MEG

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LA CADENA

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LA CADENA

Maggie se sentó hacia delante, en una postura incómoda, en el sillón de cuero con orejeras. Le daba miedo relajarse; sería demasiado fácil arrellanarse allí y echar una cabezada. Había tomado un vuelo nocturno desde Guam y Bud la había recogido con la limusina en el aeropuerto. De allí había acudido directamente a la emisora de televisión y en aquel instante sentía cómo le subía la presión mientras esperaba, impaciente, a que Fred Henderson colgara el teléfono. Por último, se incorporó hasta alcanzar el escritorio y le arrebató el auricular de las manos.

—Lo siento, tendrán que seguir más tarde —dijo por el micrófono y colgó el aparato.

—Maggie, ¿pero qué carajo haces…? Era una llamada importante…

—¿Importante? ¡Vamos, hombre! Hablabas con tu contable, maldita sea. Si quieres hacer dinero, escucha lo que vengo a decirte.

Durante los treinta minutos siguientes, puso al corriente de la historia del Megalodon al director de programas.

—Maldita sea… esto es gordo de verdad. ¿Estás absolutamente segura de la información de David Adashek?

—He pagado a Adashek para que siguiera a Jonas durante las últimas semanas. Es de confianza.

Henderson se reclinó hacia atrás en su sillón de cuero.

—¿Y cómo podemos estar seguros de que tu marido sabe realmente adónde se dirige ese monstruo?

—Escucha, Fred, si hay un tema que mi futuro exmarido domina, es el de los jodidos megatiburones. ¡Pero si en los últimos siete años ha dedicado más tiempo a estudiarlos que a estar conmigo! Es el reportaje del siglo, Fred. Todas las agencias de noticias del mundo se dirigen a Guam. Deja que me ocupe de esto y te conseguiré una exclusiva que llevará esta cadena a la cumbre.

Henderson aceptó: —Está bien, Maggie, voy a llamar a la cadena. Tienes carta blanca. Ahora dime qué necesitas.

Bud leía el periódico cuando Maggie llamó a la ventanilla de atrás de la limusina, hora y media más tarde. Cuando quitó el seguro de la puerta, ella la abrió de par en par, se sentó sobre sus muslos y le estampó un gran beso en los labios.

—¡Lo hemos conseguido, Bud! ¡Le encanta! ¡La cadena accede a respaldarme en todo! —Le dio otro beso e introdujo la lengua entre sus labios hasta que necesitó respirar y apoyó la frente en la de él—. Este es el gran golpe, Bud —susurró—, el reportaje que me hará una estrella internacional. Y tú estarás conmigo: Bud Harris, productor ejecutivo. Pero ahora necesito tu ayuda de verdad.

Bud sonrió, encantado con la trama.

—Muy bien, encanto, tú dime qué necesitas.

—Para empezar, necesitaremos el Magnate. Y un equipo reducido. Ya he hablado con tres cámaras y un técnico de sonido con experiencia submarina. Todos se presentarán a bordo mañana por la mañana. Fred ha hablado con una compañía de plásticos que puede tener algo para nosotros en un par de días.

—¿Plásticos?

—El auténtico reto es el cebo. Y es ahí donde voy a necesitar que me ayudes, guapo…

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