Los grandes personajes de la Historia

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30: Marie Curie » El deseo de estudiar

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El deseo de estudiar

Marie fue la menor de los cinco hijos que tuvo el matrimonio formado por el profesor de matemáticas y física Wladyslaw Sklodowski y la también profesora Bronislawa Boguska. Sus hermanos mayores eran Sofie, Helena, Bronislawa y Jozef. En el hogar de los Sklodowski se respiraba un ambiente propicio al estudio, de modo que tanto Wladyslaw como Bronislawa procuraron ofrecer a todos sus hijos, independientemente de su sexo, una educación esmerada alentándolos a cursar carreras universitarias. La situación económica de la familia era complicada, pues los ingresos que ambos progenitores obtenían en sus respectivos trabajos como profesores no eran muy elevados, razón por la que desde muy pequeña Marie aprendió a distinguir entre lo necesario y lo superfluo y a ser muy austera en lo personal. En 1873, el despido de Wladyslaw del Liceo de Varsovia como consecuencia de la política rusa de marginación de los ciudadanos polacos del funcionariado, complicó aún más una situación que se vería agravada por dos tragedias sucesivas, la muerte de Sofie por tifus en 1876 y la de su madre por tuberculosis en 1878.

Marie asistió junto con sus hermanas a una escuela local en la que rápidamente despuntó como estudiante, de forma que con diez años asistía al mismo curso que su hermana Helena, dos años mayor que ella. En la escuela no sólo recibió la formación habitual, sino que, como era frecuente en muchas instituciones educativas de Polonia, también asistió a clases de historia y lengua polacas que de forma clandestina se impartían para quienes quisieran. El amor por su patria y la defensa de su cultura formaban parte de las convicciones más profundas de la familia Sklodowski (el abuelo de Marie había tomado parte activa en la rebelión de 1863) y continuarían siéndolo para Marie durante toda su vida. En junio de 1883 finalizó los estudios equivalentes a la actual secundaria como la alumna más brillante de su promoción, si bien su altísimo nivel de exigencia la llevó a la extenuación física y psicológica, por lo que su padre decidió que pasase un año de reposo en el campo junto con unos parientes. Su vocación por saber era tan profunda que siempre se exigiría los mayores esfuerzos para llegar a las metas que se marcaba, aunque su salud pudiera resentirse.

En otoño del año siguiente, ya recuperada, Marie regresó a casa y aunque tanto su deseo como el de su padre habría sido iniciar una carrera, la precaria economía familiar no se lo permitió. Decidida a colaborar al sustento común y a hacer al tiempo todo lo posible por continuar su formación, resolvió junto con su hermana Bronislawa (a la que familiarmente llamaban Bronia, y que desde la muerte de la madre se convertiría en su gran confidente) comenzar a dar clases particulares combinándolas cuando podían con la asistencia a la «Universidad volante» de Varsovia, una organización clandestina orientada a la educación superior de mujeres y la difusión de la cultura polaca. Pese al enorme esfuerzo tanto de Marie como de su hermana, los ingresos que obtenían por sus clases no eran suficientes como para costear los estudios superiores de ambas. Bronia deseaba estudiar medicina en la Universidad de París, la Sorbona, y en los dos años en que se había dedicado a dar clases sólo había logrado ahorrar el dinero suficiente para pagarse el viaje y costear los gastos de matrícula del primer año. Marie pensó entonces que si buscaba un trabajo fijo podría ayudar a su hermana a pagar sus estudios, y quizá más adelante Bronia podría hacer lo mismo con ella. No estaba dispuesta a renunciar a su deseo de estudiar una carrera, pero sí a aplazarlo para que también su hermana pudiera conseguirlo. Así, en septiembre de 1885, Marie se dirigió a una agencia de trabajo para solicitar empleo como institutriz, y ese mismo otoño entró al servicio de la familia de un abogado de Varsovia. Mientras, Bronia partía hacia París.

La experiencia de Marie resultó ser bastante dura, pues como ella misma escribiría en diciembre de 1885 a su prima Henrietta Michalowska, no encontró un entorno precisamente acogedor en la familia para la que trabajaba: «Querida Henrika: Desde que nos separamos mi existencia ha sido la de una prisionera. Como sabes, me coloqué en casa de los B., la familia de un abogado. Ni a mi peor enemigo desearía que viva en tal infierno. Mis relaciones con la señora B. llegaron a ser tan frías que, no pudiéndola soportar, se lo dije. Y como ella era exactamente tan entusiasta de mí como yo de ella, nos hemos entendido a las mil maravillas. Es una de esas familias ricas en donde, cuando hay gente, se habla francés —un francés de camareros—, y en donde no se pagan las facturas en seis meses (…) están dominados por el más sombrío embrutecimiento». Nada tiene de raro que, en esa situación, Marie procurase cambiar de trabajo rápidamente, de forma que a comienzos del año siguiente abandonó Varsovia para empezar a trabajar en casa de una adinerada familia de Szczuki, a cien kilómetros de la ciudad. La vida como institutriz con los Zorawski mejoró mucho respecto a su triste precedente pues en esta ocasión la trataron con consideración y afecto. Se ocupaba de la educación de sus dos hijas, Bronka y Andzia, de dieciocho y diez años, respectivamente, y en sus escasos ratos libres continuaba leyendo y estudiando por su cuenta para no abandonar su formación. Marie era una joven muy independiente, de firmes convicciones políticas y de ideas avanzadas para su época, particularmente en relación con la formación de las mujeres, y aunque por su trabajo se veía obligada a disimularlas, su espíritu continuó forjándose en ellas durante esos años. Así, en abril de 1886 escribía nuevamente a su prima: «Vivo como se tiene por costumbre vivir en mi posición (…). ¿La conversación en sociedad? Chismes y más chismes. Los únicos temas de conversación son los vecinos, los bailes, las reuniones, etc. Por lo que al baile se refiere habría que ir muy lejos en busca de mejores bailarinas que estas jóvenes (…). No son malas criaturas; algunas incluso son inteligentes, pero su educación no ha desarrollado su espíritu (…). En cuanto a los muchachos, hay muy pocos que sean amables y menos aún inteligentes. Para las unas y para los otros, palabras tales como “positivismo”, “cuestión obrera”, etcétera, son verdaderas “bestias negras”, suponiendo que las hayan oído pronunciar alguna vez, lo cual sería una excepción (…). ¡Si vieras qué ejemplar conducta tengo! Voy a la iglesia cada domingo y días de fiesta, sin invocar jamás un dolor de cabeza o una “gripe” para quedarme en casa. No hablo casi nunca de la educación superior de las mujeres. Y de una manera general, observo en mis propósitos la discreción que mi obligada condición me impone». Y en diciembre decía: «He adquirido la costumbre de levantarme a las seis de la mañana, para poder trabajar más, pero no puedo hacerlo siempre (…). Leo en este momento la física de Daniel, de la que he leído ya el primer tomo, la sociología de Spencer en francés y las lecciones de anatomía y de fisiología de Paul Beers, en ruso. Leo muchas cosas a la vez (…). Cuando me siento absolutamente inepta para leer con provecho, resuelvo problemas de álgebra y de trigonometría, que no soportan faltas de atención y me devuelven al buen camino». Tenía sólo diecinueve años, pero su carácter y sus intereses estaban ya plenamente definidos.

Marie permaneció en casa de los Zorawski hasta junio de 1889 y en ese tiempo encontró ocasión para organizar unas clases gratuitas junto con Bronka para los hijos de obreros y campesinos del lugar, y también para enamorarse en el verano de 1888 de Kazimierz, el hijo mayor de sus patrones. Aunque era correspondida, los padres de Kazimierz se opusieron a la relación dada la diferencia social entre ambos, de modo que Marie tuvo que pasar sobre su humillación y su tristeza para seguir trabajando en casa de los Zorawski todavía un año más. A su regreso a Varsovia continuó trabajando como institutriz hasta que en marzo de 1890 recibió una carta de su hermana Bronia. En ella le notificaba su próximo matrimonio con un estudiante de medicina e invitaba a su hermana a que, con su ayuda, ahorrase dinero durante un año para seguir sus pasos. Llena de dudas por tener que dejar a su padre y a su hermana Helena y tras muchos meses de duro trabajo y privaciones para conseguir ahorrar, en los primeros días de noviembre de 1891 Marie se subía a un vagón de cuarta clase del tren que por fin la conducía a la Sorbona.

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