Los grandes personajes de la Historia

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31: Mahatma Gandhi » De Porbandar a Durban, pasando por Londres

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De Porbandar a Durban, pasando por Londres

Mohandas Karamchand Gandhi nació el 2 de octubre de 1869 en la ciudad portuaria de Porbandar, capital de un pequeño principado de igual nombre en el actual estado indio de Gujarat, a orillas del mar Arábigo. Pertenecía a la casta de los vaishyas («mercaderes») que sin ser de las superiores tampoco era de las consideradas degradantes. Era el menor de los cuatro hijos del matrimonio de Karamchand Gandhi y su mujer Putlibai. Su padre y varios representantes de generaciones anteriores de su familia habían ocupado el cargo de primer ministro del pequeño estado, sin que ello les hubiese proporcionado una posición social dominante o una gran riqueza.

El pequeño Mohandas creció en un contexto religioso ecléctico, ya que su padre era hindú y su madre pertenecía a la secta Pranami, que combinaba creencias del hinduismo y el islam y predicaba la tolerancia religiosa. Como el resto de los indios, vivió en un medio en el que varias religiones estaban presentes y a las que se habituó desde buen principio, tomando enseñanzas de todas ellas. Quizá ésta fuese una de las razones por las que en el futuro se consideraría un heterodoxo al no adherirse a ninguna ortodoxia férrea.

Siguió su educación sin ser un estudiante brillante y su adolescencia se vio marcada, como la de muchos de sus compatriotas, por un temprano matrimonio. A los trece años se casó con Kasturbai, que sería su única esposa. La experiencia le marcó de tal modo que fue un enemigo declarado del matrimonio infantil por el resto de su vida. Los inicios de su vida marital se vieron marcados por una voluntad de dominar a su mujer —a imitación de sus mayores— y una afición desmedida por el sexo, que acababa de descubrir. Pero pronto algunas experiencias le hicieron adoptar un modo de vida más contenido, especialmente una que vivió con dieciséis años. Su padre había caído gravemente enfermo y Mohandas se encargaba personalmente de su cuidado. Una noche abandonó la habitación paterna para estar con su esposa. Como señala su biógrafo Dennis Dalton, «en ese momento murió su padre. Un criado fue hasta él y le dijo: “Tu padre acaba de morir”. La primera reacción de Gandhi fue decir: “Dios mío, ¿qué he hecho?”. Durante el resto de su vida se referiría a este momento como aquel en que abandonó a su padre, en que no cumplió con su deber… y aquello se convirtió en la base de su gran sentido del deber y la responsabilidad. Con el tiempo llegó a la conclusión de que debía comportarse como el hijo de toda la sociedad, una persona diligente y consciente de sus deberes al servicio de la humanidad».

Tres años más tarde abandonó la India para estudiar derecho en Londres, después de que su madre lo obligara a jurar que evitaría el vino, las mujeres y la carne. Cuando llegó a la capital del Imperio británico el impacto fue inmediato, el joven indio se vio abrumado por una ciudad gigantesca y cosmopolita en la que no encajaba; este hecho, unido a su carácter tímido, le llevó al retraimiento. Sin embargo, en sus primeros tiempos en la capital se vio seducido por el modo de vida inglés, e intentó cultivar las costumbres de un caballero británico. Gastó buena parte de sus haberes en ropa elegante y en acudir a clases de baile, francés y violín. Pero el elevado nivel de gastos unido a la toma de contacto con la vida universitaria le llevaron a ser más sensato y a aprovechar sus estudios en la metrópoli. En 1891 regresó a la India para poner en práctica los conocimientos adquiridos y comenzar una carrera de abogado. No obstante, los estudios no habían mitigado su carácter inseguro, que pronto le jugó malas pasadas profesionales. Así lo recuerda el profesor indio de Teoría política Bhikhu Parekh: «Volvió a la India, se hizo cargo de su primer caso y, cuando se encontró en la corte de justicia delante del juez fue incapaz de abrir la boca, se quedó paralizado. Esto le dejó profundamente disgustado». Experiencias posteriores no enderezaron sus poco prometedores comienzos, por lo que no se lo pensó mucho cuando en 1893 le llegó la oportunidad de cambiar de aires, cuando una firma musulmana buscó sus servicios legales para representarles en Sudáfrica. Allí viajó con la idea de permanecer un año, pero acabaría estando veintiuno. La experiencia no fue sólo profesional: cuando Gandhi abandonase la colonia británica de El Cabo sería un hombre completamente distinto.

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