Los grandes personajes de la Historia

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El filósofo revolucionario

Pocas figuras definidoras de nuestro tiempo han sido tan controvertidas como la de Karl Marx, en buena medida por las lecturas, usos y abusos que se hicieron de su obra tras su muerte más que por lo que realmente hizo o escribió. Al mismo tiempo es posiblemente una de las figuras que recogen con mayor exactitud los problemas y las contradicciones del siglo XIX europeo. Filósofo, economista, periodista, historiador, político…, pocos campos escaparon a la curiosidad y la actividad de un hombre movido por un afán indestructible, comprender la realidad que le rodeaba para cambiarla. Gran parte de su talento residió en que fue capaz de condensar las inquietudes intelectuales de su tiempo, de exponerlas con claridad y de darles respuestas; en que supo vislumbrar qué fuerzas estaban actuando para modelar el mundo nuevo surgido de la Revolución francesa y la Revolución industrial, e intentó dar una solución a las graves tensiones sociales que habían introducido. Lo que se hizo después con su obra, sobre todo a partir de la Revolución bolchevique de 1917, no es capaz de ocultar la vida y el legado de uno de los padres de un mundo fascinante, el nuestro.

En julio de 1815 los monarcas de los principales reinos de Europa (Francia, Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia) o sus embajadores plenipotenciarios firmaban el acta final del Congreso que les había reunido en Viena desde el año anterior con la intención de redefinir el mapa de Europa tras las convulsiones producidas por las guerras de la época de la Revolución francesa y el Imperio napoleónico. Su firma suponía un intento de detener la Historia, de neutralizar la obra de la crisis revolucionaria francesa y regresar al estado en que se encontraban las cosas antes de 1789. Pronto comprobarían los reyes que volvían a disfrutar de poder ilimitado que no podrían permanecer tranquilos sentados en sus tronos durante mucho tiempo.

Uno de los beneficiarios de los reajustes territoriales que se realizaron fue el reino de Prusia, uno de los muchos estados en que Alemania estaba dividida entonces. Dichos estados habían perdido el armazón que los mantenía unidos hasta comienzos del siglo XIX, el Sacro Imperio Romano Germánico, que había sido disuelto por Napoleón tras mil años de historia y que jamás sería restaurado. Sin embargo, las guerras napoleónicas habían despertado en toda Alemania un sentimiento nacionalista que abogaba por la unión de todos los pueblos de habla germana en un solo país, sentimiento que había sido exaltado reiteradamente por los defensores de los ideales de libertad e igualdad de la revolución. Evidentemente el rey de Prusia, Federico Guillermo III, prefirió aferrarse al absolutismo restaurado en el Congreso de Viena y aprovechar la situación para aumentar sus territorios tanto en Prusia oriental como occidental. A este último distrito se agregó el territorio de Renania (que antes había pertenecido al Imperio napoleónico) en una de cuyas ciudades, Tréveris, nació Karl Marx.

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