Luna

Luna


Capítulo 25

Página 28 de 35

Ya en casa, fatigada nuevamente y con el agobio a flor de piel, subí con la intención de hablar con Bea. No me gustaba saberla molesta conmigo, no era común en ella, aun así, entendía que ya no soportara más lo que pasaba en casa, yo misma estaba cansada.

Su puerta se estaba cerrada. Arrugué la frente, torciendo los labios. Mala señal.

Me pegué a la lámina de madera, dejando salir un suspiro. Toqué varias veces sin recibir respuesta. Desde mi posición, escuchaba su juego de video y sus pasos al moverse. No quería abrirme.

—Be, por favor, abre —rogué. Nada. Unos segundos después lo volví a intentar—. Hablemos, prometo que intentaré que las cosas sean mejores para ti. —No hubo respuesta.

—A mí tampoco me quiere abrir. —Su voz gruesa me hizo girar, era mi padre. Nos miramos por un momento, lucía relajado con esos lentes que usaba para leer, jeans y una camiseta de los Mets, que solía ponerse desde que tenía memoria; sujetaba varios papeles. Asentí con una media sonrisa, volviendo a tocar. Silencio.

—¿No cenará? —Quise saber desconcertada, agobiada por su actitud.

—Le dijo a Aurora que le subiera todas las comidas si es necesario —me informó serio pero accesible.

Raro. Arqueé las cejas. No tenía idea de qué estaba tramando. Lo cierto es que nunca había hecho algo así, debía estar realmente enojada y harta de los dos. Caminé hasta mi recámara, resignada.

—¿Estabas con Luca? —preguntó. Asentí, abriendo mi puerta—. Probablemente tú sí logres algo con Bea, ¿podrías avisarme? —De nuevo asentí y entré a mi habitación, dejando salir un largo suspiro.

Ya adentro, dejé mis cosas y me dirigí al baño por la puerta que la comunicaba a ese espacio que siempre habíamos tenido en común. Volví a tocar, también tenía seguro. Seguía sin responder. Me senté en el piso recargando mi cuerpo en la madera, fatigada. Tantas cosas en tan poco tiempo. Cerré los ojos por unos segundos.

—Be… por favor, sea lo que sea lo solucionaremos, pondré de mi parte —susurré lo suficientemente fuerte como para que me escuchara. No hubo respuesta. De repente, un papel se deslizó justo a un lado de mi mano. Venía de su cuarto. Era rosa pastel, como todas sus cosas, y estaba delicadamente doblado. Lo abrí enseguida.

«No saldré, ni hablaré con ninguno de ustedes dos hasta que encuentren otra cosa en común que no sea yo. Tendrán que aprender a convivir sin mí de por medio».

Abrí los ojos de par en par. Lo que estaba haciendo era toda una estrategia que, aunque sabía que no iba a tener los resultados que ella planeaba, nos ponía definitivamente a mi padre y a mí en una incómoda situación.

Me froté la frente negando. Esto lo complicaba todo aún más. Vencida, me dirigí hasta la recámara de papá.

—Me dio esto —le dije provocando así que se levantara de inmediato del escritorio que tenía en su habitación, cuidadosamente arreglada y decorada en colores sobrios y serios. Frunció el ceño tomando la nota. Al leerlo alzó las cejas, mirándome.

—Parece que hoy cenaremos solos tú y yo —expresó con gesto inescrutable.

—Creo que sí —acepté con la intención de regresar a la seguridad de mi habitación.

—Gracias, Sara —agitó la hojita con la mano elevada.

—De nada —musité nerviosa. Mi padre y yo, manteniendo una pequeña conversación… Eso no podía terminar muy bien.

A solas, por unos minutos, buscando distraerme de toda mi realidad, abrí mi mochila. Todo fue peor al ver mi agenda. Tareas y más tareas, aunado a una infinidad de tareas.

¡No, no podía ser! Gruñí por lo bajo, dejándome caer sobre el colchón. Definitivamente necesitaría una tarde entera para ponerme al corriente. Arrastrando los pies me dirigí al escritorio. Recargué la cabeza en el respaldo de la silla, resoplando. Algo se me ocurriría, sin embargo, comencé de inmediato.

Aurora tocó a mi puerta justo a las ocho y media. Bajé sin muchas ganas, pero sí con hambre. Sólo había dos lugares en el comedor. Lo de Bea iba en serio y parecía que había encontrado en Aurora una aliada. Genial. Mi padre llegó un minuto después y se sentó donde siempre, al igual que yo, con una silla vacía entre ambos.

Pasaron unos segundos, cuando ya teníamos frente a nosotros la cena. Comenzamos en silencio. Era muy incómodo, ya que no sabía qué decirle, no después de todo lo que había estado ocurriendo en mi vida y la gran pelea del día anterior.

—Me parece que hoy jugaba Baltimore contra Filis —anunció de pronto con su gruesa voz. Levanté la vista, desconcertada. Hacía años que no seguía el béisbol, desde que él y yo habíamos dejado de verlo juntos, no tenía ni idea de lo que ocurría con ese juego.

—¿A qué hora? —pregunté pinchando algo de mi plato.

—Comenzó a las siete y media. Todavía deben estar jugando —Nos miramos con complicidad por primera vez en tres años. Mi piel se erizó y la calidez de su mirada me relajó, sonreí con timidez—. En la cocina —anunció dibujando una media sonrisa.

Dos segundos después, tomábamos nuestros platos y caminábamos hacia allá. Aurora anotaba en un cuaderno lo que supuse sería la lista de los víveres. Se quedó perpleja al vernos entrar.

—¿Sucede algo? ¿No les gustó la cena? —preguntó desconcertada.

Ambos nos acomodamos en el desayunador, mientras mi padre prendía el televisor.

—Veremos un partido —anunció mientras buscaba la trasmisión. Lo encontró de inmediato, enseguida nos quedamos absortos en el juego. Ninguno de los dos le iba a alguno de esos equipos, aun así, estaba por comenzar a finales de octubre la Serie Mundial, por lo que las eliminatorias ya debían estar en todo su apogeo.

Una hora después, los Filis iban ganando, y mi padre y yo ya habíamos hablado más que en todos los años que llevábamos viviendo ahí. Eso sí, sólo del partido y haciendo conjeturas, mientras él intentaba ponerme al día sobre cómo iban las preferencias. Los Cardenales, mi equipo favorito desde niña, para mi sorpresa, tenían mucha oportunidad de llegar.

Cuando faltaban diez minutos para las diez de la noche recordé que Luca iría. Le mandé un mensaje de texto, con disimulo.

«Puedes tardar un poco?».

La respuesta llegó casi enseguida.

«El tiempo que quieras, tranquila».

Le mandé una emoji dulce, y listo.

Entre papá y yo se había instaurado una especie de tregua que no había podido lograrse desde que mi madre se había ido. Lo malo fue que media hora después el partido no terminaba y yo ya cabeceaba. Y, además, supuse que por tanta emocionalidad desatada en los últimos días, enfermaría; mi piel se mantenía como erizada, molesta, tanto que varias veces tuve que frotarme, además, tenía un incipiente dolor de cabeza.

—Tengo que ir a dormir —dije fatigada. Me miró sonriendo.

—Descansa… Veré el final. —Asentí levantando la mano en señal de despedida, él hizo lo mismo observándome. Salí de ahí sintiendo su vista clavada en mi espalda.

Con pasos torpes me puse la piyama. Cerré la ventana para que el aire no me molestara sobre la piel. Enfermaría, estaba segura. Me quité el rímel, me lavé la cara y cuando me senté en la orilla de mi cama, le mandé un mensaje. Pese a no sentirme en óptimas condiciones, deseaba verlo. En cuanto dejé sobre el buró mi celular, apareció en el sillón púrpura que tenía ubicado de mi lado derecho, tan relajado que me hizo sonreír. Me levanté de inmediato.

Hola.

Estuvo contemplándome sin reparos, con sus iris dorados. Me acerqué sintiendo cómo cada parte de mí lo reclamaba con urgencia. En cuanto me tuvo cerca, me tomó por la cintura, me acomodó sobre su enorme cuerpo y me besó con evidente ansiedad.

—Hola —murmuré recargada en su pecho, acurrucándome. Mi cuerpo comenzó a relajarse contra el suyo, casi adormilada. Me tomó en brazos con lentitud y me depositó en la cama con cuidado. Un segundo después las luces ya estaban apagadas y las cortinas cerradas.

¿Cómo fue todo?

Preguntó, recostándose sobre mi colchón y jalándome para que yo lo hiciera a su lado. Sonreí más que complacida. Era sencillo acostumbrarse a eso.

—Bea no me habla… —Sentí cómo su pecho se agitaba. Alcé el rostro un poco, sonreía. Me quitó un rizo de la cara.

¿Por?

Le narré lo ocurrido las últimas dos horas. Me escuchó atento. Lucía sorprendido.

—Espero que se le pase pronto —susurré apesadumbrada—. No me gusta saber que está molesta.

Luna, dale tiempo. Aunque tienes que admitir que lo que hizo es brillante y definitivamente tuvo ya su primer resultado.

Señaló con suavidad. Me recosté de nuevo sobre su pecho, reflexiva. No quería hacerme falsas expectativas, sería muy doloroso. Comprendió mi silencio, sin dejar de acariciar mi espalda baja con movimientos suaves.

Así que, ¿béisbol?

—Los Cardenales —declaré ya casi dormida, su cuerpo cálido era como una manta envolvente que me adormecía.

—No lo imaginé, aunque suena a ti ser aficionada a algún deporte.

—Mi padre y yo solíamos verlo juntos hasta… que pasó aquello —terminé de prisa.

Entonces hoy han dado un gran paso.

Elevé los hombros sin saber qué contestar. Mis párpados pesaban, la noche anterior me había dormido tarde y la pesadilla no me había permitido tener un sueño reparador. En los últimos días, cuando la noche caía, sentía que había corrido un interminable maratón.

—Luca, creo que mañana no podremos pasar la tarde juntos —anuncié casi inconsciente. No dijo nada—. Si sigo así voy a reprobar. Debo muchas tareas, infinidad de ellas. —Ahora reía, lo sabía por los espasmos de su pecho.

Te ayudaré.

—No quiero aprovecharme de tu inteligencia —susurré con los ojos cerrados.

Duerme, Sara, mañana discutimos quién se aprovecha de quién.

Ir a la siguiente página

Report Page