Los grandes personajes de la Historia

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27: Simón Bolívar » El libertador de la América española

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El libertador de la América española

Cuando se están celebrando doscientos años de las independencias de los países de Iberoamérica, la figura de Simón Bolívar vuelve a emerger con el halo de mito que siempre le ha rodeado. Ya lo hizo en vida, aunque en sus últimos días acabase prácticamente solo, amargado y con una profunda sensación de fracaso después de haber liberado a todo un continente de la opresión colonial. Seis países (Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela) le reconocen como Padre de la Patria, y con José de San Martín forma la pareja de símbolos de una generación heroica que cambió la faz del hemisferio sur en sólo dieciséis años. Sin embargo, bajo la superficie de la leyenda se esconde el hombre; el brillo de las proezas siempre oculta las contradicciones y titubeos de quien estuvo llamado a realizar una obra titánica. Quizá precisamente por eso, por cómo desempeñó la misión que decidió asumir, es por lo que después de conocer su vida se puede concluir que el ropaje de mito en absoluto le queda pequeño.

La costa continental del mar Caribe (Venezuela y la costa atlántica de Colombia, que los españoles llamaban durante el período colonial «Costa Firme») siempre ha sido un ámbito geográfico abierto al mundo. Sus puertos gozan de la mayor actividad en nuestros días, son la puerta de salida de las preciadas materias primas americanas y punto de llegada de otros géneros, y sobre todo de gentes, ideas y actitudes nuevas. A finales del siglo XVIII el panorama no era muy distinto. A lo largo de una serie de bulliciosos puertos dispersos por la costa (Cartagena de Indias, Puerto Cabello, La Guaira…), hombres, riquezas e ideas transitaban sin cesar. Entonces eran parte de los territorios españoles en América (formaban parte del Virreinato de Nueva Granada, cuyo territorio se corresponde a grandes rasgos con los actuales Panamá, Colombia, Venezuela y Ecuador) y su contacto por vía marítima con la península Ibérica y con el resto de territorios españoles en América (tanto las islas españolas del Caribe como con el Virreinato de Nueva España, hoy México) era constante.

El centro de toda aquella actividad era Caracas, sede donde residía el Capitán General de Venezuela, máxima autoridad española del territorio que en teoría estaba subordinado al virrey de Nueva Granada pero que en la práctica actuaba con casi total independencia, así como las máximas instituciones económicas, culturales y religiosas. Era entonces una ciudad cosmopolita y dinámica, donde residían los grandes criollos que llevaban un tren de vida refinado y europeizante gracias a las ganancias que les proporcionaban las plantaciones de productos tropicales (azúcar, cacao y tabaco…) en las que se empleaba básicamente mano de obra esclava.

Se trataba, como otros territorios de la América española, de una sociedad avanzada, en la que la prosperidad hacía que las clases acomodadas acariciasen la posibilidad de gestionar el futuro del país, todavía dentro del reconocimiento al rey de España. Es cierto que cada vez se veía con peores ojos a los funcionarios llegados de la Península, como una barrera burocrática que acudía a implantar decisiones que en muchos casos no favorecían a los habitantes de las colonias y que entorpecía con trabas económicas el desarrollo comercial de la región. Además, las turbulencias de la crisis mundial de ese final de siglo venían a enturbiar el futuro de todo el continente. La guerra de la Independencia norteamericana (1775-1783), la Revolución francesa (17891799) o la mucho más cercana de Haití (donde los esclavos negros se levantaron contra sus amos blancos en 1790 comenzando una cruenta guerra que culminó con la declaración de independencia en 1804) obligaron a todos a tomar conciencia de la situación y en muchos casos a tomar partido. Las ideas de libertad cimentaban las ansias de política de los ricos criollos urbanos, pero las de igualdad y la supresión de la esclavitud en las colonias francesas, hacían temer un levantamiento racial que acabase con su modo de vida y su riqueza.

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