miró alrededor del vestíbulo y reflexionó sobre el significado de la palabra disposición:

—Gracias. Para ser honesta, Beta, ¿no?, no quiero pasar aquí más tiempo del que sea absolutamente necesario. Sólo vine para conseguir la respuesta a una pregunta. Antes de formularla, sin embargo, tengo una nueva. ¿Qué demonios le ocurre a la Central?

Los ojos de Beta se oscurecieron y arrastró un pie nerviosamente. Basalom detectó un suave deje de tristeza en el canal del intercomunicador.

—La Central ha sido dañada —dijo Beta.

—Estás bromeando. ¿Qué pasó?

—Un robot salvaje invadió el vestíbulo y atacó a la Central —Beta levantó la vista—. Tiene que entenderlo, fue antes de que nos diéramos cuenta de la necesidad de instalar medidas de seguridad más eficaces.

Janet se frotó el brazo distraída:

—Sí, ya me he encontrado con vuestras medidas de seguridad. Pero retrocedamos un momento: ¿Has dicho un robot salvaje? No intento ofenderte, pero nunca he oído hablar de un robot así hasta ahora y mucho menos de un robot Avery salvaje.

—No era un robot Avery.

Janet se sintió súbitamente sacudida por una desagradable sensación de desazón:

—¿Qué tipo de robot era?

Los ojos de Beta se encendieron y miró a Basalom por un momento:

—No estamos seguros. No era un diseño con el que estuviéramos familiarizados. Por ejemplo, estaba construido de un material celular similar al nuestro pero de un grano mucho más fino. Y, aunque estaba sujeto a las Tres Leyes de la Robótica, parecía no tener una idea clara de lo que era un humano.

Basalom conectó su intercomunicador:

—Prepárate para descargar información —cuando Beta estuvo listo, Basalom le transmitió un resumen de las especificaciones de las máquinas de aprendizaje—. ¿Era éste el robot que atacó a la Central?

—después, en voz alta Beta repitió:

—Sí. Ése era. El robot salvaje era del tipo que has descrito como máquina de aprendizaje. Eso explica muchas cosas.

Janet agarró a Beta y lo giró para que la mirara:

—¿Cómo qué? ¿Qué hizo exactamente el robot salvaje?

Los ojos de Beta se iluminaron de nuevo y hubo una vacilación en su voz:

—Doctora Anastasi, el robot salvaje estaba aparentemente convencido de que pertenecía a la especie local. Adoptó su forma. Tomó el liderazgo de una pequeña unidad sociopolítica. Por lo que hemos podido establecer después, fue supuestamente adoptado por esa unidad como si fuera un dios menor.

Janet soltó a Beta y maldijo:

—Demonios…

—La máquina de aprendizaje lideró varios ataques contra Robot City. Destruyó a varios cazadores rastreadores, unos cuantos robots de trabajo y aún supervisor Gama en dos diferentes ocasiones. Por último, intentó destruir la Central.

Janet se sentó en el suelo y escondió el rostro tras sus manos:

—Demonios, demonios… —miró hacia arriba y agarró la rodilla de Beta—. ¿Qué le pasó?

—El señor Derec… ¿Conoce usted al humano llamado Derec, también conocido como David?

Janet sonrió ante la mención de su hijo:

—He oído hablar de él.

—El señor Derec vino y convenció al robot salvaje de que él era un humano. Tomó la forma de un robot normal y dejó el planeta como parte del séquito del señor Derec.

Mirando a Basalom con el ceño fruncido, la doctora Anastasi se levantó y comenzó a arreglarse el pelo:

—Bueno, supongo que es lo mejor que podíamos esperar. Al menos no ha sido destruido —se giró hacia Beta—. Y ¿dices que la máquina de aprendizaje asumió el liderazgo de los seres primitivos?

—Sí, señora. Nuestro actual proyecto de investigación se dedica a estudiar a los primitivos. Por lo que hemos podido decodificar de su lenguaje, parece que los primitivos consideran a la máquina de aprender una figura mesiánica. Ha causado un gran trastorno en su orden social.

La doctora Anastasi se dio un golpe en la mejilla:

—Ya veo. Entonces, ahora estáis intentando reparar el daño.

—No señora. Hemos decidido que el trastorno es demasiado importante para que nosotros podamos arreglarlo. En vez de eso, estamos buscando formas de sacarle partido para conseguir convencer a los nativos de que vivan en la ciudad.

—¿Qué?

Beta continuó indiferente:

—Robot City existe para servir a los humanos. Como no hay humanos que residan de forma permanente en este mundo, hemos decidido que los primitivos inteligentes son equivalentes a los humanos, o casi humanos. Por ello, para que podamos protegerlos y servirlos, deben fijar su residencia en la ciudad.

Janet volvió a mirarse los pies y comenzó a contar de nuevo. Basalom conectó su visión termográfica y percibió que el volcán Anastasi estaba próximo a entrar en erupción de nuevo. Janet dijo:

—Supongo que lo próximo que vas a decirme es que es por su propio bien.

—Por supuesto, señora. Nuestras observaciones indican que los casi humanos viven en un medio sucio y peligroso. Si podemos persuadirlos de que acepten algunos cambios, podemos hacer sus vidas mucho más agradables.

Por esta vez, Janet calmó su enfado:

—De acuerdo Basalom. Contacta con la nave. Dile que vamos a quedamos aquí un tiempo. Debemos intentar convertir a estos fascistas de hojalata en un equipo constructivo —Basalom abrió su canal de comunicación e hizo lo que la doctora le había indicado.

Mientras todavía estaba comunicándose, interceptó una transmisión codificada proveniente de Beta. El código era muy simple, compuesto por trasposiciones de números primos y Basalom lo descifró en sólo 50 nanosegundos. Justo a tiempo para captar la respuesta transmitida por Beta.

—Continúa, Lingüista 6.

—Nos hemos visto envueltos en una fiesta de caza de los casi humanos. El supervisor Gama ha sido destruido.

—¿Otra vez? Muy bien, trata de salvar su cerebro si ellos te dejan.

—Eso sería difícil. Biólogo 42 ha caído con una pierna dañada. Químico orgánico 20 está bloqueado por un dilema sobre la Primera Ley y yo he perdido el brazo izquierdo por debajo del codo.

—Entendido. Abortad misión. Volved a la ciudad.

—Lo haríamos si pudiéramos. Los casi humanos nos tienen rodeados en un círculo. Nos cortan el paso. No creo que salgamos de ésta. Lo mejor es que enviemos los datos recogidos ahora. Prepárate para el volcado de la memoria central.

—Preparado.

—Comienzo a trans…

Después de eso, sólo hubo silencio.

Ir a la siguiente página

Report Page