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Retales madrileños » 29. Breve repertorio madrileño

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Paloma (Virgen de la). Su imagen la encontraron a finales del XVIII unos niños jugando. Más popular aún que la Almudena, patrona de Madrid (con sus variaciones, a cuál más bonita: Asunción Alba, Azucena, Estrella y Mar). Da nombre a la verbena por antonomasia, con toda clase de atracciones y casetas, entre las que se hizo célebre la de las papeletas con el sino, por lo atinado de sus vaticinios («Te espera el amor de tu vida. Lo tienes cerca»; «Hay alguien que le quiere mal.

Atento», y así).

Pasajes. Invento parisino de comienzos del XIX, que tuvo en Madrid efímeras réplicas: el de Iris, el de Matheu, el de Jordá y el de Murga, el Villa de Madrid y Nueva Galería, todos ellos muy cerca de la Puerta del Sol. Dice Walter Benjamin que los pasajes fueron en París el sueño de la modernidad en unos años en que Madrid seguía con la siesta. Ha sobrevivido uno en Carretas, el de los Relojeros, casi siempre solitario, silencioso y mal iluminado, donde hubo una librería de viejo a la que yo he ido mucho por si aparecía la famosa maleta del filósofo alemán.

Paseante en corte. «Sujeto que no tiene oficio ni beneficio ni empleo» (Diccionario de 1791). En Madrid, un tercio de la población (entre paseantes y parados).

Paseo (dar el paseo). En el Madrid de la guerra civil del 36, llevar a alguien a las afueras para ser asesinado. Se decía también que se les daba «el matarile» o mulé, o sea, la muerte por descarga de fusilería o bala en la cabeza.

Pasteleo. Según Josep Pla, palabra muy madrileña que explica lo que sucede en la capital, pero en absoluto en el casino de Palafrugell (ni mucho menos entre los probos catalanes del «3 %»).

Prodigios. Las calles y plazas de Madrid siempre han abundado en prodigios ambulantes, que las gentes llevan de un lado para otro. Desde el antiguo soldado de los tercios que contaba sus batallas hasta los charlatanes de mediados del XX, pasando por quienes cantaban sus pregones: músicos callejeros, acróbatas, echadoras de cartas, trileros. El Diario curioso-erudito y comercial, público y económico de don Manuel Ruiz Uribe (1758) enumera alguno de esos amenísimos prodigios: mesas de trucos, organitos para hacer cantar a los pájaros, cajas oscuras y cajones catóptricos, jaulas y naipes, abanicos… Les sucedieron los mundinovis y los globos aerostáticos. De aquel mundo de prodigios acaso solo hayan sobrevivido los carruseles y caballitos que aún pueden verse en algunos lugares, defendidos con tenacidad por la ilusión de los niños.

El Pueblo de Madrid, entidad soberana y monolítica. Gustaba enormemente, entre verbena y verbena, de ejecuciones públicas. A falta de estas, se contenta con los entierros o en su defecto, las capillas ardientes de políticos y demás gentes del espectáculo. Cada cien años participa en motines y violentas algaradas (con o sin muertos, con o sin incendios de iglesias) a las que da el nombre de patrióticas. Pero también, cada cierto tiempo, se echa a la calle por una causa justa, y entonces su silencio sobrehumano impresiona y admira.

Puerta del Sol: el verdadero salón de pasos perdidos de este palacio vetusto, provinciano y apeado que es Madrid. Prueba del amor que se le tiene a las tradiciones: hace más de quinientos años que allí no hay puerta ninguna. Conocida en todo el mundo por los cuartos y las campanadas de Nochevieja de su reloj. Tiene algo de caja de música. Alguien, no recuerdo quién, más prosaico, la definió como el tazón en el que se hacen todas las mayonesas de España.

Rastrero. En origen fue el que trabajaba en el rastro (matadero), y hoy el que vende en el Rastro. Hubo una época en que, como sucedió con arrabalero (vecino del arrabal) y barriobajero (vecino de los barrios bajos o del sur de Madrid) no significaba «bajo, vil y despreciable», sino majo, chulo, valiente, tal y como probaron todos ellos en la francesada de 1808.

El Retiro. El único lugar de Madrid en el que todos se ponen de acuerdo. Así como la música pacifica a las fieras, el parque del Retiro mejora a los madrileños que van a él buscando, a menudo sin saberlo, lo mejor de sí mismos, la edad dorada de la que hablaba don Quijote. El Botánico: el Retiro pasado por una retícula; lo que se le va de naturaleza lo compensa con cultura.

Rodríguez. El marido empleado por lo general en la Administración que recupera transitoriamente su condición de soltero, por veraneo de la familia: «Madrid en verano, con dinero y sin familia: Baden Baden» (Francisco Silvela).

Sainetes: en origen una salsa que daba sabor a manjares secos y sosos, y de ahí pasó al teatro, para significar la ligereza. Hizo las delicias del público durante siglo y medio, y Carlos Arniches, uno de sus cultivadores, los definió como «tragedias grotescas». Cuando la moda los estaba arrumbando, Valle-Inclán les dio una vuelta de tuerca, y quedó la cosa en esperpento. Una y otra palabra, sainete y esperpento, se usan mucho todavía en las Cortes Españolas, en particular, y en política en general. El tiempo los arrumbó y el cinematógrafo los sacó de nuevo a la circulación, de Paco Martínez Soria y Alfredo Landa a Pedro Almodóvar.

Sardina (Entierro de la). «Sardina» fue el modo castizo con que se denominó al trozo de carne de cerdo enterrado el miércoles de ceniza, inicio de la Cuaresma, y con el tiempo pasó a una sardina real. La ceremonia, remate de los carnavales, una de las principales fiestas madrileñas, ha dado origen a cuadros memorables, de Goya a Solana. Se sigue celebrando, pero el aspecto y edad de los congregantes hace temer que muchos de los presentes acudan a enterrarse ellos también con la sardina.

Tabernas. Lo que en su día fueron alojerías y botillerías. Casi todas son ya de imitación. A las genuinas se las reconoce, como a todo, por la pátina, esa forma educada de decir roña o mugre, y también por la edad y modales de los parroquianos: si escupen el hueso de la aceituna al suelo, no hay duda. Cuando se emplea el diminutivo, tabernillas, parecen redimirse de la costra y alcanzar la pura lírica.

Terrazas. En el Madrid estival, un gran milagro. Incluso en medio del tráfico de coches, camiones y autobuses, en ellas el ruido desaparece y solo se oye la amistad, que gusta conversar, como es sabido, con la voz apagada.

Tipos. Se veían en Madrid hasta hace ochenta años, cada uno con su vestimenta cracterística: pescaderos (casi todos maragatos), serenos (casi todos asturianos), amas de cría (casi todas payesas), lavanderas (madrileñas), faroleros, traperos y chatarreros, caleseros y cocheros, guindillas (guardias), botones, castañeras, cesantes, sacristanes, aguadores, limpiabotas, corredores de catropea (merchanes).

Tócame Roque (casa de). La más famosa de Madrid. Ya no existe, pero ha dado nombre a todas las casas, negocios y tinglados en los que reina el desorden y la informalidad. Estuvo en Barquillo, esquina con Belén. En Napoleón en Chamartín dice Galdós: «La casa era de esas que pueden llamarse mapa universal del género humano por ser un edificio compuesto de corredores donde tenían su puerta numerada multitud de habitaciones pequeñas para familias pobres. A esto llamaban casas de Tócame Roque, no sé por qué». Yo le oí a Ferlosio aventurar una teoría disparatada pero divertida. Estando una criada pelando la pava, oyó que la reclamaba su señora, y dirigiéndose a su novio, le dijo: «Tócame, Roque, que no tenemos toda la noche». Otros lo explican (a medias) a partir de un sainete de don Ramón de la Cruz.

Tuna. Agrupación musical de estudiantes universitarios que interpretan por terrazas y restaurantes canciones y pasacalles sin dejar de mover brazos y manos, como murgas o chirigotas de Cádiz. No llegan a dar pena del todo, aunque sí, a día de hoy, un poco de alipori (o lipori, palabra esta misteriosísima que no figura en el Drae), alipori que al parecer llega a desaparecer si te ponen en las manos una de sus panderetas y te pimplas un poco.

Vencejos. Si las «palomas dibujan la Piazza de Venecia» (Ramón Gaya), los vencejos dibujan el cielo de Madrid cada primavera y a hora temprana, y aún con mayor perfección si cabe al atardecer: en estéreo.

Verano. «Iban pasando los cansados días de verano, que es en Madrid la estación de las tristezas» (Fortunata y Jacinta).

Verbenas. No confundir las verbenas o kermeses (de noche) con las romerías (de día). Da igual, porque ya no existen ni unas ni otras. O tal como existieron.

Zarzuelas. Fueron a las noches de Madrid lo que los vencejos a sus mañanitas y atardeceres: la música jovial de la ciudad.

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