Los grandes personajes de la Historia

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30: Marie Curie » El triunfo de la voluntad

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El triunfo de la voluntad

El 3 de noviembre de 1891 Marie comenzó sus clases en la Facultad de Ciencias de la Sorbona. Era una de las poquísimas mujeres que conformaban el aproximadamente tres por ciento de la población universitaria femenina en la época, lo cual suponía de por sí un obstáculo añadido. Con el dinero que había ahorrado apenas podía cubrir sus gastos y el transporte hasta la universidad, ya que se alojaba en casa de su hermana Bronia —ya casada— en las afueras de París. Además, rápidamente pudo comprobar que su formación autodidacta tenía algunas carencias, por lo que se entregó en cuerpo y alma al estudio con el fin de alcanzar el nivel necesario para sacar todo el rendimiento a las clases que recibía de algunos profesores tan importantes como Gabriel Lippmann, Paul Appell o Henri Poincaré. Pese a todo no podía ser más feliz pues, como reconocería en su autobiografía, «todo lo que vi y aprendí que era nuevo me encantaba. Era como si se me abriese un nuevo mundo, el mundo de la ciencia, que por fin me era permitido conocer con toda libertad».

Pero la vida en casa de su hermana estaba llena de distracciones y el tiempo que perdía en ir y volver de la universidad se le antojaba excesivo, así que a los pocos meses de llegar a París, Marie logró convencer a Bronia para que la dejase alquilar una pequeña buhardilla a sólo quince minutos de la facultad. Estaba completamente obsesionada con aprovechar la oportunidad que por fin había logrado, y en su obsesión Marie, como le sucedería muchas más veces, se olvidó de sí misma. Para economizar los escasos cien francos mensuales de los que disponía, pasaba sin calefacción y prácticamente no comía. Todo su tiempo y sus energías estaban volcadas a una sola cosa, estudiar. Como no podía ser de otro modo, su salud se fue deteriorando hasta que un desvanecimiento producido por anemia supuso la señal de alarma para Bronia y su marido. Marie tuvo que regresar a casa de su hermana para poder recuperarse, aunque en pocas semanas recobró su agotador ritmo de trabajo. Tras los obstáculos iniciales, Marie comenzó a revelarse como una alumna muy brillante, incluso llegó a colaborar en el laboratorio del profesor Lippmann. Finalmente, en julio de 1893 se presentó a los exámenes para obtener la licenciatura en Física, y cuando los resultados se hicieron públicos Marie figuraba como la primera de su promoción. En aquel año sólo otra mujer había conseguido licenciarse en toda la Sorbona.

Con el comienzo del nuevo curso Marie obtuvo una beca de estudios de la Fundación Alexandrowitch que financiaba a alumnos especialmente aventajados. Gracias a ese dinero pudo comenzar su segunda licenciatura, esta vez en Matemáticas, en una situación mucho más desahogada y sin depender de la ayuda de pudiera hacerle llegar su padre. Años más tarde, Marie se convertiría en la única becada de la Fundación que devolviese el dinero recibido para que otros estudiantes como ella pudiesen disfrutar de la ayuda. Fue en ese mismo año cuando Marie conoció en casa de unos amigos a Pierre Curie, quien por entonces era ya una reputado físico gracias a sus investigaciones sobre el principio de electricidad polar (piezoelectricidad). La impresión que produjo a Marie quedaría recogida en su autobiografía: «Cuando entré en la habitación vi, enmarcado por la ventana francesa que se abría al balcón, un hombre joven y alto con pelo castaño rojizo y grandes, limpios, ojos. Advertí la expresión grave y amable de su cara, al igual que un cierto abandono en su actitud, sugiriendo el soñador absorto en sus reflexiones. Me mostró una sencilla cordialidad y me pareció muy agradable. Después de aquel primer encuentro expresó el deseo de verme de nuevo y continuar nuestra conversación de aquella tarde sobre asuntos científicos y sociales en los que ambos estábamos interesados, y sobre los que parecíamos tener opiniones similares». En efecto, durante los meses siguientes Pierre Curie frecuentó a Marie y rápidamente surgió entre ambos una amistad que para el primero se convertiría en poco tiempo en amor. Al finalizar el curso Marie obtuvo su licenciatura en Matemáticas; para entonces Pierre Curie ya le había propuesto matrimonio, pero no sería hasta el otoño del año siguiente, al regreso de Marie de una larga visita a su padre en Varsovia, cuando se decidiría a aceptar la propuesta del científico. Contrajeron matrimonio el 26 de julio de 1895 en una ceremonia sencilla y civil.

Pierre, que acababa de doctorarse, trabajaba como profesor en la Escuela Municipal de Física y Química Industriales de París y Marie comenzó a prepararse para obtener también una plaza de profesora. Ambos dedicaban todo el tiempo que podían a estudiar y llevaban una vida tranquila sin casi ninguna distracción social. En septiembre de 1897 Marie dio a luz a la primera de sus hijas, Irène, y a pesar de sus nuevas responsabilidades familiares se propuso iniciar sus estudios de doctorado. Fue entonces cuando centró su atención en los trabajos del físico francés Antoine-Henri Becquerel, que en 1896 había descubierto el fenómeno de la radiactividad (todavía no llamado así puesto que tal nombre se debería a los trabajos de Marie) al observar que las sales de uranio dispuestas sobre una placa fotográfica cubierta de papel negro producían modificaciones en la placa sin presencia de luz. Becquerel estudiaba las propiedades del uranio con vista a la producción de rayos X, pero tanto a Marie como a Pierre Curie el fenómeno de la radiactividad les había interesado enormemente, por lo que Marie decidió escoger como tema de investigación para su tesis doctoral la naturaleza de las radiaciones que Becquerel había descrito en las sales de uranio. Una vez decidido el tema, hacía falta encontrar un espacio que sirviese de laboratorio, y gracias a las gestiones de Pierre en la Escuela de Física y Química les fue cedido con tal fin un antiguo almacén acristalado en el sótano del edificio que albergaba la institución. Húmedo, frío, sometido a bruscos cambios de temperatura… nada más lejos de lo que debe ser un laboratorio; pero allí el matrimonio Curie lograría increíbles avances científicos.

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