Los grandes personajes de la Historia

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27: Simón Bolívar » Una juventud entre las dos orillas del Atlántico

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Una juventud entre las dos orillas del Atlántico

En esa ciudad de Caracas nació el 24 de julio de 1783 Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios, en el seno de una acomodada familia de origen vasco afincada en Venezuela desde hacía décadas; de hecho, el pueblo vizcaíno que fue cuna de sus antepasados, Cenarruza, añadió en su honor el apellido Bolívar a su nombre, que sigue llevando en la actualidad. Era hijo del coronel Juan Vicente Bolívar y de María Concepción Palacios, aunque apenas conoció a sus padres ya que quedó huérfano siendo sólo un niño. Con dos años y medio falleció su padre, y su madre cuando contaba nueve. Por eso pasó a vivir con su abuelo materno, Feliciano Palacios, y a la muerte de éste, con su tío Carlos Palacios. La convivencia con él fue difícil, por lo que huyó de casa y se refugió en la de su hermana casada María Antonia, donde no pudo permanecer por mucho tiempo. La familia decidió entonces enviarle a residir a casa del maestro de primeras letras Simón Rodríguez, hombre de amplia cultura ilustrada y pensamiento avanzado que proporcionaría al niño su primera instrucción. Junto a él le dieron clase otros sabios del momento, entre los que estaba el joven Andrés Bello, que más tarde sería uno de los más importantes pensadores y escritores de Latinoamérica. Siguiendo las convenciones de las clases acomodadas de la época Simón ingresó con catorce años en un cuerpo de civiles movilizados, llamado Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, al que había pertenecido su padre. En aquel entonces la instrucción militar se consideraba como parte de la formación que debía recibir un joven blanco y no obedeció a que sintiese una especial vocación militar como en ocasiones se ha afirmado.

En 1799 otra decisión familiar daría un giro a su vida y marcaría su futuro: se le envió a Madrid para que permaneciese bajo la tutela de sus tíos, Esteban y Pedro Palacios, comerciantes establecidos en la ciudad. Bajo su dirección y la del criollo ennoblecido Jerónimo de Ustáriz y Tobar, marqués de Ustáriz, recibió en la capital del imperio una educación esmerada y cortesana, posiblemente con la idea de hacerle ingresar en el cuerpo diplomático español, proyecto que finalmente no llegó a materializarse. De su estancia en Madrid sacaría sin embargo una sólida formación intelectual y cosmopolita, propia del ambiente ilustrado del momento, y allí conoció a María Teresa Rodríguez del Toro, mujer dos años mayor que él, de la que se enamoró profundamente y con la que contrajo matrimonio el 26 de mayo de 1802 en la madrileña parroquia de San José. El matrimonio se planteó entonces volver a Venezuela para que Simón se hiciese cargo del importante patrimonio que había heredado de sus padres, proyecto que llevaron a la práctica rápidamente, pero que se vio truncado por la muerte de la esposa en enero de 1803 de fiebre amarilla. Como signo de respeto y fidelidad hacia su esposa muerta jamás volvió a contraer matrimonio, aunque esto no le impidió tener otras relaciones amorosas, algunas de las cuales le marcaron intensamente.

Bolívar, abandonando la idea que había concebido con su mujer, regresó a Europa a finales del mismo año. Esta vez apenas paró en Cádiz ni en Madrid y se dirigió a París, donde se instaló en la primavera de 1804. Allí conoció la vida oficial del Consulado (régimen que consideró vacío y corrupto), frecuentó tertulias, teatros y salones y aprovechó para entablar relación con importantes intelectuales del momento, sobre todo aquellos que habían demostrado interés por la situación y el futuro de la América española, como Alexander Humboldt o Aimé Bonpland. El 2 de diciembre de 1804 asistió en la catedral de Notre Dame a la coronación imperial de Napoleón Bonaparte. Lo que contempló allí le produjo una gran impresión: la arrogancia demostrada por un emperador que se coronó a sí mismo le repugnó de tal modo que se afirmó irreversiblemente en su ideario republicano, pasando a considerar cualquier forma de monarquía como despreciable. Se reencontró por entonces con su maestro de infancia Simón Rodríguez, con el que comenzó un viaje por Italia. Estando junto a él en Roma, el 15 agosto de 1805, en el Monte Sacro, realizó un juramento que le dio fama posteriormente: no daría descanso a su brazo ni reposo a su alma hasta que no viese libre a América de la tutela española. El historiador John Lynch describe así la excitación que en aquellos momentos vivía el joven Bolívar: «Su imaginación, ya colmada de cultura clásica y filosofía moderna, ardía inflamada por las esperanzas con las que ahora pensaba en su futuro y en el de su país».

De vuelta a París, ya a finales de 1806, tuvo noticias de la agitación política que vivía Venezuela. Francisco Miranda, un venezolano que había sido soldado en el ejército español y que había pasado a proponer la independencia de su país, había desembarcado para fomentar una guerra contra las autoridades españolas. Enseguida decidió emprender el regreso, embarcando en un barco neutral en Hamburgo. En enero de 1807 desembarcó en Charleston (Estados Unidos) y aprovechó para conocer varias ciudades de la joven república angloamericana, y en junio ya estaba de nuevo en Caracas. En esos primeros momentos Bolívar se dedicó a poner en orden sus asuntos económicos y a ser espectador de la situación política.

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