Los grandes personajes de la Historia

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La juventud imperial de Mr. Churchill

Winston Leonard Spencer-Churchill (que durante toda su vida pública usó el nombre de Winston Churchill) nació el 30 de noviembre de 1874. Era hijo de lord Randolph Henry Spencer-Churchill (tercer hijo del duque de Marlborough) y de Jennie Jerome, la hija de un millonario estadounidense de ascendencia franco-escocesa. Ambos se habían casado furtivamente en París ya que la aristocrática familia del novio se oponía a la relación y, siete meses más tarde, en el palacio de Blenheim, la fabulosa mansión que en el siglo XVIII había construido el primer duque de Marlborough en la comarca de Oxfordshire, durante la celebración de un baile, lady Churchill se sintió indispuesta por los dolores del parto. Ni siquiera pudo llegar a sus habitaciones y tuvo que dar a luz en el guardarropa de señoras al primogénito de sus dos hijos varones.

Su padre (1849-1895) fue un destacado miembro del Partido Conservador, que había sido elegido como diputado para la Cámara de los Comunes en 1873 y que, tras enrolarse en el ala avanzada del partido, contribuyó de una forma definitiva a su renovación y al triunfo electoral de 1886, tras el cual llegó a ocupar el cargo de canciller del Exchequer (equivalente a ministro de Hacienda) dentro del gabinete presidido por lord Salisbury. Tan sólo duró cuatro meses en el cargo, del que dimitió sorpresivamente para retirarse de la política, parece que a raíz de un enfrentamiento con los ministros militares del gobierno. Fue el fin de su carrera, tras el cual se retiró absolutamente de la vida pública y se dedicó a languidecer en privado con actividades que no le reportaban ningún beneficio y que mermaban de forma notable el patrimonio familiar.

Mientras tanto, su hijo seguía la clásica educación victoriana, basada en el aislamiento de la familia (mediante el internamiento del alumno), la férrea disciplina y los castigos físicos. El hijo de lord Churchill, que había pasado sus cinco primeros años de vida en Irlanda, ingresó en una escuela digna de la familia aristocrática de la que procedía, aunque fuese de una rama segundona. Se trataba de la escuela de Saint James de Ascot, que tuvo que abandonar a los pocos meses de ingresar en 1881 por problemas de salud. Aquel niño del que se esperaba que destacase en un sistema educativo asfixiante y amenazador se demostró desde los primeros años un inadaptado y un rebelde empedernido. Fue trasladado posteriormente a otro centro en Brighton (se creyó que el aire marino sería beneficioso para su salud) y a la prestigiosa escuela de Harrow (donde no aprobó el examen de acceso pero fue finalmente admitido por ser hijo de tan célebre político). El joven Winston no terminó la educación reglada, decepcionando las expectativas que en él se habían depositado, y su estancia durante once años en aquellos tres colegios sólo sirvió para acumular castigos y resentimiento.

Así que el futuro del adolescente fue un quebradero de cabeza para sus padres. Siguiendo una de las vías usuales en las ramas secundarias de la nobleza, decidieron que se matriculase en la Academia militar de Sandhurst. Tras suspender tres veces el examen de ingreso, sólo pudo aprobar como cadete de caballería (para esta arma el candidato debía disponer del patrimonio suficiente para pagarse la montura y su equipo, por lo que la demanda de plazas era menor que en el resto). Dicha modalidad de ingreso tampoco fue del agrado de sus padres, ya que lo elevado de los gastos no iban bien a una familia que había ido perdiendo estatus social y económico a medida que su cabeza iba declinando.

Sin embargo, el joven Churchill comenzó su instrucción en la Academia militar de Sandhurst y allí descubrió una de sus vocaciones, el ejército. Mientras que la disciplina de los colegios se le había hecho insoportable y su carácter rebelde le había llevado a encararse a sus superiores, en cuanto ingresó en la institución descubrió con placer que en el ambiente marcial, donde la disciplina era infinitamente mayor, disfrutaba con el ejercicio físico, el compañerismo entre los reclutas y el desarrollo de los conocimientos militares y la estrategia. Terminó su formación militar en febrero de 1895 obteniendo el grado de subteniente de húsares, y pronto comenzó a ejercer sus deberes militares en diferentes lugares del mundo. Se estrenó ese mismo año, pasando un mes como observador en la guerra colonial que mantenían los rebeldes cubanos con el poder colonial español; de ahí pasaría dos veces a la India, Sudán (donde jugó un papel relevante en la batalla de Ondurman, que decidió la guerra a favor de Gran Bretaña) y Sudáfrica. Mostró un gran interés por estar en lugares en los que hubiese acción militar, para lo que se sirvió de los contactos de su madre, que acababa de enviudar.

Fueron también años —sobre todo los transcurridos en la India— de lectura voraz y estudio autodidacta, ya que por entonces fue desarrollando una actitud intelectual y un interés creciente por la escritura. Como en aquellos años estaba permitido combinar la dedicación militar con determinadas profesiones, Churchill alternó y comenzó a publicar sus crónicas en diferentes periódicos. Durante su segunda campaña se decidió a superar el periodismo y comenzó a escribir libros sobre sus vivencias en otros continentes. Así aparecieron La historia de la Malakand Field Force en 1898 y al año siguiente The River War (traducida al castellano como La guerra del Nilo), relatos de gran formato en los que mezcla la autobiografía y la crónica vivaz de sus estancias en tierras exóticas. Estos primeros frutos de la pluma de Churchill alcanzaron un éxito notable tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, hecho al que contribuyeron las críticas vertidas en ellos contra altos mandos militares, que encendieron una viva polémica.

La celebridad de los libros y crónicas periodísticas publicados en Gran Bretaña por el joven oficial de caballería no sólo llamaron la atención de la opinión pública sobre su persona, sino que hicieron nacer en su entorno personal la idea de que intentase emprender la carrera política, que tan abruptamente había dejado su padre. Sin lugar a dudas la opción en la que militar sería el Partido Conservador, el mismo al que tanto había aportado su padre, que le encontró un hueco en la circunscripción inglesa de Oldham para las elecciones de 1899. No tuvo éxito, por lo que hubo de buscar una dedicación con la que salir adelante (había renunciado a su cargo militar para presentarse a las elecciones). La de corresponsal de guerra parecía la más adecuada, y un nuevo escenario bélico acababa de surgir para desempeñar dicha profesión, Sudáfrica. Allí había estallado una guerra entre Gran Bretaña y los descendientes de los antiguos colonos holandeses, los llamados bóers, por el control total del territorio, clave en el proyecto imperial británico en África. La guerra no empezó bien, ya que un enemigo que teóricamente era muy inferior infligió varias derrotas al poderoso ejército colonizador, y el desánimo había cundido en la opinión pública. Sin embargo los diarios comenzaron a recoger una historia que polarizó la atención, la de un joven arriesgado que salvó un tren blindado británico de un ataque bóer haciéndose provisionalmente con el mando y pasando a todos los heridos a los primeros vagones del convoy, que posteriormente fue hecho prisionero, escapó de sus carceleros, logró abrirse camino en territorio enemigo sin conocer su idioma (el afrikaans), llegó a la neutral Mozambique y telegrafió a su periódico la crónica de su peripecia. Aquello fue considerado algo sensacional y alcanzó inmediatamente una gran resonancia pública, y su protagonista era nada menos que el hijo de lord Churchill, que un año más tarde lo publicó todo en su libro La guerra de los bóers. De Londres a Ladysmith vía Pretoria. Una vez a salvo solicitó su readmisión como oficial de caballería y permaneció durante un año combatiendo en aquella contienda, que finalmente ganarían los británicos.

Tal fue la celebridad que le proporcionó el episodio, que volvió a renunciar al ejército para volver a presentarse a las elecciones que se celebraron en octubre de 1900 por el mismo distrito en el que había fracasado pocos meses antes. Pero aquella vez triunfó, haciendo su entrada en la Cámara de los Comunes. El ancho mundo había resultado muy atractivo para el joven oficial de caballería británico que se dejaba llevar por su juventud, pero pronto descubriría que en su país natal podía desempeñar tareas tan apasionantes o más.

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