Los grandes personajes de la Historia

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40: Bill Gates » El pionero del futuro

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El pionero del futuro

Según la revista Forbes, es la segunda mayor fortuna del planeta (durante años fue la primera gracias a un patrimonio valorado en cincuenta y nueve mil millones de dólares) y la quinta persona más poderosa. ¿Realmente la figura de Bill Gates (1955) ha cambiado el rumbo de la Historia? Quizá su nombre permanezca como el de otros tantos millonarios que destacaron en el mundo de la economía y las finanzas y que tan sólo son recordados por haber dejado su nombre a museos e instituciones benéficas… o quizá no. Figura controvertida donde las haya, Gates recoge en una sola persona el devenir de la segunda mitad del siglo XX en lo que de proyección hacia el futuro tiene. Nadie como él supo ver el enorme campo de desarrollo económico que representaba la revolución informática, y pese a las acusaciones reiteradas de copia de ideas ajenas, abuso de posición dominante en el mercado y prepotencia para con sus competidores, no cabe duda de que ha sabido aprovechar las infinitas oportunidades que se le han presentado y que ello le ha llevado al puesto privilegiado del que goza en nuestros días.

Es un hecho constatado que buena parte del desarrollo científico y tecnológico producido en el siglo XX ha sido resultado de las situaciones bélicas que tanto proliferaron a lo largo de aquellos cien años. Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) los esfuerzos extraordinarios que habían realizado los países aliados para mejorar las comunicaciones y la capacitación tecnológica de sus respectivos ejércitos no se detuvieron. La división del mundo en bloques liderados por las dos superpotencias que se amenazaban mutuamente con la destrucción nuclear llevó a que siguiesen invirtiéndose durante décadas cantidades ingentes de dinero para el desarrollo de armas, sistemas de comunicación e ingenios tecnológicos que mejorasen tanto la capacidad ofensiva como defensiva de los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

El desarrollo prodigioso de la informática durante la segunda mitad del siglo tiene precisamente su origen en el esfuerzo bélico de las décadas de 1930 y 1940. Para hacerse una idea de este avance basta recordar los ordenadores de los años cuarenta: tenían miles de componentes, usaban como unidades de entrada y salida lectores de tarjetas o cintas perforadas, pesaban toneladas y ocupaban una o más estancias. Su contraste con los equipos de sobremesa que hoy en día pueblan buena parte de los hogares del planeta es evidente. Del temido y mitificado «cerebro electrónico» (así bautizó la prensa estadounidense a los primeros ordenadores presentados a los medios de comunicación) al PC transcurrieron menos de cuarenta años, y al notebook, menos de setenta. Aquél fue recibido con temor e incomprensión generalizados; éstos han entrado a formar parte de nuestra vida cotidiana y condicionan actualmente nuestra concepción del trabajo y el ocio. Por todo esto no se ha dudado en hablar de «revolución informática» o «tercera revolución industrial» para referirse a los cambios que la informática ha traído en un intervalo de tiempo sorprendentemente breve.

Las razones de este progreso casi milagroso han sido varias. La primera de ellas fue el avance de la ciencia y la técnica, que permitió la aparición de materiales y soportes con los que hoy se fabrican los equipos informáticos, y el avance de la lógica y las matemáticas que sirven de base a los lenguajes de programación que hacen funcionar los ordenadores. La segunda fue el crecimiento de los mercados y de la economía de consumo y su extensión a escala mundial tras la caída del bloque comunista a finales de la década de 1980, que permitió el surgimiento de la informática como negocio rentable y mantuvo los avances técnicos cuando el fin de la Guerra Fría hizo caer drásticamente las partidas de investigación en los presupuestos militares del mundo occidental.

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